Un atav¨ªo enf¨¢tico
Lo de los disfraces ocurre en las mejores familias, no hay m¨¢s que echar un vistazo a los modelos que lucen los soldados de la Guardia Suiza del Papa
El guardia se muere de la risa, claro, frente a la mirada de extra?eza de la reina, que no acaba de acostumbrarse al espect¨¢culo.
¨CDisc¨²lpeme las pintas ¨Cparece decir el pobre¨C, la culpa la tiene el protocolo.
Este se?or, lleno de bandas y dorados, que sostiene en su mano derecha una espada de juguete y de cuya falda escocesa cuelgan, justo a la altura de las gl¨¢ndulas sexuales, dos enormes borlas cuyo significado ignoramos, este se?or, dec¨ªamos, se levant¨® esta ma?ana de la cama, se afeit¨®, se visti¨® de calle y se despidi¨® de su mujer y sus hijos asegur¨¢ndoles que se iba a trabajar. Y ah¨ª lo tienen ustedes, trabajando, despu¨¦s de haberse colocado sobre el cuerpo las prendas que facilitan su labor de guardi¨¢n del castillo de Balmoral, residencia de verano de Isabel II y el duque de Edimburgo.
Lo de los disfraces ocurre en las mejores familias, no hay m¨¢s que echar un vistazo a los modelos que lucen los soldados de la Guardia Suiza del Papa. El asunto obedece a tradiciones seculares que conectan a las instituciones con su pasado, que es a la vez el pasado de cada uno de nosotros. Nada que oponer, en fin, a menos que surja, como en este caso, la risa. Si no fuera por la risa (la carcajada casi) del feroz guardi¨¢n de la reina, uno habr¨ªa pasado la p¨¢gina del peri¨®dico sin reparar en los detalles (especialmente en los detalles ven¨¦reos) de este atav¨ªo tan enf¨¢tico. Pero la risa tiene la facultad de poner al descubierto la ridiculez de nuestras costumbres. Y por ah¨ª, por la risa, se cuela asimismo la extra?eza en el observador de la fotograf¨ªa.
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