Una sonora edad de oro
Varias d¨¦cadas de periodismo musical dan para mucho: una charla sobre el comunismo con Leonard Cohen o la paranoica seguridad para acceder a la vivienda de Elton John. Tambi¨¦n sirven para constatar c¨®mo, poco a poco, la promoci¨®n discogr¨¢fica se ha ido convirtiendo en una maquinaria precisa e hipercontrolada. Este es un recorrido por la historia reciente del pop rock contada en primera persona por el cronista que ha alternado con sus m¨¢s destacados exponentes.
Revisando estos d¨ªas mis aportaciones a El Pa¨ªs Semanal, confirmo una intuici¨®n que me costaba verbalizar: el dominical me permiti¨® disfrutar plenamente una cierta edad de oro del periodismo musical. Ver¨¢n: en los tiempos anteriores a Internet, la entrevista cara a cara constitu¨ªa un elemento central de la estrategia de lanzamiento de un disco. M¨¢s a¨²n: en los a?os ochenta, por ejemplo, resultaba relativamente raro que un periodista espa?ol cruzara el Atl¨¢ntico para conversar con una figura estadounidense; cuando lo hac¨ªa, gozaba de un tiempo y un acceso hoy inimaginables.
As¨ª, uno pod¨ªa terminar en un reluciente sal¨®n de la mansi¨®n de Berry Gordy Jr. en Bel Air. Por aquel entonces no era habitual que el fundador del sello Motown concediera entrevistas. Y el reportero se hall¨® rodeado de una docena de personas: Gordy convoc¨® a un equipo de v¨ªdeo ¨Cy a buena parte de su familia¨C para que quedara constancia del acontecimiento. Tambi¨¦n me esperaban decepciones: acud¨ª a Memphis para realizar un reportaje sobre el fen¨®meno de las peregrinaciones a Graceland, la casa de Elvis. Hab¨ªa o¨ªdo hablar tanto de la hospitalidad y la gastronom¨ªa sure?as que me qued¨¦ noqueado cuando el director de Elvis Presley Enterprises, la compa?¨ªa que explota su legado, me llev¨® a un establecimiento de hamburguesas (¡°en los restaurantes se pierde mucho tiempo¡±).
Tras unos cuantos a?os de experiencia, tend¨ªamos a generalizar. Sab¨ªamos que los grupos brit¨¢nicos resultaban duros de roer, sobre todo si su fama era reciente y se presentaban como una pandilla de hooligans. Por el contrario, los artistas estadounidenses s¨ª entend¨ªan la necesidad de fingir que abr¨ªan su coraz¨®n. En la realidad, hasta lo m¨¢s absurdo pod¨ªa ocurrir: Carlos Santana convocaba en San Francisco a la prensa internacional para presentar la continuaci¨®n de su millonario disco de reaparici¨®n, Supernatural, y el acto deb¨ªa interrumpirse ya que el equipo de reproducci¨®n elegido apenas ten¨ªa volumen.
Uno tambi¨¦n viajaba con sus prejuicios. Entre ellos, que la desidia creativa de Rod Stewart se contagiaba a sus entrevistas. El autor de Maggie May alardeaba en 2007 de que ya no ten¨ªa inter¨¦s en escribir canciones: ¡°Lo vivo m¨¢s como un descanso que como una frustraci¨®n. Componer no es algo que me divierta. No soy Bob Dylan o Tom Waits. ?Para qu¨¦? Mis contempor¨¢neos se empe?an en sus canciones nuevas y el p¨²blico no quiere saber nada. ?Cu¨¢nto ha vendido lo ¨²ltimo de los Stones, de McCartney, de Elton? Mi ?Still the Same entr¨® al n¨²mero uno [en Estados Unidos]. Con eso est¨¢ todo dicho¡±. Cuando objet¨¦ que Dylan hab¨ªa llegado al n¨²mero uno con Modern Times, se le cay¨® la m¨¢scara de indiferencia: ¡°Seg¨²n mis c¨¢lculos, all¨ª solo hay cuatro canciones nuevas. El resto son blues cl¨¢sicos, aunque Dylan firme como autor¡±. Que conste que en 2013 Stewart lanz¨® Time, un disco con temas propios, aunque debi¨® recurrir a muchos colaboradores para rematar las canciones.
