La Chirli
Adivin¨¦, tras los enormes cristales de sus gafas, unos ojillos achinados y me lanc¨¦: ?no ser¨¢ usted Shirley MacLaine?
Hay mujeres enormes. Por ejemplo, las americanas. Despu¨¦s de esta generalizaci¨®n recibir¨¦ cartas de encendida protesta, porque en los ¨²ltimos tiempos la gente est¨¢ muy tensa. Pero yo sigo adelante con mi idea, como dir¨ªa Fortunata. Mi teor¨ªa, nacida de la pura observaci¨®n, es que hasta la americana que parece peque?a es, bien mirada, una mujer enorme. El otro d¨ªa, estando yo zascandileando en una tienda que, como dir¨ªa Joaqu¨ªn Reyes, empieza por B y acaba por Bimba & Lola vi entrar a una de esas mujeres de las que hablo. De inmediato, pens¨¦ que era americana, estaba muy por encima de los est¨¢ndares espa?oles. A la cuesti¨®n del tama?o se sumaba otro rasgo: una extravagancia que resaltaba a¨²n m¨¢s su presencia imponente. ?Qu¨¦ anciana de las nuestras se pasea con un blus¨®n estampado en flores rojas de seda, pamela negra y unas gafas enormes de esas que llevan las divas cuando quieren comunicarnos que van de inc¨®gnito? Intrigada, deseosa de saber si, como yo pensaba, aquella dama proced¨ªa de Madison Avenue, me acerqu¨¦ a ella y, efectivamente, escuch¨¦ un ingl¨¦s de voz cascada. Aquella voz peculiar me evoc¨® de pronto algunos de los mejores recuerdos cinematogr¨¢ficos de mi vida y ah¨ª, sin poder controlarme, fuera ya de m¨ª, me acerqu¨¦ a ella todo lo que est¨¢ permitido dentro de las r¨ªgidas reglas del espacio vital americano. La mir¨¦ ya sin reparos. Me mir¨® ella. Me dijo que le gustaba el outfit que yo llevaba. Las americanas son aficionadas a celebrar la ropa ajena. Tragu¨¦ saliva. Nos observamos con la misma tensi¨®n que hace vibrar a los personajes de los dibujos japoneses en un momento crucial. Adivin¨¦ entonces, tras los enormes cristales de sus gafas, unos ojillos achinados y me lanc¨¦: ?no ser¨¢ usted Shirley MacLaine?
Nos construimos una cultura cinematogr¨¢fica: no viendo lo ¨²ltimo
de lo ¨²ltimo, sino
lo que ya era cl¨¢sico
Y fue ella y dijo que s¨ª. Madre m¨ªa. Con un impulso parecido al que le llev¨® a Domingu¨ªn a salir temprano de la habitaci¨®n donde hab¨ªa pasado la noche con Ava Gardner para contarle a sus amigos que hab¨ªa pasado la noche con Ava Gardner, me fui al mostrador donde los dependientes hac¨ªan caja. Bajando una voz de incontenida emoci¨®n, les dije, ?sab¨¦is a qui¨¦n ten¨¦is en la tienda? Ellos miraron a su alrededor y s¨®lo vieron a una mujer grande con pamela y gafas enormes. ¡°Es Shirley MacLaine¡±, les dije, como desvel¨¢ndoles un hecho extraordinario que cambiar¨ªa sus vidas. Se miraron, me miraron despu¨¦s. No la conoc¨ªan. Si hubieran servido copas en aquel mostrador me hubiera pedido un gin-tonic. S¨ª, hombre, la de El apartamento, que s¨ª, la de Irma la dulce, la de Bienvenido Mr. Chance, Dos mulas y una mujer, La fuerza del cari?o¡ ?La de Downton Abbey!, a?ad¨ª por actualizar su filmograf¨ªa. Nada. Se ve que todav¨ªa no se hab¨ªan descargado la ¨²ltima temporada de la serie. Me sent¨ª perteneciente a una civilizaci¨®n a punto de exhalar su ¨²ltimo aliento. Los ni?os de entonces, de mi infancia, digo, que s¨®lo ten¨ªamos una cadena de televisi¨®n, nos sent¨¢bamos todos los s¨¢bados delante de la tele y, hala, a ver viejas pel¨ªculas donde actuaban actores que ya no eran de nuestro tiempo, en un blanco y negro que ya no nos era contempor¨¢neo. Pero as¨ª nos construimos una cultura cinematogr¨¢fica: no viendo lo ¨²ltimo de lo ¨²ltimo, sino lo que ya era cl¨¢sico.
Un poco desolada me desahogu¨¦ como mandan los tiempos y colgu¨¦ una fotillo robada de la diva en mi p¨¢gina de Facebook. Y eso desencaden¨® una historia un poco billywilderiana. El dise?ador Abraham Men¨¦ndez Peterssen, que dibuja y decora unos platos extraordinarios con mujeres elegantes, fr¨ªvolas y de glamour a la vieja usanza, al leerme que Shirley, o Chirli, como pasamos a llamarla, estaba brujuleando por Madrid, agarr¨® su plato inspirado en Irma la Dulce y sali¨® a buscarla. ?C¨®mo se busca a una diva que brujulea por las tiendas de Madrid? Sus contactos de Facebook le fueron informando de su paradero y conduciendo sus pasos hasta el Ritz, donde efectivamente, se hospedaba la dama. Pero la diva, ay, hab¨ªa volado hacia el aeropuerto; all¨ª la sigui¨® el dise?ador, con ese plato que contiene todo el amor por el viejo cine y por aquella muchachita que nos pareci¨® siempre como un pajarito; parece ser que el cine engorda a todas las actrices menos a Shirley MacLaine, que la empeque?ece. Nuestro h¨¦roe lleg¨® a tiempo al menos para dejar su peque?a obra de arte en manos de una asistente de la pel¨ªcula que la actriz estaba rodando en Las Palmas. Sabemos que le gust¨®, hay constancia, pero nadie tuvo a bien registrar visualmente el momento en que la actriz recib¨ªa en sus manos el plato del admirador. No es el primer plato de Abraham que llega a manos de una vieja gloria. Hay foto con Angela Lansbury y, en los pr¨®ximos d¨ªas, uno de sus sofisticados platos de pastas llegar¨¢ a Palo Alto, donde ha de serle entregado a Doris Day, que es una nonagenaria no operada y de muy buen ver.
En fin, amiguitos, que cierro el curso escolar antes de mis merecidas vacaciones con una historia sin trascendencia en este mundo asquerosamente grave: la de una mujer desolada (yo) porque una parte de su mundo imaginario se pierde, y la de la misma mujer (yo tambi¨¦n) en su versi¨®n alegre, al ver que un joven dise?ador se inspira en aquellas divas que el tiempo devora. Y todo eso sin ser gay, que tiene m¨¢s m¨¦rito.?
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