Un pueblo sin nombre propio
Los batwa mantienen una batalla continua para ser reconocidos como grupo ¨¦tnico en Ruanda
Son bajitos. Y los ni?os son casi tan ligeros como una bolsa llena de plumas. Los batwa, tambi¨¦n conocidos como twa o pigmeos, son la tribu olvidada del conflicto ruand¨¦s.
Ruanda es un pa¨ªs peque?o de ?frica Central, que arrastra la huella de una de las peores barbaries de la Historia. Su poblaci¨®n se divide en tres etnias: los hutu, los tutsi y los batwa. Estos ¨²ltimos son una minor¨ªa. Son ind¨ªgenas cuyo origen est¨¢ en los bosques alrededor de los lagos del Gran Valle del Rift. Cuenta la leyenda que abandonaron los montes para cantarle a Mwami, el rey durante los a?os cincuenta; la ¨²ltima d¨¦cada de la monarqu¨ªa tutsi, iniciada en el siglo XVII. La realidad, en cambio, indica que fueron desalojados para poder crear los grandes parques nacionales que hoy atraen a gran cantidad de turistas que pagan cientos de d¨®lares para ver a los gorilas.
Ahora viven como ocupantes ilegales en la tierra de otros, siempre con miedo a que les trasladen y sin acceso a la selva. Viven en situaci¨®n de pobreza. Mendigan o trabajan para otros por sueldos muy precarios. Se han convertido en un pueblo sin nombre propio. Se han quedado bajo el estigma de la catalogaci¨®n gubernamental de ¡°poblaci¨®n hist¨®ricamente marginada¡±. En la pr¨¢ctica, eso es lo que son, aunque las autoridades hayan hecho alg¨²n t¨ªmido intento, sin ¨¦xito, de instaurar programas de asistencia, educaci¨®n y sanidad.
Los Batwa, tambi¨¦n conocidos como Twa o Pigmeos, son la tribu olvidada del conflicto ruand¨¦s
¡°Queremos ser llamados banyarwanda, como todos los dem¨¢s¡±, afirman los habitantes de Cyaruzinge, un peque?o pueblo ruand¨¦s a las afueras de Kigali, la capital. Banyarwanda significa ¡°los que vienen de Ruanda¡±, y es el grupo que deber¨ªa incluir a todas las etnias como una sola. Sin distinci¨®n de lengua, cultura, historia o territorio.?Durante el genocidio de 1994, m¨¢s de 800.000 tutsis murieron a golpe de machete por los hutus en 100 d¨ªas. El 30% de los batwa tambi¨¦n fueron asesinados, m¨¢s del doble de la media nacional. Desde entonces, todas las referencias p¨²blicas a la etnicidad son tab¨². Han sido borradas de los documentos oficiales y nadie se atreve a verbalizar las tribus por miedo al gobierno. As¨ª pues, los batwa viven en la invisibilidad. Ellos representan solamente el 0,4% mientras que el resto de etnias, hutus y tutsis, comprenden el 85% y el 14%, respectivamente, de la poblaci¨®n total del pa¨ªs, seg¨²n la Oficina de Alto Comisionado para los Derechos Humanos.
Como minor¨ªa, quedaron fuera de todo: de su territorio original, de su registro nacional, del sistema. Las divergencias entre las etnias fueron constantes durante todo el siglo XX. El genocidio puso fin a la violencia y ahora, Ruanda es un lugar de paz. A pesar de todo, la desavenencia entre las tribus existe, aunque todos recuerdan la matanza como algo que no puede repetirse.
Discriminaci¨®n social
¡°A otra gente no les gusta nuestra comunidad. Dicen que estamos muy sucios. Pero a m¨ª me gusta nuestro clan. Me gustan los batwa¡±, cuenta orgullosa Josephina, una joven de 18 a?os que vive en la aldea de Cyaruzinge. ¡°Cuando alguien tiene un problema, yo estoy ah¨ª. Toda la familia est¨¢ ah¨ª. Nos ayudamos entre todos¡±, abunda.
De fondo, se escucha el mugido fuerte de una vaca. Eso indica la llegada de Karl Weyrauch al poblado, un estadounidense que fund¨® la ONG Pygmy Survival Alliance hace seis a?os. ¡°Cada a?o compramos una vaca y la regalamos al pueblo. Deben matarla y repartir la carne entre las 51 familias de la comunidad. Es pr¨¢cticamente la ¨²nica vez al a?o que comen carne¡±, cuenta Karl.
¡°Nuestros ni?os estaban muy enfermos, siempre sufriendo enfermedades. No tenemos vacas porque somos muy pobres. Adem¨¢s, no hay suficiente pasto para alimentarlas y mueren¡±, cuenta Josephina. ¡°Karl nos trae una vaca cada a?o y los ni?os pueden beber leche¡±, a?ade.
