Marcus Garvey Park: una estampa
En el parque, una anciana le ense?a a su hijo c¨®mo llevar a su reci¨¦n nacido en un ¡®mei tai¡¯
En el parque, mientras leo el peri¨®dico y mi hija se columpia, una anciana china le ense?a a su hijo c¨®mo llevar a su reci¨¦n nacido en un mei tai. La mujer tiene un aire aguerrido, una voz autoritaria, y es muy baja, combinaci¨®n que normalmente apuntar¨ªa a una persona infame, pero que en este caso produjo a una entre enternecedora e hilarante. El cabello blanco le cuelga sobre la frente y la nuca como un casco bien cernido.
Da instrucciones breves y concisas. Primero levanta a su nieto de la carriola y, sin dejar de parlotear, lo alza y le muerde suavemente la nariz. El beb¨¦ gime. Yo doblo el peri¨®dico y lo dejo de un lado. Mi hija se columpia, ajena al mundo. La viejita contin¨²a su demostraci¨®n. Las cintas inferiores del mei tai est¨¢n terciadas como cananas a la altura de su pecho y atadas en un nudo por la espalda. Con una mano le encuclilla las piernas al beb¨¦, y con la otra lo envuelve en la tela. Una vez adentro, el beb¨¦ se acurruca y deja de llorar. Ella, sin dejar de hablar, se pasa dos cintas por encima de los hombros, las cruza por detr¨¢s y las trae de nuevo hacia delante mientras ata un gran nudo debajo del trasero del beb¨¦, que ahora parece entre capullo y regalo.
Como si esta maniobra no fuera suficiente, con una sola mano desactiva el seguro de la carriola y la sacude para cerrarla. Luego, con la velocidad de un vaquero, presiona un pie como en palanca contra una de las ruedas, la carriola salta en el aire, y ella la toma por la asidera con la mano y se la mete bajo la axila. Cuando ha terminado, de pie, se ajusta la chaqueta, y sonr¨ªe dejando ver una abertura entre sus peque?¨ªsimos dientes frontales. Realiza una peque?a y torpe reverencia. El joven padre la observa con estoicismo. Tengo ganas de aplaudirle, pero me contengo. Pienso para mis adentros: pinche genio. Mi hija, desde su columpio inm¨®vil, la mira boquiabierta.
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