Boko Haram y el gris terror. El color de las ni?as perdidas
Dos centenares de ni?as fueron raptadas hace meses en Nigeria. De ellas nada se sabe. S¨®lo nos qued¨® una imagen, una sola, vestidas de color ceniza, el tono de su situaci¨®n, de las aldeas quemadas, del horror que a¨²n contin¨²a... La revista Granta en espa?ol, publicada por Galaxia Gutenberg, se ocupa de su dram¨¢tica situaci¨®n en esta cr¨®nica literaria aparecida en la ¨²ltima edici¨®n
Ellos. Ellos firman sus obras criminales con una bandera blanquinegra que cuelgan en aquellos lugares que atacan; en los edificios, veh¨ªculos o cerca de las personas que convierten en ceniza y humo, ese gris bokoharam sello de la casa. El mismo tono de los vestidos -- musulmanes, dicen -- que han impuesto a sus v¨ªctimas m¨¢s famosas, las 276 ni?as secuestradas en Chibok (Borno State, Nigeria), el pasado abril, tal como se ve en una fotograf¨ªa de impacto mundial. He ah¨ª una masa de mujeres sin matiz, s¨®lo rostros, alguna mano, ninguna forma de cuerpo perceptible. Sentadas. Calladas. Dominadas.
T¨². T¨² te llamas Mary Ussman o Rebecca Luka... y andas como una ni?a africana pobre y precavida cualquiera, por los mismos senderos y aldeas. Te mueves entre el sofoco del aire saheliano, ese polvo rojo sangre de la tierra, el pespunteado boscoso de los ¨¢rboles, la mara?a de puestos de ultramarinos y los coches destartalados que se cruzan a tu paso. Sales cada ma?ana de tu casa, pensando en tus asuntos (pesares de adolescente, ex¨¢menes de hoy mismo...), vestida de uniforme escolar; ese verde o azul habitual de los colegios africanos, seg¨²n el centro sea musulm¨¢n o cristiano. No hay distingos aqu¨ª y s¨ª convivencia. La religi¨®n en muchos lugares de Nigeria no es tema, ni problema.
T¨² vives tu vida de ni?a.
Pero todo alrededor, en el Nordeste, el territorio en que habitas, sufre de estado de emergencia.
Las rehenes de Chibok no lo sabr¨¦is, seguramente. Pero vuestro destino se escribi¨® un d¨ªa de 2002 cuando se constituy¨® Boko Haram, otra secta m¨¢s de hombres fan¨¢ticos, insurgentes como los de Al Shabab, Ansar Dine, ISIS..., con la idea de implantar la Ley y el Estado isl¨¢micos. Lo occidental, el objetivo.
Que no es la primera vez que ellos raptan y matan y explosionan ni ser¨¢ la ¨²ltima, lo saben bien ya desde hace mucho los casi 170 millones de habitantes de este pa¨ªs, el mayor productor de petr¨®leo, la mayor econom¨ªa del continente, uno de los m¨¢s corruptos, y de los que m¨¢s pobres acumula en su territorio: setenta por ciento de la poblaci¨®n; seis millones de ni?as que no pisan la escuela. Lo saben bien tambi¨¦n los pol¨ªticos locales, nacionales e internacionales que hacen caso omiso (o no) al terror seg¨²n momento y conveniencia. Lo saben en la capital, Abuja, donde ellos han volado edificios un d¨ªa de A?o Nuevo; han prendido coches al paso de festejos, arrojado bombas en sedes de Polic¨ªa y de Naciones Unidas¡ El mismo d¨ªa de tu secuestro, queman un dep¨®sito de autobuses. Decenas de veh¨ªculos virados del rojo al negro holl¨ªn infierno.
Ellos son sanguinarios. Tanto que pocas semanas antes de ir a por ti, chica de Chibok, se cebaron en un colegio masculino de Yobe State, all¨ª donde su l¨ªder, Abubakar Shekau, anta?o estudiante de teolog¨ªa y ahora asesino en el nombre de Dios, vino al mundo un d¨ªa de los a?os setenta. ?l mismo, cabe pensar, podr¨ªa haber sido v¨ªctima en manos de otro violento cualquiera. Pero este radical de radicales, ya se ve, eso no se lo plantea. Y tampoco tiene pudor en colocar bombas en mezquitas repletas de fieles (julio 2012, Maiduguri) con la idea de cargarse a los m¨¢s moderados del Islam (y matar a uno de sus m¨¢ximos l¨ªderes en Borno, El-Kanemi), a los que le contradicen y le piden que cese la violencia.
