La carga del pasado
La Transici¨®n demostr¨® que el cambio era posible y que los dirigentes actuaron de manera sensata. Pero no hay milagros: muchos problemas heredados quedaron en pie. Desligarse de ellos exige un gran esfuerzo
Hace solo veinte, o incluso diez, a?os, Espa?a parec¨ªa haber superado muchos de los problemas que hab¨ªan mantenido al pa¨ªs hundido en un atraso secular. Un atraso relativo, solo comparado con Inglaterra, Francia o Alemania, pero vivido como muy humillante por nuestros bisabuelos, que cre¨ªan en pueblos o razas superiores e inferiores y no pod¨ªan admitir compararse con Polonia, Turqu¨ªa o Marruecos. Mir¨¢ndose en el espejo de la Europa avanzada, las generaciones del 98 o del 14 se angustiaron y desesperaron ante lo que percibieron como pa¨ªs pobre, dividido entre unos pocos latifundistas con ¨ªnfulas nobiliarias y unos millones de braceros toscos e ignorantes; con unos per¨ªodos de efervescencia pol¨ªtica seguidos por otros en que reinaba el orden gracias a la fuerza, el caciquismo y el falseamiento del sufragio; sometido a una influencia clerical desmesurada incluso para el mundo cat¨®lico y a un intervencionismo militar que se traduc¨ªa en constantes pronunciamientos y dictaduras; y enfrentado con el nuevo desaf¨ªo catal¨¢n y vasco.
Ese inestable c¨®ctel llev¨®, tras muchos zig-zags, al ba?o de sangre de 1936-39. Pero pareci¨® superado al terminar el largo per¨ªodo franquista, con una Transici¨®n relativamente f¨¢cil. No ser¨¦ yo quien reniegue de la Transici¨®n. Pero s¨ª del clima triunfalista que gener¨®. De repente, pareci¨® que todo iba bien: hab¨ªamos resuelto nuestros problemas ¡ªsalvo el territorial¡ª: ni ¨¦ramos pobres ni dominaban ya militares, curas y latifundistas. Sac¨¢bamos pecho. ?ramos un pa¨ªs europeo, ¡°normal¡±. Habl¨¢bamos del ¡°milagro espa?ol¡±. Celebr¨¢bamos con toda pompa los fastos del 92. Nuestros ferrocarriles y carreteras deslumbraban ahora a los europeos, que hac¨ªa nada de tiempo estaban a a?os luz de nosotros ¡ªera en parte gracias al dinero europeo, pero eso mejor olvidarlo¡ª. Nuestra renta per c¨¢pita iba a superar a la italiana, luego a la brit¨¢nica, y era cuesti¨®n de tiempo alcanzar a franceses y alemanes. En cuanto a nuestra democracia, qui¨¦n pod¨ªa ponerle un pero. Qu¨¦ importaba que en Inglaterra o Estados Unidos hubiera tardado siglos en formarse y la nuestra fuera de ayer y poco menos que ca¨ªda del cielo.
Pero no hay milagros. La Transici¨®n, con todas sus virtudes, se hizo sin cumplir un requisito que hubiera preocupado a un Giner de los R¨ªos: la preparaci¨®n pedag¨®gica indispensable para cualquier avance pol¨ªtico. Es verdad que en el mundo clandestino del antifranquismo se hab¨ªa ido creando una cierta cultura democr¨¢tica, pero estaba cargada de rasgos jacobinos o inquisitoriales; no se interiorizaron los valores de libertad, de respeto al otro, de convivencia con el disidente. Falt¨® ese saber ser libres que no se establece por decreto, como se establecen las convocatorias electorales, sino que se aprende con tiempo, esfuerzo y duros golpes al dictador que todos llevamos dentro.
Una funci¨®n pedag¨®gico-pol¨ªtica de este tipo pod¨ªa haber cumplido la malhadada Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa, pero esta se enfoc¨® por otros derroteros, m¨¢s sofisticados, m¨¢s provocadores frente a la moral cat¨®lica tradicional, menos centrados en lo que aqu¨ª necesitamos: aprender a debatir, a escuchar al discrepante, a practicar la libertad de manera responsable; es decir, a hacer exactamente lo contrario de lo que hacen los tertulianos o los reality shows televisados. Mi generaci¨®n no pudo leer a Giner de los R¨ªos o a John Stuart Mill. Para las siguientes, se decidi¨® que no hac¨ªa falta (y ahora el Gobierno suprime, sin m¨¢s, la educaci¨®n c¨ªvica). Y eso se paga.
