La ruta de Lisboa
Mientras Europa resist¨ªa en las sombras de la II Guerra Mundial, la capital lusa era la ciudad m¨¢s fascinante de Occidente
Lisboa vuelve a estar de moda. No hay crisis, terremoto, incendio o revoluci¨®n que pueda con ella. Fue capital de un imperio universal. Conoci¨® el esplendor, la ca¨ªda y la destrucci¨®n. Surgi¨® de sus propias cenizas. Sabe superar sus melancol¨ªas, sus derrotas, conviviendo entre la tristeza de sus cantos y los alegres barrios de casas de varios colores. Ciudad que sube y baja, lenta y est¨¦tica como sus tranv¨ªas amarillos, todav¨ªa s¨ªmbolos de una ciudad abierta, antigua, moderna. Hoy m¨¢s cerca de lo alternativo que de lo se?orial.
Hace cuarenta a?os fue noticia universal por su revoluci¨®n con claveles. Sorpresa, alegr¨ªa y envidia de los espa?oles que quer¨ªan ser dem¨®cratas. Pero para conocer algunos de sus momentos m¨¢s espl¨¦ndidos hay que volver la vista a la ciudad de hace m¨¢s de setenta a?os. Unos tiempos en que Europa ard¨ªa, se enfrentaba y hu¨ªa de unos monstruos engendrados en su centro y en su periferia. Ciudad con la libertad restringida y las luces encendidas. Mientras Europa resist¨ªa en sombras, Lisboa era la ciudad m¨¢s fascinante de Occidente.
Un libro reciente, La ruta de Lisboa, de Ronald Weber, nos devuelve a ese mundo de ficci¨®n al que no solo quer¨ªan llegar Ilsa y Victor Laszlo escapando de Casablanca ayudados por Rick, sino donde en la realidad arrib¨® toda una fauna que hu¨ªa de los nazis. Lisboa fue la capital m¨¢s luminosa, divertida y mejor abastecida durante la II Guerra Mundial.
¡°Wolframio de d¨ªa y fornicaci¨®n de noche¡±, as¨ª defin¨ªa la vida lisboeta la mujer de David Eccles. La vida cotidiana de los diplom¨¢ticos, esp¨ªas, ricos y otros gozadores de una ciudad en paz. As¨ª vivieron en la ¡°canallesca capital del doctor Salazar¡± jud¨ªos que hu¨ªan del fascismo, dem¨®cratas que deseaban otra vida o destronados reyes como Carol II de Rumania, que viajaba con su amante, sirvientes, perros, fusiles, cuadros de Rembrandt y sus sellos.
Ciudad neutral, escala jovial para llegar a la tierra prometida de Nueva York, era el lugar con mejor doble vida de Europa. Una ciudad que era otra, ella y sus heter¨®nimos, la verdad de sus mentiras. Naveg¨® entre el espionaje y el contraespionaje, entre el rumor y el negocio, mirando la guerra desde un pl¨¢cido balc¨®n al Tajo, desde los hoteles de lujo o los casinos de Estoril. Ciudad sin armas, en guerra de especulaciones, traiciones y secretos. Ideal para pasar unas vacaciones mientras el mundo se destrozaba. David Walker escribi¨®: ¡°Est¨¢bamos sentados al borde de la guerra con los pies colgando hacia fuera¡±. Por all¨ª bebieron y esperaron su partida a Am¨¦rica Peggy Guggenheim y su amante Max Ernst, Chagall, Saint-Exup¨¦ry, Jean Renoir, Man Ray, Cecil Beaton, Franz Werfel, Thomas Mann, Julien Green o los duques de Windsor.
No todos estaban de paso. Algunos decidieron quedarse en Lisboa. Uno de los m¨¢s interesantes fue el millonario armenio Calouste Gulbenkian. Decidi¨® instalarse en el dulce clima de la ciudad, en el lujoso hotel Aviz, donde vivi¨® con su servidumbre, su amante, sus animales. Compr¨® parte de la colecci¨®n de pintura de Henri Rothschild, asesorado por Kenneth Clark, y acab¨® dejando sus fondos a una fundaci¨®n que sigue siendo una de las joyas de la ciudad.
Capital en ebullici¨®n de un pueblo de gentes prudentes y, sin embargo, aventureros. Pragm¨¢ticos, comerciantes, melanc¨®licos y elegantes. Neutrales por las gracias de su situaci¨®n. Frente al gris de Londres, el cors¨¦ de Par¨ªs, la decadencia de Berl¨ªn, el Madrid arrasado o una Roma cerrada, Lisboa era la ciudad de la luz. La azul, cristalina, blanca, dorada y colorida. Una ciudad ideal para pensar que, a pesar de la ca¨ªda de los dioses, de los ¨ªdolos, de la muerte por las ideas, del enfrentamiento de las ideolog¨ªas, la vida podr¨ªa merecer la pena.
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