Todos eran populistas
No se ganan elecciones recordando verdades amargas y retos fatigosos. Y se sabe que no es f¨¢cil rentabilizar en votos actuales la soluci¨®n a los problemas de ma?ana, que todav¨ªa no se ven, aunque se cultivan ahora
En un conocido poema, Le¨®n Felipe sosten¨ªa que la poes¨ªa es eso que queda una vez nos hemos desprendido de la rima, el metro, la cadencia y ¡°hasta la idea misma¡±. Para la pol¨ªtica, para la mejor pol¨ªtica, quiz¨¢ debamos buscar una definici¨®n parecida: lo que queda una vez nos olvidamos de encuestas, broncas, oportunismos y b¨²squedas de titulares. Eso s¨ª, habr¨ªa que retener ¡°la idea misma¡± e, inmediatamente, echarse a llorar, porque esa pol¨ªtica, la de las ideas, con principios reconocibles y propuestas institucionales acordes con ellos, resulta infrecuente. La competencia electoral impone palabras vac¨ªas, promesas imprecisas y griter¨ªo descalificador. Se trata de prometer todo a todo aquel en condiciones de votar, omitir propuestas inc¨®modas, aplazar dificultades y buscar clientes por cualquier esquina. No hay fantas¨ªa de votante potencial que no halle su cobijo en los programas. Al final, los partidos que aspiran a gobernar, a conquistar las mayor¨ªas a fuerza de borrar las aristas, siempre acaban por encontrarse en torno al votante medio, con programas dulces y biensonantes. El resultado es que, en lo esencial, la m¨²sica resulta muy parecida. Y como las diferencias son menores hay que gritarlas fuerte y alentar el esc¨¢ndalo por las an¨¦cdotas. La pol¨ªtica que no puede ser la Academia de Plat¨®n acaba en el Patio de Monipodio.
Con este panorama resulta dif¨ªcil evitar la tentaci¨®n de ajusticiar pol¨ªticos, de enfilar a una casta que puede ser cualquiera. Desafortunadamente, el problema no es de los pol¨ªticos, sino de una din¨¢mica institucional que convierte en inevitables sus procedimientos. No se ganan elecciones recordando verdades amargas y retos fatigosos, enfrentando a los ciudadanos con dificultades hondas, sobre todo, si para resolverlas exigen cambios en sus comportamientos o en sus creencias. Sucede con las amenazas ambientales, con las pensiones futuras y sucedi¨® con la burbuja financiera. A cuenta de otros asuntos, lo resumi¨® Juncker hace un par de a?os en The Economist: ¡°Sabemos exactamente lo que debemos hacer; lo que no sabemos es c¨®mo salir reelegidos si lo hacemos¡±. Mejor apuntar a favor de corriente y dejar que el tiempo pase. Y es que no hay modo de rentabilizar en votos actuales la soluci¨®n a los problemas de ma?ana, que todav¨ªa no se ven, aunque se cultivan ahora.
El debate democr¨¢tico requiere del matiz y la precisi¨®n, de la pauta y el procedimiento
Por eso, todos, si quieren ganar, se arriman al populismo. Pocos ejemplos m¨¢s elocuentes que la ¡°reacci¨®n¡± ante la crisis. Seg¨²n cuenta Mariano Guindal en El declive de los dioses, poco antes de la victoria electoral del PSOE, en 2004, el futuro ministro Miguel Sebasti¨¢n se franque¨® con unos periodistas: ¡°Menos mal que no vamos a ganar porque la que viene sobre Espa?a es gorda. [Estamos] peor que mal. Tenemos una burbuja inmobiliaria y es inevitable que estalle, y cuando esto ocurra se lo va a llevar todo por delante incluyendo los bancos (...). El Gobierno del PP ha sido un irresponsable. En lugar de frenar la concesi¨®n de cr¨¦ditos hipotecarios a trav¨¦s del Banco de Espa?a, ha echado m¨¢s gasolina al fuego con las desgravaciones fiscales¡±. Ante la pregunta de por qu¨¦ no abordaban el problema, la respuesta fue una clase de pol¨ªtica pr¨¢ctica: ¡°No es un programa electoral para gobernar, sino para que Jos¨¦ Luis obtenga un resultado lo suficientemente bueno para salir reelegido secretario general del PSOE en el pr¨®ximo congreso. Despu¨¦s ya haremos un programa econ¨®mico en serio para gobernar¡±. Ganaron las elecciones e ignoraron el problema, porque hab¨ªa que seguir ganando. Se confirm¨® cuando, ante un t¨ªmido intento por parte del PP de se?alarlo ¡ªen un debate entre Pizarro y Solbes¡ª, los socialistas acusaron a los populares de alarmistas y mentirosos. El PP tampoco levant¨® mucho la voz. No ignoraba que con malos presagios no se recogen votos y, adem¨¢s, estaba en el origen del l¨ªo.
