A la caza de un tesoro marino
Embarcamos con hombres que se lanzan a perseguir estos d¨ªas el skrei, el rey de los bacalaos. Esta es la historia de los pescadores que faenan en las turbulentas aguas del ?rtico al borde de las islas Lofoten, al norte de Noruega
Al peque?o puerto pesquero de Grunnfarnes se llega por una sinuosa carretera convertida esta g¨¦lida madrugada en una pista de patinaje sobre hielo que discurre al borde de un fiordo occidental de Senja, una isla de casi 8.000 habitantes en aguas del archipi¨¦lago de las Lofoten, al norte de Noruega. La nieve cae a plomo a diez grados bajo cero y el viento arrecia como si todos los infiernos estuvieran a punto de desatarse en plena noche. El peque?o cascar¨®n de hierro capitaneado por Trond Dalgard, de 51 a?os y pescador desde los 15, escupe gasoil con el motor al ralent¨ª, amarrado a un muelle y listo para salir a faenar. Ojos azules como el ?rtico que ruge salvaje al otro lado del espig¨®n, Trond ultima la maniobra de desamarre con ayuda de Yom-Gunnar Johansen, de 68 a?os, mec¨¢nico de formaci¨®n, marinero de profesi¨®n y toda una vida dedicada a este oficio. ?ltimo aviso del patr¨®n antes de zarpar a las cinco de la madrugada: ¡°Hay demasiado viento ah¨ª fuera. La cosa va a estar movida¡±.
Trond Dalgard es un hombre corpulento, de cara rechoncha, sonrisa bonachona y p¨®mulos enrojecidos por el fr¨ªo. Ha capitaneado otros barcos de mayor eslora que este, bautizado con su apellido cuando lo compr¨® por 1.500.000 coronas (unos 170.000 euros). Lider¨® durante varios lustros tripulaciones m¨¢s numerosas, pero el a?o pasado concluy¨® que a estas alturas de su vida le compensa gestionar una embarcaci¨®n de menor tama?o en la que operar con la ¨²nica ayuda de un marinero. Tambi¨¦n ha tenido un concesionario de coches y otros negocios. ¡°Pero lo dej¨¦ todo por estar aqu¨ª porque amo la pesca¡±. Trond suelta amarras y toma asiento en la min¨²scula cabina de esta estrecha nave de apenas diez metros que se adentra, bamboleante y a oscuras, en mar abierto. Yom, el marinero parco en palabras, con rostro agrietado, barba de vikingo, nariz aguile?a y pitillo de liar pegado a los labios, prepara caf¨¦ escaleras abajo en el hornillo del saloncito de proa. El silencio parece el principal aliado de estos dos hombres. Saben bien lo que tienen que hacer sin necesidad de palabras. Ayer volvieron a tierra firme con las bodegas rebosantes de dos toneladas de skrei, el pata negra de los bacalaos. ¡°Esperamos haber cosechado 65 toneladas cuando acabe la temporada¡±, dice el patr¨®n en perfecto ingl¨¦s. ¡°Tambi¨¦n participamos en la temporada del flet¨¢n en septiembre, pero nuestra obsesi¨®n es el bacalao fresco de invierno¡±.
Trond y Yom comparten la misma rutina diaria desde principios de a?o, cuando arranca la ¨¦poca de pesca de esta especie oriunda del norte de Noruega, que se prolonga hasta finales de abril. Los dos se levantan so?ando con peces a las tres y pico de la madrugada para conducir hasta el puerto de Grunnfarnes durante hora y media desde sus casas en la localidad de Finnsnes, 4.300 habitantes, al otro lado del puente que conecta un extremo oriental de la isla de Senja con el resto del pa¨ªs. Tras baldear la cubierta y organizar los grandes cajones de almacenaje en las bodegas, a eso de las cinco suelen estar listos para partir. Nueve millas n¨¢uticas al norte del puerto de Grunnfarnes est¨¢ el waypoint del GPS que marca el banco donde soltaron ayer sus redes y al que hoy tardar¨¢n hora y media en llegar bajo un cielo oscuro como boca de lobo.
