Quito: La cultura de las calles
La aparici¨®n del libro Los trajines callejeros. Memoria y vida cotidiana. Quito, siglos XIX-XX, de Eduardo Kingman y la hace muy poco desaparecida Blanca Muratorio (Flacso, Quito, 2014), nos invita a una reflexi¨®n a prop¨®sito de qu¨¦ cabe entender por patrimonio cultural urbano. El libro habla de la vida ordinaria en las calles de la capital ecuatoriana, asuntos y personajes aparentemente sin relieve especial, pero que son quienes otorgan vida a los espacios colectivos de cualquier ciudad. ?Es eso "patrimonio"? ?Merece ser enaltecido, promocionado, protegido o simplemente amnistiado de un sistema econ¨®mico que aniquila cualquier cosa que no sea rentable simb¨®lica o econ¨®micamente?
Sabemos bien que los trabajos expertos sobre patrimonio, as¨ª como las iniciativas pol¨ªtico-empresariales al respecto suelen atender elementos supuestamente idiosincr¨¢sicos que remiten a un pasado que se presume compartido por una cierta comunidad. Sean concentrados en museos o subrayados en su ubicaci¨®n natural, se considera que esos materiales subrayados expresan elocuentemente cualidades colectivas que deben durar, rasgos de los que ¨Cse insin¨²a¨C depende la pervivencia misma del grupo que los exhibe como sus atributos.
Tenemos entonces que, de acuerdo con tal criterio, ciertos fragmentos de la forma urbana son enaltecidos y protegidos por su valor como testimonio de un pasado o de un presente tenidos por una especie de tesoro a preservar y ceder en herencia. Ciertos puntos de la trama de calles y plazas de una ciudad pueden aparecer resaltados en los mapas tur¨ªsticos, indicando la presencia de edificaciones singulares, monumentos caracter¨ªsticos o v¨ªas reputadas por su pintoresquismo. Barrios enteros pueden ser enaltecidos patrimonialmente por alg¨²n rasgo significativo que los hace dignos de ser tenidos en consideraci¨®n. De hecho, se experimenta en los ¨²ltimos tiempos una tendencia a monumentalizar centros urbanos completos y hay ciudades que han sido ¨ªntegramente tematizadas para hacer de ellas centros de atracci¨®n tur¨ªstica o inversora. Eso ocurre con todas las ciudades que aspiran a concurrir al actual mercado de ciudades. Por desgracia, tambi¨¦n con Quito.
En todos esos casos, no es exactamente la calle y su actividad ordinaria lo que se reclama como patrimonio que habla de y por una determinada sociedad, sino m¨¢s bien de elementos fuertes del paisaje urbano que se presume que pueden resumir una evocaci¨®n, concretar una adscripci¨®n sentimental o convertirse en simples reclamos para crear oferta de ciudad. No se ha planteado, en cambio, la consideraci¨®n en tanto que patrimonio social y cultural de la actividad que esos espacios conocen en tanto que tales, es decir en tanto que espacios de y para lo que no deber¨ªamos en dudar a la hora de identificar como la quintaesencia de la vida social. En otras palabras, patrimonialmente hablando, las calles y las plazas no han sido valoradas m¨¢s all¨¢ de su condici¨®n de fondo para un supuesto colorido local, no se han reconocido los valores positivos que residen en sus usos por parte de los practicantes de la vida p¨²blica, los individuos y los grupos ¨Cdel paseante solitario a las grandes masas- que se apropian ef¨ªmeramente de esos espacios para convertirlos en soporte de una determinada expresivididad.
Este libro quiere y consigue ser tambi¨¦n una contribuci¨®n con vistas a promover una idea de cultura popular lejos de los t¨®picos que la afectan. La cultura popular aparece aqu¨ª vinculada ¨ªntimamente con la vida urbana del d¨ªa a d¨ªa. La promoci¨®n de la cultura popular en tanto que patrimonio se presenta demasiadas veces como el de una esfera toda ella hecha de supervivencias y restos de naufragio, ligadas a conceptos no siempre claros de identidad y de enraizamiento y con connotaciones que parecen condenadas muchas veces de antemano al peor de los esencialismos. En cambio, no se tiene demasiado en cuenta que el estudio ¨Cy el elogio¨C de la cultura popular lo es sobre todo de la cultura viva, la cultura producida por la gente misma a partir de sus experiencias cotidianas, una cultura, en definitiva, que es ante todo cultura de y en la calle. La cultura de las calles deviene recordatorio de que los miembros de la sociedad son capaces de generar cultura, en su vida diaria, constantemente y, literamente, a ras de suelo.
La calle conoce los aspectos m¨¢s efervescentes de la vida de una sociedad y, por ello, tambi¨¦n los m¨¢s creativos y m¨¢s fecundos. Parafraseando a Gabriel Tarde, dir¨ªamos que la actividad en la calle es la prueba de hasta qu¨¦ punto una sociedad urbana se nutre de lo que la altera. Reclamar como patrimonio de una sociedad los espacios compartidos por los que se desparrama es recordar que el tesoro de un colectivo humano no es tanto lo que ha sido capaz de producir sino la virtualidad de sus energ¨ªas, su incapacidad para detenerse, su feliz condena a seguir viviendo.
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