Ni?os, aviones y futuro
Los menores de un campo de refugiados sirio distinguen cuatro tipos de bombas No es la clase de conocimiento deseado para ellos
Aya tiene seis a?os y es muy t¨ªmida. Cuando sea mayor quiere casarse y trabajar como profesora. Me pregunto c¨®mo va a hacerlo si nunca ha ido al colegio. Era demasiado peque?a cuando estall¨® la guerra en su pa¨ªs, Siria, y ahora vive en un asentamiento de refugiados en el oeste de L¨ªbano. Su madre, Fatouma, nos cuenta que solo uno de sus cinco hijos ha pisado un aula: ¡°Cuando los bombardeos empezaron, solo Mohammed, que ahora tiene nueve a?os, estaba escolarizado. Cada d¨ªa, cuando iba al colegio, llegaban los aviones y eso le caus¨® un miedo enorme. Hasta ahora no ha sido capaz de volver a la escuela por ese temor¡±.
Ese nerviosismo ante los aviones es una constante. En otra ocasi¨®n, Khadiya, participante en uno de los programas de Acci¨®n contra el Hambre, nos pide que fotografiemos a sus hijos y sobrinos, y ellos, encantados, posan alineados sobre un banco. Sobrevuela un helic¨®ptero y es como si una corriente el¨¦ctrica recorriera la hilera: ellos se estremecen con la tensi¨®n reflejada en sus caras. Pasan unos segundos hasta que se recomponen, pero ya no recuperan sus orgullosas sonrisas para la foto.
Cada d¨ªa, helic¨®pteros, e incluso alg¨²n caza, sobrevuelan la zona. Y cada vez que esto ocurre, alguno de los menores tira de mi mano para avisarme. Quieren que sepa que de ah¨ª vienen las bombas que se han grabado en su memoria. Con la ayuda de Ward, un compa?ero de Acci¨®n contra el Hambre que me traduce, asisto at¨®nita a una conversaci¨®n entre ni?os y ni?as de unos 10 a?os en la que describen bombardeos dando detalles de, al menos, cuatro tipos espec¨ªficos de bombas. No es la clase de conocimiento que una asocia o desea para esa edad.
Tambi¨¦n cada d¨ªa, sobre las once y media de la ma?ana, muchos desaparecen en el interior de sus tiendas y salen al cabo de unos minutos con la cara limpia y el pelo repeinado. ¡°?Al madrassa?¡±, pregunto con mi precario y reci¨¦n adquirido ¨¢rabe. Y responden con una sonrisa: ¡°S¨ª, al colegio¡±. Al poco tiempo llega el autob¨²s y sus bocinazos avisan a los m¨¢s de 200 escolares del asentamiento de que ya est¨¢ aqu¨ª. Es un veh¨ªculo amarillo, como los que vemos en las pel¨ªculas estadounidenses, y su presencia no deja de chocarme en este contexto.
No es una escuela al uso, sino un programa que ha puesto en marcha Naciones Unidas para mantener cierta instrucci¨®n, pero que no sigue el itinerario formativo que deber¨ªan tener. Aprenden ingl¨¦s, refuerzan el ¨¢rabe, cantan, juegan¡ Es tambi¨¦n una oportunidad para salir del asentamiento y recuperar cierta normalidad. Con orgullo me muestran sus libros y recitan canciones que han aprendido.
Muchos ni?os en nuestro pa¨ªs acaban de iniciar el nuevo curso. Muchos otros en el mundo no tienen esa posibilidad, 57 millones seg¨²n Naciones Unidas. Los que viven en asentamientos de refugiados sirios forman parte de ese 42% de los 57 millones que no puede asistir a la escuela a causa de un conflicto. Incluso si la situaci¨®n se soluciona en el corto plazo, la brecha abierta en su educaci¨®n afectar¨¢ seriamente a sus oportunidades futuras.
Y no son ¨²nicamente los ni?os los afectados en este sentido. En estas semanas conozco tambi¨¦n a j¨®venes que han tenido que abandonar sus estudios universitarios y ahora sobreviven trabajando cuando pueden como jornaleros en el campo. Ahmed lleg¨® primero con su hermano al sur de L¨ªbano y ahora vive all¨ª junto a sus mujeres, hermanas, hijos y sobrinos. En total, 17 miembros de su familia se api?an en una m¨ªsera caseta dentro de la finca donde ¨¦l trabaja. En Alepo era estudiante de Derecho y, tras casi cuatro a?os de guerra y huida, a¨²n se pregunta si podr¨¢ volver a la facultad alg¨²n d¨ªa.
Pero tambi¨¦n hay espacio para la esperanza. Un amigo de un asentamiento me presenta otro d¨ªa a un joven de aspecto serio y formal. Quieren contarme que ha terminado el instituto y que va a ir a la universidad. Espera estudiar biolog¨ªa y convertirse en t¨¦cnico de laboratorio. Es consciente de que le costar¨¢ esfuerzo y dinero, pero planea trabajar para cubrir los gastos. ¡°?En Siria?¡±, le pregunto. Y el responde: ¡°Insha¡¯Allah¡± (si Dios lo quiere). Ojal¨¢.
Nuria Berro, t¨¦cnica de comunicaci¨®n de Acci¨®n contra el Hambre, ha visitado los asentamientos sirios en el oeste de L¨ªbano. Junto al cineasta David Mu?oz, ganador de un Goya, la organizaci¨®n prepara un proyecto cinematogr¨¢fico para visibilizar la dura realidad de los refugiados sirios. Este cortometraje de ficci¨®n, protagonizado por la propia comunidad del asentamiento y cofinanciado por la Cooperaci¨®n Espa?ola, formar¨¢ parte de la programaci¨®n oficial del Festival de M¨¢laga en 2015.
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