No somos tan diferentes
Era el vecino con una bandeja llena de pescado. Lo tra¨ªa para regal¨¢rnoslo
Regalar pescado era lo habitual en los pueblos de la costa. La gente iba con un pa?uelo en el bolsillo al puerto, y se lo tra¨ªa a casa anudado y lleno de peces. Mi padre, que era pescador, tambi¨¦n lo hac¨ªa. En su vida regal¨® pescado a mucha gente. Hace a?os que se jubil¨® y, poco tiempo despu¨¦s de dejar la mar, falleci¨®. Se acab¨® el pescado en casa a partir de entonces. Casi nadie nos lo regalaba. Hasta que vino a vivir al piso de al lado una pareja de j¨®venes argelinos a una vivienda de alquiler social. El marido trabajaba de marinero en alta mar y la mujer se quedaba en casa, sola. Las mareas eran largas, el marido pod¨ªa estar fuera de casa hasta meses. Al cabo de un tiempo, la mujer se qued¨® embarazada.
Una noche alguien toc¨® el timbre de casa. Dud¨¦ por un momento en abrir la puerta o hacer caso omiso, absorto en alguna lectura. Al final, me levant¨¦ y abr¨ª la puerta. Era el vecino con una bandeja llena de pescado. Lo tra¨ªa para regal¨¢rnoslo: una merluza, cangrejos y alg¨²n que otro sargo. Todo un manjar. ¡°S¨¦ que hab¨¦is ayudado mucho a mi mujer durante el embarazo¡±, dijo. Y sigui¨® regal¨¢ndonos pescado en cada marea. La verdad, tampoco hab¨ªamos ayudado demasiado a su mujer, lo normal entre vecinos que tienen ni?os peque?os en casa. Ahora pienso que, m¨¢s que un agradecimiento, era otro tipo de gesto. Nos estaba pidiendo que no la dej¨¢semos sola.
La mujer del pescador argelino llevaba mal estar tantos d¨ªas sola. Se la ve¨ªa pasear sin compa?¨ªa
Pens¨¦ en mi ni?ez. Cuando mi padre tocaba el timbre al llegar a casa de la mar yo corr¨ªa por el pasillo para abrir la puerta. Mi padre nunca tuvo las llaves de casa. Los marinos no llevan llaves. Le gustaba tocar el timbre sonoramente, para que nos di¨¦semos cuenta que, tras 20 d¨ªas de faena, hab¨ªa regresado. Y con ¨¦l, la alegr¨ªa.
La mujer del pescador argelino llevaba mal estar tantos d¨ªas sola. Se la ve¨ªa pasear sin compa?¨ªa, no ten¨ªa muchas amistades aqu¨ª. Faltaron unos d¨ªas de casa. Volvieron con el reci¨¦n nacido. Estaban contentos. Sin embargo, pronto ella se quedar¨ªa sola otra vez con el ni?o, ya que el marido tuvo que volver a faenar. Cuando nos la cruz¨¢bamos en el portal nos contaba que echaba mucho de menos a su madre y a su hermano. Un d¨ªa desapareci¨® con el beb¨¦. Se cans¨® de estar sola. Dej¨® a su marido y se volvi¨® a su tierra. El pescador vaci¨® la casa y ¨¦l tambi¨¦n se fue.
Estos d¨ªas he pensado en nuestro vecino el argelino. Estos d¨ªas en los que el islam parece incompatible con las ideas de Occidente. O, por lo menos, es lo que se dice. Pero, en realidad, no somos tan diferentes. Mi padre, cuando regalaba pescado, se preguntaba si alguien de los que recog¨ªan su regalo se acordar¨ªa de ¨¦l cuando dejase la mar. Nunca hubiera adivinado que un joven argelino ser¨ªa la persona que seguir¨ªa su tradici¨®n. Creo que este tambi¨¦n se preguntar¨¢ si alguno de nosotros se acordar¨¢ ahora de ¨¦l. Yo s¨ª lo hago, y por eso escribo estas palabras.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.