Viejos y nuevos intelectuales
Como hace cien a?os, proliferan los diagn¨®sticos tremendistas y los discursos maniqueos que fomentan la irresponsabilidad. Hay que vencer la tentaci¨®n de la palabra candente y no abastecer de excusas al populismo
En 1914 pronuncia Ortega su famosa conferencia Vieja y nueva pol¨ªtica, s¨ªmbolo del compromiso intelectual contra la Restauraci¨®n y su sistema pol¨ªtico bipartidista, clientelar y corrupto. Observadores diversos, de Esperanza Aguirre (Abc, 30-06-2014) a Andr¨¦s Ortega (EL PA?S, 15-05-2013), han advertido los paralelismos obvios entre la situaci¨®n que criticaba Ortega y la actual. Creemos que hay otro paralelismo, menos obvio pero m¨¢s tr¨¢gico: el papel t¨®xico de nuestros intelectuales. Como ha se?alado Jos¨¦ M. Marco, no solo Ortega, sino muchos otros, de Costa a Aza?a, contribuyeron con su ¡°palabra candente¡± a destruir nuestro r¨¦gimen liberal. Tanto polarizaron el debate pol¨ªtico que lo alejaron de pautas sosegadas y constructivas. Acallaron as¨ª las voces realistas y pragm¨¢ticas, las de aquellos que propon¨ªan las soluciones pactistas e incrementalesque nos hubieran acercado a los pa¨ªses avanzados.
Un siglo despu¨¦s, estamos tentados a repetir el mismo error. De entrada, porque admiramos el compromiso pol¨ªtico de nuestros intelectuales, sobre todo el de la generaci¨®n del 14, la ¡°m¨¢s cualificada y brillante de nuestra historia contempor¨¢nea¡± (Luis Arias, EL PA?S, 31-03-2014). Y, en particular, el de Ortega, ¡°el mayor escritor espa?ol del siglo XX¡± (Javier Cercas, EL PA?S, 17-08-2014). Por desgracia, ese compromiso ha sido, y es, aciago. Ante todo, porque mucho intelectual espa?ol cae, con Ortega, en tres grandes vicios: exagerar los problemas, compararlos con referencias irreales y agregarlos en t¨¦rminos inmanejables.
Tanto en la Restauraci¨®n como ahora, los relatos de moda usan con alegr¨ªa adjetivos de calibre orteguiano para pintar un cuadro desmedido, el de una Espa?a ¡°caduca¡± y ¡°cadav¨¦rica¡± que ¡°est¨¢ acabando de morir¡± porque ¡°nuestro problema es mucho m¨¢s grande, mucho m¨¢s hondo¡±. Met¨¢foras de similar calado se han reiterado tanto que hemos acabado por despreciarnos, hasta llegar a la anomal¨ªa de que, seg¨²n una encuesta global de Pew, nos vemos mucho peor que como nos ven los extranjeros.
En segundo lugar, una y otra vez, nuestra intelligentsia comete lo que los institucionalistas llamamos un error coasiano, comparando una realidad defectuosa con su ideal favorito, en lugar de compararla con otras realidades, como las de pa¨ªses vecinos (Portugal, Italia, incluso Francia). O con la de parientes venidos a menos tras aventuras similares a las que hoy nos propone Podemos (Cuba, Argentina, Venezuela).
Al exonerar a las masas, la 'intelligentsia' alimenta a la pol¨ªtica de odio y revanchismo
Ese idealismo es perjudicial porque, al prometer un porvenir glorioso, invita a dar un salto en el vac¨ªo. M¨¢xime cuando usa la raz¨®n para excitar las emociones de las masas. Ortega nos exhorta a rebelarnos contra la ¡°corrupci¨®n organizada¡±, en una insurrecci¨®n que no difiere mucho de la de los indignados actuales cuando claman contra una ¡°casta¡± de la que tambi¨¦n estos se distancian. Hasta los c¨ªrculos de Podemos recuerdan la red que Ortega conceb¨ªa como ¡°¨®rgano de propaganda y ¨®rgano de estudio del hecho nacional¡± y que suger¨ªa basar en ¡°lazos de socialidad ¡ªcooperativas, c¨ªrculos de mutua educaci¨®n; centros de observaci¨®n y de protesta¡±, una ¡°red de nudos de esfuerzo¡± para construir un ¡°sistema nervioso¡± con el que canalizar la aut¨¦ntica voluntad del pueblo y as¨ª ¡°penetrar en el fondo del alma colectiva¡±. Una red popular dentro de un proceso que se nos presenta como educativo y bottom-up. Aunque, no nos enga?emos, ayer como hoy el liderazgo est¨¢ claro. Ortega nos animaba ¡°a ser primero amigos de quienes luego vamos a ser conductores¡±, y Podemos se ha movido ya en esa direcci¨®n.
Coincide tambi¨¦n Ortega con Podemos en su visi¨®n de la pol¨ªtica, una visi¨®n da?ina porque la plantean como lucha y no como conciliaci¨®n, desde?ando el orden p¨²blico y el Estado de derecho (una ¡°nimiedad¡±, una ¡°ficci¨®n jur¨ªdica¡±). Ortega desacredita incluso la idea de C¨¢novas de que no ¡°haya vencedores ni vencidos¡±, quiz¨¢ lo m¨¢s loable de la Restauraci¨®n, pregunt¨¢ndose si ¡°?no os suenan como prop¨®sitos turbios estas palabras? Esta premeditada renuncia a la lucha, ?se ha realizado alguna vez y en alguna parte en otra forma que no sea la complicidad y el amigable reparto?¡±. Pues bien, don Jos¨¦, 100 a?os despu¨¦s sabemos que s¨ª. La renuncia a la lucha no solo es positiva, sino que es la base misma del Estado de derecho o, si se prefiere, del Estado de bienestar. solo que hoy las excusas de lucha vuelven a tener demanda.