Los marineros deg¨¹ellan los bacalaos y los lanzan a una pileta donde agonizan en un ba?o de sangre
Para entonces el barco se ha convertido en un tentetieso sobre el desapacible oleaje. Listos para el primer lance de la jornada, Trond y Yom dejan la nave al pairo con el motor en punto muerto y se enfundan sus trajes de aguas color ¨¢mbar. El patr¨®n se frota las manos mientras el marinero iza el extremo de la red con ayuda de un bichero. El viejo motor de un molinete va subiendo lentamente, crac, crac, crac, todav¨ªa de noche y bajo la luz de un potente foco que ilumina la cubierta, los bacalaos atrapados en las redes de color azul. Todo se convierte a partir de ahora en un proceso rutinario y sangriento.
Las presas, de un brillante color verde gris¨¢ceo, algunas de m¨¢s de un metro de longitud y unos 15 kilos de peso, van pasando con cada nueva subida de red, al ritmo que marca el molinete, por un estrecho carril de acero inoxidable que desemboca en una pileta llena de agua de mar. Las cuatro manos, curtidas y expertas, liberan violentamente a los pescados de las redes y los deg¨¹ellan uno tras otro con certeros tajos de machete en la aorta antes de lanzarlos al pil¨®n central, donde agonizan con furia dando cabezazos, chapoteando en un ba?o de sangre. Un sacrificio que resulta de capital importancia para garantizar la frescura de una carne que ser¨¢ empaquetada para su exportaci¨®n inminente durante las pr¨®ximas horas.
Los dos hombres se entregan en sepulcral silencio a la faena mientras el cascar¨®n de hierro da bandazos de un lado a otro con cada nuevo embate de la marejada, bajo corrientes de incesante viento glacial que cala los huesos y un espeso aroma de efluvios de gasoil mezclados con el fuerte olor de los bacalaos desangr¨¢ndose. Patr¨®n y marinero lanzan machetazos a diestro y siniestro hasta que las piletas rebosan y toca trasladar la mercanc¨ªa a los cajones de las bodegas. A lo lejos, las primeras luces del d¨ªa iluminan suavemente las ancestrales monta?as nevadas que coronan las islas Lofoten. Un exuberante paisaje de fiordos y picos de m¨¢s de mil metros de altitud al borde del mar da forma al perfil de este archipi¨¦lago enclavado por encima del C¨ªrculo Polar ?rtico, entre los paralelos 67 y 68 de latitud Norte.
Aqu¨ª nacen y aqu¨ª regresan para desovar a principios de cada a?o los skrei. Hombres humildes, pero recios y orgullosos de su oficio, los persiguen hasta darles caza por las inmediaciones de las Lofoten. Estos bacalaos que suben ahora a cubierta para encontrarse con la muerte han recorrido un largo viaje que arranc¨® m¨¢s de mil kil¨®metros hacia el Norte, en el mar de Barents, que alberga los mayores bancos durante el a?o. Su alimentaci¨®n a base de capel¨¢n, arenque y espad¨ªn determina su sabor. La dura traves¨ªa desde el mar de Barents hasta aqu¨ª, sorteando oleajes g¨¦lidos y turbulentos, les otorga la textura fibrosa de su carne, m¨¢s blanca y menos grasienta que la del resto de sus cong¨¦neres. Su musculatura y la carga de huevas que portan tras alcanzar su madurez sexual, entre los dos y los seis a?os, les convierte en skrei, palabra noruega que significa ¡°n¨®mada¡± y constituye una denominaci¨®n de origen de la que viven, junto a la cr¨ªa y exportaci¨®n del salm¨®n, buena parte de los 25.000 habitantes de las islas Lofoten. Las capturas de este tesoro pesquero est¨¢n tasadas por una cuota de medio mill¨®n de toneladas por temporada, de las que 65 corresponden este a?o por derecho propio al barco de Trond Dalgard. Cuando termine de cosechar tal cantidad a finales de abril, este patr¨®n espera haber recaudado un total de 600.000 coronas (67.000 euros). ¡°De ah¨ª descontamos la mitad para los impuestos y gastos del barco¡±, dice Trond. ¡°Y el resto lo repartimos Yom y yo¡±.
