La gran familia de la m¨²sica espa?ola

Efectivamente, lo de ¡°la gran familia¡± es m¨¢s que un clis¨¦. Desde luego, no se trata de una pulsi¨®n gremial: pocas ramas del arte menos inclinadas a la uni¨®n sindical que la de los m¨²sicos. Pero rockeros o copleras, celtas o heavies, todos comparten la sensaci¨®n instintiva de que navegan en el mismo barco y eso ya es suficiente para romper barreras.

Se trata de una hermandad que supera colores pol¨ªticos. Cantautores perseguidos por el franquismo pueden ironizar sobre los manierismos del vocalista favorito de Carmen Polo, pero cuando llega la hora del homenaje colectivo all¨ª est¨¢n, entregados y cari?osos. La solidaridad borra fronteras ideol¨®gicas. V¨ªctor Manuel suele recordar que cuando Ana Bel¨¦n y ¨¦l eran unos apestados, a cuenta de un espect¨¢culo presentado en M¨¦xico, Julio Iglesias se present¨® ante las autoridades competentes para certificar, como espectador, que all¨ª no hubo ofensa a la bandera ni nada similar.

Supongo que tambi¨¦n influye la curiosidad. Un servidor pudo observarlo en los ochenta, cuando participaba en el programa de Radio 3 llamado Diario Pop. Como se emit¨ªa de noche, las entrevistas se grababan por la tarde en Prado del Rey. Aunque ha pasado a la historia como una plataforma de la movida, era ecl¨¦ctico: coincid¨ªan en el estudio artistas muy, muy diversos. Para mi pasmo, el instrumentista exquisito se ofrec¨ªa a llevar de vuelta a Madrid al grupo m¨¢s punkarra de Santurce. M¨¢s adelante, me lo explic¨®: ¡°Es que quer¨ªa prolongar la conversaci¨®n con ellos¡±.

En realidad, ni siquiera necesitan que medie una presentaci¨®n. Lo he advertido en entregas de premios y actos sociales: m¨²sicos y cantantes parecen provistos de una antena especial para detectarse en salas abarrotadas. Aunque no se conozcan previamente, inmediatamente se acercan, se saludan y terminan formando pi?a. La tendencia a agruparse viene de penalidades compartidas. En el ADN del m¨²sico espa?ol est¨¢ el recuerdo de a?ejas humillaciones. Y no hablo de la Espa?a profunda y el grito de ¡°los m¨²sicos, al pil¨®n¡±. Para trabajar, el franquismo requer¨ªa la obtenci¨®n de un carnet profesional emitido por el Sindicato Vertical. Si no sab¨ªan leer partituras, como ocurr¨ªa con la mayor¨ªa de los integrantes de los grupos llamados yey¨¦s, el examen sol¨ªa ser vejatorio: eran denominados ¡°los silbadores¡±.

TVE tambi¨¦n manifest¨® espasmos antimusicales. En los primeros setenta se prohibi¨® que actuaran artistas con melenas (posiblemente, resultado de la indignaci¨®n del almirante Carrero Blanco ante lo que consideraba ¡°la feminizaci¨®n¡± de la juventud espa?ola). Como soluci¨®n de compromiso, se acept¨® que las cabelleras se disimularan con una cinta: las coletas s¨ª eran aceptables.

Con todo, esas an¨¦cdotas se evocan con humor negro. La paradoja reside en que, durante el final de la antip¨¢tica dictadura, con una televisi¨®n gubernamental limitada a dos canales, hab¨ªa m¨¢s programas musicales que en la actualidad, con la multiplicaci¨®n de televisiones de alcance nacional. La m¨²sica pop ahora solo existe si se disfraza de concurso (y olv¨ªdense de los programas especializados). Signo de los tiempos.

No obstante, una constante del pop espa?ol ha sido la tenacidad para abrirse camino. Parece cosa de magia que, a comienzos de los sesenta, de la nada surgieran miles de conjuntos en un pa¨ªs que acababa de sufrir las carencias de la autarqu¨ªa: de alguna manera, se buscaron instrumentos y se cre¨® un circuito ¨Csalas de fiestas recicladas en discotecas¨C que permiti¨® la multiplicaci¨®n de aquellas formaciones.

Todav¨ªa no somos conscientes de la variedad de propuestas de los a?os sesenta y primeros setenta, alentada por la urgencia de expresarse y adquirir una identidad. Gracias a las reediciones del sello Munster, hemos descubierto la pasi¨®n hispana por el soul ¨Ccon Los Canarios como grupo estelar¨C o el fil¨®n del rock de garaje, con los barceloneses Salvajes como banda emblem¨¢tica. Y queda por explorar la cantera del rock instrumental: Los Pekenikes y Los Rel¨¢mpagos representan la proverbial punta del iceberg.

