Cusco en el tiempo
PIEDRA DE TOQUE. En la regi¨®n que se jacta de hablar el quechua m¨¢s cl¨¢sico y puro del Per¨² se escucha tambi¨¦n un espa?ol cuidadosamente pronunciado, dechado de elegancia, desenvoltura y discreci¨®n
Como Jerusal¨¦n, Roma, El Cairo o M¨¦xico, en el Cusco el pasado forma parte esencial del presente y a menudo lo reemplaza con la irresistible presencia de la historia. No hay espect¨¢culo m¨¢s impresionante que ver amanecer desde la plaza de Armas de la antigua ciudad, cuando despuntan en la imprecisa luminosidad del alba los macizos templos color ocre oscuro y los balcones coloniales, los techos de tejas, la erupci¨®n de campanarios y torres y, en todo el rededor, el horizonte quebrado de los Andes que circunda como una muralla medieval al que fue el orgulloso ¡°ombligo del mundo¡± en tiempo de los incas.
Hay algo religioso y sagrado en el ambiente y uno entiende, seg¨²n cuentan los primeros cronistas que visitaron la ciudad imperial y dejaron testimonio escrito de su deslumbramiento, que, en el pasado, quienes se acercaban al Cusco deb¨ªan saludar con reverencia a quienes part¨ªan de all¨ª, como si el haber estado en la capital del Incario les hubiera conferido prestigio, dignidad, una cierta nobleza. Ya en tiempos prehisp¨¢nicos era una ciudad cosmopolita donde, adem¨¢s del quechua ¡ªel runa simi o lengua general¡ª se hablaban todas las lenguas y dialectos del imperio. Hoy ocurre lo mismo, con la diferencia de que las lenguas que escucho a mi alrededor, en estas primeras horas m¨¢gicas del d¨ªa, provienen del mundo entero, porque el turismo que invade Cusco a lo largo del a?o procede de los cuatro puntos cardinales.
He estado cerca de siete u ocho veces en el Cusco y ahora vuelvo luego de cinco a?os. Como siempre, los dos primeros d¨ªas, los 3.400 metros de altura los siento en la presi¨®n de las sienes y en el ritmo acelerado del coraz¨®n, pero la emoci¨®n es la misma, un sentimiento agridulce de asombro ante la belleza del paisaje urbano y geogr¨¢fico y de agobio ante el presentimiento de la infinita violencia que est¨¢ detr¨¢s de esos templos, palacios, conventos, donde, como en pocos lugares del planeta, se mezclan y funden dos culturas, dos historias, costumbres, lenguas y tradiciones diferentes.
Los arque¨®logos han descubierto que, en las entra?as cusque?as, hay sustratos preincaicos importantes, que se remontan a la antiqu¨ªsima ¨¦poca de la desintegraci¨®n del Tiahuanaco y que en la ra¨ªz de muchas construcciones incas est¨¢ presente el legado de los wari. Pero a simple vista lo que se manifiesta por doquier, en las ciudades, las aldeas y el campo cusque?os, es la fusi¨®n de lo incaico y lo espa?ol. Templos, iglesias, palacios, est¨¢n levantados con las piedras monumentales, rectil¨ªneas y sim¨¦tricas de las grandes construcciones incas y muchas de sus callecitas estrechas son las mismas que conduc¨ªan a los grandes adoratorios del Sol y de la Luna, a las residencias imperiales o a los santuarios de las vestales consagradas al culto solar. El resultado de este mestizaje, presente por todas partes, ha dado lugar a unas formas est¨¦ticas en las que es ya dif¨ªcil, si no imposible, discriminar cu¨¢l es precisamente el aporte de cada civilizaci¨®n.
El mestizaje es tal que resulta dif¨ªcil discriminar el aporte de cada civilizaci¨®n
Un buen ejemplo de ello, y, tambi¨¦n, del progreso que ha experimentado el Cusco en este ¨²ltimo lustro, es la ruta del barroco andino. Recorrer anta?o los templos coloniales de la provincia de Quispicanchi era arduo y frustrante, por los malos caminos y el estado de deterioro en que aquellos se encontraban. Hoy hay una moderna carretera y la restauraci¨®n de las iglesias de Canincunca, Huaro y Andahuaylillas est¨¢ terminada y es soberbia. Las tres iglesias son una verdadera maravilla y es dif¨ªcil decir cu¨¢l es m¨¢s bella. Muros, tejados, retablos, campanarios, lienzos, tallas, frescos, incluso el veterano ¨®rgano de Andahuaylillas, lucen impecables. Pero, acaso lo m¨¢s importante es que est¨¢n lejos de ser museos, es decir, de haberse quedado congelados en el tiempo. Por el contrario, y, en gran parte gracias al empe?o de los jesuitas que est¨¢n a cargo de ellos y de los voluntarios que los ayudan, se hallan vivos y operantes, con escuelas, talleres, bibliotecas, centros de formaci¨®n agr¨ªcola y artesanal, unidades sanitarias, oficinas de promoci¨®n de la mujer, consultorios jur¨ªdicos y de derechos humanos y hasta un taller de luther¨ªa (en Huaro) donde los j¨®venes aprenden a fabricar arpas, guitarras y violines. Las comunidades que rodean a estas parroquias denotan un dinamismo pujante que parece irradiar desde aquellos templos.