Los profesionales de la simpat¨ªa pueden manifestarse inesperadamente secos. Antes de encontrarse con Paul McCartney, un asistente avisaba de que el excomponente de los Beatles no iba a firmar ning¨²n aut¨®grafo ni tampoco aceptaba fotografiarse con el plumilla. A la salida se le escap¨® el motivo de tanta negativa: ¡°Paul detesta la idea de que una firma suya o una foto terminen vendi¨¦ndose en eBay¡±. Un planteamiento chocante para quien entonces era el hombre m¨¢s rico del planeta pop.
Por el contrario, cualquier acercamiento a Bono garantizaba la diversi¨®n: alternaba entre el cachondeo y la gravedad, era capaz de agarrar una guitarra e interpretarte un tema in¨¦dito, pensaba en voz alta, exhib¨ªa lo que los irlandeses llaman el ¡°gift of the gab¡±, que aqu¨ª podr¨ªamos traducir como ¡°pico de oro¡±. Hasta que U2 se convirti¨® en la banda m¨¢s importante del mundo y cambi¨® el ambiente que les rodeaba: las apuestas hab¨ªan subido. Ellos ni se enteraron, pero un servidor fue amenazado, muy seriamente, por el director de su compa?¨ªa espa?ola, que aseguraba que adelantar una semana la publicaci¨®n de los detalles de un nuevo disco equival¨ªa a sabotear los sacrosantos planes de marketing.
Muy frecuentemente, los excesos de protecci¨®n correspond¨ªan al entorno del artista. Entrar en la residencia campestre de Elton John en Windsor exig¨ªa someterse a procedimientos propios del servicio de seguridad del presidente de un Gobierno particularmente paranoico: ¡°Le trasladaremos a una zona de servicio en un coche del que no se podr¨¢ bajar hasta que alguien aparezca para recogerle¡±. En contraste, Elton se revel¨® cordial y encantado de hablar de m¨²sica, tanto la propia como la ajena: ¡°Cuando me veo con alguien como Sting, lo que hablamos gira sobre la m¨²sica, que es nuestro oficio. Lo consideramos vital y es un signo de buena voluntad el compartir los descubrimientos de cada uno. Yo compro varias copias de cada CD, una para cada una de mis casas, pero si hay algo que me apasiona, como el debut de Groove Armada, encargo 200 ejemplares y voy regal¨¢ndoselos a mis amigos¡±.
A veces, las pautas fijadas cambiaban. Para una de las raras audiencias de Bob Dylan con la prensa europea advirtieron que no se pod¨ªa llevar magnetof¨®n (y no nos asombramos: Prince exig¨ªa lo mismo y sus guardaespaldas hasta cacheaban a los escasos periodistas que se le acercaban). En realidad, Dylan acept¨® a ¨²ltima hora las grabadoras, pero dato tan vital no me lleg¨®: pas¨¦ lo que result¨® ser efectivamente una informal rueda de prensa tomando notas apresuradas de lo que all¨ª se dec¨ªa. Sufr¨ª tanto agobio que olvid¨¦ entregarle el obsequio que hab¨ªa tra¨ªdo: una botella de buen rioja que, seg¨²n me hab¨ªan informado, podr¨ªa agradecer.
Para una de las raras audiencias de Bob Dylan con la prensa europea advirtieron que no se pod¨ªa llevar magnetof¨®n
Las reglas del juego de la entrevista promocional no incluyen los regalos. Los t¨¦rminos del pacto son n¨ªtidos: el artista cede su tiempo a cambio de espacio en el medio. Una transacci¨®n poco prometedora, pero ocasionalmente se rompen las convenciones. Un comentario inocente a Bryan Ferry sobre sus modestos or¨ªgenes desencaden¨® un torrente de l¨¢grimas: su padre, un hombre de campo, acababa de morir. La muerte sigue siendo el gran tab¨² en una m¨²sica basada en la idea de la eterna juventud: Annie Lennox debi¨® interrumpir la charla cuando se le escap¨® que su primer hijo ¡°naci¨® muerto¡±.
En verdad, una buena conversaci¨®n period¨ªstica depende de muchos imponderables. Era una delicia cualquier encuentro con Leonard Cohen, cuando todav¨ªa no estaba beatificado: hablaba a tumba abierta y adem¨¢s planteaba sus curiosidades sobre la cultura espa?ola. Se sent¨ªa tan c¨®modo que se ofreci¨® a posar para la fot¨®grafa haciendo el pino, postura gimn¨¢stica que realiz¨® sin esfuerzo¡ y plenamente consciente de que era una foto tan extravagante que no se ?publicar¨ªa.