Hacia la una de la tarde sus redes han dado de s¨ª todo lo que pod¨ªan. Las bodegas albergan una tonelada y media de mercanc¨ªa, media menos que la jornada anterior. Los pescadores vuelven a puerto con cara de p¨®quer, cruz¨¢ndose con otros colegas que a¨²n seguir¨¢n unas horas m¨¢s bati¨¦ndose el cobre. Tienen licencia para hacerlo hasta antes de las ocho de la tarde de cada d¨ªa para no alargar el proceso de envasado en tierra. La exportaci¨®n de skrei se lleva a cabo durante las doce horas siguientes a su captura, y cada segundo cuenta. Las gaviotas hambrientas siguen la estela del barco de Trond mientras Yom, el marinero silencioso, les tira por la borda alg¨²n resto que ha quedado por la cubierta despu¨¦s del trasvase hacia las bodegas. Yom enciende el pitillo que lleva siempre pegado a los labios y contempla con sus ojos tristes las monta?as nevadas de la costa. No puede imaginar una vida mejor que esta. Y vive bien de su oficio. Por eso no entiende que ni el hijo ni las dos hijas del patr¨®n no vayan a seguir los pasos del padre. ¡°Los j¨®venes de hoy no quieren pescar¡±, tiene por toda explicaci¨®n. Y lanza otro pedazo de carne con furia hacia la manada de gaviotas hambrientas.
Los j¨®venes de hoy no quieren pescar¡±, dice el veterano marinero Yom-Gunnar Johansen
Al llegar a puerto, la cuadrilla de Jorgen Pedersen, de 41 a?os y encargado de la principal planta procesadora del puerto de Grunnfarnes donde se manufacturan durante la temporada 25 toneladas diarias de bacalao, descarga la mercanc¨ªa almacenada en las bodegas del barco de Trond. A cambio, el patr¨®n recibe un papel donde se acredita que se embolsar¨¢ en su cuenta corriente 23.000 coronas (2.600 euros). Solo 254 kilos de las capturas que Trond ha cosechado hoy ser¨¢n etiquetados como aut¨¦ntico skrei tras pasar unos controles de calidad en esta planta donde se separa el tronco de los h¨ªgados, las huevas y la cabeza para su comercializaci¨®n por separado. El anciano padre de Jorgen, el jefe de todo esto, corta a la intemperie, bajo los copos de nieve, las lenguas de las cabezas despiezadas, una actividad normalmente reservada a los ni?os en las islas Lofoten, para su posterior venta, que tambi¨¦n llevan a cabo los m¨¢s j¨®venes. Pero hoy es d¨ªa de colegio y la chavaler¨ªa brilla aqu¨ª por su ausencia. La hija ¨²nica del capataz Jorgen tampoco quiere seguir sus pasos. Mientras baldea los restos que han quedado esparcidos por el suelo, el padre dice: ¡°Me temo que a ella le gustar¨ªa dedicarse a algo m¨¢s ex¨®tico¡±.
A pesar de las aparentes reticencias de los m¨¢s j¨®venes, el bacalao salvaje est¨¢ estrechamente ligado a la historia de Noruega. Cuenta la leyenda que incluso permiti¨® la supervivencia del hombre por las inmediaciones de estas islas Lofoten hace 6.000 a?os, en el extremo m¨¢s meridional del oc¨¦ano ?rtico. Los vikingos ya realizaban la captura estacional del skrei, y en el siglo XII cada pescador qued¨® sujeto al pago de un tributo de cinco ejemplares al rey Oystein I Magnusson. El monarca orden¨® a cambio construir una iglesia y caba?as para los trabajadores del mar en una de las peque?as localidades de las Lofoten. Estos pescados se convirtieron en el primer producto de exportaci¨®n del pa¨ªs escandinavo y hoy sigue constituyendo una de las joyas de la corona en este archipi¨¦lago al norte del pa¨ªs, repartido a lo largo de 2.000 islas e islotes abiertos a los fiordos que ocupan 1.200 kil¨®metros cuadrados y est¨¢n conectados a trav¨¦s de puentes y t¨²neles submarinos. Solo hace falta desplazarse hasta la peque?a localidad de Husoya, al norte de la isla de Senja, para comprobar el vigor de la industria local.