La discriminaci¨®n es el pan de cada d¨ªa para ellos. Debido a su baja condici¨®n social, tienen acceso limitado a la educaci¨®n y una tasa de analfabetismo del 77%, seg¨²n la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo. En consecuencia, son marginados en el mercado laboral, en el cuidado de la salud, en los medios de comunicaci¨®n y tienen poco acceso a la representaci¨®n gubernamental.
Les conocen como la comunidad de los alfareros, ya que muchos se dedican a la elaboraci¨®n y venta de piezas de cer¨¢mica. Pero la p¨¦rdida de acceso a la arcilla a causa de la privatizaci¨®n de la tierra, y la creciente disponibilidad de productos de pl¨¢stico, hicieron que ya no fuera un medio de subsistencia viable para ellos.
¡°Antes viv¨ªan en casas tradicionales de barro y bosta. Ahora, el Gobierno de Ruanda no lo permite m¨¢s, todas las casas deben ser de material. Quieren romper la imagen de suciedad y de falta de civismo en el pa¨ªs¡±, explica Karl.
Fueron desalojados para poder crear los grandes parques nacionales que hoy atraen a gran cantidad de turistas
Los pueblos de los pigmeos de Ruanda se ubican a pocos kil¨®metros de Kigali. A pesar de la proximidad, la diferencia es desmesurada. Mientras la capital goza de calles impecables sin un solo papel en el suelo, los batwa viven entre el barro y la nada. La capital es ordenada y pulcra, tiene buenas carreteras y espacios de ocio para todos los gustos: casinos, cines, restaurantes y grandes centros comerciales con altos precios. Las zonas batwa no disponen ni siquiera de electricidad.
Los pigmeos sufren una batalla continua como grupo minoritario y desfavorecido a ra¨ªz de la legislaci¨®n introducida en 2003, que impide su reconocimiento como grupo ¨¦tnico diferenciado. Esta falta de identificaci¨®n ahoga la capacidad de las organizaciones y los medios para examinar y atender las necesidades de esta tribu.
Carne y zapatos
Mujeres, hombres y ni?os se cobijan bajo la sombra de un ¨¢rbol mientras los representantes del clan van cortando los pedazos de carne de la vaca para repartir. Llevan horas con la tarea y la gente se impacienta. Se aprovecha hasta el rabo, pero todos quieren elegir su trozo y no es lo mismo llevarse el morro que el lomo. As¨ª que empiezan los gritos y las peleas, y los m¨¢s peque?os corretean descalzos alrededor de los desechos.
¡°Cuando llegamos aqu¨ª y empezamos a trabajar con ellos, nadie ten¨ªa calzado. Lo primero que hice fue gastar cien d¨®lares en el mercado del pueblo para comprarles zapatos. Eran todos de color azul y cuando empezaron a usarlos se ve¨ªan todos los pies de ese color¡±, cuenta Karl sonriente.
¡°Los zapatos son muy importantes. No puedes llegar descalzo hasta la ciudad. Los zapatos te protegen los pies y adem¨¢s hacen que las personas te vean muy elegante¡±, dice Josephina mientras camina coqueta.
La baja condici¨®n de los pueblos pigmeos y la falta de representaci¨®n les hace muy dif¨ªcil su aceptaci¨®n e integraci¨®n social. Muchas comunidades agr¨ªcolas y ganaderas en la regi¨®n les consideran ¡°inferiores¡± y muchas veces los tratan como ¡°intocables¡±.
Desde Pygmy Survival Alliance apuestan por proporcionarles acceso a la salud y la educaci¨®n para garantizar cierto bienestar a las familias.
Josephina es la mejor alumna de la escuela del municipio. Se defiende bien en ingl¨¦s y es exigente y responsable. ¡°Yo animo a mis compa?eros a estudiar. No tenemos tierra ni buenas casas. Nuestro trabajo es estudiar¡±, afirma. Es joven e inteligente y conserva esa inocencia que le dibuja una sonrisa ¨²nica en el rostro. P¨ªcara y atrevida, pide escaquearse de la escuela durante un par de d¨ªas. El motivo: asistir a la boda de su amigo Jean Marie, el coordinador local de la ONG, para leerle un poema como regalo.
¡°Fund¨¦ la ONG porque vi que realmente los batwa ten¨ªan problemas graves. Pens¨¦ que ser¨ªa dif¨ªcil, pero cuando vi que todos me dec¨ªan que estaban vivos y felices, me dije ¡®?con esta gente se puede trabajar!¡±, recuerda Karl satisfecho. ¡°Mi familia no tiene enfado. Cada d¨ªa, en cada momento, son muy felices¡±, dice Josephina. No hace falta que lo diga, se advierte solo con cruzar el umbral de la puerta de su casa. La risa es el sonido que rebota en cada una de las paredes.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.