Pas¨¦ largo rato contemplando las pinturas, tallas, frescos y esculturas de las iglesias de Quispicanchi. Lo indio est¨¢ tan presente que a veces supera a lo espa?ol. Es evidente que aquello ocurri¨® naturalmente, sin premeditaci¨®n alguna por parte de los pintores y artesanos ind¨ªgenas que los elaboraron, volcando de manera espont¨¢nea en lo que hac¨ªan su sensibilidad, sus tradiciones, su cultura. Las pieles de los santos y los cristos se fueron oscureciendo; los rostros, el cabello, bru?endo; los ojos y hasta las posturas y ademanes sutilmente indianizando; y, el paisaje tambi¨¦n, pobl¨¢ndose de llamas, vicu?as, vizcachas, y de molles, saucos y maizales.
Entre las salinas de Maras y los andenes circulares de Moray, en el valle del Urubamba, asisto a una peque?a procesi¨®n en la que los cargadores del anda de la Virgen del Carmen ¨Cuna indiecita recubierta de alhajas¡ª van disfrazados de incas y, luego, se celebra una fiesta en la que grupos de estudiantes de la Universidad de San Antonio Abad bailan huaynos y pasillos. Un antrop¨®logo, del mismo centro acad¨¦mico, me explica que tanto la m¨²sica como los pol¨ªcromos calzones y polleras de los danzarines son, todos, de origen colonial. El mestizaje reina por doquier en esta tierra, incluso en ese animado folclore que los gu¨ªas tur¨ªsticos se empe?an en hacer retroceder hasta los tiempos de Pachac¨²tec.
El Inca Garcilaso fue el primero en reivindicar sus ancestros indios e hispanos
Pero muchas cosas han cambiado tambi¨¦n en el Cusco en estos ¨²ltimos cinco a?os. Uno de los mejores escritores cusque?os, Jos¨¦ Uriel Garc¨ªa, public¨® en los a?os veinte del siglo pasado un precioso ensayo en el que llamaba a la chicher¨ªa ¡°la caverna de la nacionalidad¡±. En esa r¨²stica y miserable taberna, de fog¨®n y de paredes tiznadas, donde se com¨ªan los guisos populares m¨¢s picantes y se emborrachaban los parroquianos con la brava chicha de ma¨ªz fermentado, se estaba forjando, seg¨²n ¨¦l, ¡°el nuevo indio¡±, crisol de la peruanidad. Pues bien, en el Cusco de nuestros d¨ªas, si las chicher¨ªas no han desaparecido del todo, quedan ya muy pocas y hay que ir a buscarlas ¡ªcon lupa¡ª en los m¨¢s alejados arrabales. Ya s¨®lo sobreviven en las aldeas y pueblos m¨¢s remotos. En la ciudad las han reemplazado las poller¨ªas, los chifas, las pizzer¨ªas, los McDonalds, los restaurantes vegetarianos y de comida fusi¨®n. Todav¨ªa proliferan por doquier los modestos albergues para mochileros y hippies que vienen al Cusco a darse un ba?o de espiritualidad bebiendo mates de coca (o mastic¨¢ndola) y transubstanci¨¢ndose con los apus andinos; pero, adem¨¢s, tanto en la ciudad, como a orillas del Urubamba y al pie de Machu Picchu, han surgido hoteles de cinco estrellas, modern¨ªsimos. Algunos de ellos, como El Monasterio y Las Nazarenas, han restaurado con esmero y buen gusto antiguos edificios coloniales.
En esta ciudad, en gran parte biling¨¹e, los cusque?os quechua hablantes suelen jactarse de hablar el quechua m¨¢s cl¨¢sico y puro del Per¨², lo que, como es natural, despierta envidia y rencor, adem¨¢s de acusaciones de jactancia, en las dem¨¢s regiones andinas donde la lengua de los incas est¨¢ viva y coleando. Como no hablo quechua no puedo pronunciarme al respecto. Pero s¨ª puedo decir que el espa?ol que se habla en el Cusco es un dechado de elegancia, desenvoltura y discreci¨®n, sobre todo cuando lo hablan las personas cultas. Mechado de lindos arca¨ªsmos, suena con una m¨²sica alegre que parece salida de los manantiales saltarines que bajan de los cerros, o, si se endurece en las discusiones y arrebatos, resuena grave, solemne y antiguo, con un deje de autoridad. Est¨¢ cuidadosamente pronunciado, con unas erres y jotas vibrantes, y es siempre elocuente, discreto, amable y educado.
No es raro, por eso, que aqu¨ª naciera uno de los grandes prosistas del Renacimiento espa?ol: el Inca Garcilaso de la Vega. La probable casa en la que naci¨® ha sido rehabilitada con tanto exceso que es ya irreconocible. Pero, aun as¨ª, aqu¨ª pas¨® su infancia y adolescencia, y vio con sus propios ojos y guard¨® para siempre en su memoria esa ¨¦poca tumultuosa y terrible de la conquista y el desgarramiento cultural y humano que gener¨®. Aqu¨ª escuch¨® a los sobrevivientes de la nobleza incaica, a la que pertenec¨ªa su madre, llorar ese glorioso pasado imperial ¡°que se tornar¨ªa vasallaje¡± y que evocar¨ªa luego, en Andaluc¨ªa, en las hermosas p¨¢ginas de Los comentarios reales. Siempre que he venido al Cusco he peregrinado hasta la casa del Inca Garcilaso, el primero en reivindicar sus ancestros indios y espa?oles y en llamarse a s¨ª mismo ¡°un peruano¡±.
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? Mario Vargas Llosa, 2015.
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