Las armas de Cort¨¢zar
Hoy ser¨ªa ins¨®lito que un escritor se atreviera a asegurar p¨²blicamente que lo ¨²nico que le interesa de un premio es su eficacia pol¨ªtica o su alcance revolucionario
En 1981, a los 19 a?os, viaj¨¦ a Par¨ªs para entrevistar a Julio Cort¨¢zar, que me hab¨ªa concedido una cita despu¨¦s de un fugaz intercambio epistolar. Era entonces un joven biso?o y timorato, de modo que no pude sacarle a aquel encuentro m¨¢gico todo el provecho que habr¨ªa podido, pero el autor de Rayuela, bondadoso como siempre, entreg¨® lo mejor de s¨ª mismo. La entrevista qued¨® grabada en uno de esos magnet¨®fonos gigantescos de la ¨¦poca, con el tiempo resulta descolorida en las preguntas pero centelleante en las respuestas.
En aquel a?o ¨Cuno antes de que le dieran el Nobel a Garc¨ªa M¨¢rquez¨C, el nombre del escritor argentino aparec¨ªa en todas las n¨®minas de candidatos para ganar el Premio Cervantes, que se hab¨ªa concedido por primera vez en 1976 a Jorge Guill¨¦n, y que ten¨ªa generaciones enteras de maestros a los que premiar atrasadamente. En alguno de los meandros de la conversaci¨®n, hablando del insoportable peso de la fama (que quedaba perfectamente ejemplificado en el hecho mismo de que se sometiera al escrutinio de j¨®venes biso?os aun haci¨¦ndole perder su tiempo y apart¨¢ndole de la escritura), a la pregunta de si le gustar¨ªa que le concedieran el Premio Cervantes o incluso el Nobel, Cort¨¢zar respondi¨® de manera en¨¦rgica y genuina: ¡°Si a m¨ª me dieran alguna vez el Premio Cervantes o el Premio Nobel, lo ¨²nico que me alegrar¨ªa es poder convertir cualquiera de esos dos premios en un arma pol¨ªtica. Ser¨ªa para m¨ª un s¨ªmbolo que se podr¨ªa utilizar contra el fascismo latinoamericano, contra los escritores vendidos al fascismo latinoamericano que quieren esos premios y que los est¨¢n buscando. S¨®lo en ese sentido me interesar¨ªa el premio, en ning¨²n otro. Yo prefiero el premio que me da un lector que me ha le¨ªdo y me aprecia de verdad, al premio que concede una academia fr¨ªa y oficialmente, con una ceremonia en la que te ofrecen una copa de champ¨¢n y te estrechan la mano, pero a la que en el fondo le importas un quinto carajo¡±.
Ahora los escritores pelean por los galardones para aumentar sus ventas o para engordar su vanidad, pero no para encabezar el asalto al Palacio de Invierno
Han pasado m¨¢s de treinta a?os desde entonces. Hoy ser¨ªa ins¨®lito que un escritor se atreviera a asegurar p¨²blicamente que lo ¨²nico que le interesa de un premio es su eficacia pol¨ªtica o su alcance revolucionario. En primer lugar porque ha cambiado el papel social de la literatura, que ya no tiene ning¨²n poder subversivo (si lo tuvo alguna vez); y en segundo lugar porque han cambiado medularmente los escritores, avergonzados ahora de cualquier encomienda militante.
Los premios literarios fueron un invento del siglo XX. El primer Nobel de literatura, conseguido por el poeta Sully Prudhomme, se concedi¨® en 1901. El primer Goncourt, en 1903, y el Pulitzer, en 1917. Todos ellos nacieron de la voluntad testamentaria de sus patrocinadores y son otorgados por fundaciones u organismos independientes. M¨¢s tarde surgieron los premios comerciales, creados por casas editoras para promocionar sus libros, y los oficiales, patrocinados por los Estados con el supuesto fin de distinguir la excelencia. En este principio del siglo XXI, los escritores pelean por los galardones para aumentar sus ventas o para engordar su vanidad, pero no para encabezar el asalto al Palacio de Invierno.
Julio Cort¨¢zar muri¨® en 1984. Tras aquella respuesta, hubo dos ediciones m¨¢s del Premio Cervantes en las que fue candidato. En 1982 lo gan¨® Luis Rosales, poeta de pasado falangista, y en 1983 Rafael Alberti, poeta comunista. En su discurso de aceptaci¨®n, el primero habl¨® de la lengua como instrumento de libertad y de la literatura como preservadora del esp¨ªritu com¨²n de los pueblos. Alberti habl¨® po¨¦ticamente del exilio y de lo que duele Espa?a. Ninguno de los dos emple¨® las armas.
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