Husoya es una min¨²scula pen¨ªnsula con un puerto pesquero en medio de un fiordo abierto al oc¨¦ano que conecta por carretera a trav¨¦s de un estrecho puente. Los m¨¢s viejos del lugar aseguran que aqu¨ª naufrag¨® hace mucho tiempo un barco tripulado por espa?oles. Lo cierto es que algunos de los 400 habitantes de Husoya tienen el cabello negro como el tiz¨®n y muchos de ellos practican la costumbre de entregarse tras el almuerzo a un asunto al que llaman, literalmente, ¡°siesta¡±. Aqu¨ª tambi¨¦n se encuentra una de las principales plantas de procesado de pescado de Noruega. Podr¨ªa decirse que todo el pueblo est¨¢ vinculado de una u otra forma con la industria, ya sea en mar abierto o en tierra firme. Hasta sus calles nevadas huelen estos d¨ªas a bacalao fresco.
Los 8.000 metros cuadrados que ocupa la planta de procesado de los hermanos Karlsen rigen los designios de Husoya. Al frente de ella est¨¢ Rita Karlsen, nieta del fundador de la compa?¨ªa. Rita es una mujer de 45 a?os con una fuerte personalidad, baja estatura y cabello negro cortado a la taza. Entre febrero y abril, durante la temporada alta del bacalao salvaje, tiene a su cargo 160 empleados que se afanan en el procesado y envase para la exportaci¨®n de hasta 200 toneladas de skrei. ¡°Tambi¨¦n gestionamos durante todo el a?o hasta 8.000 toneladas de salm¨®n de granja¡±, explica Rita. ¡°Con todas estas actividades, el a?o pasado nuestro grupo factur¨® 62 millones de euros¡±.
En un hangar de la factor¨ªa encharcado de sangre, cuatro adolescentes armados con cuchillos rebanan lenguas de skrei pasada la una y media de la tarde. Siguiendo la tradici¨®n local, los muchachos ajustan con asombrosa destreza las cabezas sobre lanzas perpendiculares al suelo para descuartizarlas con precisi¨®n de matarifes. El¨ªas, de 14 a?os, fiero con el machete, asegura: ¡°Estoy aqu¨ª para hacer dinero. Puedo llegar a sacar 1.000 coronas limpias en una jornada (m¨¢s de 100 euros). Normalmente venimos los s¨¢bados y domingos durante la temporada, pero hoy nos han dado la tarde libre en la escuela. Mi madre es profesora, y mi padre, pescador. De mayor me gustar¨ªa seguir los pasos de mi padre¡±. Al lado de El¨ªas, la dulce Tiril, de 13 a?os, no se queda atr¨¢s en el manejo de la puntilla. Es hija de un pescador y un ama de casa. Y la ¨²ltima vez que vino a cortar lenguas tambi¨¦n sac¨® m¨¢s de 100 euros para sus gastos. Es la manera de implicar a los noruegos en esta industria desde la infancia.
A las afueras de la factor¨ªa de los hermanos Karlsen, una extra?a pareja merodea por los muelles del puerto de ?Husoya. Son dos hombres de mediana edad vestidos con un uniforme negro y botas militares. Se llaman Charles y Jan-Erik y son dos agentes de la Patrulla del Skrei, denominaci¨®n oficial de un departamento dependiente de la asociaci¨®n de pescadores noruegos con licencia para ejercer como sheriffs del bacalao de invierno con denominaci¨®n de origen en las islas Lofoten. Como explica Charles, su labor consiste en ¡°velar por la calidad del skrei que llega a un restaurante de San Sebasti¨¢n con dos estrellas Michelin¡±.
Pueden presentarse en cualquier compa?¨ªa y ordenar la apertura de cajas con mercanc¨ªa lista para su transporte. El radio de acci¨®n de estos funcionarios p¨²blicos se extiende desde las plantas de procesado hasta puntos principales de exportaci¨®n como Alemania, de donde salen las principales partidas de abastecimiento de este producto por carretera hacia el resto de Europa. Jan-Erik, el m¨¢s sigiloso de los dos agentes, no vacil¨® un segundo en arrebatarle hace unas semanas la licencia para usar el sello del skrei a una importante planta exportadora del pa¨ªs. ¡°Lo hice, sencillamente, porque no cumpl¨ªa los requisitos para comercializarlo como tal. En los muchos controles que desarrollamos, vigilamos que la temperatura de envasado se mantenga por debajo de los 4 grados y que la carne sea realmente fresca, tanto por su aspecto como por su olor, y que no haya rastros de sangre¡±. Charles, el otro agente de esta patrulla, defiende su trabajo sintetizando de este modo el empe?o estatal por la defensa de una industria pesquera de calidad: ¡°El petr¨®leo desaparecer¨¢ un d¨ªa de Noruega, pero el bacalao vivir¨¢ siempre¡±.
