Una tierra de titanes
Los pobladores de las monta?as de Nepal trabajan ya en la reconstrucci¨®n de sus aldeas El terremoto puede haber tenido efectos en el ¨¢nimo y la capacidad de reconstrucci¨®n
Un terremoto es f¨¢cil de narrar. La tierra se agita, se estremece durante unos segundos y queda todo patas arriba. Poco queda del derecho y mucho, del rev¨¦s. Tanto en Langtang como en Sindhupalchok, las regiones m¨¢s da?adas por los temblores del 25 de abril y la tremenda r¨¦plica del 12 de mayo, el panorama es el mismo que si alguien hubiese agarrado el suelo de la tierra como un enorme mantel y lo hubiese sacudido con rabia, dejando un tumulto de vajilla rota y restos sucios y desparramados. Ya est¨¢. Fin de la historia. Tambi¨¦n hay fotos de todo eso.
Lo complicado es explicar qu¨¦ viene despu¨¦s.
Nepal es un pa¨ªs cremallera. Es el parche que une el subcontinente indio con la mole euroasi¨¢tica. Y cuando se asciende en coche por las zigzagueantes laderas del valle de Langtang, se siente precisamente as¨ª. Se circula arriba y abajo, uniendo cada diente que forman estas descomunales monta?as y sus profundos valles, hasta cerrarla en alg¨²n punto cercano del Tibet o Pakist¨¢n.
Las carreteras son lo que pueden ser, lo que la geograf¨ªa les permite. Y el resto son caminos fabricados por la perseverancia de los nepal¨ªs en pisarlos una y otra vez. Moldeando la tierra tan solo con sus pasos. Transportar maquinaria pesada, camiones o ayuda humanitaria es tedioso y complicado.
La r¨¦plica que agit¨® al pa¨ªs de nuevo, el martes 12 de mayo, sorprendi¨® a un equipo de cooperantes durante su ascenso por las serpenteantes carreteras hacia Dhunche, tratando de alcanzar una peque?a aldea llamada Grang. Dentro del 4x4, el bamboleo del temblor les pareci¨® tan solo otra racha de baches infames. Pero no es as¨ª. Al fondo del valle se ven, efectivamente, nubes de polvo de alguna avalancha y rocas, algunas tan grandes como una lavadora o un frigor¨ªfico, que acaban de precipitarse adornan el asfalto unos kil¨®metros m¨¢s arriba.
Eran las 12:35 del mediod¨ªa.
A esa misma hora, el sol ca¨ªa sobre la espalda de Urkelbu Gali como una de esas losas de la monta?a. Cosechaba a mano, con un palo y una hoz llena de herrumbre, una min¨²scula pieza de trigo junto a su madre, Dolang, de 78 a?os, en una terraza de tierra apuntalada en Grang a casi 2.000 metros de altitud.
Cuatro horas m¨¢s tarde, segu¨ªa all¨ª.
¡°?Ten¨¦is alguna medicina? Mi madre tiene la mano herida¡±, pregunta Urkelbu a los cooperantes. Su madre se da un respiro en la cosecha y les muestra su mu?eca izquierda, haciendo una mueca de dolor. Mark Powell, experto en agua y saneamiento de Acci¨®n contra el Hambre en Nepal, echa un vistazo a la mano de la anciana. No presenta rotura, parece retorcida o un esguince. Ante la imposibilidad de hacer un diagn¨®stico in situ, Mark recoge los datos de Urkelbu y su madre, y les indica que les podr¨¢ en contacto con algunos equipos sanitarios como M¨¦dicos Sin Fronteras, que est¨¢ trabajando en esa zona de Nuwakot, o M¨¦dicos del Mundo, que han establecido algunas cl¨ªnicas m¨®viles. Mark promete regresar esa misma semana.
La anciana vuelve a cortar trigo. ?Pero qu¨¦ hace aun trabajando con ese dolor?. ¡°S¨ª, s¨ª, ya s¨¦. Pero es que mi madre es muy tozuda, yo le insisto que me deje trabajar a m¨ª, pero a¨²n cuando descansa tan solo se toma cinco minutos y vuelve de nuevo al campo¡±, cuenta Urkelbu y esboza una sonrisa.
Grang, el pueblo de Urkelbu, de 42 a?os, se ha despe?ado literalmente colina abajo. Ya no queda ni una sola casa en pie, salvo alguna caba?a de pastores. La aldea entera se hab¨ªa construido sobre la ladera en un ejercicio de equilibrio extremo. De pronto, por el otro lado del sendero llega? Manisha, de 11 a?os, junto a su abuela. La ni?a carga sobre su espalda un enorme bulto. Tras ella, la anciana camina descalza y despacio, apoyada sobre un bast¨®n. Cuenta que tiene un problema de vista, que no ve bien. Parece que sufre cataratas. La ni?a, con un desparpajo entre la inocencia y la inquina, suelta: ¡°Pero, ?y vosotros a qu¨¦ hab¨¦is venido aqu¨ª?¡±. Son los primeros extranjeros que ve en varios d¨ªas.
