¡°?Enviar¨ªas a tus ni?os, tus hijas o hermanos, a trabajar en una mina?¡±
El activista indio lucha por abolir la explotaci¨®n infantil y cree que la educaci¨®n es el ant¨ªdoto de los grandes males de la humanidad
Dice en su carta de presentaci¨®n: ¡°Renunci¨® a una vida c¨®moda como ingeniero para iniciar una cruzada contra el trabajo infantil¡±. Eso fue cuando Kailash Satyarthi (Vidisha, India, 1954) ten¨ªa 26 a?os, all¨¢ por 1980. Fue la fecha en la que se convirti¨® oficialmente en un activista, pero el propio laureado con el Premio Nobel de la Paz 2014 data mucho antes los hitos claves de su trayectoria hasta recibir la m¨¢xima condecoraci¨®n en busca de un mundo m¨¢s justo.
Cuando ten¨ªa cinco a?os, el peque?o de los cinco hermanos Kailash fue a la escuela por primera vez. En la puerta de su colegio, ve¨ªa cada d¨ªa a un ni?o de su edad limpiando zapatos. ?l, que naci¨® en una ¡°familia normal¡±, hijo de un polic¨ªa y un ama de casa, no pod¨ªa entender por qu¨¦ aquel cr¨ªo no estaba en clase con ¨¦l. ¡°Pregunt¨¦ a los profesores, a mis padres, a los adultos¡ y ninguno me dio una respuesta convincente¡±, explica. ¡°Me dec¨ªan que era pobre. Que hab¨ªa nacido en una casta destinada a hacer aquel trabajo como lo hab¨ªan desempe?ado antes su padre y su abuelo¡±, apostilla Satyarthi torciendo el gesto como si, m¨¢s de medio siglo despu¨¦s, todav¨ªa no entendiera aquella explicaci¨®n. ¡°Me sent¨ªa enfadado y frustrado¡±.
El peque?o Satyarthi, buen estudiante, destacado en matem¨¢ticas y ciencias, ten¨ªa 11 a?os cuando aquella frustraci¨®n se transform¨® en acci¨®n. ¡°Ve¨ªa que muchos amigos dejaban la escuela porque sus padres no pod¨ªan pagar los libros o la matr¨ªcula. As¨ª que convenc¨ª a un amigo para hacer algo ¨²nico: el ¨²ltimo d¨ªa de clase, alquilamos una carretilla de madera y les pedimos a los pap¨¢s y mam¨¢s que no tiraran los libros, que nos los dieran para que al a?o siguiente lo aprovecharan otros ni?os sin recursos. En unas horas, ten¨ªamos m¨¢s de 2.000, de todos los cursos y materias¡±, recuerda con un entusiasmo que le enciende la mirada y le arranca la primera de muchas sonrisas durante la conversaci¨®n. ¡°Me di cuenta de que si tienes ideas y convicciones, la gente est¨¢ ah¨ª para ayudar¡±.
Cuantos m¨¢s libros ca¨ªan en su carretilla, m¨¢s fuerte se sent¨ªa. Tanto es as¨ª, que Satyarthi recuerda aquel momento como uno de los m¨¢s felices e intensos de su vida. ¡°Hasta llor¨¦ de alegr¨ªa. Ni cuando me llamaron para decirme que hab¨ªa ganado el Premio Nobel de la Paz me sent¨ª tan bien y emocionado como ese d¨ªa¡±, asegura llev¨¢ndose su m¨®vil a la oreja rememorando ese instante. ¡°Fue un cambio personal, como una reencarnaci¨®n¡±, regresa a su infancia.