El aceler¨®n fue impresionante. En los inicios se ve¨ªan con prevenci¨®n aquellas guitarras el¨¦ctricas. Pero, antes de que terminara la d¨¦cada, Los Bravos o Miguel R¨ªos hab¨ªan firmado discos que fueron ¨¦xito en todo el planeta. Algo tuvo que ver el detalle de que detr¨¢s estaban productores de origen for¨¢neo: Alain Milhaud y Rafael Trabucchelli.

La apertura de Espa?a al turismo internacional y el surgimiento de la juventud como sector consumidor, con la consiguiente demanda de m¨²sica pop, atrajeron a Espa?a a todo tipo de artistas, desde Georgie Dann a Phil Trim. Es lo que el estudioso ?lex Or¨® ha bautizado como la Legi¨®n Extranjera, inmigraci¨®n con un saldo m¨¢s que positivo. A mediados de los setenta, huyendo de la barbarie militar argentina, aparecieron los imberbes chicos de Tequila (Ariel Rot, Alejo Stivel) y el veterano Moris: demostraron que urg¨ªa recuperar el castellano para el rock y usarlo para describir la realidad circundante.

En 1990, de la mano precisamente de Ariel Rot, arribar¨ªa una d¨ªnamo porte?a Andr¨¦s Calamaro, cuyo car¨¢cter torrencial puso el list¨®n muy alto para sus colegas espa?oles. En a?os posteriores, nos hemos beneficiado de la presencia de polivalentes m¨²sicos cubanos, que han desempe?ado funciones esenciales en el flamenco, el jazz y el pop. Sin olvidar el fen¨®meno del mestizaje, cuya encarnaci¨®n enjuta es Manu Chao, parisiense pero trasplantado a Barcelona desde los noventa.

El puente a¨¦reo entre el Viejo y el Nuevo Continente ha servido igualmente para que los artistas espa?oles, en certeras palabras de Joaqu¨ªn Sabina, ¡°se quitaran la boina¡±. Siempre hubo mercado en Am¨¦rica para la m¨²sica espa?ola, pero a finales de los sesenta desembarcaron unos arrolladores baladistas ¨CCamilo Sesto, Nino Bravo¨C, que proced¨ªan frecuentemente de conjuntos. Siguieron los cantautores, obligados por sus encontronazos con el franquismo, que hallaron all¨ª un p¨²blico c¨®mplice; esa fusi¨®n de afectos explica el estatus divino alcanzado all¨ª por Joan Manuel Serrat y Sabina.

Todos los artistas espa?oles han probado la aventura americana. Pero, como aprendieron H¨¦roes del Silencio, hacer visitas ocasionales no equival¨ªa a ¡°conquistar¡± (ah, palabra err¨®nea) nuevos mercados. Se trataba, en la jerga de aquellas tierras, de ¡°picar piedra¡±, empezar desde abajo y con toda la humildad. Los m¨¢s abiertos advirtieron enseguida que aquello revitalizaba sus planteamientos, vitales y est¨¦ticos, lo que explica que Enrique Bunbury, antiguo vocalista de H¨¦roes, tenga ahora su base en California.

El caso Bunbury pone en solfa otro mito persistente sobre el pop espa?ol: que su manifestaci¨®n principal es el grupo, lo que condena a la irrelevancia a los integrantes que luego intentan lanzarse como solistas. Cuesta elaborar un nuevo perfil, pero no es imposible. Lo demuestra Manolo Garc¨ªa, que mantiene una pol¨ªtica de lealtad insobornable hacia su m¨²sica: de pleno acuerdo con su excompa?ero, Quimi Portet, jam¨¢s ha permitido que se editen recopilaciones con el material grabado por El ?ltimo de la Fila, bajo la teor¨ªa de que eso supone despiezar unos elep¨¦s que deben apreciarse en su integridad. Una opci¨®n que, internacionalmente, solo defienden irreductibles tipo Neil Young o Tom Waits.

Manolo Garc¨ªa tambi¨¦n es paradigma de inquietud sonora: cada tres a?os, viaja a grabar en otros pa¨ªses, donde colabora con m¨²sicos de sesi¨®n locales. La vocaci¨®n atlantista tambi¨¦n ha definido la trayectoria de Juan Perro, conocido como Santiago Auser¨®n en los tiempos de Radio Futura. Que conste que no es preciso tener un pasaporte lleno de sellos fronterizos para sobrevivir musicalmente: el muy prudente Rosendo vuela poco, pero sus ense?anzas, con y sin Le?o, est¨¢n en los cimientos del vigoroso rock urbano que abarca desde los desaparecidos Barricada a los muy vivos Extremoduro. Aqu¨ª debemos aludir a las ¡°escenas¡± cerradas sobre s¨ª mismas. Est¨¢ el heavy metal, justamente quejoso de la parcialidad de los medios hacia el pop, pero que sabe buscarse la vida, incluso haciendo las Am¨¦ricas. M¨¢s extra?o es que del hip-hop nacional no hayan salido figuras con gancho generalista, como vemos en el resto del mundo; una consecuencia de la preferencia musical por la l¨ªnea m¨¢s ¨¢spera y de cierta propensi¨®n al ombliguismo. Y demos un margen a Mala Rodr¨ªguez, tan underground y tan desconfiada que parece resistirse a dar el salto adelante.