Las gentes de estos valles son monta?eses: est¨¢n acostumbrados a apa?¨¢rselas por su cuenta
Le explican que un peque?o equipo de Acci¨®n contra el Hambre se ha trasladado hasta aqu¨ª para analizar las fuentes de agua, comprobar si est¨¢n contaminadas, y que se reunir¨¢n con los vecinos de esta zona para comenzar un programa de trabajos comunitarios, para inyectar dinero en efectivo y ofrecer tambi¨¦n herramientas para la reconstrucci¨®n.
Urbelbu, asiente como dando su aprobaci¨®n, pero interrumpe r¨¢pido el discurso: ¡°Levantar nuestras casas es importante, s¨ª, pero primero ayudadnos a arreglar la escuela y el dispensario m¨¦dico¡±. Ni Urkelbu, ni su madre, ni Manisha ni su abuela estaban de brazos cruzados ni esperaban la ayuda de nadie. Desde que se quedaron sin casa el 25 de abril, han seguido trabajando, a¨²n malheridos. Sin reclamar ni pedir nada. El conformismo es un h¨¢bito que cultivan los acomodados. Aqu¨ª no se permite ni se tolera.
En esta aldea no escasean ni el agua ni los alimentos, por fortuna. Pero les urge levantar las piedras de sus casas de nuevo antes de que llegue el monz¨®n. Trabajan a contrarreloj.
Las gentes de estos valles son monta?eses: est¨¢n acostumbrados, haya terremoto o no, a apa?¨¢rselas por su cuenta, a confiar en sus vecinos, a pasar semanas aislados si la carretera se corta, o si en invierno es duro, o si el monz¨®n los ahoga. Y en fraguar una amabilidad que va m¨¢s all¨¢ de lo educado. Saludarse, aqu¨ª, es m¨¢s bien un mecanismo de supervivencia: con cualquiera que te cruces en el camino habr¨¢s de pronunciar un ¡°namast¨¦¡±, el saludo nepal¨ª, que adem¨¢s sirve para asegurarse que el caminante, el extra?o, el otro, est¨¢ bien, si necesita algo, si est¨¢ perdido.
"?Espa?oles, eh? Conoc¨ª a muchos espa?oles en el Kangchenjunga, el Everest, el Cho Oyu¡ Fui gu¨ªa de monta?a, pero ya me cans¨¦, entonces yo era muy joven. Ahora prefiero trabajar la tierra", explica Urkelbu mientras prosigue su tarea. Hay que recordar que muchos de estos granjeros tambi¨¦n son deportistas de ¨¦lite. Son las mismas personas que cargan 40 kilos a sus espaldas, mal alimentados y sin gran equipamiento, guiando y porteando bultos por aristas imposibles, al borde de la resistencia humana, para esas expediciones de alpinistas que se llevan la gloria y la foto de conquistar cumbres por placer.
Es la misma gente que cuida por nosotros las monta?as m¨¢s bellas y extraordinarias del planeta y las habita como buenamente pueden. Precisamente por eso y no por otra cosa, su tierra es dura, fr¨ªa en las alturas, tropical en las llanuras, ¨¢spera para el cultivo, erosionada por los monzones y agitada por los terremotos.
Es el mismo pueblo generoso que invita cada a?o a cientos de miles de turistas a visitar este impresionante balc¨®n sobre el que se asoman a otear el mundo, bajo estos cielos de Asia. Nos meten en sus casas, nos sirven su t¨¦, nos dejan que ensuciemos sus glaciares, que pisoteemos sus parques nacionales, mancillemos sus templos sin saber, sin entender siquiera qu¨¦ es realmente la paz y el esp¨ªritu. Nos dejan que fotografiemos como maniacos a sus ni?os como en un zoo, que nos llevemos postales y autofotos entre sus campos de arroz. Como idiotas. Y aun y todo, les parece bien.
Urkelbu cuenta muy emocionado que su hijo Lapka, de 24 a?os, acaba de regresar de Malasia, donde ha estado trabajando cinco, enviando dinero a su padre. Este tambi¨¦n el mismo pueblo que levanta rascacielos en los Emiratos ?rabes, que teje ropa y hace turnos esclavos en f¨¢bricas de Malasia y la India; marchan all¨ª como mano de obra sacrificada que empuja el desarrollo de sus pa¨ªses vecinos. Rozando el esclavismo. Y tampoco se quejan.
