La met¨¢fora infinita de Chema Madoz
Es uno de los artistas espa?oles m¨¢s singulares de nuestro tiempo. Premio Nacional de Fotograf¨ªa, ha expuesto en grandes museos del planeta, desde el Reina Sof¨ªa hasta el Pompidou. Con motivo de la muestra de sus nuevos trabajos, entramos en los dominios del creador de un universo on¨ªrico donde las im¨¢genes se transforman en poemas visuales.
Galapagar es una localidad de la sierra norte de Madrid que ha tenido entre otros vecinos ilustres al Nobel de Literatura Jacinto Benavente (1866-1954) y al destacado artista Pablo Palazuelo (1915-2007). En la actualidad, sus 30.000 habitantes conviven con uno de los creadores m¨¢s singulares de nuestro tiempo. Se llama Chema Madoz, naci¨® en Madrid hace 57 a?os y es uno de los fot¨®grafos espa?oles de mayor prestigio internacional. Su casa est¨¢ enclavada en una calle de nombre evocador donde a primera hora se escucha el canto de unos gallos vecinos, huele a pasto fresco y se divisan desde una esquina los picos nevados de la sierra de Guadarrama.
Si tiene algo que hacer en su estudio, cosa que ocurre cuando le ronda una idea por su cabeza ¨Cllamaremos ¡°idea¡± a una de sus obsesiones en forma de imagen que acaban convertidas en fotograf¨ªas en blanco y negro¨C, a Madoz le gusta empezar temprano la jornada. La estancia luminosa y di¨¢fana de techos altos y tejado a dos aguas sostenido por vigas de madera a la vista, que antes fue taller y granero, cuenta con una peque?a estufa el¨¦ctrica que a duras penas intenta mitigar el fr¨ªo helador de esta ma?ana de invierno. Vestido con negros pantalones y jersey, el fot¨®grafo camina hasta la casa contigua donde vive con su familia desde principios de los noventa y trae caf¨¦ reci¨¦n hecho. La luminosa cocina de la vivienda aleda?a, en una de cuyas paredes cuelga un memorable cartel del combate de boxeo entre el poeta Arthur Cravan y el campe¨®n europeo Jack Johnson en la plaza de toros Monumental de Barcelona en 1916, se abre hacia un jard¨ªn con piscina que ha servido de escenario en varias de sus obras.
Madoz siempre ha trabajado alrededor de su entorno m¨¢s cercano. La proximidad f¨ªsica y emocional con lo retratado es clave en sus creaciones. Una parte importante de los objetos que acaban transformados en poemas visuales tras pasar por el tamiz de su c¨¢mara son enseres tan cotidianos como los que pueblan cualquier hogar. Un abrelatas o algo tan sencillo como un f¨®sforo pueden mutar en pasaportes a la enso?aci¨®n tras pasar por las manos ¨Cy la mente¨C de Madoz. Hasta que ocup¨® este estudio hace unos a?os, siempre se hab¨ªa apa?ado en casa. Disparaba las fotograf¨ªas en una habitaci¨®n con una ventana que dejaba pasar la luz natural. Eran tiempos en los que no le daba por acumular los objetos. Cuando las piezas formaban parte de los ¨²tiles caseros de la familia, regresaban a su uso habitual una vez inmortalizadas. Hoy el viejo granero se ha tornado en gigantesco cofre del tesoro del fot¨®grafo, una suerte de gran almac¨¦n de esculturas objetuales a trav¨¦s de las que es posible seguir el rastro de su trayectoria.
Repisas que albergan jaulas vac¨ªas, libros mutilados, r¨¦plicas de pistolas, bustos de sastre, piezas que se han convertido tras su manipulaci¨®n en obras de arte por s¨ª mismas¡ Cajones que esconden guijarros, boyas de pescar, anzuelos, perchas¡ ¡°Trabajando con los objetos conoc¨ª el v¨¦rtigo de no vislumbrar el fin. A estas alturas todav¨ªa sigo descubriendo cosas nuevas en ellos, no tengo la sensaci¨®n de que se trate de algo que tengo controlado¡±. Sentado en una de las sillas de madera que pueblan su estudio, compradas en el Rastro madrile?o, Madoz l¨ªa, uno tras otro, pitillos de tabaco rubio que ah¨²man sus reflexiones en voz baja. Una voz que es tan baja como la mirada de sus ojos marrones y grandes, y que no obedece en esta ocasi¨®n, como pudiera parecer, a su timidez confesa. Si la vista del fot¨®grafo se dirige hacia el suelo es porque hay algo por ah¨ª abajo que le interesa y que solo se atrever¨¢ a desvelar m¨¢s adelante.
