La corrupci¨®n de las ¨¦lites
La pol¨ªtica se percibe como un medio para ganarse la vida, en vez de un servicio p¨²blico
Espa?a no est¨¢ plenamente atravesada por el esp¨ªritu del capitalismo. Sigue destilando resabios de ese intervencionismo y miedo a la competencia que ha sido se?a de identidad de la derecha espa?ola y, en buena medida, tambi¨¦n de la izquierda. Desde la dictadura de Primo de Rivera, nuestro capitalismo ha estado interferido por un oc¨¦ano de regulaciones, corporativismos, y ayudas de Estado, garant¨ªa de la reserva de mercado interior para grupos privilegiados. Una realidad convertida en caricatura durante la autarqu¨ªa franquista, mala copia de las recetas econ¨®micas del totalitarismo nazi y del corporativismo italiano.
Aunque se suaviz¨® con el desarrollismo, esa obsesi¨®n intervencionista por restringir la competencia ha esterilizado muchos esfuerzos por mejorar la productividad. Ha primado el inter¨¦s de los grupos privilegiados ¡ªdesde monopolios u oligopolios hasta corporativismos gremiales¡ª por encima de los avances en productividad. As¨ª lo documentan estudios concienzudos (Vi?as, et al.: Pol¨ªtica comercial exterior en Espa?a, 1931-1975, Banco Exterior de Espa?a, 1979), y tambi¨¦n lo reflejaba de un modo pl¨¢stico la pel¨ªcula de Berlanga La escopeta nacional. En Espa?a se ha competido m¨¢s en proximidad al poder que en calidad y precios. Es sobre todo la prebenda, no el mercado, lo que gu¨ªa la acci¨®n empresarial, para mayor desgracia nuestra.
Cierto es que la lucha pol¨ªtica por los favores del poder tambi¨¦n tiene lugar en pa¨ªses que no han sufrido dictaduras, como EE?UU. Pero es otro el escenario. La mara?a de regulaciones que sufrimos en Espa?a ser¨ªa algo inaudito en EE?UU, donde se disfruta de mayor libertad y transparencia en los mercados, y donde la acci¨®n de los lobbies est¨¢ admitida y regulada. Este rechazo espa?ol al libre mercado ha desembocado en un capitalismo de corte asistencial y garantizador de privilegios. Si quienes se acercaban a los aleda?os del r¨¦gimen franquista eran antes los pol¨ªticos, sindicalistas, patronal, banca, Iglesia, universidades, mundo de la cultura y las artes, funcionarios, gremios y corporaciones, ahora siguen siendo estos mismos quienes cortejan a las ¨¦lites corruptas del Estado democr¨¢tico para parasitarlo y obtener as¨ª sus gabelas a costa del bien com¨²n.
Los partidos son reactivos, y no proactivos, ante las presiones sociales
Tanto el PP como el PSOE se han alimentado electoralmente de esa cultura del capitalismo asistencialista que padecemos, lo que ayuda a comprender por qu¨¦ tanto uno como otro, al burocratizarse, se han convertido en una extremidad m¨¢s de las estructuras del Estado. Tampoco cabe extra?arse de que Podemos busque la centralidad pol¨ªtica, pues su objetivo t¨¢cito es, en mi opini¨®n, capturar votos de la base electoral de ese capitalismo asistencialista. Si en 1789 fueron los sans culottes y la burgues¨ªa los que se unieron para hacer triunfar la Revoluci¨®n Francesa, esta vez han sido los desfavorecidos, las clases medias, profesionales y funcionarios de cierto nivel los que van a votar a Podemos como revulsivo contra la pol¨ªtica tradicional. Al perfil del votante potencial de Podemos responden ciudadanos de entre 35-54 a?os, con un nivel educativo respetable (21% con nivel universitario, seg¨²n la encuesta Metroscopia) y que entienden de qu¨¦ va el asunto.
