Comulgar
Corro para aprender a aguantar lo que no se aguanta, para no llegar a ninguna parte, para romper el insano silencio del mundo
Yo corro. Corro poco, corro treinta minutos cada d¨ªa, pero corro. Corro siempre por el mismo circuito, corro como un h¨¢mster, como un perro entrenado, corro por las calles de mi barrio, entre el pared¨®n del cementerio y los talleres mec¨¢nicos, entre las veredas rotas y los autos en estado de desastre. Corro. Corro siempre sola, siempre con m¨²sica, siempre en las tardes aunque a veces ¡ªpocas¡ª corro tambi¨¦n en las ma?anas. Corro en Buenos Aires pero he corrido en Alcal¨¢ de Henares, en una playa de Portugal, en el parque del Retiro de Madrid, en Santiago de Chile, en una cinta de gimnasio en un hotel de Caracas. Pero nunca pude correr en Bogot¨¢ o en M¨¦xico o en Quito, donde la altura me aniquila. Corro porque me gusta sentir la furia de los m¨²sculos, la arrogancia del cuerpo, y porque cada vez es la primera: porque cada vez hay que remontar el agobio y las ganas de no correr y el horror de los primeros minutos hasta que, en alg¨²n momento, todo desemboca en un cono de silencio en el que no hay tiempo, ni fr¨ªo, ni calor, ni cansancio, ni desesperaci¨®n: s¨®lo la voluntad de permanecer all¨ª para siempre, en ese lugar horrible como si fuera el para¨ªso. Corro. Corro poco, corro treinta minutos cada d¨ªa, pero corro. Corro para aprender a aguantar lo que no se aguanta, para no llegar a ninguna parte, para romper el insano silencio del mundo. Para sentir, parafraseando a Clarice Lispector, que soy m¨¢s fuerte que yo misma. ¡°Vengo de comulgar y estoy en ¨¦xtasis?/?aunque comulgu¨¦ como un ahogado¡±, escribi¨® el poeta argentino H¨¦ctor Viel Temperley. Corro para comulgar como una ahogada. Corro para escribir. Corro porque escribo. Porque es igual de in¨²til, igual de necesario, igual de pavoroso.
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