Ya contados los antecedentes, entonces s¨ª, este firme defensor de la educaci¨®n como ant¨ªdoto universal para todos los grandes males de la humanidad, llega en su relato de vida a 1980. ?Qu¨¦ pas¨® para que el ingeniero, profesor de universidad, abandonara la comodidad de su despacho? ¡°Cre¨¦ una publicaci¨®n quincenal. Un experimento para dar voz a los m¨¢s desfavorecidos, a los olvidados. Nada de pol¨ªticos o deportes. Y un d¨ªa, un padre desesperado vino a contarme su historia¡±, rememora. La hija del se?or, una adolescente de 14 o 15 a?os, iba a ser vendida por su patr¨®n en la f¨¢brica de ladrillos en la que trabajaba a un burdel.
Con solo cinco a?os se dio cuenta del injusto sistema de castas de su pa¨ªs al ver a otros ni?os limpiando zapatos
Era una gran historia para una publicaci¨®n que, precisamente, quer¨ªa dar visibilidad a los desfavorecidos. Pero algo pas¨®. ¡°Cuando estaba escribiendo, me di cuenta de que un relato no era suficiente. Pens¨¦: ¡®Si fuera mi hija o mi hermana, ?qu¨¦ har¨ªa? No escribir¨ªa, las salvar¨ªa¡±. Y eso hizo. Sin dinero y sin saber exactamente c¨®mo ten¨ªa que proceder, se fue con el padre y unos amigos a rescatar literalmente a la chica. ¡°Llev¨¢rnosla f¨ªsicamente¡±, aclara. No fue f¨¢cil. Despu¨¦s de varios intentos (y palizas), llevaron el caso a la justicia. Un tribunal dictamin¨® la libertad de la joven y las otras 36 personas, algunos menores, que trabajaban como esclavos en la f¨¢brica. ¡°Entonces, les recogimos para llevarles a Delhi, a unos 350 kil¨®metros de la factor¨ªa. Cada instante de ese viaje, aunque estaba liberando a otros, en realidad me liberaba a m¨ª mismo¡±, reflexiona. Era ya 1981. Llegaron m¨¢s llamadas, m¨¢s casos medi¨¢ticos, m¨¢s juicios. Desde entonces, la organizaci¨®n Bachpan Bachao Andolan (traducido, guarde el movimiento de la infancia) que fund¨® ese mismo a?o ha liberado a 84.000 ni?os del trabajo, la esclavitud y la prostituci¨®n en todo el mundo.
Para erradicar el trabajo infantil, Satyarthi no cree que la caridad o la beneficencia sean efectivas. Como ingeniero y periodista, dice, considera que la soluci¨®n es ¡°una estrategia m¨²ltiple¡± que lo mismo que le lleva a los despachos de la ONU, a peque?as empresas o grandes multinacionales, las instancias gubernamentales o el sal¨®n de unos padres en cualquier parte del mundo. La pregunta que le hace a los progenitores, eruditos, economistas, pol¨ªticos o l¨ªderes religiosos que no consideran que un cr¨ªo en una f¨¢brica sea un gran problema es, para todos, la misma: ¡°?Enviar¨ªas a tus ni?os, tus hijas, tus hermanos, a trabajar en una mina? ?Por qu¨¦ es diferente si son los ni?os de otro?¡±
La indignaci¨®n en el rostro del activista es notoria. ¡°Todos son nuestros ni?os¡±. Y lo repite otras dos veces por si no ha quedado claro: ¡°Todos son nuestros ni?os. Todos son nuestros ni?os¡±.
¡°Y no me voy a morir hasta que acabe con el trabajo infantil¡±, r¨ªe, ech¨¢ndole un poco de sentido del humor a un drama que le revuelve a ratos en el sill¨®n en una concurrida sala del Centro Social Abanca en Santiago de Compostela, donde ha venido invitado por la entidad financiera en el marco de la iniciativa Palabras por Galicia para poner en contacto a los j¨®venes gallegos con personajes referentes que les impulsen al emprendimiento. Un Nobel de la Paz como Kailash Satyarthi es, sin duda, una inspiraci¨®n para peque?os, adolescentes y mayores y, como ¨¦l mismo dice, ¡°globalizar la compasi¨®n¡±. Paradoja o no, imparte una conferencia sobre buenas pr¨¢cticas empresariales, entre otros asuntos, en la comunidad que vio nacer a Amancio Ortega y su imperio textil, industria en el punto de mira de quienes, como ¨¦l, luchan contra el trabajo infantil.
