Falta bosque, sobra soja
Hay 112.000 ind¨ªgenas en Paraguay y el 75% de ellos vive en situaci¨®n de extrema pobreza y bajo amenaza de etnocidio Los monocultivos de soja y las explotaciones ganaderas les obligan a migrar a pesar de que gran parte de las tierras usadas para este cultivo les pertenecen
Son las siete de la ma?ana en Cerro Poty, una comunidad ind¨ªgena de la etnia av¨¢ guaran¨ª, situada junto al vertedero de Asunci¨®n, Paraguay. El sol, ya en lo alto del cielo, se refleja en el suelo a¨²n encharcado desde la ¨²ltima inundaci¨®n. A los pies del cerro Lambar¨¦ crece la vegetaci¨®n exuberante impulsada por el calor y la humedad del clima. All¨ª decenas de familias ind¨ªgenas expulsadas de sus tierras sobreviven desde hace a?os. "La vida es dif¨ªcil aqu¨ª porque no hay trabajo. No hay apoyo desde el Gobierno", cuenta Petrona Ru¨ªz. "Algunos reciclan basura en el centro o venden artesan¨ªa". Petrona tiene 38 a?os y cinco hijos y fue elegida responsable de la comunidad hace dos a?os. Lleva viviendo aqu¨ª 14, desde que lleg¨® de Curuguaty, una localidad rural del interior del pa¨ªs.
Cerro Poty no es un caso aislado. "En Paraguay hay 112. 000 ind¨ªgenas", afirma Claudelina Gonz¨¢lez, jefa de comunicaci¨®n del Instituto Paraguayo del Ind¨ªgena, INDI, y un 75% de ellos vive en situaci¨®n de pobreza extrema, seg¨²n datos de la propia instituci¨®n.
Expulsados de sus tierras
"En el a?o 2002 la mayor parte de la poblaci¨®n ind¨ªgena del Paraguay estaba en la regi¨®n occidental del pa¨ªs una vasta regi¨®n ¨¢rida conocida como Chaco, pero actualmente se encuentra en la f¨¦rtil regi¨®n oriental", asegura Claudelina. "El monocultivo y el ganado provoca que los ind¨ªgenas sean expulsados de sus tierras, y las personas pobres busquen acceso a los servicios b¨¢sicos en otro lugar", se?ala.
En la Comunidad de Cerro Poty viven actualmente 43 familias ind¨ªgenas. "Conozco a muchas personas de mi pueblo que fueron desalojadas y tuvieron que emigrar a la ciudad", asegura Petrona a las puertas de su humilde casa de ladrillo. Estas migraciones forzosas suelen estar provocadas por el hambre, la falta de servicios o las expulsiones para la expansi¨®n de las granjas de ganado o la plantaci¨®n de soja. La mitad de las tierras usadas para este cultivo pertenec¨ªan a familias campesinas o ind¨ªgenas, seg¨²n un informe de Oxfam Am¨¦rica.
El antrop¨®logo paraguayo Ren¨¦ Alfonso lo afirma tajante: "La deforestaci¨®n y la expansi¨®n del monocultivo de soja est¨¢n llevando a los pueblos a su desaparici¨®n. Estamos ante un etnocidio de los pueblos ind¨ªgenas".
El caso de la Comunidad de Cerro Poty no es un hecho aislado. El pasado 22 de octubre el fiscal Santiago Gonz¨¢lez, de la Unidad Especializada de Derechos Humanos, llev¨® a cabo el allanamiento de los terrenos de la empresa agropecuaria San Antonio S.A., situada en la zona del bajo Chaco, por una denuncia de restricci¨®n al derecho a la circulaci¨®n que tienen los ind¨ªgenas en sus tierras ancestrales. "Una restricci¨®n que, en algunos casos, ha afectado hasta la vida", explica Ireneo T¨¦llez, abogado de la ONG Tierra Viva. Esta organizaci¨®n asesora a los ind¨ªgenas y sostiene que en el interior de esas tierras viven decenas de personas de la etnia enxet en una comunidad llamada Santa Mar¨ªa. Carlos Reinfeld, administrador de la empresa, niega su existencia y mantiene que las personas que hay all¨ª son s¨®lo trabajadores de la finca.
El procedimiento se inici¨® a ra¨ªz de una denuncia del a?o pasado porque "podr¨ªan estar vulner¨¢ndose los derechos humanos de los ind¨ªgenas que est¨¢n en el asentamiento", seg¨²n dijo el fiscal. "Podr¨ªa haber el tipo penal de genocidio", a?adi¨®.
Este y otros muchos casos hacen que cada vez haya m¨¢s ind¨ªgenas expulsados de sus tierras. Una gran parte de ellos se desplazan a Asunci¨®n y terminan viviendo en las zonas m¨¢s empobrecidas de la ciudad.
Pobreza, racismo y exclusi¨®n social
El peque?o arroyo que pasa junto a Cerro Poty, y que desemboca en el r¨ªo Paraguay, est¨¢ completamente lleno de basura. Una parte proviene del vertedero cercano. Las inundaciones arrastran los desperdicios y cuando el agua se va los desechos se quedan. Otra parte es de los propios vecinos. All¨ª no hay recogida, nadie pasa a limpiar. "Hay mucha contaminaci¨®n", se lamenta Petrona, la representante de la comunidad, se?alando a su alrededor.