Cuatro semanas despu¨¦s del rapto aparece Shekau en un v¨ªdeo, impecablemente vestido en blanco y negro, agarrado a un arma, con gorro y barba bien cuidada. Buena vida lleva. Y habla enloquecido, en hausa, con una c¨®lera que una religi¨®n como tal nunca deber¨ªa permitirse. Lanza proclamas contra los males de Occidente. La mujer como diana siempre. T¨² y otras, la mitad de las raptadas, aparec¨¦is en imagen. ¡°Irreconocibles¡±, dir¨¢n luego algunos padres, rotos en l¨¢grimas, al New York Times. ¡°Deber¨ªan estar casadas y no en la escuela¡±, vocifera el l¨ªder antes de amenazar con venderos como esclavas, cual bot¨ªn de guerra.
A los chavales de Yobe los sacaron tambi¨¦n a gritos del colegio; los pusieron en fila y acabaron a tiros con cincuenta y nueve de ellos. Luego dejaron que el fuego hiciera a gusto su trabajo en el edificio. Pir¨®manos, se dir¨ªa, dejan todo siempre en llamas, hasta reducirlo a la nada; all¨ª ardieron, incluso, cuerpos ¡°aun sintiendo¡±, tal como dijeron los que estuvieron cerca y vieron y olieron y hablaron con los diarios locales, el Premium Times,el que m¨¢s informa.
Todo reducido a la nada, menos el miedo, que adquiri¨® ese d¨ªa altura estratosf¨¦rica.
La violencia como credo
El pasado 10 de enero una ni?a de diez a?os con explosivos atados a su cuerpo entraba en el mercado de la ciudad de Maiduguri, en el noreste de Nigeria, y desencadenaba una explosi¨®n que seg¨® su vida y la de una veintena de personas. D¨ªas antes, varios brutales ataques protagonizados por hombres fuertemente armados arrasaron un pueblo llamado Baga, a orillas del Lago Chad, dejando un rastro de cientos de muertos. Y el d¨ªa 12, una amplia ofensiva terrorista era rechazada en Kolofata, al norte de Camer¨²n, con el resultado de 143 atacantes fallecidos. Detr¨¢s de todas estas acciones se esconde la misma sombra tenebrosa, la de Boko Haram, el grupo terrorista m¨¢s letal de ?frica que ha provocado al menos 11.000 muertos desde 2003, casi la mitad de ellos el pasado a?o, y que no s¨®lo ha logrado sembrar el terror y el desconcierto en el noreste de la pujante Nigeria, donde ya controla una quincena de localidades en un autoproclamado califato, sino que amenaza con desestabilizar a toda la regi¨®n. "Est¨¢n cada vez m¨¢s organizados y son m¨¢s letales y ambiciosos, es muy posible que lo peor est¨¦ por venir", asegura Carlos Echeverr¨ªa, profesor de Relaciones Internacionales en la UNED y conocedor de la problem¨¢tica nigeriana.
En nuestro blog ?frica no es un pa¨ªs se puede leer la historia completa de Boko Haram y sus actividades terroristas.
T¨². Tu nombre es Saratu Dauda o Hasana Adamu o Mairama Abubakar... y entras ese 14 de abril en la clase de tu escuela p¨²blica, la Chibok Goverment Girls Secondary School, una construcci¨®n de una sola planta, ocre y mal acabada como tantas en el ?frica paup¨¦rrima. Te sientas en un banco de madera espartano, una pizarra apenas, el suelo de cemento gastado, cortinas de tela claveteadas en las jambas de las ventanas... ¡°Pam, pam, pam, oigo disparos y me digo: 'estos han venido, han venido", contar¨¢ luego en un v¨ªdeo de The Associated Press el padre de una de las v¨ªctimas.
Y s¨ª sucede que s¨ª, que ellos llegan, hombres armados en camiones, que te empujan y te arrastran y te llevan. Por ser mujer y ser alumna, cristiana o musulmana. Por querer ser educada. Porque su nombre mismo ya indica: Boko Haram, ¡°la educaci¨®n occidental es pecaminosa¡±. O mejor, en ¨¢rabe, Jama'atu Ahlis Sunna Lidda'awati wal-Jihad, lo que significa Comit¨¦ Popular para la Propagaci¨®n de las Ense?anzas del Profeta y la Yihab. Ambiciosa tarea.
"Le pido a Dios que permita que mi hija regrese, ella es mi futuro¡±, sigue el progenitor de la hija robada. Un acto este, robar, que Mahoma proh¨ªbe en todas sus letras.
Y qu¨¦ conclusi¨®n tan sencilla para los tuyos, para qui¨¦n lo ha perdido todo: pretender ser mujeres educadas os conduce, una a una, a ser secuestradas ayer, desaparecidas hoy (ese "no existir existiendo" que tanto y tan bien conocen los familiares de los seres perdidos). Seguramente violadas y vendidas est¨¦is ya, a estas alturas, mucho m¨¢s all¨¢ de la frontera con Camer¨²n, N¨ªger o Chad.
