Un mundo sin sombra
El desprestigio de las humanidades indica un adelgazamiento preocupante de lo real
?Cuando Pier Paolo Pasolini abandon¨® el realismo de su primera ¨¦poca para hacer pel¨ªculas como Medea, El Decamer¨®n o Las mil y una noches, su amigo Alberto Moravia se pregunt¨® en un art¨ªculo por las razones que pod¨ªan haberle llevado a hacerlo. ¡°La explicaci¨®n m¨¢s simple¡±, escribe, ¡°es que en Pasolini resulta ya una necesidad po¨¦tica la mediaci¨®n cultural¡±. La realidad, pensaba Moravia, hab¨ªa perdido densidad en la inspiraci¨®n de Pasolini, que necesitaba recurrir al mundo eterno de los relatos y los mitos para penetrar en el eterno misterio del coraz¨®n humano.
Tal adelgazamiento de lo real es sin duda uno de los hechos m¨¢s preocupantes de este tiempo. La p¨¦rdida de prestigio de cuanto tiene que ver con las humanidades en la ense?anza es uno de sus signos m¨¢s claros. Alarma la marginaci¨®n que asignaturas como Filosof¨ªa, Lenguas Cl¨¢sicas o Historia sufren en los nuevos planes educativos, y la indiferencia con que se trata a esas otras ¡ªLiteratura, M¨²sica, Historia del Arte o Danza¡ª que en otro tiempo recib¨ªan el delicado nombre de Bellas Artes. Los nuevos planes educativos exigen que un ni?o a los cinco a?os sepa leer, apostando por un modelo que fomenta la competencia, la utilidad y el conformismo, e ignoran sistem¨¢ticamente la importancia de las ense?anzas creativas a esa tierna edad. Porque lo que necesita un ni?o a los cinco a?os no es saber leer, sino escuchar m¨²sica y cuentos, conocer su cuerpo y jugar con ¨¦l, encontrar palabras y figuras que le ayuden entender lo que siente y a encontrar su lugar entre los dem¨¢s. La educaci¨®n ha dado la espalda al complejo mundo de sus afectos y apuesta cada vez m¨¢s por un individuo adaptado, pragm¨¢tico, obediente a los c¨®digos de su entorno social.
Hay un momento ¨²nico en que el ni?o descubre su sombra. Descubre otro yo, alguien que le acompa?a en secreto. Ese alguien habita sus pensamientos y sus deseos m¨¢s ¨ªntimos, es su doble escondido, su parte proscrita. En Peter Pan, la novela de J. M. Barrie, el ni?o volador regresa a Londres en busca de la sombra que ha perdido, pues esa sombra le vincula a la isla de la que viene; y, a trav¨¦s suyo, a la infancia, con todas sus fantas¨ªas y locuras. En esa sombra reside su vitalidad, pero tambi¨¦n cuanto de ca¨®tico y destructivo hay en ¨¦l. Freud, Nietzsche y Jung hablaron de ese contraste entre la racionalidad y la sombra, y vieron que no era posible un desarrollo completo de la personalidad sin una armonizaci¨®n de los dos.
Los zombis ?simbolizan la incapacidad del hombre actual para dialogar con su propia sombra?
Adelbert von Chamisso escribi¨® a comienzos del siglo XIX La maravillosa historia de Peter Schlemihl (de la que hace poco la editorial N¨®rdica hizo una cuidada edici¨®n). En ella, un hombre para hacerse rico vende al miedo una parte de su humanidad: su sombra. Podr¨ªa ser una alegor¨ªa de este tiempo, en que tambi¨¦n por miedo (miedo a lo que somos, a nuestro verdadero ser, a sus preguntas eternas y a su poder creador) huimos de cuanto nos perturba o inquieta, para refugiarnos en el nido de nuestras conveniencias. La novela de Chamisso tuvo un ¨¦xito extraordinario, y muchos autores recrearon tras ¨¦l la extra?a historia. Hoffman hizo que la sombra fuera la imagen reflejada en un espejo, y Th¨¦ophile Gautier cuenta la historia de un joven rom¨¢ntico que se vuelve loco al perder esa imagen. En La sombra, de H. C. Andersen y en El pescador y su alma, de Oscar Wilde, son las sombras las que acaban esclavizando y transformando en sus reflejos a sus atribulados due?os. El mito de Dr¨¢cula habla de esta primac¨ªa de la sombra sobre la raz¨®n. El vampiro es la sombra del hombre, una sombra que adquiere tanto poder sobre ¨¦l que termina por arrojarle al abismo de la locura y la perversidad. Pues as¨ª como es peligroso que alguien pierda su sombra, no lo es menos que esa sombra adquiera demasiado poder sobre ¨¦l y termine someti¨¦ndole a la ley oscura de sus demandas.