Los ind¨ªgenas, cuando llegan a Asunci¨®n, tienen que enfrentarse a la falta de trabajo, de vivienda y al racismo de la mayor parte de la sociedad. Ausencio G¨®mez es un ind¨ªgena av¨¢ guaran¨ª y reside en Cerro Poty junto a su mujer, Mar¨ªa, y a sus cinco hijos. Tiene 42 a?os y vive desde hace 11 en este lugar. Lleg¨® a Asunci¨®n porque tuvo un accidente con la moto en el que se rompi¨® una pierna y en Curuguaty, su lugar de origen, no le pod¨ªan atender. Actualmente trabaja reciclando basura durante ocho o 10 horas al d¨ªa a cambio de unos 40.000 guaran¨ªes, unos 7 euros. Recorre las calles del centro de la ciudad empujando un enorme carro que llena de cartones y pl¨¢sticos hasta que ya no entran m¨¢s. Si un d¨ªa no sale a reciclar no tiene nada que vender y, por lo tanto, nada que cobrar.
En el a?o 1981 se cre¨® el Instituto Paraguayo del Ind¨ªgena para "velar por los derechos de los pueblos ind¨ªgenas" en palabras de Claudelina Gonz¨¢lez, aunque ella misma reconoce que el INDI tiene s¨®lo 68 funcionarios "y poca capacidad para atender las necesidades de todas las comunidades".
Joaqu¨ªn Dom¨ªnguez, ind¨ªgena de la etnia mby¨¢ guaran¨ª, lleva 15 d¨ªas acampado frente a esta instituci¨®n reclamando "tierras y educaci¨®n" y es mucho m¨¢s duro en sus cr¨ªticas. "El INDI y el Gobierno no hacen nada, no quieren saber nada de nuestros problemas", asegura. No es el ¨²nico que piensa as¨ª. Junto a ¨¦l hay decenas de personas durmiendo bajo lonas desde hace semanas.
A la exclusi¨®n social y a la falta de ayudas institucionales hay que sumarle que "hay muchos asunce?os muy racistas", opina el antrop¨®logo Ren¨¦ Alfonso. "Es posible escuchar frases como 'son puercos', 'hay que matarles' o 'que sus mujeres no tengan m¨¢s hijos'", remarca.
Menores entre drogas y prostituci¨®n
El d¨ªa transcurre tranquilo en Cerro Poty. Una familia toma terer¨¦ (infusi¨®n tradicional de hierba mate y agua fr¨ªa) en la puerta de su casa mientras algunos ni?os corretean descalzos. La pobreza y la basura les rodean, pero lo peor est¨¢ m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de las peque?as comunidades como esta.
"Contabilizamos 3.000 ind¨ªgenas en situaci¨®n de calle entre Asunci¨®n, Curuguaty y Ciudad del Este donde est¨¢n expuestos a drogas como la cola de zapatero, que les quita el hambre, y a la prostituci¨®n", asegura el antrop¨®logo Ren¨¦ Alonso. Esta realidad afecta tanto a adultos como a menores, pero son estos ¨²ltimos los m¨¢s vulnerables.
"Hay entre 200 y 300 menores ind¨ªgenas en las calles de Asunci¨®n", explica?Leonarda Duarte, educadora social en el Centro Pedag¨®gico y de aprendizaje Nemity de San Lorenzo. Ella tambi¨¦n es ind¨ªgena, de la etnia ach¨¦ guaran¨ª, y lleva desde 2010 trabajando en esta instituci¨®n dependiente de la Secretar¨ªa Nacional de la Ni?ez y la Adolescencia. "Uno de los factores m¨¢s importantes para que los menores est¨¦n en las calles es la invasi¨®n de la soja en sus comunidades", sostiene Leonarda. "Una vez desalojados de sus tierras van a las ciudades. Buscan las grandes ciudades d¨®nde poder sobrevivir", afirma.
En un terreno situado justo enfrente del Hotel Bourbon de Asunci¨®n, uno de los m¨¢s lujosos de la ciudad, viv¨ªan hasta hace poco decenas de menores ind¨ªgenas. "Esnifaban cola de zapatero y por las noches las ni?as eran prostituidas. Hasta hace 15 d¨ªas hab¨ªa menores por aqu¨ª", asegura Leonarda se?alando varias latas de adhesivo sint¨¦tico esparcidas por la tierra rojiza. Botellas, cenizas de varias hogueras y bolsas de pl¨¢stico que usaban para esnifar el pegamento respaldan sus palabras. Durante los ¨²ltimos meses el Estado ha recogido a 70 ni?os en ese lugar. Algunos ten¨ªan familiares pero otros fueron trasladados a albergues infantiles o cuarteles militares, dependiendo de su edad.
En el centro donde trabaja Leonarda hay siete ni?os, todos ellos de la etnia mby¨¢ guaran¨ª. Los menores estudian, juegan al f¨²tbol o pasean por las instalaciones construidas hace cinco a?os por la Agencia de Cooperaci¨®n Internacional de Corea (Koica). Todos ellos, por ahora, est¨¢n alejados de la miseria, las drogas, los abusos sexuales y la prostituci¨®n. Pero no se puede saber si ma?ana volver¨¢n a estar en las calles. Las educadoras tienen contratos s¨®lo por un a?o (renovables), el centro apenas tiene presupuesto y nadie arregla las cosas que se estropean.
Mientras tanto las plantaciones de soja y las explotaciones ganaderas contin¨²an expandi¨¦ndose y expulsando a los ind¨ªgenas de sus comunidades. Muchos de ellos llegar¨¢n a Asunci¨®n. Los que tengan mejor suerte podr¨¢n asentarse en lugares como Cerro Poty, los que no, tendr¨¢n que sobrevivir en cualquier esquina.
Comienza a anochecer en el Centro Pedag¨®gico y de aprendizaje Nemity y los ni?os ven absortos una pel¨ªcula en un viejo televisor que reproduce mal los colores. Mientras Leonarda hace una reflexi¨®n en voz alta: "Durante m¨¢s de 500 a?os han intentado que nos comportemos como ellos. ?Y si cambiamos y ellos prueban a vivir como nosotros?".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.