?chele la culpa al cerebro
Sobrevalorar la capacidad de la neurociencia para explicar los actos humanos supone despojar al individuo de su complejidad
Lo siento cari?o, hab¨ªa bebido mucho, no sab¨ªa lo que hac¨ªa¡±. Hace tiempo que este argumento perdi¨® validez como excusa. Apr¨¦ndase esta frase: ¡°Lo siento cari?o, la am¨ªgdala y el estriado ventral de mi cerebro estaban hiperactivados, la ¨ªnsula no fue capaz de inhibir mi conducta¡ Yo no ten¨ªa elecci¨®n¡±, puede servir como pretexto ante su pareja por haber sido infiel y en algunos casos, hasta librarles de la c¨¢rcel.
Queremos saber, comprender, explicar. El avance en las t¨¦cnicas para el estudio del funcionamiento cerebral est¨¢ proporcionando un fecundo caldo de cultivo que invita a querer interpretar no solo c¨®mo funciona el cerebro, sino tambi¨¦n la mente, la conducta y hasta los valores. D¨®nde reside la maldad, la bondad, el amor, el odio¡ Y la responsabilidad. La sociedad pide explicaciones y la neurociencia nos ayuda a proporcionar algunas respuestas, y entonces surgen los problemas: querer saber m¨¢s de lo que la neurociencia nos puede explicar, responder a preguntas que no siempre tienen respuesta.
En los tribunales, se est¨¢ prodigando la defensa de un acto delictivo basada en alteraciones cerebrales ¡ªla mayor¨ªa inespec¨ªficas¡ª ampar¨¢ndose en la ciencia, viniendo casi a decir que no fue la persona la que cometi¨® el acto, sino su cerebro da?ado. Con una buena argumentaci¨®n y la confianza en la pericia neurocient¨ªfica, un juez puede llegar a la conclusi¨®n de que, efectivamente, esta persona sentada en el banquillo no es culpable. En un caso reciente, un hombre acusado de agredir a otro intent¨® librarse presentando una exploraci¨®n en la que se observaba una malformaci¨®n arteriovenosa en el cerebelo con el fin de demostrar que exist¨ªa una relaci¨®n causa-efecto entre el da?o y el delito. No le sirvi¨® de mucho. Fue condenado. Lo que no se debe olvidar es que lo que se estudia en neurociencia es el cerebro y sus reacciones ante diferentes est¨ªmulos, pero la mente es mucho m¨¢s que eso. Procesos mentales complejos como la toma de decisiones dif¨ªcilmente podr¨¢n ser localizados entre las redes del cerebro.
La mente, la interacci¨®n entre cerebro, ambiente y psique, es imposible de controlar en condiciones de laboratorio. En neurociencia cognitiva ¡ª¨¢rea de conocimiento dedicada al estudio de la mente en cuanto al equivalente cerebral, dise?o de estudios y control de los factores ambientales que queremos conocer¡ª sabemos que, por m¨¢s que intentemos ser rigurosos, habr¨¢ factores que influyan directamente en la toma de decisiones y que no podremos controlar. Saber que estamos siendo estudiados es en s¨ª mismo un factor influyente (si no determinante) en la decisi¨®n que tomemos. Y estudiar el funcionamiento cerebral y el proceso de toma de decisiones de una persona sin que esta lo sepa no se puede siquiera tener en cuenta como posibilidad, desde el punto de vista de la bio¨¦tica. Se podr¨ªa pedir a una persona que portara voluntariamente un implante intracraneal de detecci¨®n de la funci¨®n cerebral (ciencia ficci¨®n) sin que esta supiera el objeto de estudio. Pero en cualquier caso sabr¨ªa que lo lleva y eso ya es un condicionante.
No se trata de cuestionar la validez de los avances en neurociencia, desestimarlos ni tachar sus argumentos de falaces; a esta disciplina le queda un largo recorrido y con sus hallazgos seremos capaces de comprender mejor (incluso tratar) aspectos patol¨®gicos de la conducta humana. Pero conviene aceptar que algunas cosas nunca las llegaremos a saber; bien porque no debemos o porque no podemos.
Si con el surgimiento de t¨¦cnicas de estudio del ADN se empez¨® a hablar de determinismo gen¨¦tico, en los ¨²ltimos a?os se habla de determinismo cerebral, lo que implicar¨ªa despojar al ser humano de su capacidad de decisi¨®n.
