Historias de la Casa Blanca
Hillary Clinton calmaba su ansiedad con bizcochos. Pero fueron los primeros Bush los inquilinos m¨¢s queridos Los empleados del 1.600 de Pensilvania Avenue desvelan los secretos de las familias m¨¢s poderosas de EE UU
Si los muros de la Casa Blanca pudieran hablar qu¨¦ no contar¨ªan. Pero conocedores de lo que pasa cada d¨ªa en el per¨ªmetro conocido como los 18 acres m¨¢s famosos del planeta son tambi¨¦n los mayordomos, ujieres, cocineros, limpiadores y floristas (por citar algunos) que cada d¨ªa asisten a la primera familia de Estados Unidos. Y saben hablar.
Aunque obedeciendo a una ley de silencio m¨¢s propia de ¨¦pocas de Downton Abbey, los trabajadores de la Casa Blanca han ido heredando generaci¨®n tras generaci¨®n el c¨®digo de honor que, entre otros episodios, permiti¨® mantener en la esfera de lo privado la par¨¢lisis de Franklin D. Roosevelt, al introducir, por ejemplo, en la sala a los invitados a una cena cuando el presidente ya estaba sentado y su silla de ruedas fuera de la vista de todos.
En una ciudad en la que todo el mundo cuenta d¨®nde trabaja antes incluso de pronunciar su nombre, el personal de la Casa Blanca mantiene un bajo perfil, entre otras cosas porque es consciente de que cualquier indiscreci¨®n puede costarles el puesto. En el libro de reciente publicaci¨®n La residencia, Kate Andersen Brower, periodista de Bloomberg News que cubri¨® la Casa Blanca de Barack Obama durante cuatro a?os, ha recogido los testimonios de m¨¢s de 30 trabajadores de la residencia oficial que a lo largo de los a?os han trabajado en ella desde el tiempo conocido como Camelot hasta la llegada del primer hombre de raza negra al 1.600 de Pensilvania Avenue.
Johnson mand¨® construir una r¨¦plica de la ducha de su casa con dos chorros, cuenta un nuevo libro
Ninguno est¨¢ en activo, raz¨®n quiz¨¢ por la cual todos se han confiado a Brower. Algunos, como el mayordomo James Ramsey, no han vivido para ver el volumen publicado. Todos sacrificaron sus vidas personales para servir al presidente de turno y su familia. A pesar de su entrega y duro trabajo, el personal de la residencia siempre queda fuera de la foto. ¡°Hay una regla no escrita que nos coloca en el fondo. Si hay una c¨¢mara, nosotros siempre la evitamos pasando por arriba, por el lado o por donde podamos¡±, se lee en el libro en palabras del ujier James W.?F. Skip Allen, en n¨®mina de la Casa Blanca entre 1979-2004.
Cap¨ªtulo tras cap¨ªtulo en La residencia se cuenta que el matrimonio presidencial favorito de los trabajadores de la Casa Blanca fue el que formaban el primer presidente Bush y su esposa Barbara. ?El que menos? Uno que podr¨ªa volver a ocupar sus muros tras las elecciones de 2016 pero con los papeles invertidos: el de los Clinton.
Bill y Hillary Clinton rozaban la paranoia y no confiaban en los empleados. La pareja orden¨® rehacer el servicio telef¨®nico de la Casa Blanca para evitar intermediarios y operadores. Brower apunta a que quiz¨¢ la raz¨®n por la que tanto el servicio como los Bush se sent¨ªan c¨®modos era porque estos ¡ªa diferencia de los Clinton¡ª hab¨ªan vivido siempre con empleados en sus hogares.
El esc¨¢ndalo de Monica Lewinsky desde luego no ayud¨® a que en la Casa Blanca reinara la paz. Quiz¨¢ uno de los relatos m¨¢s jugosos del libro es el que cuenta que Hillary peg¨® tan fuerte con un libro a Bill que la cama se llen¨® de sangre y el presidente necesit¨® puntos de sutura. Aquellos d¨ªas tuvieron tambi¨¦n un impacto en el servicio, que soportaba los arranques de mal genio de la primera dama y las palabras malsonantes que se pronunciaba el matrimonio o los prolongados silencios a los que se condenaba la pareja. Hillary calmaba su ansiedad y tristeza ordenando al pastelero de la residencia que le preparara bizcocho de moca. ¡°Hice muchos pasteles de moca por aquel entonces¡±, apunta Roland Mesnier (1979-2006).
Pero si hay alguien del servicio que vivi¨® una crisis nerviosa que oblig¨® a su hospitalizaci¨®n ese fue Reds Arrington (empleado entre 1946-1979), jefe de fontaner¨ªa de los 18 Acres. Lyndon B. Johnson quer¨ªa en la Casa Blanca una ducha exactamente igual a la que ten¨ªa en su casa de Washington, que b¨¢sicamente consist¨ªa en un chorro de agua muy fuerte pero con dos derivadas, una manguera que apuntara a la altura de su pene ¡ªque ¨¦l apodaba Jumbo¡ª y otra a su trasero. El agua deb¨ªa de adquirir una temperatura muy caliente.
El 36? presidente de EE?UU, el hombre convertido en defensor de los derechos civiles pero que una vez le dijo a su ch¨®fer negro que hiciera ¡°como si fuera una pieza m¨¢s del mobiliario¡±, tuvo cinco a?os trabajando en el artilugio a Arrington, lo que acab¨® por llevar al hospital a este ¨²ltimo. Cuando Richard Nixon ocup¨® la Casa Blanca mir¨® perplejo el invento y dijo: ¡°Desh¨¢ganse inmediatamente de eso¡±.
A los Kennedy se los adoraba y Lady Bird Johnson encontr¨® muy dif¨ªcil la tarea de reemplazar a Jackie. ¡°Era como salir a escena para un papel que nunca hab¨ªa ensayado¡±. Bush hijo se comportaba como uno esperar¨ªa que se portara Bush hijo: jugando con el servicio, descolocando las fotograf¨ªas y haciendo que cazaba moscas con matamoscas invisibles cuando pasaba al lado del staff.
La llegada de los Obama a la Casa Blanca marc¨® un hito, no en vano a lo largo de su historia la mayor¨ªa de los empleados han sido negros (en la actualidad 95 personas trabajan a tiempo completo y 250 a tiempo parcial). En 2009, tras el baile de inauguraci¨®n y cuando Michelle y Barack Obama se dispon¨ªan a pasar su primera noche en la Casa Blanca, Worthington White se dispon¨ªa a retirarse cuando oy¨® al presidente decir: ¡°Lo tengo, lo tengo, ya s¨¦ c¨®mo funciona¡±. El mandatario se refer¨ªa al equipo de m¨²sica. ¡°De repente, comenz¨® a sonar Mary J. Blinge¡± (cantante negra de hip hop y soul), explica White. Los Obama vest¨ªan ya ropa de estar en casa y comenzaron a bailar al ritmo de Real Love.
¡°Fue un momento hermoso como no podr¨ªa imaginar¡±, dice White en el libro. ¡°Apuesto a que nunca ha visto nada semejante en esta casa¡±, le ret¨® Obama. ¡°Puedo decir sin faltar a la verdad que jam¨¢s escuch¨¦ ninguna [y resalta la palabra ninguna] canci¨®n de Mary J. Blinge en esta planta de la Casa Blanca¡±.
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