Desde ¨¦ste, el m¨¢s sonado, secuestro de Nigeria, los milicianos de Boko Haram han seguido raptando sin prisa pero sin pausa: ayer veinte j¨®venes fulani a las que quieren cambiar por ganado; hoy, cien pescadores de Doron Baga, cerca del Lago Chad, a los que luego liberar¨¢n las tropas chadianas; ma?ana, cualquiera. Y regando de cad¨¢veres las cunetas en nombre del yihadismo, ese radicalismo que se nutre aqu¨ª de Al Qaeda y el plus vitaminado de armas sobrantes en la guerra libia. Entre cuatro mil y doce mil v¨ªctimas mortales suman, seg¨²n a qui¨¦n se pregunte. M¨¢s de mil muertos llegaron a acumular en s¨®lo dos meses; una marca que les da podio: ser el grupo terrorista m¨¢s brutal desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.
Este gran apetito de destrucci¨®n se les abri¨® tras la desaparici¨®n en custodia policial del l¨ªder Mohamed Yusuf, en 2009. Los antepen¨²ltimos acribillados fueron 300 civiles, en los mercados de Gamboru y Ngala. Las dos poblaciones convertidas, de nuevo, en escombrera gris bokoharam. Fusiles, granadas de mano, bazucas, machetes, armas de todo formato usan.
Al Qaeda del Magreb (AQIM) suministra material y cada vez organizan atentados m¨¢s elaborados: rodean una localidad y la masacran. De la ¨²ltima, Bama, tuvieron que huir en un suspiro m¨¢s de cinco mil personas. Maiduguri, la capital de Borno State, es su base log¨ªstica. Dicen que ahora son muchos miles los que se unen. La pobreza es el caldo; el dinero f¨¢cil, la golosina y la v¨ªa. La motocicleta, una se?al de que se acercan: su medio de transporte preferido. Las redes sociales, en su campo de mira.
Act¨²an cual guerrilla, tanto y tan r¨¢pido que los soldados y polic¨ªas nada quieren o pueden hacer. Y a veces casi mejor para la poblaci¨®n civil, acogotada entre dos aguas: las fuerzas de seguridad cargaron un d¨ªa contra medio millar de hombres acus¨¢ndoles de terrorismo sin mediar investigaci¨®n alguna. Otro, fueron medio millar los detenidos, simples viajeros del Sur hacia el Norte, sospechosos de ser miembros.
Palos de ciego del ej¨¦rcito y el gobierno.
Las dos narrativas que, asegura el investigador Adeolu Ademoyo, destila el caso Boko Haram: un instrumento de la oposici¨®n o un instrumento del presidente Jonathan de cara a la reelecci¨®n... Y el temor de una crisis nacional producto de tanta violencia.
T¨², Ruth Amos, no sabes nada de esto porque est¨¢s incomunicada y retenida. Ignoras que abundan las cr¨ªticas contra la ineficacia del ej¨¦rcito, que ni cuenta ni interviene y se queja a su vez de falta de medios.
T¨² no sabes que el presidente Obama le ha declarado la guerra total al yihadismo.
Que la Uni¨®n Africana ha propuesto crear un fondo especial mundial para luchar juntos contra este c¨¢ncer que a todos amenaza.
Que abundan las manifestaciones de protesta en las calles de tu pa¨ªs, antes y despu¨¦s de cumplirse los cien d¨ªas de tu rapto, y frente a los consulados de todo el mundo y mucho m¨¢s all¨¢, online.
Que arden las redes sociales, desde Michelle Obama hasta el infinito, portando tu foto, y han volado los mensajes por tu liberaci¨®n. Pidiendo acci¨®n y soluci¨®n.
Que el desasosiego se aprecia en la carteler¨ªa: ¡°Nigeria, el Estado fallido¡±, ¡°Todas las ni?as somos nosotros¡±, ¡°No rescue, no vote¡±, ¡°Boko Haram no es Islam¡±, ¡°La pr¨®xima puede ser tu hija¡±, ¡°Bring back our girls¡±... y corre al ritmo de los hashtags en Twitter.
La diferencia es que mientras la atenci¨®n mundial se cansa pronto y languidece con el tiempo, ellos siempre perseveran.
Porque a Boko Haram nada de esto le importa. Tampoco que los l¨ªderes internacionales env¨ªen expertos y soldados y armas, que haya ya drones sobrevolando el bosque de Sambisa cercano, que pongan precio jugoso a sus cabezas, que el rostro de Abubakar Shekau, elbinladen negro lo llaman, cuelgue cual rapero popular en los carteles de las plazas...
Ellos. Ellos est¨¢n en otra liga. Dominan el terreno de juego. Se permiten jugar al desconcierto; ahora han cambiado de estrategia. Ya no buscan s¨®lo v¨ªctimas en esa esquina del ?frica subsahariana, ahora quieren territorio. Para cerrar, as¨ª, un primer c¨ªrculo de dominaci¨®n y proclamar el califato; uno sin califa, pues Shekau no tiene linaje que le alcance para tanto.
