Pagar y sufrir
Quiz¨¢ el turismo de experiencia nos endurezca y nos acostumbre a los rigores de la crisis. ?Pero a qu¨¦ precio!
Seg¨²n las estad¨ªsticas, el turismo creci¨® este pasado verano en Espa?a a niveles superiores al inicio de la crisis, tanto el interno como el que viene de fuera; pero eso no bast¨® ni para sacarnos del pozo financiero, ni para aliviar el bald¨ªo territorio del desempleo, ni para protegernos de los chuzos de punta que presagia la econom¨ªa mundial. Tras el verano, seguimos igual de pobres e infelices que en mayo. El turismo no remedia la crisis.
He buscado otro tipo de estad¨ªsticas: aquellas que podr¨ªan hablarnos de los h¨¢bitos de los viajeros y de su nivel cultural¡ Pero apenas encuentro nada salvo las noticias que hacen referencia a los excesos de alcohol y sexo. Existe, sin embargo, mundo adelante, un curioso tipo de turismo que no s¨¦ si en Espa?a ha cuajado todav¨ªa. Me refiero a una suerte de viaje que podr¨ªamos calificar como turismo para masoquistas. Quiz¨¢, va llegando poco a poco. Hace unas semanas le¨ªa una propuesta vacacional de un balneario malague?o en donde ofertaban, a precios m¨¢s que prohibitivos, estancias para recuperar la salud y la buena forma a base de feroces masajes, ba?os de aguas casi hirvientes, sesiones de ejercicio agotador y comidas frugales, todo ello adornado con visitas culturales por los alrededores a la hora de la siesta. Mirado de otra forma, la propuesta comprend¨ªa palizas, escaldaduras, hambre y paseos en plena can¨ªcula: como digo, a precios desorbitados.
Recuerdo ahora un viaje al norte de Canad¨¢ que llev¨¦ a cabo hace seis a?os. Navegaba en un crucero atravesando el Paso del Noroeste y, en el islote de Beechey, los pasajeros desembarcamos para visitar las tumbas de varios miembros de la tr¨¢gica expedici¨®n de Franklin de 1845. Era un d¨ªa helador y, mientras camin¨¢bamos sobre la superficie congelada, nuestros pies se hund¨ªan a menudo en peque?as charcas que cubr¨ªan una fr¨¢gil placa de hielo. Y claro, se nos mojaban los calcetines.
No s¨¦ si en Espa?a ha cuajado todav¨ªa el turismo para masoquistas¡±
Unos d¨ªas despu¨¦s, ya solo, llegu¨¦ a Inuvik, en la desembocadura del r¨ªo Mackenzie. Busqu¨¦ hotel en mi gu¨ªa y me llam¨® la atenci¨®n el Artic Chalet, que ofertaba una de sus habitaciones, por 100 euros diarios, de esta guisa: ¡°Una r¨²stica caba?a para viajeros que quieren vivir una verdadera experiencia de pionero¡±. Hab¨ªa lista de espera, pero los due?os lo arreglaron para que pudiera quedarme.
Dur¨¦ 10 minutos en la caba?a. No ten¨ªa m¨¢s luz que la de una l¨¢mpara de gas; hab¨ªa mir¨ªadas de chinches y cucarachas, telara?as en los rincones, s¨¢banas sucias, una tetera oxidada, un agujero como v¨¢ter, agua oscura en una palangana y tufo a sobaco de pionero. Al escapar, me top¨¦ con un oso negro y grit¨¦ desaforadamente para que el recepcionista del hotel lo espantara disparando al aire.
Quiz¨¢ este turismo de experiencia nos endurezca y nos acostumbre a los rigores de la crisis. ?Pero a qu¨¦ precio!
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