Se buscan razones para asesinar
?Qu¨¦ hay mejor que sentirse ¡°salvadores¡± y ¡°h¨¦roes¡±, y recibir agradecimiento y veneraci¨®n por parte de su cofrad¨ªa?
Me lo dijo Guillermo Cabrera Infante en su casa de Londres, hace ya muchos a?os. ?l hab¨ªa conocido a los sicarios del dictador cubano Batista y luego a los del dictador cubano Fidel Castro. A ¨¦ste lo hab¨ªa apoyado cuando derroc¨® al primero y a¨²n se esperaba de ¨¦l algo muy distinto de lo que result¨® ser. Tambi¨¦n hab¨ªa conocido a sus compatriotas que se repartieron por Latinoam¨¦rica como ¡°guerrilleros¡±, muchos de ellos santificados por la intelectualidad de sus pa¨ªses y por la europea. En realidad est¨¢bamos hablando de ETA, si mal no recuerdo, en los imp¨¢vidos a?os ochenta en que esa banda terrorista mataba un d¨ªa s¨ª y dos o tres no, m¨¢s o menos, y adem¨¢s a todo tipo de gente, desde polic¨ªas y militares y pol¨ªticos y jueces hasta periodistas y ¡°camellos¡± y transe¨²ntes. Fue entonces cuando Cabrera me dijo algo parecido a esto: ¡°No te equivoques, Javier: todo el que asesina una y otra vez; todo el que lo hace de manera sistem¨¢tica, o el que nunca descarta recurrir a ello si lo juzga ¡®necesario¡¯, es un asesino en primer lugar. Quiero decir que lo es antes que nada, que le gusta matar ¨Clo sepa o no con claridad¨C y entonces se procura una causa, una justificaci¨®n en la que eso no s¨®lo quepa sin provocar rechazo universal, sino que de hecho sea admirado por una parte de la sociedad. Todos esos son asesinos en primera instancia, no obligados ni circunstanciales, y adem¨¢s son muy cobardes: no se atreven a matar por su cuenta y riesgo, a dar rienda suelta a su instinto exponi¨¦ndose a la persecuci¨®n y la condena general.
Buscan una coartada, un movimiento, una lucha abstracta, un ideal que enaltezca sus cr¨ªmenes¡±
No, buscan una coartada, un movimiento, una lucha abstracta, un ideal que enaltezca sus cr¨ªmenes. Y no s¨®lo eso, tambi¨¦n buscan el amparo de una organizaci¨®n, da lo mismo que sea estatal (como las de Hitler o Stalin o Franco o Mao o Pinochet) o clandestina (como ETA o el IRA o las Brigadas Rojas). Son cobardes porque necesitan sentirse arropados, jaleados por otros iguales que ellos. Se enclavan all¨ª donde matar no s¨®lo est¨¢ permitido, sino que se les induce a creer que cumplen una misi¨®n, que hacen algo ¡®bueno¡¯, que luchan por la patria o el pueblo o la raza o los oprimidos, tanto da. Por sus asesinatos, en suma, esperan recibir una condecoraci¨®n. Es muy c¨®modo. Borran toda amenaza de mala conciencia individual; jam¨¢s se han de plantear lo justo de sus cr¨ªmenes, lo dan por previamente sentado; las v¨ªctimas laterales de sus acciones son accidentes inevitables, qu¨¦ se le va a hacer, mala suerte para ellas. Tratan de convencerse de que son soldados y de que libran una guerra, aunque no haya tal guerra m¨¢s que en su imaginaci¨®n. A veces la ¡®guerra¡¯ es contra indefensos jud¨ªos, o contra disidentes y tibios, a veces es contra quienes profesan una religi¨®n distinta de la suya, otras es contra el capitalismo y el imperialismo, que llegan a ver encarnados hasta en una se?ora que va de compras a unos grandes almacenes, tan vastos son ambos conceptos. Para ellos la gente es culpable de haber nacido en tal o cual lugar, de hablar tal lengua, de adorar a un dios muy parecido al propio pero no exactamente igual, de pertenecer a tal clase social o a tal raza o etnia, de poseer dinero o de carecer de ¨¦l, de ser un empresario o un descamisado, de hacer uso de su libertad de expresi¨®n y criticar a un r¨¦gimen, de ser un intelectual o un campesino, da lo mismo. A poco que lo pienses, quien est¨¢ dispuesto a matar por cualquiera de estos motivos, tan nimios en s¨ª y tan variados entre s¨ª, es antes que nada un asesino. Puro y simple. Lo que quiere es eso, asesinar. Y el resto ya vendr¨¢ despu¨¦s¡±.
A menudo me vienen estas palabras ahora ¨Co las que dijera, sin duda fue mucho m¨¢s breve, porque ahondar en estas cuestiones lo nublaba y le hac¨ªa perder al instante su magn¨ªfico sentido del humor¨C, cuando el mundo rebosa de ¡°individuos con causa¡± dedicados a cometer toda clase de actos sanguinarios y gratuitos. Son millares los que se incorporan al autodenominado Estado Isl¨¢mico o Daesh, y a uno le cuesta m¨¢s creer en semejante n¨²mero de fan¨¢ticos convencidos que en semejante n¨²mero de asesinos vocacionales, que nunca han escaseado. Lo mismo puede decirse de los miembros de Boko Haram o de los talibanes que hace poco acribillaron a ciento y pico ni?os en una escuela de Peshawar. Todos estos sujetos no s¨®lo tienen licencia para asesinar una vez que forman parte de estas organizaciones, sino que tambi¨¦n est¨¢n autorizados a secuestrar, torturar, violar y esclavizar a mujeres y ni?as, prohibir cuanto les desagrade o moleste. Se incrustan, por as¨ª decir, en lugares en los que hay barra libre y adem¨¢s se les promete, si mueren, la gloria eterna en el m¨¢s all¨¢. Pero un anticipo de esa gloria se les ofrece ya en el m¨¢s ac¨¢. ?Qu¨¦ otra cosa es hacer lo que a uno le plazca sin consecuencias, con el benepl¨¢cito de sus jefes y de su comunidad? ?Qu¨¦ hay mejor que sentirse ¡°salvadores¡± y ¡°h¨¦roes¡±, ¡°m¨¢rtires¡± en el peor de los casos, y recibir agradecimiento y veneraci¨®n por parte de su cofrad¨ªa? Los analistas m¨¢s sesudos tratan de explicarse el fen¨®meno, y por qu¨¦ tantos europeos engrosan las filas de estas bandas terroristas. Sentido de pertenencia a algo, frustraci¨®n, inadaptaci¨®n, b¨²squeda de sentido a la propia existencia, sentimientos de humillaci¨®n y venganza, creencia en una misi¨®n sagrada ¡ Las palabras de Cabrera Infante, en aquella tarde lejana, a muchos sonar¨¢n simplistas al evocarlas yo hoy, seguro. Pero no son descartables sin m¨¢s: ¡°La mayor¨ªa son meros asesinos, s¨®lo eso, que luego buscan sus razones para asesinar¡±.
elpaissemanal@elpais.es
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