Los ni?os perdidos de Alepo
En la ciudad siria destrozada por la guerra, los m¨¢s peque?os sufren las consecuencias m¨¢s graves del conflicto Sin escuelas ni medios, algunos han canjeado su infancia por un rifle de combate
Una. Dos. Tres¡ Las manos se van alzando t¨ªmidamente. Los ni?os se miran unos a otros un tanto desconcertados. "Profesora, cu¨¢ndo se refiere a familiares muertos ?es por culpa de la guerra?", pregunta un ni?o de mejillas sonrosadas sentado en las ¨²ltimas sillas del aula. La maestra afirma con la cabeza. Las manos del 90% de los ni?os, ahora s¨ª, est¨¢n alzadas al aire. Madres. Hermanos. Padres. Abuelos. Primos. T¨ªos. Quien m¨¢s y quien menos ha perdido, al menos, a un pariente cercano desde que comenz¨® la guerra civil en Siria.
Noor se sienta en la primera fila. "Es una alumna aplicada", puntualiza Um Modar la directora de este colegio clandestino situado en el este de la ciudad de Alepo. La ni?a, de tan s¨®lo nueve a?os, colorea el cuerpo de Bob Esponja. La peque?a, concentrada para no salirse, se mordisquea la lengua. "Iba con mi abuelo a comprar pan y cay¨® desplomado a mi lado", recuerda Noor. La bala de un francotirador le arrebat¨® la vida delante de ella. Hace una peque?a mueca y contin¨²a coloreando su dibujo.
"Yo jam¨¢s podr¨¦ perdonar a Al Assad. Lo matar¨ªa con mis propias manos si pudiera. No habr¨¢ paz ni para ¨¦l ni para los que le apoyan", afirma con vehemencia . Es una ni?a risue?a y de las mejores de la clase. S¨®lo tiene 10 a?os, pero ser¨ªa capaz de arrebatar la vida al presidente de Siria si le tuviera delante. "Una bomba mat¨® a mi madre y a mi hermana peque?a [seis a?os] mientras estaban en el sal¨®n de mi casa", cuenta la ni?a cuyos ojos almendrados comienzan a llenarse de l¨¢grimas. La profesora se acerca hasta su mesa para abrazarla y besarla.
Yo jam¨¢s podr¨¦ perdonar a Al Assad. Lo matar¨ªa con mis propias manos F¨¢tima, 10 a?os
Unos pupitres por delante de F¨¢tima se encuentra el peque?o Faisan, ocho a?os. El ni?o colorea y colorea con rabia un dibujo donde se ve a su padre, soldado del Ej¨¦rcito Libre Sirio (ELS) combatiendo contra un tanque. "Estoy muy orgulloso de ¨¦l", comenta mientras no levanta la vista del folio en blanco que, poco a poco, se va llenando de colores. "Cuando sea mayor ser¨¦ un soldado como ¨¦l", afirma. "Su padre muri¨® en combate hace poco m¨¢s de un a?o", apunta Um Modar. Desde entonces el peque?o Faisan no suele ser muy hablador y tiene un ligero tic nervioso en el labio inferior. Se ha vuelto un tanto hura?o y s¨®lo piensa en hacerse mayor para vengar a su padre muerto. "Le echo mucho de menos", sentencia antes de volver a sumergirse en su dibujo.
"La inmensa mayor¨ªa de los ni?os tienen graves problemas psicol¨®gicos. Cuando escuchan el sonido de un avi¨®n o un helic¨®ptero se quedan en completo silencio esperando a que pase o a que tire el barril de TNT. Algunos lloran compulsivamente. Otros se orinan encima¡", afirma Um Modar.
"Por la noche sue?o que los muertos se levantan y me persiguen", comenta Faisan. "?Yo sue?o lo mismo!". "?Y yo!". "?Y yo!". Las voces de otros compa?eros de clase se unen a la suya. Seg¨²n un informe de Unicef, el conflicto est¨¢ causando graves perjuicios a unos seis millones de ni?os. Los que se encuentran en una situaci¨®n m¨¢s preocupante es el mill¨®n de menores que est¨¢n atrapados con sus familias en las zonas asediadas o donde no llega ayuda humanitaria. Unicef calcula que unos dos millones de ni?os sirios necesitan asistencia psicol¨®gica y tratamiento.
Um Modar, de 32 a?os, fund¨® esta peque?a escuela clandestina hace seis meses. Para ello ocup¨® una casa baja en un barrio del este de Alepo. Aqu¨ª acuden 240 ni?os de todas las edades. "Cuando el r¨¦gimen comenz¨® a bombardear escuelas decidimos buscar un sitio seguro y que pasara desapercibido para la aviaci¨®n. Vivimos escondidos como ratas", se?ala la maestra.
El pasado 30 de abril un avi¨®n del r¨¦gimen de Assad lanz¨® varios barriles de TNT contra un colegio del barrio de Al Ansari. En aquel ataque murieron 18 personas, en su mayor¨ªa ni?os que estaban en clase en el momento del ataque. "Tenemos un parque a menos de una manzana. Una vez llevamos all¨ª a los ni?os a que jugaran con los columpios, pero cay¨® una bomba contra un edificio cercano¡ Y desde entonces los peque?os no salen de las aulas", recuerda.