Infiltrados en los pueblos y en los campos, llegan donde no llega el ej¨¦rcito. Se han hecho ya con trece ciudades en el Norte de Nigeria, en los estados de Adamawa, Borno y Yobe. Se permiten incursiones incluso m¨¢s all¨¢ de la frontera, en Camer¨²n, para hacerse con rehenes. Cuanto m¨¢s occidentales, mejor.
Disfrutan en sus atentados. Los terroristas son actores, simulan ser predicadores y soldados. Sucedi¨® en Gwoza. Convocaron a los hombres para hablar al centro de una plaza y abrieron fuego luego. Una sangr¨ªa de al menos doscientas vidas. Sucedi¨® en Damaturu (Yobe State); atacaron un establecimiento donde ve¨ªan el campeonato mundial de f¨²tbol. Muy occidental. Se transmit¨ªa el partido Brasil-M¨¦xico. Acab¨® entre hurras con una veintena de muertos. Ganador: otra vez ellos. Y el miedo.
Carreteras enteras, como la de Gwoza a Maiduguri, la capital de Borno, convertidas ya en "no-go road".
Limpieza del territorio lo llaman ellos.
El gris muerte que arrasa.
T¨². T¨² te llamas Rose Daniel, diecisiete a?os. Y regresas al poco del secuestro ante los ojos de los tuyos, en esa foto de grupo en todo el mundo conocida. Regresas convertida en masa y mancha gris opresi¨®n. Tu madre, tu padre, tu hermano, tu vecino... buscan tu cara entre las chicas. Te encuentran. Y apenas te reconocen.
Quiz¨¢ un d¨ªa llegues a saberlo: un fot¨®grafo de Reuters llamado Joe Penney le ha dado la vuelta a esta doble humillaci¨®n a la que os han sometido. Ha intentado rehacer vuestra dignidad doblemente arrebatada: el secuestro de vuestra persona y el de vuestra imagen, al borrar de ella todo rastro de tu personalidad, el calor de la edad, el color de las ropas africanas habituales y de tu pelo, la amplitud de tu sonrisa...
Penney, inmenso, te ha devuelto tu rostro verdadero retratando a tu madre, Rachel Daniel, de treinta y cinco a?os, junto a tu hermano Bukar, de siete, sujetando una de tus fotograf¨ªas de ese pasado ya para siempre perdido.
Porque ya aunque regresaras hoy, nunca ser¨¢s la misma.
Y esa es la pregunta m¨¢s repetida. ¡°?Volver¨¢n las chicas?¡±. La plantean las familias y los ciudadanos a los polic¨ªas, a los expertos, a los profesores, a los periodistas... El ex presidente del pa¨ªs, Olusegun Obasanjo, se atrevi¨® a responderla. ¡°S¨ª, volver¨¢n, pero s¨®lo algunas... otras se han ido ya¡±, dijo, omitiendo el "para siempre".
Medio centenar de ellas (53) logr¨® huir durante los primeros d¨ªas. Otras cuatro lo han hecho en junio mismo. Una de estas, Sarah Lawan, de diecinueve a?os, cont¨® a The Associated Press, ante las familias, c¨®mo las transportaron en camiones y las amenazaron; c¨®mo muchas podr¨ªan haber escapado saltando del veh¨ªculo como hizo ella. Pero no lo hicieron. La mayor¨ªa sufr¨ªa par¨¢lisis. Por horror.
Y as¨ª, casi seis meses despu¨¦s de tu secuestro, las aldeas de Borno y Yobe y Adamawa permanecen destrozadas por fuera, desgarrados sus habitantes por dentro. Tan desesperados los vecinos, que para no atraer a los terroristas, cuando estos matan y dejan en las calles los cuerpos, han decidido mandar a las mujeres m¨¢s mayores a recoger y enterrar sus restos.
Saben que s¨®lo ellas se librar¨¢n de ser atacadas, violadas, raptadas, desaparecidas...
Madres, abuelas, t¨ªas... ancianas trabajando con sigilo.
D¨ªa tras d¨ªa.
Un muerto tras otro muerto.
Este es uno de los textos incluidos en la revista Granta en Espa?ol, Reba?o + 1, editada por Galaxia Gutenberg, en la que escriben Herta M¨¹ller, Antonio Mu?oz Molina, Taiye Selasi o Haruki Murakami, entre otros, reunidos bajo un concepto: c¨®mo el individuo se diluye en la masa de datos y? la vida privada ha invadido la p¨²blica. Este n¨²mero de revista se presenta en Madrid el viernes, 13 de febrero,? en la librer¨ªa La Central.
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