Demonios familiares
Un mundo lento, amable, hasta que la guerra lo desgarra de pronto. Es el mundo favorito de Matute, el de sus grandes novelas de juventud
Una muchacha indecisa entre la adolescencia y una madurez precoz, la indeseada pero inevitable herencia de una familia infeliz, podrida de silencios. Una muchacha que se aferra a los lugares de su ni?ez, aunque sabe que no fue dichosa, y ni siquiera desea volver a ella. Una muchacha que est¨¢ sola y es valiente, pero ha pasado tanto miedo que no lo sabe.
La protagonista de la ¨²ltima novela de Ana Mar¨ªa Matute se llama Eva. El nombre de la primera mujer tal vez no sea una elecci¨®n casual. Tal vez, su creadora lo eligi¨® para simbolizar en ella el eterno c¨ªrculo del principio que nunca alcanza otro final que el abocado a desencadenar un nuevo principio. Eva vive en Espa?a, en un pueblo grande o una ciudad peque?a, un mundo lento, amable, hasta que la guerra lo desgarra de pronto. Es el mundo favorito de Matute, el de sus grandes novelas de juventud, el que sostiene el asombroso alarde de energ¨ªa juvenil que derrochan las ¨²ltimas. En esa geograf¨ªa peque?a, familiar y flamante a la vez, Eva reedita y confirma una de las grandes proezas de su autora. Ni la literatura espa?ola contempor¨¢nea, ni la misma Espa?a, ser¨ªan ellas mismas sin las adolescentes de Ana Mar¨ªa.
Ana fue, desde el principio, una novelista descomunal, monumental, excepcional en m¨¢s de un sentido. Era, adem¨¢s, una mujer tan inteligente que fue capaz de encontrar un camino propio, desbrozando a base de fuerza, y de talento, el campo de ortigas espinosas donde le toc¨® escribir. Ana fue una escritora valiente y, sobre todo, consciente, que nunca utiliz¨® la literatura para eludir la realidad que la cercaba, ni para congraciarse con ella, como hicieron tantos escritores de su generaci¨®n. Lo consigui¨® gracias a sus personajes, esas protagonistas memorables en las que la inocencia propia y la perversidad ajena integran una admirable met¨¢fora de la vida cotidiana en la guerra y la posguerra de Espa?a.
Ana Mar¨ªa Matute fue una escritora que nunca utiliz¨® la literatura para eludir la realidad
Ignorantes pero nunca est¨²pidas, desvalidas pero nunca pat¨¦ticas, desarmadas pero nunca cobardes, sensibles pero nunca ?o?as, femeninas pero nunca empachosas, m¨¢s valiosas en sus dudas que en sus certezas, y conmovedoras en la implacable voluntad de imponerse a la desolaci¨®n que las rodea, ellas, encarnaciones de la propia Ana Mar¨ªa, han representado para m¨ª, a lo largo de la vida, una imprescindible galer¨ªa de espejos vitales y literarios. Hac¨ªa falta mucho genio, mucha ambici¨®n, mucho valor y, sobre todo, mucha, much¨ªsima calidad, para emprender una carrera como la que Ana Mar¨ªa Matute culmin¨® con clamorosa brillantez en la esteparia Espa?a de los a?os cincuenta. Yo tampoco ser¨ªa la misma mujer, la misma escritora, si sus novelas no me hubieran ense?ado a tiempo qui¨¦n era yo, y d¨®nde viv¨ªa.
Por eso, los ingredientes de su despedida me han conmovido tanto. Eva, tan parecida a la Magdalena de Los hijos muertos ¨Cmi favorita indiscutible¨C, sola en un caser¨®n donde apenas puede hablar con la criada. La terrible figura de Madre, la abuela descarnada, seca, que ha muerto y no ha muerto, porque su mirada flota en los corredores y su nieta la siente mientras recorre la casa en secreto. Un padre militar, el Coronel, humillado por la silla de ruedas que ha hecho de ¨¦l un pobre tullido. Una madre que es s¨®lo su ausencia. Un desv¨¢n, un fugitivo escondido, el imprevisto incendio de un deseo clandestino. Y un c¨®mplice. Pocos t¨ªtulos de Ana Mar¨ªa resultan tan elocuentes, tan suficientes como ¨¦ste.
La cr¨®nica de los demonios familiares de Eva concluye abruptamente en el comienzo del cap¨ªtulo und¨¦cimo, cuando el lector empieza a conocer la verdad sobre Yago, el demonio ambiguo que se transmuta primero en hombre, despu¨¦s casi en ¨¢ngel, en las p¨¢ginas precedentes. Para esta lectora ha sido un final cruel, como es cruel siempre la muerte, pero no insatisfactorio.
Al mencionar el derroche de energ¨ªa que rejuveneci¨® a Ana Mar¨ªa en sus dos ¨²ltimas novelas, no estaba haciendo un elogio vano. Ella, una formidable urdidora de historias, ha escrito lo justo para desembarcar al lector en un mundo completo, una isla habitada donde todos los edificios gozan de s¨®lidos cimientos. No es un abandono, sino un desaf¨ªo. Escojan ustedes las paredes, las cubiertas, los jardines, terminen la historia de Eva a su gusto. Al fin y al cabo, eso es escribir una novela. Eso, y no otra cosa, es leerla.
Al dar la vuelta a la ¨²ltima p¨¢gina sent¨ª, lo confieso, la tristeza de saber que nunca volver¨¦ a leer otro libro de Ana Mar¨ªa Matute. Me consuelan todos los dem¨¢s, y la certeza de que, gracias a ellos, Ana vivir¨¢ siempre, y para siempre.
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