Las huellas del genocidio armenio
El Gobierno de Turqu¨ªa sigue negando oficialmente que la deportaci¨®n y muerte de m¨¢s de un mill¨®n y medio de armenios en 1915 constituya un genocidio Pero el debate se ha abierto en la sociedad turca, algo impensable hace pocos a?os. Hoy, en el centenario de aquella tragedia, ya se habla p¨²blicamente de la herida armenia
Jesucristo, Mois¨¦s, Mahoma¡ Los profetas fueron personas muy inteligentes en su tiempo, pero ?me gustar¨ªa ver c¨®mo se las arreglar¨ªan ahora!¡±. Como la de otros armenios en Turqu¨ªa, la vida de Hayrabet Babikyan nunca ha sido f¨¢cil. ¡°Yo es que soy un poco ateo¡±, se justifica, y prosigue con su lista de agravios: ¡°Este a?o pagan muy mal las naranjas, por la guerra. Tambi¨¦n he plantado papayas, pero en este pueblo nadie las quiere. No saben apreciarlas¡±.
Las negras nubes se amontonan sobre la cordillera de Yayladag. Al otro lado se encuentra Siria; de este, Turqu¨ªa. El anciano observa a las puertas de su hogar, como el vig¨ªa de un tiempo que pas¨®, el superviviente de una larga estirpe a punto de desaparecer. Su aldea es Vakifli ¨Cel ¨²ltimo pueblo exclusivamente armenio que queda en Turqu¨ªa¨C y est¨¢ situada en la ladera de la legendaria Musa Dag, es decir, ¡°la monta?a de Mois¨¦s¡±, pues seg¨²n la leyenda isl¨¢mica el profeta hebreo se reuni¨® aqu¨ª con un misterioso sant¨®n local. Pero para los armenios el lugar, ubicado en la costa sureste de Turqu¨ªa, tiene un significado a¨²n m¨¢s especial: estas cimas vieron uno de los pocos actos de resistencia exitosa frente a los otomanos durante el llamado Genocidio Armenio o Meds Yeghern (gran calamidad), del que ahora se cumple un siglo. Su insurrecci¨®n fue inmortalizada en la novela del escritor austriaco Franz Werfel Los cuarenta d¨ªas del Musa Dagh, aunque los locales afirman que en realidad fueron 50 las jornadas de combates.
Al t¨¦rmino de la primavera de 1915, las seis villas de Musa Dag recibieron la orden de evacuaci¨®n: como la gran parte de los armenios del Imperio Otomano, ser¨ªan deportados a los desiertos de Siria. Pero las noticias que llegaban de otros lugares desde que el 24 de abril se iniciasen las primeras detenciones y deportaciones indicaban que no se trataba de simples ¡°traslados temporales¡± de la poblaci¨®n ¨Ccomo aseguraban las autoridades¨C, sino de lo que parec¨ªa un plan destinado a desarraigar a un pueblo con siglos de existencia en estas tierras. ¡°Se echaron al monte sin saber qu¨¦ encontrar¨ªan all¨¢ arriba, ni cu¨¢nto tiempo permanecer¨ªan; portando sobre sus hombros mantas, colchones y cazuelas, enfilados de a uno, como hormiguitas, por senderos estrechos¡±, narran las historias contadas por los mayores de Vakifli.
La suerte quiso que, cuando las municiones estaban a punto de agotarse, un buque franc¨¦s advirtiese las se?ales de socorro de los 4.000 que resist¨ªan en Musa Dag. Tras m¨¢s de mes y medio en la monta?a, fueron evacuados a Port Said (Egipto). Solo al final de la I Guerra Mundial regresaron a su tierra ¨Centonces bajo ocupaci¨®n francesa¨C para encontrar que de sus antiguos hogares apenas quedaba piedra sobre piedra. Reconstruyeron sus pueblos y sus vidas, pero los infortunios no terminaron ah¨ª: en 1939, este territorio fue anexionado tras un refer¨¦ndum a la nueva Rep¨²blica de Turqu¨ªa, heredera del Imperio Otomano. Temerosos, los habitantes de las seis villas de Musa Dag marcharon a Siria. Solo los vecinos de Vakifli decidieron permanecer. Hoy quedan 130.
