Las siete grandes lecciones por las que debemos recordar Messenger
Microsoft cerrar¨¢ definitivamente el servicio de chat el pr¨®ximo 31 de octubre, poniendo fin a la era fundacional del mundo 2.0
Antes de Instagram estuvo Twitter, y antes de Twitter estuvo Facebook. Y hasta ah¨ª suele llegar la historia contempor¨¢nea del 2.0, dejando todo lo restante para arque¨®logos de lo digital. Tan potente es este planteamiento que en unas semanas se vivir¨¢ el fin de la era inmediatamente anterior a Facebook y a poca gente le parecer¨¢ relevante. Se trata del Messenger, el WhatsApp de los ordenadores; aquel ubicuo programa que todo el mundo utilizaba a principios de la d¨¦cada pasada. Lo primero que se iniciaba nada m¨¢s arrancar el ordenador y lo ¨²ltimo que se desconectaba tras horas y horas de conversaciones intensas, inanes y memorables. Ahora el servicio solo sigue vivo en China: en Europa y Am¨¦rica dej¨® de funcionar a principios de 2013, cuando se integr¨® en la plataforma Skype. A finales de octubre, Messenger desaparecer¨¢ tambi¨¦n all¨ª. Y ese d¨ªa el programa que un d¨ªa fue el m¨¢s usado del mundo se habr¨¢ convertido en algo para la historia.
No es proporcional la atenci¨®n que merece este fallecimiento, este lent¨ªsimo e inevitable fundido a negro, con lo determinante que fue Messenger en su d¨ªa. Cuando naci¨®, en 1999, era un servicio b¨¢sico de mensajer¨ªa instant¨¢nea. Un ordenador le mandaba mensajes a otro a trav¨¦s de Internet. Pero ten¨ªa la ventaja competitiva de venir de f¨¢brica en todos los ordenadores con Windows, que de aquella era la inmensa mayor¨ªa. Pronto comenz¨® a incorporar las funciones que conformar¨ªan nuestra idea de la comunicaci¨®n digital, como enviar archivos de im¨¢genes o canciones, o establecer conversaciones con v¨ªdeo. Para cuando lleg¨® a los 100 millones de usuarios, en 2003, se fusion¨® con MSN, el servicio de noticias de Microsoft. En 2009 toc¨® techo con 330 millones de usuarios y empez¨® a decaer r¨¢pidamente, sustituido por GChat (hoy GTalk), Skype, el chat de Facebook y, en fin, WhatsApp. Esta estacada final, el 31 de octubre, d¨ªa de los muertos en todo el mundo, es el punto final a la puerta que meti¨® a varias generaciones de lleno en Internet. Y lo que nos ense?¨® fue esto:
"?Me das tu Messenger?": el umbral de la identidad digital
Pocas frases en la historia han logrado cargar tanto paso con una apariencia tan ligera. A principios de los 2000 pedirle a un desconocido aquello de ?Me das tu Messenger? o Dame tu correo que te agrego al Messenger, estaba a a?os luz de pedirle el tel¨¦fono a alguien ¨Centonces no hac¨ªa tanto de la llegada del m¨®vil: muchas veces hab¨ªa que pedir el tel¨¦fono de la casa entera en la que ese desconocido viv¨ªa¨C y parec¨ªa un tanto m¨¢s moderno y menos invasivo que pedir el m¨®vil (por no decir m¨¢s rentable: los SMS entonces se pagaban). Promet¨ªa, adem¨¢s, que esta relaci¨®n iba para algo m¨¢s que un recado, para bien o para mal. Alguien que entraba en tu lista de contactos de Messenger era alguien cuyo estado (ahora vamos con eso) ver¨ªas varias veces a diario. Pero adem¨¢s de todos estas cosas pr¨¢cticas, hab¨ªa algo m¨¢s metaf¨ªsico que estaba naciendo con el ?Me das tu Messenger?: la noci¨®n de que dos personas pod¨ªan conectar o desarrollar su conexi¨®n m¨¢s all¨¢ de la relaci¨®n f¨ªsica o telef¨®nica. Que hab¨ªa un lado de nosotros al que solo se llegaba con un teclado. Fue el comienzo de lo que luego explot¨® Facebook y luego el resto del mundo. Nuestra identidad digital.
