Cultura y pol¨ªtica
Las lenguas de nuestras regiones son una riqueza, pero no legitiman la fragmentaci¨®n pol¨ªtica. Nuestra ciudadan¨ªa se basa en la legalidad del Estado y no en ¡°el pueblo¡±, ¡°la calle¡± y dem¨¢s embelecos populistas
Antes del discurso de toma de posesi¨®n del nuevo Rey, algunos bienintencionados le recomendaron que aprovechara esa ocasi¨®n inaugural para utilizar lo m¨¢s posible el catal¨¢n y supongo que ya puestos tambi¨¦n el euskera, el gallego¡ Incluso mencionaban el precedente de los discursos de la Corona en B¨¦lgica, que es precisamente la comunidad nacional m¨¢s enfrentada de Europa y por tanto el mejor argumento a favor de una lengua com¨²n de cuya carencia pol¨ªtica evidencia los efectos.
El discurso real fue sobrio y formal, pues dif¨ªcilmente pod¨ªa esperarse otra cosa; decepcion¨® a los separatistas para alivio del resto de los ciudadanos, y fue pronunciado en castellano aunque utiliz¨® de paso las dem¨¢s lenguas espa?olas en menciones literarias de poetas que escribieron en ellas. Una ocasi¨®n desaprovechada, se apresuraron a decir los que esperaban m¨¢s ¨¦nfasis en la escuela de idiomas. A mi juicio, en cambio, una excelente lecci¨®n. Porque en ese aspecto el discurso no solo fue regio por el rango de quien lo pronunciaba, sino tambi¨¦n realista. Las diversas lenguas de nuestras regiones son una indudable y reconocida riqueza cultural, bien ejemplificada por los creadores que las han utilizado y por quienes hoy aportan en ellas perspectivas diversas, cr¨ªticas y exaltaciones imprescindibles para comprender nuestra comunidad. Pero no son una legitimaci¨®n de la fragmentaci¨®n pol¨ªtica, como pretenden los nacionalistas, y en tal sentido reivindicar la lengua com¨²n es defender lo que nos une como pa¨ªs y Estado de derecho, sin desmentir en modo alguno el pluralismo social y literario de que disfrutamos.
Es esta incomprensi¨®n radical entre la variedad cultural y la unidad pol¨ªtica me parece que se cifran buena parte de los interesados equ¨ªvocos alentados por nuestros separatistas, que conf¨ªan en que la gente ignore que la primera no justifica la demolici¨®n de la segunda. Los modernos Estados de derecho siempre acogen dentro de su homogeneidad legal posibilidades culturales distintas que constituyen precisamente una parte esencial de la libertad de sus ciudadanos. Pero lo que funda la democracia es el demos, no el etnos; es decir, que en Espa?a hay catalanes, vascos, andaluces, gallegos, etc¨¦tera... culturales, pero pol¨ªticamente solo hay ciudadanos espa?oles. Y eso a pesar del arca¨ªsmo de los ¡°derechos hist¨®ricos¡± (que son las brujas de Zugarramurdi del orden constitucional) y que el nuevo Rey en su proclamaci¨®n jur¨® respetar ¡°los derechos de los ciudadanos y de las comunidades aut¨®nomas¡±, f¨®rmula ominosa (?qu¨¦ pasa si entran en conflicto?).
La actitud de los nacionalistas catalanes no es violenta, pero tampoco estrictamente pac¨ªfica
Entre nosotros, se respetan y hasta a veces se sacralizan exageradamente las diferencias culturales (y religiosas, er¨®ticas, etc¨¦tera), pero su fundamento es la com¨²n ciudadan¨ªa compartida, que las permite todas y tambi¨¦n el derecho a diferir de la diferencia dentro de cada grupo diferenciado: nadie tiene obligaci¨®n de ser extreme?o, catal¨¢n o madrile?o como los dem¨¢s. A fin de cuentas, la verdadera singularidad que el Estado debe defender no es regional o de ninguna capilla, sino la personal: ¡°Uno de los fundamentos del Estado de derecho es que el cuerpo pol¨ªtico est¨¢ formado exclusivamente por individuos. Su apuesta es que se puede y se debe trascender la visi¨®n troceada y tribal de la sociedad; que se puede y se debe unificar por una ley com¨²n que repose sobre principios universales ese mosaico que de otro modo tiende necesariamente a un r¨¦gimen mafioso¡± (Catherine Kintzler, Penser la laicit¨¦, ed. Minerve). La aceptaci¨®n de la Constituci¨®n democr¨¢tica permite a cada ciudadano parecerse culturalmente a quienes prefiera o diferir audazmente de todos los que le rodean¡
Decir que el desaf¨ªo secesionista de los nacionalistas catalanes amenaza hoy la unidad de Espa?a es una forma quiz¨¢ algo anticuada de referirse a que pretende conculcar la integridad incondicionada de nuestra ciudadan¨ªa compartida. Es eso, a mi entender, lo que fundamentalmente pretende denunciar el manifiesto Libres e iguales que hemos firmado gente de diferentes tendencias pol¨ªticas. De inmediato ha sido denostado como muestra de nacionalismo espa?ol por quienes al parecer tienen dificultades para entender un texto bastante sencillo, o se ha recurrido para descalificarlo al sobado ¡°choque de trenes¡±, ese clich¨¦ para simular que se piensa o para disimular lo que se piensa. Por cierto que el s¨ªmil con el desastre ferroviario sirve para cualquier enfrentamiento pol¨ªtico, por ejemplo la II Guerra Mundial. Pero como en aquella ocasi¨®n un tren llevaba a Treblinka y otro a la Uni¨®n Europea, todos nos alegramos de que se hiciera descarrilar al primero aunque fuese alto el coste. Afortunadamente, el caso que nos ocupa no es ni con mucho tan dram¨¢tico. La actitud de los nacionalistas catalanes no es violenta, aunque en realidad tampoco es estrictamente pac¨ªfica, porque no se puede llamar as¨ª a un ¨®rdago por parte de representantes auton¨®micos que pone al Estado en la tesitura de aceptar su deslegitimaci¨®n humillante o emplear su fuerza coercitiva de modo leg¨ªtimo pero nada deseable.
