?Internacionalizaci¨®n del ¡®proc¨¦s¡¯?
El soberanismo catal¨¢n defiende que, pese al bloqueo del Estado, la mediaci¨®n exterior podr¨ªa ayudar al ¨¦xito de su reivindicaci¨®n. Un an¨¢lisis no voluntarista lleva a concluir que tal intervenci¨®n es impensable
El rasgo m¨¢s llamativo del proceso soberanista catal¨¢n no reside en su impactante pretensi¨®n de romper con Espa?a ni en su contrastada capacidad de movilizaci¨®n ciudadana. Lo que lo hace de verdad distintivo es la aparente determinaci¨®n de sus l¨ªderes ¡ªcon mayor¨ªa en el Parlamento auton¨®mico¡ª a asumir la secesi¨®n como desenlace plausible, pese a la firme oposici¨®n de las instituciones centrales del Estado.
Aunque no todo el movimiento comparta un independentismo irreductible, parece que hasta el sector proclive a una soluci¨®n de reacomodo piensa que el envite solo ser¨¢ tomado en serio si se plantea de forma maximalista. Y ante el bloqueo interno, se ha construido una argumentaci¨®n para mantener la separaci¨®n como cre¨ªble: la rigidez de Madrid combinada con alta conflictividad sobre el terreno acabar¨¢n provocando presiones externas para que Espa?a permita celebrar un refer¨¦ndum o incluso, en caso de declaraci¨®n unilateral, reconocer al nuevo Estado.
El observador ajeno quiz¨¢ considere este planteamiento extravagante y radical, pero es corriente dominante entre los analistas afines, quienes suelen subrayar que ¡°el mundo mira¡±. Es m¨¢s, se presenta como moderado pues formula un escenario donde el Estado seguir¨¢ ejerciendo su autoridad efectiva mientras no se produzca esa mediaci¨®n exterior y, por tanto, renunciar¨ªa al intento ¡ªpor otro lado, inviable¡ª de sostener f¨¢cticamente la independencia desde una Catalu?a en rebeld¨ªa.
Sorprende que, dada la importancia crucial que tendr¨ªa la internacionalizaci¨®n en el futuro del proceso, apenas se le haya dedicado atenci¨®n. Hasta ahora se ha hablado de la dif¨ªcil readhesi¨®n a la UE pero ese debate, que tiene sentido para una Escocia independiente aceptada por Londres, se traslada prematuramente. Es algo previo lo que aqu¨ª est¨¢ en discusi¨®n: la estatalidad misma.
Las opiniones p¨²blicas y los gobernantes del mundo est¨¢n lejos de la causa independentista
La idea de injerencia exterior en Catalu?a contiene elementos de crudo realismo y del cosmopolitismo m¨¢s na¨ªf. En principio, las diplomacias -especialmente europeas- querr¨ªan mediar en el conflicto por idealismo, apoyando una causa leg¨ªtima y respaldada socialmente. Pero enseguida, quiz¨¢ sospechando que si a la comunidad internacional le cuesta intervenir en casos flagrantes de represi¨®n de minor¨ªas ser¨ªa ins¨®lito que lo hiciera en una democracia consolidada y muy descentralizada, se a?ade una consideraci¨®n menos impecable. Ya no ser¨ªa la simpat¨ªa altruista sino el deseo de evitar la grave desestabilizaci¨®n que, al parecer, Catalu?a podr¨ªa desencadenar.
En versiones extremas del pensamiento nacionalista, este c¨¢lculo fr¨ªo de intereses e intimidaciones apela a aprovechar las presuntas ambiciones geopol¨ªticas de potencias no occidentales (presuponiendo un sorprendente desinter¨¦s norteamericano hacia su importante aliado espa?ol en la delicada frontera meridional de la OTAN). Pero no hace falta caricaturizar. Resulta habitual o¨ªr a destacados publicistas del soberanismo oficial construyendo reflexiones liberales ut¨®picas y, en seguida, pasar a razonamientos mercantiles, amenazas sobre impago de deudas y conjeturas de factura bismarckiana.
Es verdad que los informes del ¨®rgano asesor del proceso (CATN), que se compilar¨¢n en un Libro Blanco de la independencia, adoptan un enfoque m¨¢s sofisticado y tienen la honestidad de no negar lo obvio. No s¨®lo se admite la imposible adhesi¨®n autom¨¢tica a la UE sino tambi¨¦n la dificultad de un reconocimiento internacional con oposici¨®n espa?ola. Es m¨¢s, se asume que habr¨¢ hostilidad china o rusa y, dentro de Europa, una previsible antipat¨ªa generalizada.
Como se recoge expresamente en esos informes, las democracias m¨¢s avanzadas no aceptan la autodeterminaci¨®n fuera de contextos coloniales ¡ªsalvo dram¨¢ticos remedios excepcionales¡ª y desconf¨ªan de un movimiento que puede ser nacionalista excluyente o, en su versi¨®n no esencialista, ¡°purament fiscal i insolidari¡±. En particular, se contempla la aversi¨®n alemana a un proceso donde el decisionismo desplaza la Constituci¨®n y puede desestabilizar la integraci¨®n europea. Tampoco Francia o Italia parecen dispuestas a dar lecciones sobre encajes territoriales a un pa¨ªs mucho m¨¢s plural que ellas.