¡°El terremoto ha sido terrible, pero estoy feliz de ver a mi hijo de nuevo¡ ?Le quiero tanto! No puedo explicar la alegr¨ªa que siento al verle aqu¨ª, trabajando conmigo¡±, exclama el padre, conmovido.
El escritor John Berger repite a menudo que los pobres no tienen residencia, sino hogares. Los hogares, aun expuestos al viento, la humedad, el vol¨¢til polvo, el silencio y el ruido, recuerdan a las madres o a los abuelos o a la t¨ªa que los cri¨®. Una residencia es una fortaleza, no un relato.
Sete Tamang, otro joven del pueblo de 25 a?os, acaba de regresar para ayudar a su familia. Tamang lleva siete a?os empleado en Malasia, en una f¨¢brica de zumos. Su turno es de 14 horas al d¨ªa, para ganar 220 euros al mes. ¡°All¨ª no hago otra vida m¨¢s que trabajar, no veo a nadie ni gasto el dinero en nada¡±, explica. Todo lo que ha estado ahorrando durante estos a?os lo invirti¨® en construir ¡°un hogar¡± en su aldea natal. La casa que ha construido cost¨® un par de millones de rupias nepal¨ªes y ahora es tan solo una monta?a de escombros. Escuchar estas historias no provocan compasi¨®n ninguna, sino una profunda admiraci¨®n.
La sacrificada espalda de Urkelbu, de cuclillas en esa colina cosechando trigo, recuerda sin duda a la de Atlas, aquel tit¨¢n de la mitolog¨ªa griega que sostiene sobre sus hombros el peso del mundo, separando la tierra del cielo. La casa que Sete Tamang levantar¨¢ una y otra vez con sus ahorros es como el h¨ªgado de Prometeo, ese dios griego que rob¨® el fuego para los hombres y que, cuenta la historia, cada noche es devorado por un ¨¢guila en lo alto de una monta?a y cada ma?ana le vuelve a crecer intacto para perpetuar eternamente su castigo. Una y otra vez. Una y otra vez.
?Cu¨¢nto tiempo puede mantener una moral as¨ª, sobrehumana, un pueblo tan da?ado?
Esta es sin duda, una tierra de titanes. Su empe?o y su esfuerzo solo se puede medir con la altura de estas monta?as que custodian. Algo sobrehumano. ?Pero cu¨¢nto tiempo puede mantener una moral as¨ª, sobrehumana, un pueblo tan da?ado?
La catalana Nuria Diez, psic¨®loga de Acci¨®n contra el Hambre en Nepal, se muestra preocupada por esto mismo: los efectos que esta segunda r¨¦plica haya tenido en minar esta moral: ¡°Vamos a redoblar nuestros esfuerzos en la ayuda psicosocial, no solo en madres y ni?os, tambi¨¦n en personal m¨¦dico, en general en la gente que trabaja tambi¨¦n por ayudar a otros¡±.
Chiara Saccardi, coordinadora de la emergencia en Nepal para la misma ONG, habla claro sobre este asunto: ¡°Reconstruir un pa¨ªs no es solo levantar casas y poner un ladrillo encima de otro. Se necesita tambi¨¦n estar sano mentalmente, fuerte, con buen ¨¢nimo. Y debemos hablar de reconstrucci¨®n, en rehabilitar las formas de vida que ya eran precarias antes del terremoto, de no solo ofrecer lonas de pl¨¢stico o soluciones temporales. En eso estamos trabajando ahora¡±.
El fot¨®grafo pide a Manisha y a su abuela un retrato para contar la historia de su pueblo. Y a pesar de estar agotada y medio ciega, la anciana exclama: ¡°?Pero as¨ª, no! Espera¡±. Se arremanga la blusa que lleva, se manosea las arrugas del pecho y, de pronto, saca de su pellejudo escote un enorme collar, que llevaba oculto bajo las ropas, con tremendos abalorios. Se lo pone por encima, que quede bien visible. Se quita el bast¨®n y posa erguida, con una inusitada dignidad. ¡°Dice que s¨ª, que ahora s¨ª que le pueden tomar la foto¡±, explica Dip, el traductor.
La anciana mira al fot¨®grafo y le hace con la mano un gesto condescendiente para que haga clic con el obturador. Como si fuese una reina, demasiado ocupada en recomponer su aldea como para atender a la prensa.
Daniel Burgui Iguzkiza es periodista y fot¨®grafo independiente. Ahora est¨¢ en Nepal documentando la emergencia del terremoto para la ONG Acci¨®n contra el Hambre.
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