Visto uno, vistos todos
En nuestros d¨ªas empiezan a parecerse las personas con estudios superiores y las que apenas superan la educaci¨®n b¨¢sica. Los ignorantes andan crecidos, alardeando de lo que consiguen sin saber apenas nada
No me qued¨® otro remedio que enterarme porque lo proclamaba a voz en grito desde la mesa de al lado. La muchacha, que, a la vista de sus modales, su manera de hablar y su forma de vestir parec¨ªa pertenecer a una clase social acomodada, intentaba disuadir de su idea de llevar a cabo un crucero por los fiordos noruegos como viaje de novios a una de las amigas con las que compart¨ªa mesa. Ella, explicaba, ya hab¨ªa hecho tiempo atr¨¢s ese mismo crucero con su familia y hab¨ªa regresado decepcionada. El motivo de su decepci¨®n no pod¨ªa ser m¨¢s concluyente: ¡°Visto uno, vistos todos¡±, sentenciaba a modo de resumen de su aburrida experiencia.
La sentencia de la chica me record¨® la de aquel fontanero que apareci¨® un d¨ªa por casa para arreglar un escape y que, al comentarle yo que le hab¨ªa llamado con urgencia porque estaba a punto de salir de viaje hacia Roma, me hizo saber que ¨¦l no conoc¨ªa la ciudad, pero que ello era debido a que, afirm¨® textualmente, ¡°a m¨ª Roma no me llama¡±. Supongo que he asociado las dos situaciones porque en ambas sus protagonistas se mov¨ªan con an¨¢logo desparpajo, con una similar seguridad. Sin embargo, vale la pena constatar una importante diferencia entre ellos. El fontanero era, de manera manifiesta, un hombre de escasos estudios, mientras que mi vecina de mesa con toda probabilidad hab¨ªa cursado alguna carrera universitaria. Sin embargo, sus afirmaciones resultaban perfectamente intercambiables: ¡°Los fiordos no me llaman¡±, pod¨ªa haber dicho ¨¦l; ¡°?ciudades con monumentos? Vista una, vistas todas¡±, pod¨ªa haber declarado ella.
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No deja de ser significativo (y preocupante) que en nuestros d¨ªas empiecen a parecerse tanto, a reaccionar de maneras tan intercambiables, personas con estudios superiores y personas que apenas han superado los niveles educativos m¨¢s b¨¢sicos. Probablemente la semejanza sea el resultado de la generalizaci¨®n de un modelo de lo que debe ser la educaci¨®n y del valor de la cultura que ha terminado por convertirse en el nuevo sentido com¨²n dominante.
Pensemos, sin ir m¨¢s lejos, en la forma en la que tiende a plantearse hoy eso que antes se denominaba proceso educativo. Ha pasado a ser considerado como una antigualla completamente obsoleta sostener que, en su conjunto, dicho proceso deber¨ªa ser pensado en t¨¦rminos de formaci¨®n integral del ciudadano o cosa semejante. Frente a tama?o anacronismo, se nos repite hoy por todas partes ¡ªde hecho, se han incorporado al coro de los repetidores incluso nuestras propias autoridades ministeriales¡ª, se trata de plantearlo como una gran formaci¨®n profesional destinada a preparar a los individuos para una m¨¢s eficaz inserci¨®n en el mercado de trabajo. El nuevo planteamiento tiene sus efectos sobre la vida de los individuos, entre otras cosas porque, en este nuevo dise?o, el criterio para valorar el ¨¦xito personal ha pasado a ser no solo haber alcanzado el objetivo de la inserci¨®n, sino, de acuerdo con la misma l¨®gica economicista, haberlo hecho en las mejores condiciones, esto es, obteniendo el m¨¢ximo rendimiento econ¨®mico, lo que equivale a decir ganando el m¨¢ximo dinero.
Desde esta perspectiva, se entender¨¢ un fen¨®meno muy caracter¨ªstico de nuestro tiempo, y es que los ignorantes anden crecidos. Si anta?o se avergonzaban de su ignorancia, ahora es frecuente que saquen pecho e incluso alardeen de lo que han conseguido sin saber apenas. Y es que, en efecto, no sostiene nada que contravenga este discurso, hoy hegem¨®nico, quien hace ostentaci¨®n de haber obtenido el mismo resultado ¡ªel ¨²nico que se declara importante: el enriquecimiento, a ser posible r¨¢pido¡ª por otras v¨ªas, sin necesidad de haber seguido el recorrido convencional del estudio y la preparaci¨®n acad¨¦mica. De ah¨ª la llamativa seguridad con la que determinados personajillos de celebridad ef¨ªmera hacen en p¨²blico (preferiblemente, en televisi¨®n) un reconocimiento expl¨ªcito, carente de toda pesadumbre, de su completa ignorancia. Se trata de una seguridad de id¨¦ntica matriz, en el fondo, que la de la muchacha o el fontanero de las an¨¦cdotas iniciales.