El pesimismo es lo que menos necesitamos ahora. Construyamos sobre los datos positivos
Una democracia que no se asienta sobre una ciudadan¨ªa educada y consciente de sus derechos es necesariamente de mala calidad. Porque el ciudadano sin formaci¨®n pol¨ªtica tiende a cometer errores de bulto. Uno de los primeros es caer en el populismo, que consiste en aceptar la ingenua idea de que el pueblo es bueno y que todo ir¨ªa bien si se hiciera lo que ¨¦l quiere o intuye; los culpables de nuestros males son los dirigentes, ¡°los pol¨ªticos¡±. Lo cual elimina la responsabilidad de la ciudadan¨ªa, pese a ser ella quien ha generado y ha elegido a estos. Y conduce a un segundo error: poner desmesuradas esperanzas en un l¨ªder o un partido, sentarse a esperar redentores, pol¨ªticos fuertes y honestos que, sin esfuerzo por nuestra parte, nos resolver¨¢n los problemas. Lo cual provoca enseguida el desencanto. El elector defraudado gira entonces al otro extremo y empieza a denigrar al que ayer veneraba. Ortega lo escribi¨®: hay que ¡°desterrar, podar del alma colectiva, la esperanza en el genio, que viene a ser una manifestaci¨®n del esp¨ªritu de la loter¨ªa. (¡) Prefiero para mi patria la labor de cien hombres de mediano talento, pero honrados y tenaces, que la aparici¨®n de ese genio, de ese Napole¨®n que esperamos¡±.
?C¨®mo pudimos creer que, en un abrir y cerrar de ojos, hab¨ªamos superado un pasado tan duro, que toda nuestra herencia cultural hab¨ªa desaparecido por arte de magia? El ser humano se comporta seg¨²n le ense?a el entorno en que crece. Lo cual de ning¨²n modo significa que estemos sometidos a un destino fatal, que el pasado sea una losa imposible de levantar. Sobran los ejemplos de cambios; el cambio existe, es incluso inevitable en la historia; pero las herencias y las continuidades, tambi¨¦n.
Que el cambio era posible se demostr¨® durante la Transici¨®n. Un exfalangista, joven, listo y ambicioso, comprendi¨® que era inevitable desmantelar el r¨¦gimen y lo hizo en relativamente poco tiempo. Un rey, joven tambi¨¦n y menos corto de lo que cre¨ªamos, entendi¨® que las circunstancias no le permit¨ªan comportarse como su abuelo. Los dirigentes de la oposici¨®n renunciaron a los maximalismos revolucionarios a cambio de un sistema democr¨¢tico parlamentario. Los dirigentes actuaron, pues, de manera sensata. Pero muchos problemas heredados quedaron en pie.
Sentarse a esperar redentores que nos resuelvan las dificultades conduce al desencanto
Dejando de lado los aspectos econ¨®micos, que no son mi campo, y ci?¨¦ndome a lo institucional y cultural, no era l¨®gico pensar que unos funcionarios, jueces, militares o polic¨ªas que hab¨ªan aprendido a desempe?ar sus tareas en un r¨¦gimen de sumisi¨®n, halago al jefe y cultivo de clientelas, iban a convertirse en impecables servidores de la ley y el bien p¨²blico sin necesidad de ning¨²n tipo de reciclaje. Ni que unos ciudadanos que hab¨ªan obedecido durante siglos por puro miedo al castigo, una vez suavizado este y sin aprendizaje alguno iban a interiorizar y cumplir las normas de convivencia. Ni que los propios pol¨ªticos que condujeron la Transici¨®n iban a dejar de aprovechar el entorno y los reflejos heredados para recaer en el clientelismo y el autoritarismo. Ni que un pa¨ªs con tan pobre tradici¨®n cient¨ªfica iba a empezar a tener, sin un enorme esfuerzo de inversi¨®n y nuevos m¨¦todos de ense?anza y de selecci¨®n del personal, tantos premios Nobel de F¨ªsica o Medicina como otros donde se hab¨ªa cultivado la ciencia durante siglos. Ni que profesores para quienes una clase consist¨ªa en recitar un mon¨®logo ante un grupo de oyentes pasivos, que deb¨ªan repetirlo luego memorizado en un examen, iban de repente a saber incentivar la lectura, fomentar la participaci¨®n de sus estudiantes y debatir y pensar juntos. Ni que una ciudadan¨ªa acostumbrada a escabullirse de la hacienda p¨²blica, y a admirar a los defraudadores, iba a pagar honradamente sus impuestos. Ni que quienes hab¨ªan crecido al amparo de caciques no iban a votar, ahora que pod¨ªan votar, a alcaldes corruptos pero que tra¨ªan dinero al pueblo.
No estoy recetando un retorno a la literatura del ¡°Desastre¡± y al ¡°problema de Espa?a¡±, a la autoflagelaci¨®n y al ensayismo f¨¢cil sobre caracteres colectivos de ra¨ªz metaf¨ªsica. Una dosis de pesimismo es lo que menos necesitamos ahora. En la Espa?a actual hay datos positivos, como el que nadie cuestione la legitimidad de la democracia; o que no haya una extrema derecha populista, al contrario que en nuestra siempre envidiada Francia; o el car¨¢cter pac¨ªfico del proceso catal¨¢n ¡ªpor ambas partes; y pese a las pasiones que levanta¡ª; o la ins¨®lita transformaci¨®n de nuestras fuerzas armadas. Construyamos sobre esos datos.
No hay que ser fatalistas, pero tampoco ingenuos. Evitemos la ilusi¨®n milagrera. Las ataduras del pasado son superables, pero para desligarse de ellas hay que reconocer su existencia y realizar un gran esfuerzo.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador. Su ¨²ltimo libro es Las historias de Espa?a (Pons / Cr¨ªtica).
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