Trabajando con los objetos conoc¨ª el v¨¦rtigo de no vislumbrar el fin¡±
Chema Madoz tiene cara de buena persona. Muy probablemente lo sea. Parece dif¨ªcil encontrar a alguien de su propio gremio que niegue esta ¨²ltima afirmaci¨®n, lo cual ya es mucho decir. Durante este careo solo se revolver¨¢ de la silla, enderezar¨¢ la figura y mirar¨¢ fijamente a su interlocutor con rictus de seriedad brutal al escuchar la siguiente pregunta:
¨C?Es usted un fetichista?
¨CNo. Pero s¨ª considero que desde la infancia estoy prendado por el aura de los objetos, por su capacidad de absorber el mundo de las emociones. En el d¨ªa a d¨ªa nos dejamos llevar por su uso cotidiano, dando la espalda a su lado po¨¦tico, al que quiz¨¢ yo presto atenci¨®n.
Los cachivaches que pueblan el estudio de Madoz dejan poco margen como para no hacer la pregunta. Un peque?o globo aerost¨¢tico colgado del techo sobrevuela su cabeza. A su derecha hay un reloj con las manecillas inquietantemente fijas en las 7.25. Muy cerca permanece apoyada sobre un tr¨ªpode la vieja y majestuosa Hasselblad que compr¨® de segunda mano en los noventa y que sigue siendo su principal herramienta de trabajo. Suele guardarla en un malet¨ªn de piel que le regal¨® la hija del fot¨®grafo Nicol¨¢s Muller y que es un fetiche en toda regla. Siempre calza su c¨¢mara con un objetivo de 50 mil¨ªmetros, el que m¨¢s se acerca al ¨¢ngulo de visi¨®n humana.
¨CLa paradoja es que con sus obras siempre juega al enga?o.
¨CS¨ª, pero no ayudado por la ¨®ptica. Trato de acercarme lo m¨¢s posible a la visi¨®n del ojo para subvertir la realidad dentro de su propio territorio. Y poner en evidencia de manera sencilla todo aquello que se mueve en el terreno de lo que consideramos realidad.
Alguna noche me he despertado so?ando estas im¨¢genes. me muevo en la incertidumbre y la soledad¡±
Junto a la c¨¢mara reposan una cornamenta de venado, una maleta y varios sombreros sobre los que cae la luz tamizada por una cortina que se cuela por un ventanal, fuente de iluminaci¨®n para sus fotograf¨ªas. ¡°A veces la luz natural te complica, pero hay una intenci¨®n en este proceder pausado y reflexivo¡±, dice Madoz manteniendo los ojos entornados permanentemente hacia el suelo que pisa el visitante.
Una mesa de pimp¨®n, que suele sacar al jard¨ªn cuando viene su hijo, ejerce de soporte para unas pruebas previas de las copias que forman parte de la muestra sobre sus nuevas obras que puede verse hasta el 14 de marzo en la madrile?a galer¨ªa Elvira Gonz¨¢lez. Han pasado tres a?os desde su ¨²ltima exposici¨®n y la pr¨®xima, una retrospectiva sobre im¨¢genes comprendidas entre 2008 y 2014, tendr¨¢ lugar en mayo bajo el comisariado de Borja Casani y la organizaci¨®n de la Comunidad de Madrid en la Sala Alcal¨¢ 31. Sus nuevos trabajos, que ilustran estas p¨¢ginas, mantienen vigentes las obsesiones de siempre. El tiempo y su fugacidad implacable. La memoria perdida y recobrada. Las trampas del mapa y el territorio. Los misterios de las constelaciones y el poder de atracci¨®n de las telas de ara?a. ¡°Sin duda debe ser el hijo nonato de Borges¡±, escribe el fot¨®grafo estadounidense Duane Michals en el gran volumen sobre Madoz perteneciente a la serie Obras Maestrasque edita La F¨¢brica. Es capaz de ahondar en las luces y sombras del pliegue de un pantal¨®n. O de sugerir un pubis mediante una copa de c¨®ctel triangular llena de vino delante de una muchacha vestida de blanco, as¨ª como la llama de una cerilla en combusti¨®n sobre las vetas de un trozo de madera.
