Paraguay: Morir por un trozo de tierra
Esta entrada forma parte de un reportaje que iremos publicando a lo largo de la semana sobre Paraguay. Est¨¢ escrito por Laura Hurtado (@laurtado), periodista del departamento de comunicaci¨®n de Oxfam Interm¨®n, tras un viaje al pa¨ªs con motivo del segundo aniversario de la masacre de Curuguaty.
La masacre de Curuguaty marc¨® la historia de Paraguay. Un violento desalojo de campesinos en el que en el que 11 labriegos y 6 polic¨ªas pagaron con su vida el alt¨ªsimo coste que implica reclamar un trozo de tierra en Paraguay.
El pasado 15 de junio se cumplieron dos a?os del acontecimiento. Pero aqu¨ª todo el mundo lo recuerda como si fuera hoy. Sobre todo porque provoc¨® la destituci¨®n de Fernando Lugo, el primer presidente progresista tras 65 a?os en el poder de la derecha (incluida la dictadura que empez¨® en 1954). Acusado de incapacidad para gobernar, el juicio a Lugo dur¨® una semana. La gente te cuenta d¨®nde estaba cuando empez¨® todo, si lo vieron por la tele o lo escucharon en la radio, las llamadas de tel¨¦fono, las manifestaciones espont¨¢neas en las plazas. La masacre de Curuguaty cambi¨® el curso de la joven democracia paraguaya, que cumpl¨ªa 23 a?os desde el fin de la dictadura de Stroessner. La derecha volvi¨® a gobernar y con ella terminaron las posibilidades de un cambio real en el pa¨ªs.
Durante el desalojo de Curuguaty hubo 13 detenidos: todos campesinos, ni un polic¨ªa. La acusaci¨®n: invasi¨®n de propiedad privada (aunque las tierras son del Estado), intento de homicidio y asociaci¨®n criminal. El castigo: 14 a?os de c¨¢rcel. Dolores Peralta, de 24 a?os, es una de las acusadas. Ella estaba en ese trozo de tierra de 2.000 hect¨¢reas que 240 familias quieren cultivar siguiendo los tr¨¢mites legales. Seg¨²n la ley, las tierras del Estado deben destinarse a la agricultura familiar, pero los tr¨¢mites son tan lentos que las personas ¡®sin tierra¡¯ suelen recurrir a la ocupaci¨®n para presionar al Gobierno. En este caso, una empresa, dirigida por un poderoso terrateniente local, se hab¨ªa apropiado del terreno de forma fraudulenta y hab¨ªa pedido que desahuciaran a los molestos ocupantes.
¡°Pens¨¢bamos que iba a ser un desalojo normal, pero cuando vimos a todos esos polic¨ªas nos asustamos mucho. ?Incluso hab¨ªa un helic¨®ptero!¡±, relata Dolores en alusi¨®n a los 250 antidisturbios que ese d¨ªa desembarcaron en el lugar. ¡°Nosotros apenas ¨¦ramos 30 personas, entre los que hab¨ªa mujeres y ni?os¡±, constata. ¡°Yo sal¨ª corriendo con mi hijo de 3 a?os y me escond¨ª, pero me agarraron y en dos d¨ªas estaba en la c¨¢rcel. All¨ª pas¨¦ mucho miedo. Ese sitio es el infierno¡±. Dolores, que estaba embarazada, consigui¨® el arresto domiciliario. Su esposo, Luis Olmedo, tampoco puede salir del per¨ªmetro que rodea su casa. ?l consigui¨® el arresto domiciliario tras 58 d¨ªas de huelga de hambre y 20 kilos menos.
¡°No somos culpables de nada. Lo ¨²nico que pedimos es tierra para cultivar y un futuro para nuestros hijos¡±, dice Luis, una reivindicaci¨®n que resume muy bien el drama de la masacre de Curuguaty y el de miles de campesinos en Paraguay.
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