Dejad de hacer eso
Son cosas que yo hac¨ªa, que pasan, supongo, de generaci¨®n en generaci¨®n, que sacaban de quicio a mis padres y me sacan a mi. Que agotan. Seguro que hay m¨¢s y seguro que habr¨¢ gente que ni las haya conocido. Estas son las m¨ªas.
Dejad de regar la cocina cada vez que com¨¦is. Habr¨¢ casos y casos. Los habr¨¢ que sean pulcros como querubines rizosos, puros, inmaculados, que no solo no ensucian, sino que parecen alejar de s¨ª cualquier atisbo de porquer¨ªa. Pero los hay que son como batallas en las selvas de Vietnam. En un caso cercano, conoce uno un par de dos que son capaces de esparcir metralla (l¨¦ase migas y otras v¨ªctimas del comer descuidado) incluso bebiendo zumo. Y sin pan. Son batallas en las que, entiendo, aparecen charlies por todas partes, ?sargento, solicito refuerzos!, ?avanzaaaad!, ?malditos amarillos!, ?cubra el flanco oeste, cabo, es una orden!, ?apoyo a¨¦reo, apoyo a¨¦reo!, ?mierda, Johnson ha ca¨ªdo!, ?Dios m¨ªo, esto es un infierno!¡ El caso es que el resultado es como una explosi¨®n, hay escombros en un radio incomprensible alrededor del sujeto, fuera de toda explicaci¨®n racional. Hay m¨¢s fuera que dentro. ?C¨®mo has comido para convertir tu sitio en el epicentro de una violenta reacci¨®n en cadena? Todo esto lo piensa uno, claro, escoba en mano. O ante la lavadora, firme ante los lamparones, manchurrones, churretes y otras medallas conquistadas en la batalla.
Dejad de obligar a repetir las cosas cien veces. Los ni?os traen de serie una peculiar capacidad para ignorar ol¨ªmpicamente ciertas palabras, ciertas frases, tales como ¡°a comer¡±, ¡°l¨¢vate las manos¡±, ¡°haz los deberes¡±, ¡°recoge tu habitaci¨®n¡±, ¡°vete a la cama¡±, ¡°pru¨¦bate esto¡± o ¡°no hagas eso¡±. Es una capacidad retardada, latente, que aflora a cierta edad y que a?os despu¨¦s, ante una pareja o un trabajo, se aten¨²a o desaparece. Es selectiva tambi¨¦n, porque se relaciona directamente con lo dicho por los padres, menos con lo dicho por profesores, amigos o padres ajenos. Convierte al imp¨²ber en absolutamente inmune al sonido de esas frases, no las sienten como propias, como dirigidas a ellos, flotan en una dimensi¨®n distinta. Incluso aunque suelten frases de confirmaci¨®n, que deben de ser autom¨¢ticas (?me has o¨ªdo? S¨ª, papi. ¡ Cri, cri). Solo se alinean con la dimensi¨®n del interpelado, se hacen audibles, cuando, agrupadas en decenas, superan la barrera del sonido civilizado y, en forma de grito o amenaza, penetran en su psique de forma violenta, provocando incluso a veces su indignada reacci¨®n. Hay excepciones, claro, pero suelen tener que ver con caramelos y otros dulces y con regalos. El desgaste que provocan en el que pronuncia tales frases es como un trabajo f¨ªsico.
Dejad de hacer que os den de comer. Hay ni?os, y aqu¨ª me refiero a los m¨¢s peque?os, capaces de trepar (atracciones de parques, rocas en el campo, ¨¢rboles¡) a alturas alucinantes, por cuerdas, piedras, barras de hierro, entramados a veces supercomplicados. Hacen dibujos que sorprenden por su calidad o juegan a juegos dif¨ªciles, que requieren habilidad, concentraci¨®n, dosis de creatividad, forma f¨ªsica, esfuerzos prolongados o violentos. Se meten en recovecos min¨²sculos, arrastr¨¢ndose, dobl¨¢ndose como hace mucho que no se dobla uno, retorci¨¦ndose, salvando obst¨¢culos. Corren de forma enloquecida, a veces durante mucho tiempo¡ Entonces, ?por qu¨¦, sentados a la mesa, parece tan complicado coger una cuchara o un tenedor y llevarlos a la boca? Da igual si les gusta la comida o no, el caso es que el cubierto lo tenga otro.