Todo arranca con los bocetos que guarda celosamente en sus cuadernos. La muleta vendada, el pasamanos de una escalera que es en realidad un bast¨®n¡ Son dibujos sencillos, a tinta, emocionantes por la humildad de su ejecuci¨®n. Antes de manchar el cuaderno, esas im¨¢genes han arrebatado la mente del artista. Y el paso de la libreta al negativo de la c¨¢mara requiere encontrar lo que llama ¡°una soluci¨®n¡±: el elemento o los elementos que representar¨¢n la imagen so?ada y que son en s¨ª mismos obras de arte escult¨®rico. Nunca ha querido exponerlas. S¨ª ha desnudado en alguna muestra una m¨ªnima parte de los modelos de sus fotograf¨ªas. Su proceso creativo no es constante. En ocasiones busca una pieza que manifieste una idea. Otras veces es la propia imagen la que surge a partir de un objeto.
¡°Es como colocar una obsesi¨®n en tu mente, ya sea un objeto o una idea¡±, dice con los ojos abiertos como platos mirando hacia el suelo (!). ¡°Pongo a funcionar mi subconsciente de manera que, aunque me dedique a otras actividades, esa obsesi¨®n da vueltas de manera constante. Y entonces la imagen nace en mi cabeza. A veces encontrar la soluci¨®n a esa idea tarda d¨ªas. Otras veces se resuelve muy r¨¢pido. Mi proceso es lento y a la vez continuo. No tengo un horario fijo, pero de alguna manera cada escena me ronda todo el tiempo mientras atiendo a otras cosas. Alguna noche me he despertado so?ando con alguna de estas im¨¢genes. En muchas ocasiones, cuando termino una fotograf¨ªa me viene una especie de vac¨ªo. Entonces no s¨¦ si conseguir¨¦ hacer otra. O si la que hago resultar¨¢ repetitiva. Me muevo siempre en el terreno de la incertidumbre. Siempre en soledad¡±.
Hijo ¨²nico de un empleado de banca y un ama de casa, pas¨® su infancia en el madrile?o barrio de San Blas tras una temporada en unas casitas bajas que ocupaban tierras donde hoy se alza el tanatorio de la capital. Descubri¨® por primera vez las m¨²ltiples utilidades que pueden tener los objetos en las clases que daba en su casa una vecina de sus padres. Cuando el peque?o Chema se present¨® a los cursos que aquella se?ora impart¨ªa en la cocina no hab¨ªa mesa para ¨¦l. La maestra abri¨® la puerta del horno y dijo al ni?o que apoyara su libreta sobre ella. Y el muchacho qued¨® fascinado por aquella paradoja visual.
Acabado el bachillerato, comenz¨® a fichar en el mismo banco donde estaba empleado su padre. Lleg¨® a ser tomado como reh¨¦n en un atraco, pero tard¨® poco en darse cuenta de que aquel no era su sitio por otra raz¨®n: su cabeza estaba en otra parte. Algunos viejos sobres del Banco Espa?ol de Cr¨¦dito son testigos de las enso?aciones que el joven Chema albergaba en su cabeza y a las que convert¨ªa en sencillos dibujos de im¨¢genes como las que acabar¨ªa retratando con su c¨¢mara a?os m¨¢s tarde. Antes de cumplir con el entonces servicio militar obligatorio en Salamanca compr¨® su primera c¨¢mara: una Olympus OM-2 que vendi¨® a?os m¨¢s tarde para comprar la Hasselblad con la que sigue conviviendo. Al regresar a Madrid se matricul¨® en Historia en la Complutense y empez¨® a acudir a un curso de fotograf¨ªa por las tardes. Descubrir a Andr¨¦ Kert¨¦sz y la potencia de su mirada le hicieron tomar conciencia de las posibilidades del medio. Entre sus primeros disparos, recuerda como obra determinante del camino que emprender¨ªa hasta hoy aquella en la que aparece una mano que descubre una cortina tras la cual se abre una senda campestre. En 1992 renunci¨® al banco para dedicarse por entero a la fotograf¨ªa.
