Vivir en el aeropuerto
Personas que no tienen casa han encontrado en las instalaciones aeroportuarias un refugio en el que pernoctar
Un aeropuerto se parece mucho a una gran ciudad. Todo funciona durante todo el d¨ªa. Hay turnos nocturnos y diurnos; a primera hora se levantan las persianas de tiendas y quioscos y el personal entra y sale de sus puestos de trabajo en una cadencia que no se detiene. Pero ni llueve ni hace fr¨ªo, y eso hace de estos lugares un para¨ªso para quienes no tienen otro techo que el cielo estrellado. Como en la pel¨ªcula Aeropuerto,las instalaciones de Barajas (igual que las de El Prat) se han convertido en el refugio de unos ciudadanos que tambi¨¦n est¨¢n en tr¨¢nsito, pero no de una ciudad a otra, sino de una vida que fue mejor a otra que no saben c¨®mo ser¨¢.
Para estos transe¨²ntes vivir en el aeropuerto tiene enormes ventajas respecto a vivir en la calle. De entrada, est¨¢n calientes, tienen lavabos limpios y confortables donde asearse y no deben esperar demasiado en una cafeter¨ªa para que pasajeros con prisa se levanten dejando en la mesa restos de comida y bebidas sin consumir. Y el paisanaje suele ser gente educada, que va a lo suyo; ni molesta ni quiere ser molestada.
Por eso, la condici¨®n para poder vivir durante largo tiempo en ese privilegiado entorno de maletas y pantallas cambiantes es poder pasar inadvertido, no parecer un sin techo, y sobre todo, comportarse como un pasajero m¨¢s. Para lograr esta metamorfosis es preciso, sin embargo, conservar una personalidad estructurada, cierto equilibrio mental y unas habilidades sociales que no est¨¢n al alcance de muchos de los pobres que duermen junto a los cajeros autom¨¢ticos.
Con las crisis se aprende que la pobreza es una condici¨®n que puede asaltar a cualquiera. Hay pobres ahora que hace unos a?os se autodefin¨ªan en las encuestas como de clase media. Las dificultades han golpeado a muchos que nunca antes habr¨ªan imaginado que un d¨ªa tendr¨ªan que ir a C¨¢ritas o a un banco de alimentos a por comida. Y, sin embargo, eso ocurre. La treintena de personas que viven en la T-4 de Barajas no tiene trabajo y ha perdido su casa. Tienen que encontrar un modo de vivir la pobreza que no sea entre cartones, en la calle. Y eso no es digno de una sociedad que quiere ser justa y equitativa y que, por esa raz¨®n, necesita encontrar soluciones, aunque sea dif¨ªcil.
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