?Por qu¨¦ a ellos no se les llama 'curvies'?
No hay d¨ªa en que no aparezca una noticia sobre las curvies, ni que la prensa de moda bien intencionada imprima el fen¨®meno en su portada con tipograf¨ªas vistosas, a menudo en cursivas, a fin de interpretar m¨¢s literalmente el movimiento de unas caderas estridentes. Bien diferente ser¨ªa que, en lugar de curvies, las llamaran gordas, palabra de mal llevar que solo cuando es nombrada en primera persona, reconocida por una misma con humor o amargura, se exime de ¨¢nimo vejatorio. Curvy es un nombre rumboso que aporta un toque de novedad a la expresi¨®n tallas grandes. Grande es un eufemismo de gordo que equivale a de color por negro o a pompis por culo, aunque este ¨²ltimo es un t¨¦rmino fieramente recuperado por la hipermodernidad. Culo 10 se denomina a los m¨®dulos de entrenamiento para fortalecer, subir y ampliar el culo, siguiendo la enfebrecida tendencia de Kim Kardashian. Pero tanto el fen¨®meno curvy como el del culo 10 dejan tras de s¨ª un hueco, o brecha, si lo prefieren, de g¨¦nero: ?d¨®nde est¨¢n ellos? Los onerosos modelos con carnes prietas y rasgos perfectos no tienen ni portadas ni secci¨®n en los grandes almacenes, determinando, pues, que los hombres gordos sienten una profunda desafecci¨®n no solo por la moda sino por s¨ª mismos.
En la alfombra roja, las panzas de Alec Baldwin, Russell Crowe, John Travolta o Leonardo DiCaprio forman despreocupadamente parte del establishment. Y nadie se atrever¨ªa a llamarles gordos como a Mariah Carey o Adele. ¡°?Qu¨¦ panz¨®?¡±, se preguntan como mucho acerca de esos tipos esbeltos que perdieron la cintura en algunas redes latinoamericanas, donde la apostura masculina sigue siendo velluda, pectoral y engominada. Las carnes derramadas de los Faletes del mundo no son tomadas en serio, y producen incluso mayor rechazo que las femeninas. Cero tolerancia a la gordura masculina en la imaginer¨ªa contempor¨¢nea. Lo m¨¢ximo que se permite es la existencia viral de los skinny fat (delgordo), que es como se denomina a aquellos delgados con tendencia al sobrepeso, y cuyo encanto con ropa se esfuma cuando se la quitan. Un hombre que no va al gimnasio es un valor a la baja, un sujeto sospechoso cuya dejadez con su cuerpo pone en duda otras cualidades. Los hombres a¨²n ganan a las mujeres practicando deporte. Juegan al p¨¢del o al f¨²tbol, levantan pesas, nadan cincuenta largos, corren por la ciudad y admiten que el paso del tiempo es una carrera de fondo en la cual no hay que desfallecer. Los mismos que no entienden la vida sin una toalla en la cintura.
Ni ese baile de hormonas que provoca la acumulaci¨®n de tejidos adiposos, ni tampoco arrugas en el canalillo. Los hombres envejecen mejor, se dice, y en ello puede que radique el freudiano complejo de la envidia del pene. La cuesti¨®n es que quienes juzgan m¨¢s severamente a los hombres no son las mujeres, sino los propios varones, que compadecen la existencia de un hermano curvy. De momento, a unos los tienen encerrados en el armario, y a los otros, en los consejos de administraci¨®n fum¨¢ndose un puro.
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