La sombra personaliza en las historias que acabamos de recordar la parte primitiva e instintiva del hombre. Es su doble negativo, pero tambi¨¦n la fuente de la vitalidad y, en cierta forma, de su salud intelectual. Es ella la que nos ense?a a tolerar las ambig¨¹edades y nos aparta de los peligros que acosan al hombre integrado: la rigidez de pensamiento, el dogmatismo, los fundamentalismos religiosos, los prejuicios etnoc¨¦ntricos o la banalidad. Es curioso, a este respecto, preguntarse por qu¨¦ en el cine actual el g¨¦nero del terror goza de tan buena salud, y las salas se llenan sobre todo de j¨®venes que acuden excitados a contemplar sus truculencias. A¨²n m¨¢s, ?por qu¨¦ en ese cine los personajes m¨¢s repetidos son los zombis o esos seres contaminados por virus letales que priv¨¢ndoles de toda humanidad los transforman en verdaderas jaur¨ªas sedientas de sangre? Dr¨¢cula, a su manera, era un caballero, un hombre culto, amigo de la conversaci¨®n y los juegos de la inteligencia; y el monstruo del doctor Frankenstein temblaba al acercarse a los ni?os. Pero los zombis ?por qu¨¦ son tan siniestros?; ?por qu¨¦ ni siquiera pueden hablar?; ?simbolizan esa incapacidad del hombre actual para dialogar con su propia sombra de la que se quejaba Pasolini?
Yasunari Kawabata tiene un cuento titulado La madre que pod¨ªa leer. Sus protagonistas son una madre y un hijo. El hijo est¨¢ loco. Se pasa los d¨ªas encerrado con resmas de papel, escribiendo sin descanso. Mas s¨®lo se imagina que lo hace, pues el papel contin¨²a en blanco. Cuando llega su madre, le pide que le lea lo que ha escrito, y ella, conmovida por la locura de su hijo, empieza a invent¨¢rselo. Le cuenta entonces sus recuerdos de ni?a, las historias de su juventud, mientras el hijo piensa que es ¨¦l quien los escribe. La madre recuerda cosas que hab¨ªa olvidado, y su amor le hace pensar que es su hijo quien se las hace decir, y as¨ª las almas de los dos se funden en un sola. Lo que se dicen dos sombras, tal es el argumento de este hermoso cuento. Pero ?acaso el amor (y la verdadera cultura) no es ese juego entre nosotros y nuestras sus sombras?
Lo que necesita un ni?o a los cinco a?os es escuchar m¨²sica y cuentos
Hace unos d¨ªas, en un pueblecito asturiano, visit¨¦ una peque?a escuela. Los ni?os, de seis a?os, hab¨ªan le¨ªdo un cuento titulado El pacto del bosque, en que una loba, tras ser ayudada por unos conejitos, les promete que nunca m¨¢s, en ese bosque, los lobos volver¨¢n a causar da?o a los de su especie. Y la buena maestra, tras explicarles pacientemente a los ni?os el significado de la palabra pacto, les pidi¨® que hicieran un dibujo en que explicaran con qui¨¦n o qu¨¦ har¨ªan ellos un pacto. Las respuestas eran, por lo general, todo lo previsibles que suelen ser las respuestas de los ni?os cuando s¨®lo aspiran a conseguir la aprobaci¨®n del adulto. Y as¨ª una ni?a hablaba de un pacto para que los animales no tuvieran que morir; otra, con la naturaleza que los hombres estaban destruyendo; otro m¨¢s, de un pacto para que los ni?os pobres pudieran ir a la escuela.
Pero entre ellos, hab¨ªa una peque?a que hab¨ªa nacido sin los dedos de una de las manos y cuyo dibujo respond¨ªa a una l¨®gica m¨¢s decisiva y personal. En su dibujo pod¨ªan verse las dos manos, la normal y la mala, a un lado y otro de un cuaderno abierto. Arriba hab¨ªa escrito: ¡°El pacto que han hecho mis dos manos¡±. Y, en el cuaderno, entre las manos, pod¨ªa leerse: ¡°Te quiero¡±.
Dos manitas que hacen un pacto: una normal ¡ªcon sus cinco dedos¡ª y otra extra?a ¡ªsu sombra¡ª, eso es un cuento.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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