Pero en una pirueta que desvincula sus propias premisas f¨¢cticas de las conclusiones, el CATN augura que al final los Gobiernos y la opini¨®n p¨²blica internacional renunciar¨¢n por pragmatismo a sus preferencias (como se ve, muy alejadas de la causa independentista) e interceder¨¢n por una Catalu?a soberana e incluso miembro de la UE para evitar da?os empresariales o financieros. No parece desde luego muy consistente con el propio discurso del proc¨¦s ¡ªque antepone unos ideales a consideraciones pr¨¢cticas¡ª pensar que, en cambio, los dem¨¢s subordinar¨¢n aqu¨ª sus principios estrat¨¦gicos a c¨¢lculos cortoplacistas.
La soluci¨®n no vendr¨¢ de fuera sino de nuestra habilidad para definir un proyecto inclusivo
Apenas se consigue identificar a Israel, Eslovaquia o las rep¨²blicas b¨¢lticas como potenciales aliados en base a una discutible afinidad, cuando justo esos casos ¡ªcon importantes minor¨ªas nacionales y vecinos irredentistas¡ª destacar¨ªan por su beligerancia contra la ruptura unilateral de cualquier democracia. Tampoco se afina mucho al hablar de los pa¨ªses africanos, de quienes se dice que se mover¨¢n ¡°al comp¨¤s dels Estats Units¡±, lo que resulta irrespetuoso con su soberan¨ªa pero tambi¨¦n con la realidad emp¨ªrica: 25 de ellos siguen hoy ignorando a Washington al no reconocer a Kosovo.
La tesis de la internacionalizaci¨®n acaba resultando una ilustraci¨®n paradigm¨¢tica de wishful thinking que selecciona interesada y emocionalmente los pocos elementos que abonan una tesis y resta importancia a la abrumadora evidencia contraria. As¨ª, al hablar de EE UU, el independentismo evoca al presidente Wilson y su principio de las nacionalidades sometidas a imperios, pero en cambio olvida a Lincoln y su mucho m¨¢s c¨¦lebre rechazo a la secesi¨®n. Al buscar comparaciones, nunca se menciona a Padania, tampoco a Chipre del Norte, Crimea o la decena de antip¨¢ticos territorios secesionistas en Europa oriental.
En estos dos a?os, adem¨¢s, todas las pistas han coincidido. Merkel y Valls han criticado el proceso yendo m¨¢s all¨¢ de lo habitual en cuestiones internas. Juncker ha desde?ado en p¨²blico el env¨ªo de cartas suplicantes a los dirigentes europeos. El grupo liberal del Parlamento Europeo desautoriz¨® hace poco a Converg¨¨ncia. Y hasta alg¨²n experto citado por Artur Mas, por defender (razonablemente) que Escocia podr¨ªa reingresar inmediatamente en la UE, ha aclarado que su idea no es aplicable a Catalu?a y que el Tratado deber¨ªa modificarse para impedir separaciones unilaterales.
Con ese panorama, y el escaso aprecio que los Gobiernos europeos sienten hacia las votaciones plebiscitarias, es obvio que no habr¨¢ respuesta internacional si el Estado adopta medidas coercitivas contra una consulta enrevesada, del mismo modo que nadie reaccionar¨¢ cuando Roma vete el refer¨¦ndum que tambi¨¦n impulsa el V¨¦neto. Y aunque una suspensi¨®n temporal de la Generalitat ser¨ªa muy lamentable desde la perspectiva interna, tampoco en ese caso puede esperarse mayor respuesta diplom¨¢tica que la que merecieron, por ejemplo, las cuatro interrupciones del autogobierno de Irlanda del Norte decididas en los ¨²ltimos a?os desde el Londres admirado por el soberanismo.
En definitiva, es impensable una intervenci¨®n exterior y en el caso extremo de que acabara sucediendo ser¨ªa porque el nivel de convulsi¨®n habr¨ªa llegado a tal grado que es mejor seguir sin pensarlo. Si el presidente Mas realmente cree en sus sensatas advertencias sobre la absoluta necesidad de sortear la violencia y el rid¨ªculo, la tesis de la internacionalizaci¨®n deber¨ªa abandonarse cuanto antes.
Por supuesto, nada de lo anterior resuelve el enorme reto democr¨¢tico hoy planteado en Catalu?a y ni siquiera descarta la posibilidad de independencia (que llegar¨ªa en el supuesto hoy remoto de que el conjunto de Espa?a se convenza de su conveniencia). Pero s¨ª significa que la soluci¨®n no vendr¨¢ de fuera sino de nosotros mismos, de la habilidad colectiva para definir, o no, un proyecto com¨²n inclusivo y sensible que sea suficientemente mayoritario. Repensar y proyectar al mundo un ejemplo atractivo de democracia plural ser¨ªa la internacionalizaci¨®n que nos merecemos.
Ignacio Molina es investigador principal en el Real Instituto Elcano y profesor de ciencia pol¨ªtica en la UAM.
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