Re¨ªrnos de nosotros mismos
La cuesti¨®n no es ser o no ser ¡®Charlie Hebdo¡¯, sino c¨®mo hacernos merecedores de un derecho excepcional y raro en el mundo, como es la libertad de expresi¨®n. Solo la sabemos valorar cuando est¨¢ amenazada
A ra¨ªz de los horrendos atentados de Par¨ªs se ha levantado cierta pol¨¦mica acerca de si todos somos o no Charlie Hebdo. Como la primera opci¨®n (¡°Yo soy Charlie Hebdo¡±, apoyada por Mario Vargas Llosa en EL PA?S del 9 de enero) fue la que tomaron muchos ciudadanos ya antes de que se convirtiera en postura oficial, el art¨ªculo de David Brooks en el New York Times (¡°Yo no soy Charlie Hebdo¡±, que EL PA?S publicaba junto con el de Vargas Llosa) no ten¨ªa m¨¢s remedio que llamar la atenci¨®n y forzar la b¨²squeda de una ¡°equidistancia¡± ponderada entre esas dos posiciones aparentemente enfrentadas, que se materializ¨® en la secuela de V¨ªctor Lapuente ¡°No s¨¦ si soy Charlie Hebdo¡±(EL PA?S, 10 de enero).
Lo primero que hay que decir sobre esta pol¨¦mica es que, a pesar de la confusi¨®n creada por los t¨ªtulos sobre todo en las ¡°redes sociales¡±, el art¨ªculo de Brooks no defiende lo contrario que el de Vargas Llosa sino exactamente lo mismo y, en mi opini¨®n, mejor, porque al entrar m¨¢s en materia a?ade al gesto ya en s¨ª mismo honroso de ponerse la pegatina de la defensa de la libertad de expresi¨®n una reflexi¨®n acerca de las condiciones que se han de exigir para poder llevarla con dignidad, y no solamente como una camiseta que nos garantiza salir en la foto de los buenos.
Sobre todo, acierta plenamente cuando define a los humoristas como una suerte de ni?os grandes, gamberros y pernipeludos que desempe?an la indispensable funci¨®n social de protegernos contra nuestros propios rid¨ªculos: nos re¨ªmos de nosotros al re¨ªrnos con los ni?os o con los humoristas, aprendemos a no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos al comprender su broma como broma, mientras que s¨ª tomamos en serio lo que dicen los ¡°eruditos sabios y considerados¡±. As¨ª al menos deber¨ªan ser las cosas, aunque no estoy tan seguro de que esto ocurra ¡°en la mayor¨ªa de las sociedades¡±, que seg¨²n el autor ser¨ªan inteligentes combinaciones de civismo y sentido del humor. Yo dir¨ªa m¨¢s bien que las sociedades donde se intenta mantener ese equilibrio son, por desgracia, una exigua minor¨ªa, y que incluso en ellas lo m¨¢s corriente es re¨ªrse de los sabios como si fueran ni?os latosos y tomarse completamente en serio a los enfants terribles. He aqu¨ª algunos ejemplos, de menos a m¨¢s: igual de ¡°pueril¡± que cada invenci¨®n de Gila, Wolinski o Tim Burton es la prohibici¨®n de que un catedr¨¢tico universitario critique p¨²blicamente a la Asociaci¨®n Nacional del Rifle, lo que pasa es que no nos re¨ªmos de esa prohibici¨®n porque, seg¨²n nos cuenta Brooks, al tal catedr¨¢tico lo despidieron de su trabajo por hacer esa cr¨ªtica en twitter, y eso no tiene ninguna gracia.
Los humoristas retratan con todo realismo la caricatura que del islam hacen los terroristas
Puede suceder, sin duda, que algunas palabras y vi?etas ¡°ofendan¡± o ¡°falten al respeto¡± a algunas personas (sobre lo que volveremos en seguida), pero es preciso notar que la Asociaci¨®n Nacional del Rifle no es una persona, como tampoco lo son ¡°el islam¡± o ¡°el islamismo radical¡±. Por el contrario, quienes se arrogan, s¨®lo en nombre de sus sentimientos de ofensa, la representaci¨®n directa y personal del ¡°islam¡±, del ¡°pueblo americano¡±, del ¡°pueblo catal¨¢n¡± o del ¡°pueblo vasco¡± est¨¢n ya, lo sepan o no, haciendo una caricatura pueril y desvergonzada del islam, de Am¨¦rica, de Catalu?a o de Euskadi; son ellos quienes, como ni?os traviesos, caricaturizan aquello en cuyo nombre dicen hablar: ?por qu¨¦ a estos humoristas s¨ª deber¨ªamos tom¨¢rnoslos en serio? ?No ser¨¢ porque, como al catedr¨¢tico del ejemplo de Brooks, nos da miedo que nos despidan?
