Lentejas
A estas alturas del curso, y de la vida, ya est¨¢ una abrasada viva
Los jueves, as¨ª lloviera, nevara o se fundieran los polos de Cola Cao que nos hac¨ªa en la cubitera del frigo porque en casa no hab¨ªa para galguer¨ªas, mi madre pon¨ªa lentejas. Hirviendo, como debe ser, ya fuera enero o julio. Yo las odiaba ciegamente, como solo odian los ni?os. Daba lo mismo. Son lentejas, o las tomas o las dejas, nos sentenciaba ella a sus cuatro criaturas, y con eso estaba todo dicho.
Yo, rebelde sin causa, me resist¨ªa como m¨¢rtir al verdugo. Menos a probarlas, prob¨¦ de todo. Huelgas de hambre, pataletas, ahora voy y no respiro. Nada. Hasta que un d¨ªa me dorm¨ª de puro aburrimiento, se me cayeron los codos y me despert¨¦ con la cara en el plato de Duralex, la dignidad hecha pur¨¦ y la nariz llena de perdigones. Aquello fue definitivo. Modestia aparte, a mis ocho a?itos, vi mi futuro m¨¢s cristalino que la vajilla.
Los marrones ineluctables mejor apechugarlos de frente y dejar el orgullo para causas m¨¢s nobles. Son lentejas. Como esta columna que me ha ca¨ªdo de las alturas en pleno agosto, con el calor que hace, a ver qui¨¦n es la guapa que se queja. Bien sabe Jobs, Dios de tanto ateo, que lo malo no son las lentejas, sino el dolor, la ansiedad, la celulitis edematosa, la variada gama de infiernos en la tierra. As¨ª que aqu¨ª me tienen, m¨¢s en medio que un jueves, que dec¨ªa la autora de mis d¨ªas. Muri¨® en enero, devoradita, malditos genes.
Cuenta la Biblia que Jacob le compr¨® a Esa¨² la primogenitura por un plato de lentejas. Barato me parece. La primogenitura no, porque la llevo de serie y solo los hermanos mayores sabemos lo que se sufre por esa panda de mamones. Pero dar¨ªa lo que tengo, y lo que me diera por mi alma el peor de los usureros online, por unas lentejas hirviendo de mi madre. Total, a estas alturas del curso, y de la vida, ya est¨¢ una abrasada viva.
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