La formaci¨®n integral del ciudadano ha pasado a ser considerada como una antigualla obsoleta
Llegados a este punto, cabe preguntarse: al margen de que, por las razones indicadas, los ignorantes actuales (ignorantes posmodernos, podr¨ªamos denominarlos) se hayan sentido liberados del supery¨® tutelar tradicional, seg¨²n el cual era necesario tener cultura (o, en su defecto, aparentarla) si se aspiraba a alguna forma de prestigio social. ?En qu¨¦ se funda esa llamativa seguridad de la que aqu¨¦llos han pasado a hacer gala?
Conviene plantear una primera observaci¨®n. Probablemente el hecho de que la seguridad del ignorante nos llame tanto la atenci¨®n revele un error de interpretaci¨®n por nuestra parte. Un error consistente en dar por descontado que el tipo de personaje que estamos diseccionando deber¨ªa experimentar algo parecido al horror vacui por el hecho de no saber, cuando, en realidad, el ignorante consecuente es aquel que no sabe que no sabe; entre otras razones, porque ese profundo vac¨ªo que le constituye est¨¢ ocupado por un espeso engrudo, por una densa y turbia papilla de t¨®picos, banalidades, convencimientos sin el menor fundamento y otros materiales de desecho.
De lo que se desprende que el planteamiento precedente necesitar¨ªa ser reformulado, incorporando un matiz sustancial. El problema de nuestros ignorantes de hoy (en otros aspectos, id¨¦nticos a los de siempre, claro est¨¢) no es tanto que no se den cuenta de la cantidad de informaci¨®n y conocimientos de los que no disponen, como que se les escapa el valor de los mismos; o, tal vez mejor, que atribuyen un valor por completo equivocado tanto a lo que ignoran como a lo que creen saber. No solo porque consideren que esto ¨²ltimo se encuentra en id¨¦ntico plano que lo que desconocen y, m¨¢s en concreto, con la cultura en el sentido m¨¢s cl¨¢sico, sino porque atribuyen rasgos equivocados a ambas esferas.
Se hace ostentaci¨®n de lograr lo mismo sin seguir el recorrido convencional del estudio
As¨ª, sigue siendo, por desgracia, muy frecuente que estos ignorantes consideren que la persona culta, ilustrada, le¨ªda o refinada es alguien que verdaderamente no est¨¢ en el mundo, sino, en el mejor de los casos, en su mundo. Mientras que ellos, por lo que respecta a s¨ª mismos, est¨¢n persuadidos de pisar con los pies en el suelo y enterarse efectivamente de lo que pasa, en su m¨¢s concreta y tangible materialidad. Sin embargo, rep¨¢rese en que los protagonistas de nuestras an¨¦cdotas iniciales testimonian exactamente lo contrario. Para ellos lo real desfila ante sus ojos plano, mon¨®tono, perfectamente inerte e insustancial. La relaci¨®n de sus desdenes podr¨ªa prolongarse casi hasta el infinito. En el ¨¢mbito de la cultura sin duda dir¨ªan: ¡°Visto un museo [a fin de cuentas, un conjunto de salas llenas de obras de arte], vistos todos¡±, ¡°escuchado un concierto de m¨²sica cl¨¢sica, escuchados todos¡±, etc¨¦tera. Y si se prefiere pasar a los registros por los que empezaba este art¨ªculo, a buen seguro afirmar¨ªan: ¡°Vista una playa, vistas todas¡±, ¡°vista una selva, vistas todas¡±, etc¨¦tera. Y as¨ª, en todos los planos.
Su realidad, esa respecto de la cual tanta ostentaci¨®n hacen de mantener una relaci¨®n s¨®lida y privilegiada, es una realidad plana, sin fondo, carente de toda profundidad o densidad. Lo que nos permite se?alar la segunda parte de su error, la inadecuada valoraci¨®n que llevan a cabo de cuanto ignoran. Porque existe otra realidad o, mejor dicho, lo real es mucho m¨¢s rico de lo que estos ignorantes alcanzan a vislumbrar. Pero para acceder a dicha riqueza se requieren determinadas herramientas y destrezas, que son las que, precisamente, proporciona ese tesoro heredado que denominamos cultura.
Las cosas son, pues, exactamente al rev¨¦s de como las planteaba el t¨®pico aludido en el p¨¢rrafo anterior. No es cierto que la persona culta, en sus enso?aciones espiritualistas, vea lo que no hay. Lo cierto es justo lo contrario: que la persona inculta, ignorante, no ve lo que hay. As¨ª, por no abandonar los ejemplos citados, la belleza ¡ªla del mundo y la del alma¡ª pasa por delante de sus ojos constantemente sin que sea capaz de percibirla. O si prefieren decirlo con diferentes palabras: la persona culta no solo dispone de un mundo interior m¨¢s rico, sino que penetra en el interior del mundo. De la otra persona, hemos dicho antes que no sabe que no sabe, lo que significa, en resumidas cuentas y a la luz de todo lo que hemos planteado a continuaci¨®n, que lo que de veras no sabe es lo que se pierde.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
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