Muy en serio nos tomamos durante muchos a?os la caricatura que ETA hac¨ªa de los vascos (arrog¨¢ndose su representaci¨®n exclusiva), no porque la cosa no fuera de chiste, sino porque era un chiste cargado de goma 2 y 9 mil¨ªmetros parabellum. An¨¢logamente, y salvando todas las distancias, es un error pensar que son los dibujantes de Charlie Hebdo quienes caricaturizan ¡°ofensivamente¡± el islam: ellos se limitan a retratar con total verosimilitud y realismo la caricatura que del islam hacen los terroristas, lo que pasa es que ¨¦stos ¨²ltimos no nos hacen gracia porque llevan pistolas lanzagranadas. La historia nos ense?a que hab¨ªa mucha m¨¢s s¨¢tira contra el cristianismo cuando los cardenales pretend¨ªan influir en las decisiones pol¨ªticas y reinar sobre la vida civil, y que el nivel de sarcasmo anticlerical ha descendido tanto m¨¢s all¨ª donde m¨¢s la religi¨®n se ha convertido en asunto privado. Por eso, el argumento de Brooks es: ¡°Yo no soy Charlie Hebdo¡ pero me gustar¨ªa serlo (en lugar de soportar la hip¨®crita correcci¨®n pol¨ªtica de los campus estadounidenses o ¡ªpodr¨ªamos a?adir nosotros¡ª el cinismo de quienes llevan la pegatina sin estar a su altura)¡±; y por ello termina abogando liberalmente contra toda prohibici¨®n en el ¨¢mbito del discurso p¨²blico y oponi¨¦ndose a quienes ven en ese tipo de s¨¢tiras un ¡°exceso¡± de la libertad de expresi¨®n que deber¨ªa ser ¡°limitado¡± o restringido.
Esa postura moderadamente restrictiva es la que adopta el profesor Lapuente, que encuentra abusiva la protecci¨®n jur¨ªdica de la libertad de expresi¨®n porque con ella ¡°se tolera pr¨¢cticamente todo (como ha sucedido en Francia con Charlie Hebdo)¡±, nos dice. Se lamenta asimismo de que no exista un medidor objetivo de las ofensas que pudiera determinar el punto en el que hay que reprimir la libertad de expresi¨®n, que ser¨ªa aquel en el cual ¡°una persona (el Rey, fulanito de tal) o una comunidad (religiosa, ¨¦tnica) se sienten tan seriamente ofendidos que pudieran llevar a cabo una acci¨®n desestabilizadora". Yo, por el contrario, celebro con alborozo que no haya ¡°ofens¨®metros¡±, porque si los hubiera y se aplicasen como Lapuente propone, ello significar¨ªa ni m¨¢s ni menos que si un loco se sintiese tan humillado por las ecuaciones de segundo grado que fuera capaz de cometer alg¨²n atentado ante su sola menci¨®n, habr¨ªa que prohibir su ense?anza y la publicaci¨®n de los libros que las contuviesen, que ser¨ªa muy parecido a censurar Charlie Hebdo como medida preventiva contra actos criminales como el del 7 de enero.
En los Estados de Derecho la falta de respeto a la dignidad de las personas la resuelven los tribunales
A falta, pues, de ¡°ofens¨®metros¡± objetivos, en los Estados de Derecho la resoluci¨®n de los conflictos ¡ªcuya existencia es consustancial a la democracia¡ª entre el debido respeto a la dignidad de las personas y la libertad de expresi¨®n constitucionalmente consagrada se encomienda a los tribunales de justicia; craso error, seg¨²n Lapuente, porque el juez, pobrecillo, ¡°con toda la buena intenci¨®n del mundo, pero sin ser un experto en libertad de expresi¨®n, aplica la ley¡±. No digo que este sistema sea perfecto, pero lo encuentro en todo caso preferible a dejar estos asuntos en manos de unos presuntos ¡°expertos en derechos y libertades¡± superiores a los jueces, que me recuerdan mucho a aquellos ¡°expertos en virtud¡± que en la Atenas de S¨®crates ense?aban lo que no puede aprenderse y vend¨ªan lo que no tiene precio, obteniendo ping¨¹es beneficios a fuerza de adular a los poderosos. Porque ello significar¨ªa sacar ¡°preventivamente¡± la tutela de la libertad de expresi¨®n del ¨¢mbito de los tribunales y entregarla a unos comit¨¦s deontol¨®gicos profesionales que, por ejemplo y para proteger los beneficios empresariales, podr¨ªan despedir a los vi?etistas de Charlie que dibujasen determinadas caricaturas, igual que los rectores de las universidades de EE UU mencionadas por Brooks (sin duda asesorados por comit¨¦s deontol¨®gicos) despidieron a ciertos profesores s¨®lo por ejercer su libertad de c¨¢tedra, sin que en ning¨²n caso los as¨ª reprimidos o despedidos puedan reclamar ante un juez contra esas acciones ampar¨¢ndose en la libertad de expresi¨®n.
En definitiva, la cuesti¨®n no es ser o no ser Charlie Hebdo, sino c¨®mo hacernos merecedores de un derecho verdaderamente excepcional y estad¨ªsticamente raro en el mundo, como es la libertad de expresi¨®n, al que nos hemos acostumbrado tanto que solamente le asignamos su aut¨¦ntico valor cuando de alg¨²n modo lo vemos amenazado. Es cierto que todos los d¨ªas se publican millones de peri¨®dicos y millones de vi?etas. Pero son una cifra peque?a (sobre todo cualitativamente) en comparaci¨®n con todos aquellos que no pueden publicarse, quiz¨¢ ni siquiera imaginarse. En honor a todos ellos, procuremos no descuidar ese milagro.
Jos¨¦ Luis Pardo es fil¨®sofo.
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