Renunciar a la lucha no s¨®lo es positivo, sino la base del Estado de derecho y de bienestar
Por ¨²ltimo, no solo eran perniciosos el diagn¨®stico y el m¨¦todo de nuestros regeneracionistas de hace un siglo, sino tambi¨¦n su forma de enfocar los problemas pol¨ªticos y su desprecio por la econom¨ªa. Hoy a¨²n se admira que Ortega quiera ¡°cambiar a Espa?a de ra¨ªz¡± (Vargas Llosa, EL PA?S, 29-06-2014), o incluso que sea ¡°radicalmente radical, porque va a la ra¨ªz de los problemas¡± (Cercas). Craso error. Buscar la ra¨ªz de nuestros problemas tratando de hallar la ¡°opini¨®n verdadera e ¨ªntima¡± de los espa?oles, como pretend¨ªa Ortega, es f¨²til y contraproducente. Cient¨ªficos sociales, de Charles Lindblom a Roland Coase, pasando por Karl Popper, han demostrado que es m¨¢s efectivo pensar en cambios incrementales y alternativas factibles. Lamentablemente, el pragmatismo exige m¨¢s an¨¢lisis y no es tan m¨¢gico ni espectacular como las enmiendas a la totalidad.
Enfrascados en buscar la ra¨ªz de todos los problemas, nuestros intelectuales han alimentado sue?os colectivistas. La fe en que un Estado bien dirigido resolver¨ªa los problemas cotidianos cal¨® de tal forma que hasta peque?oburgueses ilustrados, que hubieran podido abanderar el liberalismo pol¨ªtico, entendieron, como Aza?a, que el Estado era el ¡°¨²nico Dios de quien podemos esperar¡±. Esa idea regeneracionista de la ¡°Pol¨ªtica¡± como instrumento transformativo de la sociedad, que expulsa a la ¡°pol¨ªtica¡± como facilitadora de proyectos individuales, sigue viva hoy d¨ªa. Late en el mantra de que debemos ¡°buscar la utop¨ªa¡± y en la queja de que el mercado reina sobre la pol¨ªtica. Pero la utop¨ªa es solo una trampa, y el mercado solo nos recuerda que vivimos en un mundo de recursos limitados.
Nuestra cr¨ªtica no es una defensa del statu quo. El r¨¦gimen actual tiene mucho margen de mejora, como tambi¨¦n lo ten¨ªa el de la Restauraci¨®n. Leandro Prados y sus coautores estiman que, entre 1880 y 1913, nuestro PNB por habitante cay¨® del 83,3% al 72,3% respecto a los principales pa¨ªses europeos. Pero eso no disculpa a aquellos intelectuales que, por su idealismo est¨¦ril, no pod¨ªan identificar la causa de esa debilidad relativa de Espa?a. Como ha demostrado Pedro Fraile, lo que nos apart¨® de Europa no fue el exceso de capitalismo, tan denostado por Ortega, sino su defecto: la poca y decreciente exposici¨®n de nuestra econom¨ªa a la competencia, tanto nacional como internacional. Que los intelectuales del 14 pregonaran un mensaje aun m¨¢s contrario al mercado solo facilit¨® la tarea a los proteccionistas, los verdaderos responsables de nuestro retraso.
Lo que nos apart¨® de Europa no fue el exceso de capitalismo, tan denostado por Ortega, sino su defecto
Pero no se trata aqu¨ª de hacer un balance ventajista del pasado, sino de sacar lecciones para un presente en el que corremos riesgos parecidos. Y no por el auge de argumentos populistas, sino porque, como hace 100 a?os, muchos discursos intelectuales los abastecen de excusas. Evitemos caer en el mismo error. Si bien hoy ya pocos menosprecian la econom¨ªa, muchos, a ambos lados del espectro ideol¨®gico, comparten con Ortega un an¨¢lisis maniqueo de la realidad en t¨¦rminos de ¡°¨¦lites extractivas¡± o de un ¡°capitalismo de amiguetes¡±. Al exonerar a las masas (como si estas no fueran tambi¨¦n extractivas, sino v¨ªctimas inocentes), los intelectuales alimentan de odio y revanchismo la pol¨ªtica. Justifican as¨ª iniciativas que, al socavar la econom¨ªa de mercado, nos condenar¨ªan a d¨¦cadas de pobreza.
En 2014, como en 1914, han proliferado los diagn¨®sticos tremendistas, las enso?aciones colectivas y la polarizaci¨®n. Esta tr¨ªada es atractiva medi¨¢ticamente, pero es nociva para la convivencia y el progreso. Debemos abandonar los discursos maniqueos y victimistas, pues fomentan la irresponsabilidad. Y vencer la tentaci¨®n del verso candente y el idealismo, para prestar m¨¢s atenci¨®n a la prosaica tarea de comparar y construir realidades.
Benito Arru?ada es catedr¨¢tico de la Universidad Pompeu Fabra y V¨ªctor Lapuente profesor en el Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo.
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