Mi amigo al otro lado de la valla
La barrera que separa a los sanos de los enfermos de ¨¦bola en Liberia parece infraqueable, pero tambi¨¦n hay quien consigue pasar al otro lado
Liberia est¨¢ dividida por una doble valla naranja. La construimos para mantener la enfermedad a raya. La levantamos para separarnos a nosotros (los sanos, los privilegiados) de ellos (los enfermos, los necesitados). La construimos para sentirnos menos mortales.
Patrick est¨¢ dentro. Yo estoy fuera.
Le veo todos los d¨ªas; nos sonre¨ªmos y saludamos. Patrick no es m¨¢s que un ni?o pero se pasa el d¨ªa con hombres cinco veces mayores que ¨¦l, casi como si tratara de compensar el hecho de que es demasiado joven para morir. Cuando tienen suficiente energ¨ªa juegan a las damas y al p¨®ker, y escuchan BBC ?frica en la radio que les traje un d¨ªa con mi disfraz de invasor espacial. Patrick tiene una sonrisa t¨ªmida y torcida y un morat¨®n junto a su ojo derecho. Acaba de perder a su madre pero su padre est¨¢ ah¨ª con ¨¦l, en este horrible lugar.
Todos los d¨ªas me digo a mi misma: Ane, no dejes que Patrick te robe el coraz¨®n, este ni?o no pertenece al mundo de los vivos. Estar¨¢ aqu¨ª una semana y, despu¨¦s, se ir¨¢ para siempre. ?C¨®mo vas a hacer tu trabajo una vez que Patrick se haya ido? ?No recuerdas con lo que te est¨¢s enfrentando aqu¨ª? ¡°Este asunto del ?bola¡±, como dicen en la radio. Una tasa de mortalidad potencial de hasta el 90%. La gente al otro lado de la valla no regresa a este lado. Sabes que es peligroso acercarse.
Me lo repito todos los d¨ªas y nunca me escucho. Es imposible no buscar su sonrisa ladeada cada vez que llego a trabajar por la ma?ana. Es imposible no darme cuenta de los peque?os cambios en sus niveles de energ¨ªa de un d¨ªa a otro. No puedo resistir saludarle, escrutar su rostro y su expediente m¨¦dico intentando desesperadamente encontrar cualquier detalle que me d¨¦ esperanzas de que est¨¢ mejorando. Alguna se?al que me permita albergar la ilusi¨®n de que alg¨²n d¨ªa podremos jugar al p¨®ker, sin las dificultades que supone llevar mascarilla, gafas protectoras y doble guante.
Y es entonces cuando llega la horrible ma?ana. Esa para la cual me intent¨¦ preparar. La ma?ana en la que Patrick ya no me saluda. Miro a trav¨¦s de la valla y all¨ª est¨¢, tumbado en un colch¨®n a la sombra. Sus amigos, todos hombres mayores, caminan de puntillas a su alrededor, parecen preocupados. Me preparo. Me temo lo peor.
Su padre me cuenta que Patrick ha estado toda la noche quej¨¢ndose de que le duele el est¨®mago. El peque?o tiene los labios agrietados, resecos, los ojos febriles y apenas conserva una brizna de su energ¨ªa habitual. Intenta sonre¨ªr al verme.
Todos los d¨ªas me digo: Ane, no dejes que Patrick te robe el coraz¨®n, este ni?o no pertenece al mundo de los vivos
¡ªPatrick, amigo, no tienes buena cara. Me preocupa verte as¨ª. ?Hay algo que pueda hacer por ti?
Patrick levanta la mirada y susurra algo. Me acerc¨® a ¨¦l con mi voluminoso traje espacial. ?Qu¨¦ ha dicho?, me pregunto.
¡ª?Me puedes conseguir una bicicleta?, me dice.
?Ay Patrick! ?D¨®nde conducir¨ªas tu bicicleta? Ahora estas rodeado de vallas naranjas y nunca aprender¨¢s a montar en bici. No se trata solo de un dolor de est¨®mago. ?No te contaron tus amigos mayores sobre esta maldita enfermedad? ?o bajaban el volumen cuando en BBC ?frica explicaban algunos de sus horribles s¨ªntomas?
Salgo de la zona de aislamiento. No quiero empezar a llorar dentro de las gafas. Me odio a m¨ª misma por haber conocido a este ni?o. ?Por qu¨¦ no me qued¨¦ en casa?
Me prometo a m¨ª misma que conseguir¨¦ un trabajo normal.
La ma?ana siguiente, algo me empuja a volver. Quiero estar ah¨ª por su padre. Parece agotado pero, en cuanto me ve a trav¨¦s de la valla, me saluda con una sonrisa enorme. Junto a ¨¦l y desplomado en la silla, alguien me est¨¢ mandando una sonrisa t¨ªmida y torcida. Patrick no tiene suficiente energ¨ªa para levantarse, as¨ª que me visto con el traje de protecci¨®n y entro. A pesar de solo ver una parte min¨²scula de mi rostro, Patrick me reconoce:
¡ªVeo a mi amiga. ?Pero no veo mi bicicleta!
No puedo decirle que no pensaba que sobrevivir¨ªa la noche. Intento encontrar las palabras adecuadas. ?Puedo decir que se me olvid¨®? Patrick me mira con severidad.
¡ªLa se?orita olvida, ?pero el hombre no!
Patrick, ?de d¨®nde sacas estas cosas? ?Es esto lo que oyes de tu entorno? Prom¨¦teme que alg¨²n d¨ªa empezar¨¢s a pasar el tiempo con ni?os de tu edad.
Ser dado de alta en un centro para pacientes de ?bola resulta confuso. Tras semanas rodeado de personas que tienen miedo de acercarse, de repente todos quieren abrazarte
Patrick y su padre fueron dados de alta el pasado domingo. Parec¨ªan agotados. No me pod¨ªa creer que Patrick se hab¨ªa curado de ?bola antes de que el morat¨®n junto a su ojo derecho hubiese desaparecido. Se hab¨ªa quedado tan delgado que tuvimos que ajustarle los pantalones con un trozo de cuerda.
Ser dado de alta en un centro para pacientes de ?bola resulta confuso. Tras semanas rodeado de personas que tienen miedo de acercarse, de repente todos quieren abrazarte y besarte. Puede desconcertar a cualquier persona, incluso a un peque?o sabio como Patrick.
En las raras ocasiones en las que un paciente se recupera le proporcionamos un certificado que acredita que ha superado la enfermedad, que el an¨¢lisis demuestra que es negativo para el virus del ?bola.
Aqu¨ª est¨¢ Patrick Poopel, de pie, en mi lado de la valla, sonriendo t¨ªmidamente con su certificado de alta, preparado para aprender a montar en bici.
Al contrario de lo que puedas pensar, Patrick, esto es algo que esta se?orita nunca olvidar¨¢.
Ane Bj?ru Fjelds?ter, psic¨®loga, 31 a?os, naci¨® en Trondheim, Noruega. Ane ha estado un mes en Monrovia formando parte de la respuesta de M¨¦dicos Sin Fronteras al brote en Liberia
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