Los muertos
Cada muerto adoptado, cada NN con nombre, fue una victoria de la humanidad en medio del infierno
En un lugar de Colombia me cuentan la historia de los muertos adoptados. En esta guerra sin nombre, a la que se le conoce con el eufemismo blando de Conflicto, han muerto 220.000 personas, de las que 180.000 eran civiles, adem¨¢s de 25.000 desaparecidos, y casi seis millones de desplazados. Un infierno pegajoso sobre la tierra m¨¢s hermosa. Colombia sigue en un vilo esc¨¦ptico las conversaciones de paz de La Habana. La pizca de esperanza la ponen los muertos. Muchos de ellos tampoco tienen nombre. Son los NN. De Nomen Nescio, en lat¨ªn, o nombre desconocido. Hay grandes camposantos de NN, como el cementerio Universal de Medell¨ªn. Tambi¨¦n el Magdalena, el gran r¨ªo de la vida, fue profanado como un transmisor de terror, convertido, en tramos, en una mugre ambulante. Pero la inteligencia de los r¨ªos comparte la estrategia de la memoria de los muertos. Cuando la corriente depositaba los cad¨¢veres en la orilla, en el Magdalena medio, hab¨ªa quien no los ve¨ªa, porque hay tiempos en que hasta es peligroso sentir piedad de los muertos, y hab¨ªa quien venc¨ªa el miedo y acog¨ªa a la v¨ªctima. Le daba sepultura en su tierra. Le pon¨ªa flores. Le hablaba del clima. Iba tomando confianza. Le murmuraba alg¨²n secreto. La v¨ªctima era ahora una intercesora. Por alguna raz¨®n hab¨ªa llegado all¨ª, a sus brazos. Y entonces le ped¨ªa ayuda. Un favor, nom¨¢s. Y volv¨ªa con m¨¢s flores. Hasta que decid¨ªa que NN deb¨ªa tener un nombre. Y un apellido. No era justo seguir trat¨¢ndolo como a un desconocido. Pero, ?qu¨¦ nombre? Era entonces cuando lo adoptaba. Escrib¨ªa en la tumba del otro su nombre y su apellido. Eso ocurri¨® en varios lugares. Lo sabemos ahora. Cada muerto adoptado, cada NN con nombre, fue una victoria de la humanidad en medio del infierno.
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