El m¨¢s all¨¢ es la calavera
He aqu¨ª un edificio en ruinas, lo mismo da de d¨®nde. Lo que nos interesa ahora es lo que queda de ¨¦l: el costillar
He aqu¨ª un edificio en ruinas, lo mismo da de d¨®nde. Lo que nos interesa ahora es lo que queda de ¨¦l: el costillar. Tuvo pulmones, coraz¨®n, recto, ur¨¦teres; tuvo sus partes blandas, sus gl¨¢ndulas, sus ganglios, sus am¨ªgdalas. Dispon¨ªa de venas, segregaba sus propios jugos, metabolizaba s¨®lidos y l¨ªquidos¡ Todos los animales grandes llevamos dentro la urdimbre de una catedral, de un front¨®n, de una f¨¢brica. Cuando en pleno desierto aparece el esqueleto de una vaca al que han sacado brillo las hienas o los buitres, no nos impresiona tanto lo que tiene de bastidor org¨¢nico como lo que posee de arquitectura artificial. La arquitectura artificial, en cambio, nos remite a nuestra propia osamenta.
Observen, en la foto, los restos de carne adheridos a¨²n a esas clav¨ªculas de hierro, no se pierdan el rojo o rosa dominante de la sangre, en proceso de evaporaci¨®n. Dir¨ªamos que acaban de sacrificar a la bestia y que los matarifes se han marchado a comer dejando a medias el deshuese. Somos, en efecto, la medida de todas las cosas, construimos las casas y los hangares y los s¨®tanos a nuestra imagen y semejanza. La historia de la arquitectura es en cierto modo la historia del cuerpo, y viceversa. Cuando a una construcci¨®n le abandona el alma, cuando muere, comienza la lenta descomposici¨®n de los ¨®rganos nucleados en torno a su estructura ¨®sea. El m¨¢s all¨¢ es la calavera. Desde el cr¨¢neo vac¨ªo, los inmuebles difuntos hablan de nosotros a quien quiera escucharlos. Y su lengua es hermosa, euf¨®nica, aunque tambi¨¦n terrible. Imposible admirar esa devastaci¨®n sin sentirla propia.
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