¡®Je suis¡¯ Pepone y Rodolfo y Regina
Desde la distancia de Am¨¦rica Latina, el asalto terrorista a ¡®Charlie Hebdo¡¯ se siente aterradoramente cercano y tristemente familiar
No hace mucho, ac¨¢ en Santiago de Chile, no lejos de la casa en que vivo parte del a?o con mi mujer Ang¨¦lica, periodistas y escritores que se atrev¨ªan a enfrentar al r¨¦gimen del general Pinochet fueron sistem¨¢ticamente asesinados, sufriendo, muchos de ellos, torturas antes de que los mataran. Entre tantos, recuerdo especialmente a Jos¨¦ Carrasco (lo llam¨¢bamos Pepone) quien fuera alumno m¨ªo en la Universidad, luego amigo y compa?ero de revoluci¨®n y exilio y, ya de vuelta en Chile, redactor de An¨¢lisis, una revista semi-clandestina que publicaba frecuentemente art¨ªculos sat¨ªricos, semejantes a algunos que se suelen leer en Charlie Hebdo. La polic¨ªa secreta vino por Pepone justo antes del amanecer del 8 de septiembre de 1986. Le advirtieron que no se molestara en ponerse los zapatos. No iban a hacerle falta, dijeron. Unas horas m¨¢s tarde apareci¨® su cad¨¢ver acribillado a balazos.
Otro m¨¢rtir de tantos que, s¨ª, efectivamente, en forma aterradora y familiar pueblan Am¨¦rica Latina. Al otro lado de los Andes, en la vecina Argentina, centenares de autores, intelectuales y trabajadores de los medios fueron detenidos por escuadrones de la muerte, desapareciendo para siempre. Ante la necesidad de singularizar aquella tragedia en una persona, me quedo con el nombre de Rodolfo Walsh. El 5 de marzo de 1977, Walsh, uno de los grandes escritores argentinos, fundador del periodismo testimonial del continente, fue emboscado y secuestrado por un comando militar. Justo el d¨ªa anterior le hab¨ªa enviado a la Junta que malgobernaba su pa¨ªs, una Carta Abierta, provocadora, insultante, mordaz, denunciando no solo los abusos a los derechos humanos sino tambi¨¦n la pol¨ªtica econ¨®mica neo-liberal que hambreaba a su pueblo. Su cuerpo hasta hoy sigue desaparecido. Aquella Carta Abierta recuerda el tono audaz e irreverente que se encuentra en las p¨¢ginas de Charlie Hebdo.
Durante la ¨²ltima d¨¦cada una lenta masacre de periodistas ha venido asolando Latinoam¨¦rica
Tanto Chile como Argentina, por cierto, como muchos otros pa¨ªses latinoamericanos que aguantaron despiadadas dictaduras ¨CUruguay, Paraguay, Per¨², Brasil, Bolivia, Hait¨ª, El Salvador¨C son ahora democracias donde los trabajadores de la prensa pueden llevar a cabo sus labores sin temer, por lo general, el golpe en la puerta, el cuchillo en la garganta, la zanja a la medianoche.
Y, sin embargo, durante la ¨²ltima d¨¦cada una lenta masacre de periodistas ha venido asolando, infectando, corrompiendo Latinoam¨¦rica, un asedio casi invisible contra la libertad de informaci¨®n. No se trata de incidentes tan espectaculares ni dram¨¢ticos como el de Charlie Hebdo, ni se inserta en el contexto de los conflictos suscitados por una peque?a minor¨ªa de fan¨¢ticos isl¨¢micos, pero estamos presenciando, de todas maneras, una agresi¨®n incesante y desmedida y met¨®dica. Los casos m¨¢s pavorosos se concentran en Honduras, Guatemala y M¨¦xico. Tomemos el mes de agosto del 2013: tres periodistas guatemaltecos fueron muertos a tiros, incluyendo a Luis de Jes¨²s Lima, una prominente personalidad de la radio que discut¨ªa en sus programas asuntos controversiales. Y M¨¦xico: entre las decenas de trabajadores de la prensa recientemente ultimados, se presenta al figura se?era de Regina Mart¨ªnez, corresponsal en Veracruz de la revista Proceso. Una pandilla entr¨® a su casa, la golpe¨® brutalmente pare enseguida estrangularla. Qu¨¦ coincidencia: ella hab¨ªa estado investigando los lazos entre los narcos y los pol¨ªticos de Veracruz. Y Honduras, el lugar m¨¢s peligroso del mundo para ejercer la profesi¨®n de periodista. El 9 de marzo del 2012, Alfredo Villatoro, que ten¨ªa un programa radial de gran sinton¨ªa, fue secuestrado en Tegucigalpa. Seis d¨ªas m¨¢s tarde su cuerpo apareci¨® con una bala en la cabeza. Estaba vestido con ropa militar, su cara cubierta con un siniestro pa?uelo rojo. Las amenazas de muerte que hab¨ªa recibido desde hace meses finalmente se volvieron realidad.