Del colegio a la mendicidad
Docenas de ni?os deambulan por las calles del barrio de Sukari portando en las manos sencillos cubitos de pl¨¢stico o bandejas de lat¨®n. Algunos r¨ªen, otros caminan cabizbajos en silencio meciendo los cubos hacia delante y hac¨ªa atr¨¢s. "Vamos a buscar comida", afirma Mohammad, de cinco a?os. "Vengo todos los d¨ªas para que podamos comer", dice el peque?o que acompa?a a su hermana mayor, Aisha, de 10 a?os. "Con esto comemos ocho personas. No es suficiente y pasamos hambre. Algunos d¨ªas la comida no alcanza para todos los vecinos y nos quedamos sin comer", puntualiza la muchacha.
Un grupo de ni?os esperan pacientes apoyados en una tapia de un edificio. Uno a uno los chavales van entrando en el interior de la casa donde una anciana les sirve la comida. Hoy hay macarrones con tomate. Cinco enormes barre?os llenos de pasta est¨¢n colocados cerca de la mujer que, con un cazo, va sirviendo. Mustapha, de seis a?os, mira con los ojos abiertos de par en par. Los macarrones humean y el ni?o no puede resistir la tentaci¨®n de llevarse uno a la boca.
Unicef calcula que unos dos millones de ni?os sirios necesitan asistencia psicol¨®gica y tratamiento
Um Mahmood, de 60 a?os, colabora con una peque?a ONG que reparte 400 kilos de comida entre los m¨¢s necesitados. Ella, cada d¨ªa, se sienta en su endeble asiento de pl¨¢stico y espera a que los ni?os vengan a buscar la comida. "Lo m¨¢s duro es escucharles pedir comida. Se me rompe el alma", afirma la mujer con voz quebrada. "Ning¨²n ni?o deber¨ªa pasar por una situaci¨®n como esta. Esta no es vida para ellos", afirma mientras las l¨¢grimas brotan de sus ojos y resbalan por sus mejillas.
"?Empuja, empuja!", le dice un muchacho a otro tratando de que el carrito, cargado con cuatro bidones azules, suba una empinada cuesta en el barrio de Bustan Al-Qaser. Un tercer chiquillo se une a los dos hermanos y al final, entre los tres, logran que las ruedas no se queden atoradas en el sin fin de agujeros provocados por los impactos de mortero que hay sobre la calzada. El agua se balancea por la abertura y se derrama sobre la calle polvorienta.
El agua se ha convertido en un bien de lujo. Docenas de vecinos hacen cola delante de una estrecha manguera para que un ni?o les llene cubos, botellas, bidones y hasta aperos de cocina. "Nosotros vivimos en la otra punta de la ciudad y nos hemos recorrido varios barrios de Alepo buscando agua", comenta Mustafa.
"Venimos en busca de agua porque en casa hace m¨¢s de un mes que no sale ni gota. La usamos para ba?arnos y para que mi madre cocine", comenta Hamudi, de 10 a?os, cuya mayor diversi¨®n es ir en busca de agua por los barrios de alrededor. Sin escuela, ¨¦l y sus amigos, se han convertido en una especie de exploradores en busca del Santo Grial. "Hasta hace unas semanas us¨¢bamos un grifo de una mezquita de Ard Alhamra, pero un avi¨®n la destruy¨® y nos quedamos sin agua. Pero cada d¨ªa buscamos y buscamos", comenta el peque?o mientras se pierde en el interior de su casa chillando a su madre que le ayude con las botellas que lleva en brazos.
Ni?os Soldado
Grises y negros ti?en el cielo y las paredes de grandes edificios cincelados de agujeros por la metralla. Salahadine es un enorme queso gruyer con forma de barrio. El silencio es cercenado por el sonido del agua manando de las ca?er¨ªas agujereadas por la metralla de los obuses. Donde antes hab¨ªa edificios de viviendas ahora solo quedan enormes esqueletos de hormig¨®n. Una estufa vomita bocanadas de fuego anaranjado. Colocan las manos lo m¨¢s cerca posible para calentarse las manos. El frio cala los huesos. Uno de los cuatro imberbes muchachos que est¨¢n encargados de una de las esquinas de Salahadine coloca sobre la estufa una tetera.
"?Sabes lo que es lo ¨²nico que echo de menos del colegio? Jugar al f¨²tbol con mis amigos en los recreos. Yo jugaba de delantero centro y la verdad es que era bastante bueno metiendo goles¡ Mi sue?o era jugar junto a Messi e Iniesta", comenta Samir Qutaini antes de guardar un triste silencio.