Dejad de poneros delante las puertas. Este es un fen¨®meno que a m¨¢s de uno debe de tener hablando solo. No s¨¦ si tendr¨¢ que ver con esa ansia infantil de ser el primeeeer. No s¨¦ si ser¨¢ por causa de falta de formaci¨®n -el movimiento circular, angular, no se da hasta bachillerato. No s¨¦ si es falta de atenci¨®n. A veces tiende uno a pensar que es simple mala leche. El caso es que es matem¨¢tico: ante una puerta que abre hacia uno, los ni?os se colocan delante, de forma que no se puede abrir. As¨ª, el portador de la llave tiene que girar la llave/accionar el pomo, retirarse un paso hacia atr¨¢s y convencer a los que se han apostado delante de que, o se retiran a su vez un par de pasos o no podr¨¢n pasar a ninguna parte. Y en este trance, suele ser de aplicaci¨®n el punto n¨²mero dos.
Dejad de pelearos por cualquier cosa. Me viene a la mente en este punto el famoso efecto mariposa. Ya sab¨¦is: una mariposa bate las alas en Motilla del Palancar y un tornado arrasa las Filipinas. La cosa m¨¢s nimia puede desencadenar una tormenta. Un mu?eco, un juguete, un complemento de ese juguete, ni eso, una mirada, nada, un gesto, quiz¨¢ no tanto, medio, cuarto y mitad¡ La cat¨¢strofe. Gritos, a veces alg¨²n golpe, m¨¢s gritos. ?Por qu¨¦ os pele¨¢is? Es que yo, es que ¨¦l/la¡ A veces ni lo saben, el motivo era tan escaso que se lo ha llevado el viento de la tempestad. Una derivada que favorece este fen¨®meno es la innata y autom¨¢tica querencia del objeto con el que se acaba de hacer el otro. Lo has tenido a veinte cent¨ªmetros los ¨²ltimos seis meses, pero basta que lo coja tu hermano para que se convierta autom¨¢ticamente en lo que has estado buscando toda tu vida. Es m¨ªo, lo ten¨ªa yo, d¨¢melo, que lo sueltes¡ Y cuando uno interviene en plan Salom¨®n, las respectivas culpas suelen desatar otro ventarr¨®n que hasta puede superar al original. Agotador.
Dejad de llamar cada 15 segundos. No es permanente, pero cuando se da, crispa. Son esas ocasiones en que uno tiene algo que hacer o no, simplemente le apetece sentarse un ratito, leer, fre¨ªr un calamar, echar un vistazo al peri¨®dico, echar una partida al Candy Crush, mirar por la ventana, cuajar una tortilla de patatas que le sale a uno divinamente, pasar el aspirador¡ Y entonces, justo entonces, suena el peque?o. Pap¨¢, mira qu¨¦ he hecho, pap¨¢, no puedo poner esto, pap¨¢, ?me coges la caravana de Peppa Pig?, pap¨¢, juega conmigo, pap¨¢, he ido al ba?o, pap¨¢, mira qu¨¦ jugad¨®n acabo de hacer, pap¨¢, Arteche tiene m¨¢s puntos que Messi y Cristiano juntos en los cromos, pap¨¢, ?me limpias?, pap¨¢ tengo mocos, pap¨¢, ha ca¨ªdo el Dow Jones¡ Y todas esas necesidades se suceden a intervalos perfectos de duraci¨®n variable, la justa para resolver el entuerto y regresar durante escasos segundos a la tortilla, el aspirador o el sill¨®n. Entonces vuelve a sonar el ni?o.
Dejad de revolcaros por el suelo. Esta debe de ser por tener el centro de gravedad m¨¢s abajo que los adultos. En la calle, en casa, en el super, en el hiper, en el centro de la plaza del pueblo¡ Cuerpo a tierra. Y a lavar.
Y sobre todo, sobre todo, sobre todo, no dej¨¦is de hacerlo. No todav¨ªa. A¨²n no. Por favor.
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