Espacios vivientes de Concepci¨®n
Se debate a prop¨®sito de qu¨¦ debe entenderse por patrimonio cultural, sobre todo a partir de la evidencia de c¨®mo son puestas sus aplicaciones al servicio de buen n¨²mero de impostaciones identitarias, casi todas pol¨ªticamente determinadas, cuando no al servicio de diversas formas de marketing territorial, predispuesto para vender al mejor precio posible paisajes a promotores tur¨ªsticos o inmobiliarios ¨¢vidos de beneficios. Pero, ?qu¨¦ es "patrimonio cultural" en una ciudad? ?Qu¨¦ merece ser indultado de la m¨¢quina capitalista de desolar ciudades, en el doble sentido de generar en ella solares y de entristecerlas?
Podemos ponernos de acuerdo, de entrada, acerca de que la definici¨®n de patrimonio remite a lo que una generaci¨®n hereda de la que le precede; tambi¨¦n a lo que una persona o un grupo considera que posee, todo lo que ha de administrar y ceder luego a sus descendientes, sus propiedades, no s¨®lo en el sentido de sus posesiones, sino en el de lo que le es propio, sus cualidades, lo que le dota de particularidad. Cuando inventar¨ªan los elementos humanos distribuidos por el espacio los trabajos expertos sobre patrimonio, as¨ª como las iniciativas pol¨ªticas al respecto, suelen atender elementos supuestamente ideosincr¨¢sicos, nudos o n¨²cleos fuertes y estables que se presumen capaces de remitir a un pasado compartido por una cierta comunidad, rasgos arquitect¨®nicos o urban¨ªsticos que merecen ser resaltados, en detrimento de otros que se desechan o pasan desapercibidos. Subrayados en su ubicaci¨®n natural, pero s¨²bitamente museificados por la mirada del especialista, se considera que esos materiales espaciales a patrimonializar expresan elocuentemente virtudes colectivas que deben durar, ingredientes de los que ¨Cse insin¨²a¨C depende la pervivencia misma del grupo que los exhibe como sus atributos extensivos.
Es as¨ª que ciertos aspectos del espacio social reciben un trato singular al ser integrados en la lista de lo que se establece que es patrimonio cultural o hist¨®rico. Fragmentos de la forma urbana son de este modo enaltecidos y protegidos por su valor como testimonio de un pasado o de un presente elogiables; puntos de la trama de calles y plazas pueden aparecer resaltados en los mapas tur¨ªsticos o en las gu¨ªas, indicando la presencia de edificaciones singulares, monumentos caracter¨ªsticos o v¨ªas reputadas por su pintoresquismo y por ello en cierto modo salvables. Del mismo modo, barrios enteros pueden ser enaltecidos por alg¨²n factor significativo que los hace dignos de ser tenidos en consideraci¨®n. De hecho, se experimenta en los ¨²ltimos tiempos una tendencia a monumentalizar centros urbanos completos y hay ciudades que han sido ¨ªntegramente tematizadas para hacer de ellas polos de atracci¨®n para el turismo de masas o el inter¨¦s inversor.
En cambio, poco se entiende que el principal patrimonio, el tesoro fundamental de una ciudad es justo esa vida real que con frecuencia las iniciativas de patrimonializaci¨®n tienden a expulsar o aplacar. Son lo que fluye y se agita por las calles lo que convierte una ciudad en un espacio viviente. No son las piedras, sino lo que transcurre entre ellas; no son los paisajes, sino quienes los recorren, lo que merece ser amparado.
Como para ilustrarlo, nos llega ahora una compilaci¨®n de estudios animados desde la Universidad de Concepci¨®n, en Chile, sobre los avatares de la vida colectiva en lugares p¨²blicos de la capital de Bio-Bio, de la que su gente conoce el verdadero nombre: Conce. El t¨ªtulo del volumen es Concepciones de Concepci¨®n. Etnografias e im¨¢genes de vida urbana y lo han compilado Rodrigo Ganter y Rodrigo Herrer; lo acaba de publicar la propia Universidad. En sus p¨¢ginas puede uno atravesar el calidoscopio de esa vida cotidiana elemental y al tiempo hipercompleja que conocen los lugares p¨²blicos pesquistas, cuyos protagonistas son esas gentes desconocidas o conocidas de vista que se pasan el tiempo cruz¨¢ndose, hasta que se encuentran.
Aqu¨ª sabemos algo m¨¢s sobre la misteriosa vida de las ciudades. Por ejemplo, qui¨¦nes protagonizan las rutinas de la Plaza Independencia o trajinan por el Paseo Barros Arana; en qu¨¦ forma los homosexuales se inventan el espacio que usan en un callej¨®n de Diego Portales llamado "El Toro"; las consecuencias de la aplicaci¨®n de un plan urban¨ªstico sobre el Barrio C¨ªvico; la importancia biogr¨¢fica de los paseos familiares a orillas del Bio-Bio; la actividad nocturna de una instituci¨®n de la importancia del Pub La Casa; el papel de la capucha en el equipo de combate de los estudiantes de la Universidad de Concepci¨®n en sus enfrentamientos con los carabineros, o la historia de Jaime Manrique, el se?or mayor que vive de recoger envases vac¨ªos y que suele acampar en un punto de la calle O'Higgins, justo entre el colmado La Esperanza y la peluquer¨ªa Solange Astoria.
Ese es el verdadero patrimonio de la humanidad que hay que conservar a toda costa, aqu¨ª y en cualquier ciudad: los tr¨¢nsitos y los transcursos; los espacios ef¨ªmeros de lo ef¨ªmero, que en realidad es lo ¨²nico que realmente permanece ah¨ª para siempre. La vida a secas. Eso es lo que merece ser defendido como sea de la depredaci¨®n y de depravaci¨®n de quienes entienden la ciudad solo como poder y como dinero. He ah¨ª la eterna Concepci¨®n, la prueba de que, tambi¨¦n en una ciudad, solo queda lo que pasa.
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