El muchacho, de 17 a?os, se mira las manos sobre las que empu?a un destartalado AK-47. Sus sue?os son ahora bastante lejanos¡ Una fuerte explosi¨®n le acerca de nuevo a la realidad. Coloca las manos delante de una estufa sobre la que borbotea la tetera. Ha pasado mucho tiempo desde que dej¨® su ciudad para combatir en las ruinas de este barrio fantasma. Ha sustituido los mandos de las videoconsolas por armas autom¨¢ticas y su familia son ahora este grupo de chavales.
"Nunca me gust¨® estudiar, no se me daba muy bien¡ as¨ª que dej¨¦ el colegio y me puse a trabajar en la tienda junto a mi padre. Creo que ese d¨ªa decepcion¨¦ a mis padres porque esperaban algo m¨¢s de m¨ª", recuerda con pena este muchacho que se dedicaba a vender tel¨¦fonos m¨®viles hasta que la guerra lleg¨® a su pueblo.
A su lado se encuentra Abdel Khader Zeidan, de 15 a?os, el m¨¢s joven. "Tengo cuatro hermanos m¨¢s peque?os. Los echo de menos¡ Soy el mayor y siempre estaban jugando conmigo. Hace meses que no los veo. Siempre que hablo con mi madre pregunto por mis hermanos; pero no quiero hablar con ellos. Se van a poner a llorar, seguro", comenta haci¨¦ndose el duro. "Bueno¡ y tu seguro que tambi¨¦n lloras", bromea Samir d¨¢ndole un empuj¨®n a su amigo. "Es muy posible, s¨ª¡", afirma este joven soldado, oriundo de la ciudad de Idlib.
"Mi padre es soldado del ELS en la provincia de Idlib y fue ¨¦l el que me anim¨® a alistarme", comenta Mohammad Orobi, de 16 a?os. Cuenta que ha matado a cinco soldados del r¨¦gimen. "Yo lo que echo de menos es poder dormir caliente por las noches", afirma. No quiere hablar de su familia. ¡°Prefiero no pensar en ellos, eso me ayuda a tener la cabeza en la guerra¡±, sentencia.
"La guerra no est¨¢ tan mal¡ Muere gente y eso, pero al final es muy parecido a un videojuego", apunta Samir, fan del Call of Duty. "Soy realmente bueno, sobre todo en modo sniper (Francotirador)", se?ala mientras muestra un rifle con mira telesc¨®pica que tiene en la parte de atr¨¢s de esta antigua tienda de alimentaci¨®n que ahora es su cuartel general. "Pero aqu¨ª no hay una segunda oportunidad ni vidas infinitas", comenta Mahmut, el m¨¢s sensato de los cuatro y el que tiene una actitud m¨¢s adulta.
Mahmut prefiere no hablar excesivamente de la guerra ni de los soldados que ha matado en combate. "No s¨¦ si he matado o no¡ Tampoco me interesa. Yo s¨¦ que disparo y me disparan. Al¨¢ gu¨ªa las balas", sentencia agachando la cabeza, avergonzado. Este sargento se uni¨® al ELS despu¨¦s de recibir una brutal paliza por parte de los shabihas (matones del r¨¦gimen de Al Assad) cuando le pararon en un control. "Me pidieron mi identificaci¨®n y c¨®mo soy de un pueblo bajo control de ELS me pegaron hasta dejarme sin sentido para despu¨¦s robarme todo lo que ten¨ªa en los bolsillos", comenta.
Vidas cercenadas
Un t¨ªmido hilo de sangre serpentea entre el barro para acabar mezcl¨¢ndose con el agua turbia del riachuelo. Un soldado del Ej¨¦rcito Libre Sirio (ELS) mira el cuerpo. Se arrodilla y con un gesto casi paternal le cierra los ojos con la palma de la mano. Se toma un segundo. Respira profundamente mientras le vuelve a mirar. Memoriza sus rasgos infantiles. Una peque?a mancha rojiza y negra se distingue en su frente. El lugar por donde una bala le arrebat¨® su vida.
La ONU cifr¨® en agosto en 8.803
el n¨²mero de ni?os muertos
durante el conflicto
Saca una endeble navaja de su guerrera. La misma que usa para cortar el pan, ahora sirve para cortan las cuerdas que atan las manos de este ni?o de doce a?os a la espalda. Le coloca las manos sobre el pecho y mira a sus compa?eros que levantan el cuerpo del muchacho para colocarlo en una camilla. Los voluntarios se marchan con el cuerpo inerte del muchacho mientras otro grupo de hombres acude junto al rebelde que guarda su navaja en la guerrera. Al lado, donde yac¨ªa el ni?o, esperan otros cinco cuerpos m¨¢s. Todos ejecutados con un tiro en la cabeza.
La guerra siria se ha cobrado m¨¢s de 250.000 v¨ªctimas. En agosto, un informe de la ONU cifr¨® en 8.803 el n¨²mero de ni?os muertos durante el conflicto, de los cuales 2.165 ten¨ªan menos de diez a?os. Es un recuento que no para de crecer y que siempre se queda corto, ya que, como admiten los autores del estudio, hay casos que no han podido ser documentados. La tragedia siria contin¨²a sin que nadie se atreva a poner freno a la p¨¦rdida de vidas inocentes.
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