Una declaraci¨®n de intenciones que parece grabada a fuego en muchos de los cinco millones de habitantes de este boyante pa¨ªs escandinavo, con una renta per capita de 73.000 euros, que ocupa el tercer puesto entre los mayores exportadores de crudo del planeta, tras Rusia y Arabia Saud¨ª. Hace tiempo que Noruega dej¨® de jugar sus ¨²nicas cartas a la industria del petr¨®leo, hoy rendida a la inestabilidad por la ca¨ªda vertiginosa de su precio en el mercado global. Este pa¨ªs ocupa el segundo lugar entre los exportadores mundiales de pesca mar¨ªtima, despu¨¦s de China. El sector mantiene un sistema de pago por las capturas garantizadas mediante las cofrad¨ªas, de manera que toda compra de primera mano de recursos marinos salvajes ha de tener lugar a trav¨¦s de alguna de las seis organizaciones de venta pesquera que operan en Noruega. Cuando las plantas procesadoras compran la mercanc¨ªa reci¨¦n llegada a puerto, la abonan a dichas entidades, que a su vez liquidan autom¨¢ticamente las capturas a los pescadores en sus cuentas bancarias, garantizando su salario con independencia de los posibles vaivenes financieros que sufran las compa?¨ªas compradoras. La ministra del ramo del Gobierno conservador, Elisabeth Aspaker, asegura que las exportaciones de pescado noruego alcanzaron los 7.300 millones de euros en 2014. ¡°Somos conscientes desde hace mucho de que la actividad petrolera acabar¨¢ en Noruega y hay planes para reajustarnos tras una econom¨ªa basada en el crudo. La industria pesquera tiene potencial para convertirse en uno de nuestros principales puntales¡±.
Frente a una pol¨ªtica pesquera com¨²n para la Uni¨®n Europea (UE) que no ha logrado erradicar el grave problema de la sobrepesca, la ministra de Noruega, pa¨ªs no miembro de la UE, asegura: ¡°Todas las especies principales en nuestras aguas est¨¢n reguladas mediante cuotas basadas en escalas cient¨ªficas. La mayor¨ªa de las existencias se comparten con otros pa¨ªses, y la cuota total y la nacional se negocian con los Gobiernos involucrados. Nuestro reto est¨¢ en que la sostenibilidad econ¨®mica ha sido ignorada durante demasiado tiempo. Muchos negocios alrededor de la costa est¨¢n en apuros por la falta de rentabilidad, y la tendencia ha sido negativa durante demasiado tiempo. Mientras el 95% de nuestro pescado se exporte, resulta vital mantener la competitividad en el mercado internacional¡±.
Desde el Consejo de Pesca de Noruega, el otro gran organismo local de control del sector, aseguran que ¡°de una exportaci¨®n total de 2,7 millones de toneladas, 8.000 toneladas corresponden al skrei¡±. El a?o pasado llegaron hasta Espa?a 2.984 toneladas de esta especie entre enero y abril, seg¨²n la sede madrile?a del Consejo de Productos del Mar de Noruega, que auspicia este viaje. Este mismo organismo aclara que hasta las Lofoten tambi¨¦n llegan embarcaciones con bandera espa?ola que pueden capturar 2.700 toneladas durante la temporada. Hasta aqu¨ª tambi¨¦n recalan naves con base en otros puertos noruegos que compran cuota pesquera del skrei durante la temporada. Es el caso de Andr¨¦ Vikan, patr¨®n de 44 a?os, cabello rubio y barba de una semana, que tiene licencia para cosechar 200 toneladas. Poco antes de las seis de la ma?ana, sale cada d¨ªa a faenar con su hermano Karl y su amigo Erik. Ambos rondan tambi¨¦n la cuarentena. Oriundos de la peque?a isla Froya, al sur de Noruega, los tres zarpan del puerto de Gryllefjord a bordo del Froymann, un barco panzudo y estable de 15 metros cuyo nombre significa ¡°los hombres de Froya¡±.