No hay confirmaci¨®n m¨¢s rotunda de la naturaleza radical de la patolog¨ªa que el hecho de que afecte tambi¨¦n, en otras variantes, a las distintas alternativas regeneracionistas, desde los moderados ¡°de centro¡±, sin otra identidad que la (subordinada) que le otorga su apelaci¨®n a los ¡°extremos¡±, hasta los radicales que, ante las preguntas serias, las que emplazan y dotan de identidad a un proyecto pol¨ªtico, se entregan a ret¨®ricas atrapalotodo (defendemos esto, lo contrario y lo dem¨¢s) cuando no a gen¨¦ricas invocaciones a la democracia, como si la defensa de la participaci¨®n eximiera de lo que realmente identifica a los partidos: ideas y propuestas.
La democracia no puede ser una excusa para evitar el punto de vista. Un partido no es un Parlamento. Ni siquiera un s¨®viet. La voz dispersa y plural de la sociedad, que se encauza mediante la participaci¨®n, no se puede confundir con la de unos partidos, a los que hay que exigir principios y propuestas. Una cosa es que, ante nuevos problemas o ante nuevas informaciones sobre los problemas, quepa la discusi¨®n o revisi¨®n de propuestas y otro es que la discusi¨®n alcance a la identidad de proyecto. Para unirse a un proyecto hay que saber de qu¨¦ va. Lo que no cabe es decir, como Ada Colau cuando defiende su partido pol¨ªtico, que (en su seno) ¡°hay gente abiertamente independentista, otra que no, otra que es federalista, otra a la que no le interesa el tema porque lo considera secundario. Pero el m¨ªnimo com¨²n es democracia¡±. O sea, que hay unos que quieren excluir de la ciudadan¨ªa a los otros, pero ya ver¨¢. M¨¢s transversal, imposible. Ni P¨ªo Caballinas cuando dec¨ªa: ¡°Hemos ganado. Lo que no s¨¦ es qui¨¦nes¡±.
La defensa de la democracia participativa no nos exime de precisar las ideas que defendemos en el ejercicio de la democracia. Confundir unas cosas con otras, las ideas con (el conjuro de la apelaci¨®n a) los procedimientos, es el germen del peor populismo. Por ese camino siempre asoman demiurgos que presentan sus ocurrencias y simplificaciones como la voz del pueblo. Las inevitablemente opacas y, muchas veces, contradictorias opiniones ciudadanas son un tributo inevitable de la democracia y, como nos ha mostrado la mejor teor¨ªa social, no admiten interpretaciones sencillas. La tarea de las instituciones es darles cauce, sin trampas, mediante un debate democr¨¢tico que requiere del matiz y la precisi¨®n, de la pauta y el procedimiento. Las consignas y las tertulias son otro negocio.
No hay peor enemigo de la discusi¨®n pol¨ªtica que las autoproclamadas superioridades morales
La buena pol¨ªtica apunta a principios e instituciones. Principios, conviene aclarar, que nada tienen que ver con la moralina gestera del golpe en el atril o de la sonrisa perdonavidas. No hay peor enemigo de la discusi¨®n pol¨ªtica que las autoproclamadas superioridades morales, esa disposici¨®n que da en presumir que mientras nosotros defendemos nuestras ideas por convencimiento, los rivales, comprometidos con oscuros intereses, no creen sinceramente en lo que dicen ni buscan respuestas a los problemas colectivos. Quien asume eso desprecia a sus conciudadanos y, en el camino, abdica de la mejor democracia, asociada a una discusi¨®n p¨²blica que resulta imposible cuando se parte de que los dem¨¢s tienen un trato insincero con sus ideas. No cabe debate pol¨ªtico si te descalifico como interlocutor.
Adoptar esta visi¨®n no equivale a entibiar el debate pol¨ªtico. Al rev¨¦s, supone debate ideol¨®gico en el mejor sentido y, entre otras cosas, reconocer la nitidez de cl¨¢sicas coordenadas pol¨ªticas, comenzando por el maltratado eje izquierda-derecha, del que tantos huyen. Al menos en el plano de los conceptos las distinciones conceptuales son obligadas, si hay af¨¢n de verdad. As¨ª, por ejemplo, queda mucho por discutir y matizar en torno a contraposiciones como igualdad y libertad o entre eficiencia y equidad y sobre sus implicaciones institucionales. Debates que no se resuelven con repentizaciones de caf¨¦, sociolog¨ªa de asamblea ni trovos mao¨ªstas. Tampoco con huidizas apelaciones a ¡°nuevos tiempos¡±. La vigencia normativa de las ideas ¡ªaunque no la materializaci¨®n institucional¡ª resulta independiente de lo que pase en el mundo, de ¨¦xitos o fracasos electorales. Dicho de otro modo, si ma?ana desaparecieran todos los socialistas del mundo, la idea del socialismo quedar¨ªa intacta.
Otra cosa es que, en la fatigada pol¨ªtica diaria, sometida a retos imprevistos y a los tributos de la competencia pol¨ªtica, las trazas se emborronen. Pero esas circunstancias dejan intactos los principios, como dejan indemnes a los conceptos de inteligencia y belleza el triste hecho de que muchos de nosotros seamos necios y patibularios. Hasta para reconocer que estamos ante un borr¨®n hay que saber qu¨¦ es el trazo limpio. Incluso si llega la hora de emborronar. Lo importante es no descuidar que el que las reglas de nuestras democracias nos impongan ciertas estrategias y procedimientos no nos obliga a convertir los borrones en doctrina pol¨ªtica.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
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