La neuroimagen cognitiva ofrece la tentaci¨®n de saber qu¨¦ sucede en los cerebros de personas que act¨²an de forma diferente a lo que considera normal la sociedad y, por ende, el investigador que los dise?a. Pero aqu¨ª ya nos encontramos ante un importante sesgo: estudiamos a personas con comportamientos diferentes. Y si tienen comportamientos distintos, obviamente su cerebro funciona de manera diferente.
Cuando hablamos de actos humanos no solo hablamos de los est¨ªmulos cerebrales, sino de asuntos mucho m¨¢s complejos. Y una de las claves est¨¢ en la responsabilidad. Seg¨²n la acepci¨®n primera del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es la ¡°cualidad de responsable (obligado a responder de algo o por alguien. Dicho de una persona: que pone atenci¨®n en lo que hace o decide)¡±. En su acepci¨®n segunda se alude a la responsabilidad legal: ¡°Deuda, obligaci¨®n de reparar y satisfacer, por s¨ª o por otra persona, a consecuencia de un delito, de una culpa o de otra causa legal¡± y en su acepci¨®n tercera a la base moral: ¡°Cargo u obligaci¨®n moral que resulta para alguien del posible yerro en cosa o asunto determinado¡±.
?Hallar¨¢ la neurociencia las ¨¢reas cerebrales encargadas de la responsabilidad? Tal vez ni siquiera existan tales zonas. La responsabilidad obedece a muchos factores, tan diversos como la empat¨ªa, el momento, la ideolog¨ªa, los principios morales, la ¨¦tica, las normas, la sensaci¨®n de amenaza, el miedo, el hambre, la cultura, las costumbres, el deseo, la madurez. La lista podr¨ªa ser interminable y ninguno de esos factores determinan de forma absolta la responsabilidad del ser humano en el acto humano. Dicho de otro modo, y por emplear el s¨ªmil cin¨¦filo: la relaci¨®n de causalidad que existe entre la justificaci¨®n de tener una ideolog¨ªa republicana como consecuencia de la falta de riego cerebral por la presencia de un trombo (Todos dicen I love you, Woody Allen, 1996) es equivalente a considerar que la causa de estar condenado al infierno es haber inventado los muebles de metacrilato (Desmontando a Harry, Woody Allen, 1997). La ideolog¨ªa, como el acto humano, es algo infinitamente m¨¢s complejo.
Por todo ello, resultan peligrosos los titulares que presumen de haber hallado que no existe la maldad, que nos encontramos ante ¡°cerebros enfermos¡±, porque a d¨ªa de hoy lo ¨²nico que han demostrado es que nos encontramos ante ¡°cerebros que funcionan de una manera diferente¡±, como es seguro que funcionan de modo distinto los cerebros de los grandes pintores, escritores, poetas, estrategas o atletas.
Por supuesto, hay lesiones cerebrales; cerebros que no es que funcionen de manera diferente, sino que funcionan mal, ya sea por una enfermedad (demencia, trastornos mentales y alteraciones del comportamiento causadas por lesiones cerebrales anat¨®micas) o porque no est¨¢n correctamente desarrollados (como sucede en la infancia o en algunos trastornos del neurodesarrollo). Esas limitaciones en ocasiones explican comportamientos incomprensibles, inmorales y hasta delictivos. Son lesiones que pueden llegar a privar de libertad al individuo por lo que su comportamiento no se considera ya un ¡°acto humano¡±. Podremos en algunos casos detectar que la persona no estaba tomando una decisi¨®n o la estaba tomando incluso en contra de su propia voluntad, pero es la conducta y la exploraci¨®n especializada de la persona la que nos dir¨¢ hasta qu¨¦ punto esa patolog¨ªa podr¨ªa privar de libertad al individuo y, a¨²n as¨ª, siempre nos quedar¨¢n dudas.
Tal vez Rita Hayworth en su papel de Gilda (Charles Vidor, 1946) habr¨ªa tenido a alguien mejor que a Mame para buscar un responsable f¨¢cil e indefenso. En lugar de Put the blame on Mame, personaje ficticio que, seg¨²n la canci¨®n, estaba detr¨¢s de todo tipo de desgracias, tal vez podr¨ªa ahora cantar Put the blame on brain. No dejemos a nuestro cerebro indefenso.
En otras palabras: no es su l¨®bulo occipital izquierdo y el esplenio adyacente lo que est¨¢ leyendo este art¨ªculo. Es usted.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.