Ataviado con t¨²nica blanca y chaleco marr¨®n, su presencia destaca entre un revolutum de gente. La expectaci¨®n gravitatoria que rodea a un Premio Nobel es notoria. Satyarthi comparte este galard¨®n con la joven pakistan¨ª Malala Yousafzai (tiroteada por talibanes por defender el derecho a la educaci¨®n), pero tambi¨¦n con otros laureados como el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. ?C¨®mo se siente al respecto? Una risa y despu¨¦s, un largo silencio para dar una respuesta bien pensada: ¡°Conf¨ªo en la inteligencia de quienes otorgan el premio¡±.
Para erradicar el trabajo infantil, Satyarthi no cree que la caridad o la beneficencia sean efectivas
El galard¨®n, subraya, no es para ¨¦l, sino para la causa. Una que hace tres d¨¦cadas apenas entraba en la agenda pol¨ªtica internacional. Hasta que su entidad organiz¨® la Marcha Mundial contra el Trabajo Infantil en 1998, en la que participaron 103 pa¨ªses, 7,2 millones de personas y 20.000 ONG. La presi¨®n dio su fruto y, a?os despu¨¦s, vendr¨ªan logros como la ley que reconoce el derecho a la educaci¨®n gratuita obligatoria en India (2009), as¨ª como tratados internacionales contra la explotaci¨®n de menores.
El esfuerzo se ha visto reflejado tambi¨¦n en los datos. ¡°Hay motivo para esperanza¡±, se?ala. ¡°En 15 a?os, la cantidad de ni?os que trabajan ha ca¨ªdo de 260 millones a 168 millones. Tambi¨¦n ha descendido el absentismo escolar, que ha pasado de 130 a 58 millones, menos de la mitad¡±, destaca.
Aunque insiste en que el Nobel no lleva su nombre, sino el de la lucha contra la explotaci¨®n infantil, reconoce que gracias al galard¨®n ahora es famoso. ¡°La gente me pide hacerse selfies¡±, bromea. Pero no siempre ha sido as¨ª. V¨ªctima de varios atentados, se se?ala distintas partes del cuerpo. Toca el calcet¨ªn color mostaza de su pie izquierdo. ¡°Un tobillo roto¡±. El hombro, la espalda, la cabeza¡ lugares donde las mafias y los violentos han dejado cicatrices. ¡°Todos tenemos heridas. Y dos de mis compa?eros en la organizaci¨®n fueron asesinados, uno a tiros y el otro, literalmente, a palos¡±. Su hijo, hoy un ¡°reputado abogado en India contra el tr¨¢fico de personas¡± ¡ªsaca el orgullo de padre¡ª tambi¨¦n ha sido objetivo de ataques. Y su hija. ¡°Ten¨ªamos miedo de que le pasara algo y un amigo se la llev¨® a estudiar a Estados Unidos los cuatro a?os de universidad. Econom¨ªa del desarrollo¡±, detalla. ¡°Se ha casado hace tres d¨ªas. Y mi hijo ha sido padre hace dos meses. O sea, que soy abuelo¡±, se relaja.
El nieto todav¨ªa es peque?o, pero pronto jugar¨¢ con ¨¦l al f¨²tbol, el cricket o el b¨¢dminton como hac¨ªa con sus hijos. ¡°Aunque me he dado cuenta de que casi todos los regalos que les he hecho han sido libros¡±. No pod¨ªa ser de otra manera para alguien que est¨¢ convencido de que las letras acabaran con la desigualdad de g¨¦nero, las castas y la pobreza.
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