En general, sin embargo, podr¨ªamos afirmar que la m¨²sica espa?ola ha ido despoj¨¢ndose de prejuicios a partir de los noventa. En 1989, una noche se juntaron Radio Futura y El ?ltimo de la Fila bajo el nombre de Los Peatones: una de las piezas que interpretaron fue La noche del hawaiano, un entonces ins¨®lito saludo a Peret y la rumba catalana, m¨²sica tan ubicua como infravalorada. M¨¢s adelante, la rumba ¨Cen sus vertientes catalana y madrile?a¨C formar¨ªa parte del arsenal de grupos y solistas del pop, aprovechando la ruta abierta por Gato P¨¦rez, Calamaro y Manu Chao, orejas frescas que supieron reconocer sus posibilidades. Diez a?os despu¨¦s del rel¨¢mpago de Los Peatones, unos hermanos payos procedentes del extrarradio de Barcelona tomaban los hallazgos de la rumba para construir el triunfal repertorio de Estopa.

En los ochenta se produjo una insurrecci¨®n en un territorio tan regulado y jerarquizado como es el flamenco. Descendientes de estirpes respetadas, los fundadores de grupos como Ketama o La Barber¨ªa del Sur, decidieron ampliar su vocabulario musical para consternaci¨®n de unos padres que hab¨ªan sudado la camisa en el limbo de los tablaos. Felizmente, contaban con la benevolencia de un disquero visionario, Mario Pacheco, lo bastante elegante para ceder sus artistas a multinacionales cuando estos ansiaban dar el salto al gran p¨²blico (y generoso para reacoger a los que se estrellaron). Para calibrar la labor de Nuevos Medios, comparen el impacto del nuevo flamenco con el pinchazo de anteriores fogonazos sevillanos, del calibre de Smash, Veneno o La leyenda del tiempo; solo el grupo Triana logr¨® implantarse.

Revent¨® una agr¨ªa pol¨¦mica con el muy conservador establishment del flamenco, que avisaba del peligro de diluci¨®n de las esencias. Con el tiempo, algunos de los iniciales defensores de los j¨®venes flamencos ¨Cel t¨¦rmino preferido por Pacheco¨C hemos terminado aceptando que hab¨ªa sabidur¨ªa en la oposici¨®n de los flamenc¨®logos cascarrabias: pretend¨ªan parar el reloj de la historia, pero sus peores pron¨®sticos se confirmaron. La atracci¨®n cal¨¦ por la salsa o la m¨²sica brasile?a degener¨® en ese equivalente de la fast food denominado flamenquito, tan popular como banal.

El ant¨ªdoto lo trajo un cantaor granadino, Enrique Morente; aunque ya hab¨ªa experimentado con los acompa?amientos el¨¦ctricos, proporcion¨® un colosal impulso al flamenco con Omega (1996), disco de cocci¨®n lenta que emparej¨® a Federico Garc¨ªa Lorca y Leonard Cohen en una fragua donde martillearon los mejores tocaores y el grupo de rock Lagartija Nick. Su inesperada desaparici¨®n, con 67 a?os, supuso una tragedia y una frustraci¨®n inmensas: dej¨® docenas de proyectos sin acabar. Puede que, t¨¦cnicamente, Morente nunca consiguiera un hit. Pero ofrec¨ªa valiosas pautas de autoexigencia y de emancipaci¨®n. Aunque finalmente resultara incompatible con su esp¨ªritu bohemio, mont¨® un sello independiente, significativamente llamado Discos Probeticos (diminutivo de ¡°pobres¡±). Estaba intuyendo el presente, con una industria musical desarbolada por los h¨¢bitos de consumo dominantes ¨Cl¨¦ase ¡°escuchar sin pagar¡±¨C.

El mercado del directo tambi¨¦n se ha visto estrangulado por la crisis econ¨®mica, empeorada por ese IVA del 21%. Obligatoriamente, buena parte de los artistas espa?oles son ahora independientes como t¨¢ctica de supervivencia. Y aun as¨ª, ninguno cambiar¨ªa su oficio por otro mejor remunerado. No se me ocurre una profesi¨®n art¨ªstica que permita tal difusi¨®n inmediata y universal de los frutos de la imaginaci¨®n, que facilite el contacto regular entre creadores y seguidores, que se divierta (y aguante) tanto. Vean las fotos que ilustran este reportaje: se percibe m¨¢s de una batalla por lograr la imagen so?ada, pero, con todo, reina la satisfacci¨®n personal. Como afirmaba una discogr¨¢fica de los sesenta, est¨¢n ¡°felices de ser parte de la industria de la felicidad humana¡±.