Querer a Serrat
Escucharle quiz¨¢ nos d¨¦ el sosiego para entender que todos somos de la misma ra¨ªz
El restaurante de Buenos Aires donde ¨¦l recala cuando viene aqu¨ª, desde donde escribo ahora, es un lugar en el que se idolatra a Joan Manuel Serrat. Este mediod¨ªa le est¨¢n dando en Madrid el premio Ondas; han pasado unas horas desde que su disco nuevo, Antolog¨ªa desordenada, que iba a llamarse Trencad¨ªs, est¨¢ en la calle, y su voz (opinando, rememorando) est¨¢ en todas las emisoras y en todos los peri¨®dicos.
En las paredes del restaurante ¨¦l est¨¢ retratado con los grandes ¨ªdolos de la historia musical, literaria y futbol¨ªstica argentina, con Borges y con Cort¨¢zar, con Messi y con Maradona, y tambi¨¦n con Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez y con Astor Piazzola. El mesero habla de ¨¦l se?alando para una mesa, como si ah¨ª estuviera Serrat siempre, ¡°hace un rato estuvo ac¨¢¡±. Como si el Noi del Poble Sec fuera el muchacho de la Boca, como si ¨¦l mismo, que ya es veterano, aunque menos que Serrat, lo hubiera llevado de chico a la escuela.
El suplemento literario de La Naci¨®n de Buenos Aires?publica este mismo d¨ªa (el jueves ¨²ltimo) un inmenso reportaje de una de las estrellas del periodismo (y de la escritura) de ac¨¢, Jorge Fern¨¢ndez D¨ªaz. Revela ¡°los secretos de un poeta plebeyo¡±. As¨ª acaba, como si reflejara el clima que acabamos de ver en torno al cantante en su restaurante m¨¢s querido de la ciudad: ¡°Mientras espero el taxi suena su?ringtone muy cerca: es la voz de Serrat, pero en versi¨®n met¨¢lica. Para la libertad, sangro, lucho y pervivo. Para la libertad¡±.
Ha ahondado tanto en lo que no sabemos decir que sus palabras y su ritmo han sido instrumento para que lo pudi¨¦ramos decir
Durante los a?os oprobiosos, los argentinos ten¨ªan esa melod¨ªa en la cabeza clandestina y en las casas, y era Serrat tan de dentro que ahora, cuando hablan de ¨¦l quienes lo evocan o lo describen, abren los ojos como si estuvieran dando noticias de un pariente. En ese reportaje con que saluda esta ma?ana la presencia de Serrat en Argentina y en el mundo hay un relato de lo que ha sido su modo de decir (canciones, palabras) a lo largo de los a?os, desde que era un pibe all¨¢ en Barcelona hasta este viaje en el que ahora se ha empe?ado, con su Trencad¨ªs que se llama Antolog¨ªa desordenada. En realidad, Serrat ha ido contando, con su voz y las de los poetas (Machado, Hern¨¢ndez, Benedetti¡), la angustia y la esperanza de un tiempo que, como cant¨® tambi¨¦n su amigo Raimon, ser¨¢ el nuestro, o un pa¨ªs que no hemos hecho.
El resultado de esa larga excursi¨®n ¨ªntima por lo que ve y por lo que le afecta ha sido, en cierto modo, una traslaci¨®n sentimental de lo que ha ido pasando por la cabeza de las diversas generaciones que lo abrazan o lo tararean. No se trata, tan solo, de canciones, pues ¨¦stas se pueden o¨ªr en la voz met¨¢lica de los taxis; se trata de que Serrat ha ahondado tanto en lo que no sabemos decir que sus palabras y su ritmo han sido instrumento para que lo pudi¨¦ramos decir. Eso lo ha convertido en compatriota de todos, en Espa?a, en Iberoam¨¦rica.
Ahora que no sabemos decir lo que nos pasa, en el fragor de lo que pasa, escuchar a Serrat quiz¨¢ nos d¨¦ el sosiego suficiente para entender que todos somos de la misma ra¨ªz. Esa ra¨ªz es la poes¨ªa y el acuerdo, la se?al de que entendernos de veras ser¨ªa otro cantar.
O¨ªr a Serrat es quererlo. Cuando dejo el restaurante al que ¨¦l va me dan recuerdos para ¨¦l. En el altavoz chiquito suena su voz, en catal¨¢n ahora.
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