Ya hab¨ªa quebrado su imagen al recordar sus a?os de radicalismo pol¨ªtico: ¡°Visit¨¦ Cuba cuando los castristas estaban en pie de guerra, tras la invasi¨®n de la bah¨ªa de Cochinos. No recuerdo qu¨¦ es lo que me hizo trasladarme all¨ª, alguna idea rom¨¢ntica del poeta luchando contra el capitalismo. Dos cosas se me han quedado grabadas. Fue la primera vez que una mujer me ech¨® un piropo. Supongo que se trataba de una prostituta en paro, ya no hab¨ªa turistas norteamericanos. Iba por la calle y ella me dijo que ten¨ªa unos ojos muy bonitos. El segundo recuerdo es m¨¢s desagradable. La mayor parte de los internacionalistas presentes en la isla ven¨ªan del Este, checoslovacos y gente as¨ª. Pero me encontr¨¦ con un comunista estadounidense y termin¨¦ discutiendo con ¨¦l. Dije algo cr¨ªtico ?y me escupi¨®! Nunca me llev¨¦ bien con los comunistas. Admiraba a los que conoc¨ªa en Montreal, totalmente paranoicos y terriblemente dogm¨¢ticos. Pero ellos me detestaban: como mi familia ten¨ªa una empresa textil, me consideraban como un s¨ªmbolo de la decadencia del enemigo de clase¡±.
Se podr¨ªa establecer que la calidad de la cosecha period¨ªstica con un personaje es inversamente proporcional al n¨²mero de entrevistas programadas. Tuve la buena fortuna de quedar con Mick Jagger en Toronto, en medio del lento proceso de poner a punto a los Rolling Stones, para la gira que sigui¨® al disco A Bigger Bang (2005). Aunque suele ser un maestro de la evasi¨®n, aquel d¨ªa los ensayos comenzaban tarde y ten¨ªa ganas de explayarse sobre, por ejemplo, la herencia de Mao Zedong. En 1979, los Stones pretendieron girar por China: ¡°Me reun¨ª con el embajador chino en Washington y no pude aguantar su hipocres¨ªa: un r¨¦gimen que mat¨® a 70 millones de sus ciudadanos por decisiones disparatadas de Mao y que me pon¨ªa objeciones a letras que tratan de sexo¡ ?Por favor! Y todav¨ªa no sab¨ªamos los estragos de barbaridades como el Gran Salto Adelante¡±.
Por el contrario, lo peor que te puede acontecer es que seas el ¨²ltimo de la fila en un d¨ªa ajetreado. Lo experiment¨¦ con un socio de Jagger, el baterista Charlie Watts. Le hab¨ªa tocado promocionar la reedici¨®n ampliada de un cl¨¢sico stoniano, el ¨¢lbum Some Girls, y supongo que estaba harto de que le interrogaran por la influencia de la disco music en el grupo y le sali¨® la vena provocadora: ¡°Mick iba mucho por [la discoteca neoyorquina] Studio 54, pero los dem¨¢s escuch¨¢bamos la m¨²sica del momento. A m¨ª me gustaban los Sex Pistols y The Clash¡±. En su tiempo, semejante declaraci¨®n hubiera sido un titular: el punk rock hab¨ªa surgido en oposici¨®n a los Rolling Stones y dem¨¢s dinosaurios, como se les denominaba despectivamente.
Dinosaurios y orgullosos de serlo se mostraron dos de los supervivientes de Led Zep?pelin, Jimmy Page y John Paul Jones. Indagar por la etapa de ambos como m¨²sicos mercenarios no fue una buena idea. Jimmy: ¡°?Que si toqu¨¦ en el Black is Black de Los Bravos? No me suena. De todas formas, yo no quisiera que se me recordara por un trabajo tan poco estimulante. Tocar en el estudio era como fichar en una oficina. De las nueve a las doce, con una cantante. De la una a las tres, con un grupo. Por la tarde, con una orquesta. Muchas veces, ni sab¨ªamos el nombre de la canci¨®n¡ ?o del artista!¡±. T¨ªmidamente, Jones intent¨® alegar que hab¨ªa sesiones en las que s¨ª se pod¨ªa desarrollar la imaginaci¨®n: ¡°Yo recuerdo momentos divertidos, cuando hac¨ªa cosas para los Rolling Stones o Donovan¡±. Page le cort¨®: ¡°No deb¨ªas de divertirte tanto cuando me ped¨ªas que te metiera en mi grupo¡±. Cuarenta a?os despu¨¦s y Jimmy todav¨ªa hablaba de Led Zeppelin como ¡°mi grupo¡±, nada de ¡°nuestro grupo¡±.