¡°En aquel momento fue una decisi¨®n absurda. O colaborabas con la prensa, o montabas un estudio y hac¨ªas bodas, bautizos y comuniones. Pensar que pod¨ªas vivir de fotos que nadie te ped¨ªa era una locura. Pero nunca persegu¨ª funcionar por encargo. Hacer algo que no me apetec¨ªa a cambio de dinero ya lo hab¨ªa probado en el banco¡±. Su obra es hoy una de las m¨¢s cotizadas entre la pl¨¦yade de fot¨®grafos espa?oles. Valgan como muestra sus precios en la actual exposici¨®n de la galer¨ªa Elvira Gonz¨¢lez, que oscilan entre los 2.900 euros por las copias m¨¢s peque?as y los 16.000 por las grandes.
Su trabajo motiv¨® al Centro de Arte Reina Sof¨ªa a dedicar por primera vez en su historia a un fot¨®grafo espa?ol vivo una muestra retrospectiva, que llev¨® por todo t¨ªtulo Objetos 1990-1999. Muchos otros grandes museos, como el Pompidou parisiense, han acogido exposiciones suyas. El verano pasado, durante los Encuentros Internacionales de Fotograf¨ªa de Arl¨¦s (Francia), tuvo lugar una de las retrospectivas m¨¢s destacadas de su trayectoria. Pero quiz¨¢ el momento m¨¢s emotivo lleg¨® con el Premio Nacional de Fotograf¨ªa en 2000. A su padre le quedaba entonces poco de vida. ¡°Al enterarse de que su hijo recib¨ªa este galard¨®n pudo ver que todo esto ten¨ªa algo de sentido. Siempre he sido muy consciente de d¨®nde vengo y de d¨®nde he salido¡±.
¨C?Por qu¨¦ sigue haciendo fotos?
¨CNo entiendo mi vida sin eso. Me sirve para poner en orden mi relaci¨®n con el mundo.
¨C?Pero es usted realmente un fot¨®grafo?
¨CYo tiro por la calle de en medio. Sigo utilizando una c¨¢mara para transmitir esas im¨¢genes. Y me parece que la etiqueta define mi actividad sin ning¨²n tipo de pretensi¨®n. Tuve desde peque?o cierta afinidad hacia los artistas y los poetas, aunque no me ve¨ªa en su papel ni pensaba tener sus cualidades.
Sus colaboraciones con otros grandes creadores han dejado patente que s¨ª atesora esas cualidades. ¡°Han tenido que pasar 70 a?os para conocer a mi hermano¡±, dijo en 1995 el poeta Joan Brossa (Barcelona, 1919-1998) tras un encuentro con Madoz que sirvi¨® de g¨¦nesis de una joya firmada a d¨²o llamada Fotopoemario (La F¨¢brica), donde Brossa puso palabras a una serie de poemas visuales concebidos por este fot¨®grafo que ha retratado como pocos el poder de la sombra y la fuerza de la paradoja. Podr¨ªa pensarse que mientras existan objetos, Madoz seguir¨¢ encadenando su met¨¢fora infinita. ¡°Ellos son el eje sobre el que se sustentan mis im¨¢genes. Es todo tan elemental que lo hace muy reconocible. Ese intento de jugar con los m¨ªnimos quiz¨¢ ha conseguido que mi trabajo se pueda identificar de una forma tan simple, tan sencilla. Enfrentarte a un comp¨¢s o a un huevo te lleva a buscar la rotundidad que tienen por s¨ª mismos. ?Es que un huevo es bello, joder! Si le da la luz adecuada, caes en la cuenta de que se trata de una forma perfecta. Es lo mismo que ocurre con¡ esos botines que llevas puestos¡±.
As¨ª que era eso lo que le llevaba tanto tiempo intrig¨¢ndole a ras del suelo¡ La presa del cazador es un castigado par de zapatos de piel punteados hasta el tobillo. ¡°Es que me gustan as¨ª, tal y como est¨¢n¡±, dice de camino hacia el port¨®n de hierro que separa el universo on¨ªrico de su casa y su estudio de las calles de Galapagar. La duda sobre lo que ser¨ªa capaz de hacer con estos botines es demasiado tentadora como para no contemplar la posibilidad de emprender el camino de vuelta a casa descalzo.
¨CSi quiere, le dejo los zapatos.
¨CEl problema es que igual me da por cortarlos con un serrucho¡
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