Desde luego, nuestro manifiesto no se opone a que Rajoy y Artur Mas discutan cuanto puedan y les corresponda, para eso pagamos el sueldo a los pol¨ªticos. Pero lo ¨²nico que subrayamos, frente a los arbitristas reiterativos del ¡°?que se besen, que se besen!¡±, es que ninguno de ellos puede manipular a su antojo lo que no les pertenece porque es de todos, con tal de que se amaine el l¨ªo a cualquier precio. Personas cuyo criterio valoro opinan que una reforma federal de la Constituci¨®n puede ser conveniente. Pues si mejora la administraci¨®n territorial del pa¨ªs y de paso calma el ramalazo ¨¦tnico de los nacionalistas sin da?ar al demos, lo que est¨¢ por ver, adelante con ella siempre que cuente con el acuerdo suficiente. Lo que desde luego no puede cambiarse es la condici¨®n de los ciudadanos por la de nativos o aut¨®ctonos (¡°autotontos¡± les llamaba Valle Incl¨¢n), ni fragmentarla accediendo a que algunos proclamen ¡°la rep¨²blica independiente de mi casa¡±, como dec¨ªa aquel anuncio.
Mas y Rajoy pueden discutir cuanto puedan, sin manipular lo que no les pertenece
En el debate de los tres candidatos a dirigir el PSOE, tan hueco en lo que se dec¨ªa como significativo en lo que se callaba, me llam¨® la atenci¨®n especialmente una propuesta de Eduardo Madina: los socialistas ¡°tienen que estar con los que no tienen nada que perder¡±. Dejemos a un lado que parece dar por supuesto que entonces los que tienen algo que perder ¡ªempleos, industrias, propiedades, seguros sociales, etc¨¦tera¡, o sea la mayor¨ªa de los espa?oles¡ª deben irse sin m¨¢s a buscar el amparo de los partidos de derechas. Lo importante es que pasa por alto lo que todos tenemos que perder: nuestra ciudadan¨ªa, algo que se basa en la legalidad del Estado y no en ¡°el pueblo¡±, ¡°la calle¡± y todos esos embelecos populistas que se han puesto de moda. Esa legalidad no puede ser derogada por votos y urnas de una democracia repentina sin cl¨¢usulas, porque la precede.
Como dijo Tony Judt, ¡°si uno se para a pensar en la historia de las naciones que maximizaron las virtudes de lo que nosotros asociamos con la democracia, se da cuenta de que primero vino la constitucionalidad, el Estado de derecho y la separaci¨®n de poderes. La democracia casi siempre lleg¨® lo ¨²ltimo¡± (Pensar el siglo XX, ed. Taurus). En la ciudadan¨ªa se basan los derechos (el primero, elegir opciones de izquierdas, de derechas o las que fueren) y las prestaciones sociales, que dependen de ella y no de la productividad, la rentabilidad o la gobernabilidad que solo atiende al orden p¨²blico. Si se fracciona o se reduce a mera pertenencia local, desaparece la aut¨¦ntica posibilidad de combatir los abusos y crear mejores estructuras, para dejar libre el campo al mero af¨¢n de revancha, cuya espontaneidad irreflexiva tan provechosa resulta a los ambiciosos y a los fan¨¢ticos. Este es el mensaje que hay que hacer llegar a todos nuestros conciudadanos en la importante etapa pol¨ªtica que vamos a afrontar los pr¨®ximos meses.
Fernando Savater es escritor.
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