Rumbo al noroeste, el Froymann zumba a toda m¨¢quina con los 400 caballos de sus motores batiendo espuma en un mar hoy quieto como un plato que empieza a desperezarse. Ocho millas n¨¢uticas m¨¢s tarde, Andr¨¦ y sus hombres alcanzan la primera de las redes que tiraron anoche en un banco de skrei. Cada tarde durante estos d¨ªas, regresan a puerto con dos toneladas en sus bodegas. Tras descargar la mercanc¨ªa y rellenar el papeleo burocr¨¢tico, duermen en los mullidos camastros del Froymann amarrado a puerto. El patr¨®n est¨¢ casado y tiene un hijo de 15 a?os y una hija de 18, que a veces le ha acompa?ado en sus traves¨ªas. ¡°Hace diez a?os, este oficio lograba reclutar a m¨¢s gente joven, pero me temo que en las familias modernas no est¨¢ bien visto¡±, explica Andr¨¦ con una mano al tim¨®n.
Andr¨¦ es pescador desde los 16 y ha perdido a m¨¢s de un compa?ero en alg¨²n naufragio. En su pueblo tiene dos barcos adem¨¢s de este y sus dos hermanos trabajan con ¨¦l. ¡°Antes, un pescador era lo m¨¢s parecido a un h¨¦roe. Hoy noto que ese prestigio ha desaparecido. En mi caso creo que es porque los hijos de nuestra sociedad manejan mucho dinero. Y eso que algunos j¨®venes podr¨ªan llegar a embolsarse hasta 600 euros por un fin de semana de trabajo, pero no quieren venir hasta aqu¨ª. Creo que dentro de diez o veinte a?os los barcos ser¨¢n muchos m¨¢s grandes y las tripulaciones estar¨¢n mayoritariamente compuestas por extranjeros¡±.
Donde ya resulta f¨¢cil encontrarse con cuadrillas de otras nacionalidades es en los muelles. Cuando Andr¨¦ regrese horas m¨¢s tarde a tierra firme, un grupo de hombres y mujeres venidos de Lituania saldr¨¢n de una planta de procesado del puerto de Gryllefjord tras terminar su jornada. Karolis, lituano de 40 a?os, dir¨¢ que est¨¢ a cargo de la formaci¨®n y que los trae aqu¨ª hasta el fin de la temporada del bacalao de invierno. ¡°Estas personas volver¨¢n a casa con 2.200 euros cuando acabe todo en abril. A pesar de la dureza del clima y de las largas jornadas, es un buen dinero si tenemos en cuenta que las cosas no van muy bien en Lituania¡±.
Poco antes de las siete de la ma?ana, con la luna rozando los picos de la isla de Senja, Andr¨¦ sale a cubierta del Froymann con su hermano Karl y su amigo Erik para repetir el mismo ritual que dos d¨ªas atr¨¢s ejecutaban en aguas mucho m¨¢s turbulentas Trond Dalgard y el viejo marinero de ojos tristes Yom-Gunnar Johansen. La diferencia en este barco es que ¡°aqu¨ª se habla de f¨²tbol, de mujeres, de todo¡± mientras se faena. Andr¨¦, el patr¨®n, suele descansar de este trasiego durante tres semanas al a?o. Entonces, aprovecha para instalarse con su familia en la localidad costera espa?ola de Benidorm. Le gusta lo que hace, pero tampoco pretende pasar toda su vida embarcado. El a?o pasado factur¨® 500.000 euros con todas las temporadas de pesca que cubri¨®, ¡°a lo que hay que descontar los impuestos, que rondan el 40%, y el reparto de ganancias con la tripulaci¨®n¡±.
Al caer la tarde, el patr¨®n y sus marineros han cosechado cuatro toneladas de bacalaos. Suficiente por hoy. El Froymann regresa a puerto con las bodegas bien repletas. Sobre la cubierta yace el cad¨¢ver de un delf¨ªn que qued¨® atrapado en las redes. Durante la traves¨ªa se divisa por la proa una ballena que asoma su cola majestuosa. Tras contemplar en silencio la escena, Andr¨¦, que adem¨¢s de pescador es cazador, asegura que no le gustar¨ªa arponear a ese cet¨¢ceo que campa a sus anchas por las inmediaciones de los fiordos de las islas Lofoten. Aferrado al tim¨®n de su barco, el patr¨®n concluye: ¡°Hay animales a los que cuando miras a los ojos sientes que hay algo que nos une a ellos¡±.
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