?El mundo, b¨¢sicamente, ha ignorado estos atentados.
Toda la sociedad, la francesa y m¨¢s all¨¢ de sus fronteras, afirma en forma p¨²blica y colectiva el dolor y el coraje
Tiendo, para decir la verdad, a desconfiar de la frase que corrientemente se usa para expresar nuestra identificaci¨®n con los perseguidos: I am Salman Rushdie, Je suis Charlie, todos somos Ayotzinapa, si bien muchas veces firmo denuncias que ostentan palabras similares. Claramente, hay algo conmovedor en el hecho de sentirse uno parte de millones que, desde todos los continentes, demuestran su solidaridad con las v¨ªctimas del terror. Pero tal reacci¨®n ling¨¹¨ªstica suele ser un tantico f¨¢cil y c¨®moda. No somos, todos nosotros, Charlie. No estuvimos de veras a su lado cuando arribaron los homicidas ni los vamos a proteger con nuestros cuerpos. Y muchos de aquellos que recitan esas palabras, Je suis, Je suis, especialmente si son autoridades del Gobierno o miembros de las fuerzas de seguridad, no exhibieron ayer la tolerancia que proclaman hoy con tanto fervor. Aun as¨ª, importa, sin duda, que quienes no enfrentan ning¨²n peligro inmediato hagan saber al mundo ¨Cy especialmente a aquellos que pretenden volver a asesinar ma?ana¨C que no vamos a dejarnos amedrentar ni permitir que el miedo y el silencio ejerzan su dominio letal.
?Y tal vez, despu¨¦s de todo, el grito de Je suis Charlie se justifica en este caso debido a que el ataque a esa revista sat¨ªrica parisina fue particularmente salvaje y masiva y, por cierto, institucional. Se quiso mandar un mensaje a toda la sociedad y tiene sentido, por lo tanto, que toda la sociedad, la francesa y m¨¢s all¨¢ de sus fronteras, afirme en forma p¨²blica y colectiva nuestro dolor y nuestro coraje.
?No obstante lo cual, visto desde Santiago de Chile, desde la perspectiva de una Am¨¦rica Latina donde los colegas mexicanos y guatemaltecos y hondure?os de Charlie Hebdo mueren a mansalva en este mismo momento sin que nadie se fije, es urgente preguntarse por qu¨¦ las calles de nuestro desafortunado planeta no se llenan de cientos de miles de ciudadanos que declaran Je suis Alfredo Villatoro, Je suis Regina Mart¨ªnez, Je suis Luis de Jes¨²s Luna. ?Por qu¨¦ tan pocos pensaron siquiera en gritar, Je suis Rodolfo Walsh? ?Por qu¨¦ millones no advirtieron que ellos eran Jos¨¦ Carrasco, Je suis Pepone?
Palabras como ¨¦stas no habr¨¢n de detener, probablemente, horrores futuros. Parecen inevitables en un mundo enloquecido por el fanatismo y el odio. Pero por lo menos aquellos que casi an¨®nimamente, en rincones remotos del mundo, lejos de los Champs Elys¨¦es y las luces fulgurantes de los medios, contin¨²an levantando la voz contra la estupidez y la opresi¨®n, podr¨¢n sentirse quiz¨¢s un poco menos solos.
?Ariel Dorfman es escritor. Su ¨²ltimo libro publicado es Entre sue?os y traidores: un ¡®striptease¡¯ del exilio.
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