Las entrevistas, a veces, simulaban un t¨ºte-¨¤-t¨ºte. En 2004, Marianne Faithfull atend¨ªa tumbada en una inmensa cama del hotel Santo Mauro. Coment¨¦ que est¨¢bamos en la misma suite que ocuparon, durante su desembarco en Madrid, los Beckham. Pregunt¨® la musa del swinging London: ¡°?Bacon, el pintor?¡±. ¡°No, Beckham, el futbolista¡±. Se puso en pie de un salto: ¡°Por Dios, qu¨¦ horror. Si hubiera sido la habitaci¨®n de Francis Bacon, hasta me hubiera emocionado¡±.
Aunque ahora suene incre¨ªble, en 1985 era posible quedar con Morrissey en su camerino, en las horas previas a lo que ser¨ªa el concierto m¨¢s multitudinario de The Smiths, en el madrile?o paseo de Camoens. Confesaba su entusiasmo por Marianne Faithfull ¨C¡°suyo fue el primer disco que me compraron¡±¨C y se explayaba sobre el vendaval de posibilidades que trajeron los a?os sesenta: ¡°La gente sent¨ªa que ten¨ªa libertad y se embarc¨® en proyectos. En los setenta cambi¨® el clima social; en Inglaterra se fue erosionando la solidaridad entre las comunidades de la clase trabajadora. En el presente, yo creo que se debe recuperar la esperanza, que hay voluntad de lucha contra el paro o las armas nucleares, que hay una reacci¨®n de b¨²squeda de la posibilidad perdida. Por eso se vuelve la mirada hacia los sesenta¡±.
Pero nosotros debemos avanzar hasta el presente. Tengo la sensaci¨®n de que ahora se ha hecho m¨¢s dif¨ªcil el acceso incondicional a las grandes figuras planetarias. Lo que antes eran entrevistas presenciales, a veces con apariencia de intimidad, hoy est¨¢n mediatizadas por la vigilancia de personal de la discogr¨¢fica o el management. En esto tambi¨¦n Madonna fue pionera: ya en 2005, detr¨¢s del intruso se situaba su jefa de prensa con un cron¨®metro en la mano.
Se podr¨ªa decir que el negocio de la m¨²sica ha aprendido las peores lecciones de la mercadotecnia del mundo del cine: la cita se mide en minutos, no en horas; el temario debe cubrir el producto espec¨ªfico que se pretende vender; misteriosos ayudantes est¨¢n fisgoneando y las preguntas inconvenientes pueden desembocar en el final prematuro de la audiencia con su excelencia.
Cualquier entrevistador ha pasado por situaciones as¨ª de humillantes. Y tiene l¨®gica: con la multiplicaci¨®n de los medios digitales, el tiempo de las superstars se hace m¨¢s valioso. Con frecuencia, la ¨²nica opci¨®n disponible es la entrevista telef¨®nica ¨Cel detestable phoner, en la jerga de la promoci¨®n¨C o por correo electr¨®nico, con la sospecha de que te puede estar contestando un empleado del artista.
Divas y divos actuales tienden a esquivar al periodista inquisitivo, explotando las redes sociales para conectar con sus fans. Arma de doble filo: la sobreexposici¨®n corroe intangibles como el carisma. Raz¨®n de m¨¢s para admirar a los cascarrabias que, desde siempre, intentan evitar el ritual de pregunta-respuesta. He soportado alg¨²n plant¨®n de Van Morrison, aunque aclaro que la cita no estaba cerrada, m¨¢s all¨¢ de un ¡°te avisaremos esta tarde¡±. Y queda latente esa curiosidad por acercarse al Misterio de Belfast. Puro morbo: la ¨²ltima vez que atendi¨® a un periodista ingl¨¦s, Van se present¨® con abrigo, gafas negras y bufanda. Intentaba pasar desapercibido, pero el encuentro tuvo lugar en la terraza de un hotel en un verano c¨¢lido. Eso es algo que s¨ª echo de menos: el entrar, aunque sea fugazmente, en los mundos de Yupi de estrellas que todav¨ªa creen que pueden reconvertirse en ciudadanos an¨®nimos a voluntad.
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