Aunque las ¨¦lites no crean en la revoluci¨®n, esta puede adoptar una expresi¨®n m¨¢s sosegada pero igualmente amenazante para sus privilegios. Y los poderes pol¨ªticos deber¨ªan tambi¨¦n recordar que es la sociedad civil, no los partidos, la encargada de transformar la realidad. La sociedad civil, mediante el poder comunicativo ejercido a modo de asedio, puede hostigar al sistema pol¨ªtico, como el que asedia una fortaleza, pero sin intenci¨®n de asaltarlo (Habermas: Facticidad y validez, Trotta, 2010, p. 612). Los partidos, sin embargo, constituyen prolongaciones del aparato institucional de los Estados, cuyo fin ¨²ltimo es su supervivencia en tanto que organizaciones. Ello explica que solo sean reactivos, y no proactivos, ante las presiones sociales, y que se muevan a remolque de la realidad hasta verse desbordados por ella.
La nomenclatura de los partidos ha ido ascendiendo por capilaridad y ha ocupado los puestos clave de su estructura de poder
?D¨®nde est¨¢n los cuadros que dieron consistencia interna al proyecto pol¨ªtico que ten¨ªan en mente para Espa?a Adolfo Su¨¢rez o Felipe Gonz¨¢lez? Algunos, los mejores, volvieron a sus quehaceres profesionales, a sus despachos de abogado, a sus c¨¢tedras, a sus estudios de arquitectura, etc¨¦tera. En el interregno, la nomenclatura de los partidos ha ido ascendiendo por capilaridad y ha ocupado los puestos clave de su estructura de poder. All¨ª se ha instalado una feliz aurea mediocritas: el mejor caldo de cultivo para el chalaneo y la corrupci¨®n de las ¨¦lites. Esta perversi¨®n de la pol¨ªtica ha llevado a considerarla como un medio para ganarse la vida, en lugar de entenderla como un servicio p¨²blico que se debe ejercer de manera transitoria. La situaci¨®n es vieja, Max Weber, en su conferencia de 1919 La pol¨ªtica como vocaci¨®n, nos alert¨® de que la empresa pol¨ªtica quedaba en manos de ¡°profesionales¡± a tiempo completo que se manten¨ªan ¡°fuera¡± del Parlamento, y que unas veces eran ¡°empresarios¡±, y otras, funcionarios a sueldo fijo (El pol¨ªtico y el fil¨®sofo, Alianza, 2010, p. 129).
Hace unos a?os, al igual que muchos otros, expres¨¦ mis temores de que el PSOE se pudiese convertir en un epifen¨®meno de nuestra historia pol¨ªtica si continuaba sin proyecto para Espa?a (EP, 14-12-2011). En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, las elecciones recientes han confirmado la tendencia a que el PSPV-PSOE obtenga peores resultados en las auton¨®micas que en las generales: pas¨® del 41,3 % en las generales (2008) al 28,7 % en las auton¨®micas (2011), es decir, un desplome de 12,6 puntos. Cierto es que el enorme desgaste que sufr¨ªa el PSOE a escala nacional en 2011 ¡ªcay¨® al 27 % en las generales¡ª, termin¨® por afectar tambi¨¦n al PSPV; adem¨¢s, el factor t¨¢ctico del voto ¨²til en las auton¨®micas siempre ayuda a dispersar el voto hacia otras formaciones. A pesar de ello, los datos revelan que el elector socialista de la Comunidad Valenciana penaliza al PSPV frente al PSOE y env¨ªa un mensaje claro y manifiesto a sus l¨ªderes: socialdemocracia s¨ª; PSPV, no. Sin embargo, a los propietarios del partido en Valencia, no les inquieta lo m¨¢s m¨ªnimo esta sangr¨ªa de votos, convencidos como est¨¢n, interesadamente, de que estas cifras reflejan tan solo un fen¨®meno c¨ªclico. Se equivocan de principio a fin, no es un ciclo, es el final.
No soy un profeta de las desgracias, pero si el PSOE no quiere reunir los huesos que se exhumen de las distintas sepulturas auton¨®micas para quedar definitivamente enterrado en el osario pol¨ªtico nacional, est¨¢ obligado a proponer con claridad un nuevo proyecto socialdem¨®crata para Espa?a. Lo contrario supondr¨¢ cerrar a piedra y lodo su papel hist¨®rico, y entregar en bandeja al PP una alternativa que resultar¨¢ inquietante tanto para la socialdemocracia espa?ola como para la propia estabilidad constitucional de Espa?a: o bien el bipartidismo de PP-Podemos, o bien el binomio PP-PSOE versus alg¨²n tipo de uni¨®n popular.
Manuel Sanchis i Marco es profesor de Econom¨ªa Aplicada de la Universidad de Valencia.
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