Aprendimos a retratarnos en una sola foto de perfil (y en un tipo de letra y un color)
Siempre hab¨ªa quien se pon¨ªa la pelota de b¨¦isbol, o el patito de goma, o un atardecer en el recuadro de la foto. Pero esos eran la minor¨ªa. A pesar de lo complicado que era encontrar una foto reciente en una era donde las c¨¢maras digitales todav¨ªa no eran la norma, una de las grandes virtudes del Messenger fue sugerir que el usuario subiera una foto de s¨ª mismo para que el resto del mundo lle pusiera cara. En consecuencia, el resto de usuarios que interactuaran con nosotros proyectar¨ªa todo lo que emit¨ªamos ¨Cnuestra ideolog¨ªa, bromas, faltas de ortograf¨ªa...¨C sobre esa foto. Esa foto ¨¦ramos nosotros tanto como nuestros ojos o nuestras palabras. Esta obviedad que en tiempos de fotos de perfil de Facebook, de avatars en Twitter y de selfies en Instagram se da por sentada en aquella ¨¦poca era revolucionaria. ?ramos una foto. Y como la mayor¨ªa de sus usuarios eran adolescentes y buscaban expresarse de absolutamente cualquier forma posible, algo parecido le pasaba al tipo de letra (ay, el Comic Sans) y los colores (ay, los y las que usaban rosa claro o verde fosforito). El lenguaje tradicional hab¨ªa dado pie a la mayor revoluci¨®n ling¨¹¨ªstica de los tiempos recientes: el lenguaje digital.
Y a juzgar a los dem¨¢s en funci¨®n de su estado
Facebook le debe a Messenger muchas cosas. Pero sobre, el que nos ense?ara a condensar, en una estudiada y a menudo kilom¨¦trica frase, todo aquello que quer¨ªamos que los dem¨¢s pensasen que ¨¦ramos. As¨ª, era f¨¢cil etiquetar al tipo de personas que ten¨ªamos delante solo por el tipo de estado en el que hab¨ªa elegido dar a conocer sus complejidades. Los arrebatados que declaraban su amor ¨Cy duraci¨®n de la relaci¨®n¨C con el novio o novia. Los motivados a los que pon¨ªa nervioso cualquier examen o, en puridad, cosa que fuera pasar al d¨ªa siguiente. Los intensos y futuros fans de Paulo Coelho que sab¨ªan encontrar en canciones, libros o men¨²s de restaurante m¨¢ximas id¨®neas para poner y que el resto pudiese medir su elevado paladar cultural. Y los que pon¨ªan lo que buenamente se les viniera a la cabeza siempre y cuando alternara MaY¨²ScUlAs con min¨²sculas y permitiera repartir grandes dosis de emoticonos por todas partes.
Socializ¨¢bamos, no fard¨¢bamos
En Messenger la comunicaci¨®n era fluida y b¨¢sica. Recreaba una conversaci¨®n en persona. La Red todav¨ªa no cultivado la cultura del Yo que vendr¨ªan con las redes del futuro. Aquellas conversaciones eran m¨¢s largas y nosotros, m¨¢s simp¨¢ticos porque no ¨¦ramos tan eg¨®latras.
Nos ense?amos a nosotros mismos a usar ordenadores
Seg¨²n llegaron comenzaron a implantarse las nuevas herramientas de env¨ªo de archivos, nos habituamos a utilizar las extensiones jpg, mp3 y dem¨¢s siglas del diccionario inform¨¢tico como quien va al mercado cada s¨¢bado.
El horror de zumbar una conversaci¨®n: los chats tienen un ritmo diferente al de las interacciones f¨ªsicas
Si tu interlocutor consideraba que eras exasperantemente lento escribiendo ten¨ªa un recurso m¨¢s o menos aceptable. Era el zumbido, esa herramienta que hac¨ªa que la ventana de la conversaci¨®n se moviese como si le hubiese dado un ataque de twerking. Pod¨ªa servir para presionar a alguien para que contestase, cerrase unas cuantas pesta?as en su pantalla y se diese cuenta de que le hablabas o simple y llanamente para fastidiar. Se convirti¨® en algo tan invasivo e irritante que solo se pudo extraer una conclusi¨®n: los chats no ten¨ªan por qu¨¦ circunscribirse a un principio y un final ni requerir una atenci¨®n constante como si tuvi¨¦ramos al interlocutor en persona, tomando un caf¨¦ con nosotros. En el Messenger, uno pod¨ªa distraerse un rato y al volver, la charla no habr¨ªa sufrido. Cientos de miles de conversaciones en Whatsapp dan fe de que esto ser¨¢ as¨ª para siempre.
La Red no tiene leyes pero nos inventamos un protocolo
En 1999 ¨¦ramos novatos en materia de protocolo en redes pero, gracias al uso continuado de Messenger, supimos que hay que esperar al menos cinco minutos para comenzar una conversaci¨®n con alguno de nuestros contactos reci¨¦n conectado. Tambi¨¦n aprendimos que dar al correo electr¨®nico nombres imposibles no es buena idea. Con todo, descrubrimos t¨¦cnicas para hacernos los interesantes: desde encender y apagar el chat a lo loco para que nuestros contactos nos vieran en sus interminables listas de amigos, a permanecer en ausente durante largo tiempo para que alg¨²n amigo rompiera el hielo sin miedo. Y, si las buenas maneras entre colegas no funcionaban, el estado invisible o el bot¨®n de bloqueo solucionaban caracteres irreconciliables de manera higi¨¦nica, aunque, como es obvio, poco diplom¨¢tica.
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