Hasta hace 35 a?os, un monumento en la cima de Musa Dag recordaba al barco franc¨¦s que socorri¨® a los armenios. Hayrabet Babikyan guarda una foto en la que posa sobre la escultura que, no en vano, levant¨® su t¨ªo materno. Pero en 1980, cuando el general Kenan Evren tom¨® el poder en Turqu¨ªa mediante un golpe de Estado, los militares la volaron con dinamita, algo que Babikyan no perdona: ¡°?Ese canalla de Evren y sus generales! Pensaban que destruyendo la estatua borrar¨ªan lo que pas¨®. ?No! Lo que ocurri¨® es historia y est¨¢ en los libros. No puedes hacerlo desaparecer¡±.
Turqu¨ªa niega que los hechos de 1915 constituyan un genocidio y alega que la deportaci¨®n era necesaria por las actividades quintacolumnistas de parte de la poblaci¨®n armenia, que durante la I Guerra Mundial apoyaron a las tropas imperiales rusas y asesinaron a multitud de musulmanes (el Imperio Otomano era aliado de Alemania). ¡°Dicen en la televisi¨®n que fuimos nosotros, los armenios, los que matamos a los turcos y no al rev¨¦s. Entonces, ?por qu¨¦ no hay armenios en Turqu¨ªa?¡±. A Babikyan se le enrojecen los ojos, a punto de llorar de rabia. ¡°En todo el mundo, vayas a donde vayas, levantas una piedra y hay un armenio. ?Por qu¨¦? Porque siempre hemos estado huyendo de las matanzas¡±.
Con todo, la apertura al mundo, ligada al progreso econ¨®mico y desarrollo social que ha vivido Turqu¨ªa en los ¨²ltimos 15 a?os, ha dado un respiro a las minor¨ªas religiosas. Curiosamente ha sido bajo el Gobierno islamista de Recep Tayyip Erdogan. Y es que la ideolog¨ªa de modernizaci¨®n promulgada por Atat¨¹rk, fundador de la Turqu¨ªa contempor¨¢nea, iba de la mano de un nacionalismo en ocasiones extremo, heredado por los partidos laicos. Aunque oficialmente el Gobierno turco sigue negando el Genocidio Armenio, los debates se han extendido, especialmente en este a?o que se cumple el centenario. Varios miles de turcos se manifestaron por el reconocimiento del genocidio el pasado 24 de abril, algo impensable hace unos a?os. ¡°La situaci¨®n ha progresado gracias a los movimientos sociales y, especialmente, a Internet. Ahora hay acceso a informaci¨®n que antes no se publicaba en Turqu¨ªa¡±, explica Alexis Kalk, de la asociaci¨®n cultural armenia Nor Zartonk, de Estambul. Y se ha comenzado a hablar de la herida de los armenios, a contar las historias familiares que hablan de deportaciones y huidas, pero tambi¨¦n de turcos que protegieron a sus vecinos, de vidas en com¨²n. En definitiva, de recuperar la memoria.
Se echaron al monte, como hormiguitas, en fila de a uno, sin saber lo que encontrar¨ªan¡±
De una poblaci¨®n de entre 1,5 y 2 millones de armenios que habitaba en el Imperio Otomano antes de la I Guerra Mundial, hoy solo quedan entre 50.000 y 70.000, casi todos en Estambul. Son, en su mayor¨ªa, descendientes de los sobrevivientes del Meds Yeghern.
En el barrio estambul¨ª de Ferik?y, solo una bandera turca se?ala la presencia de la iglesia de Surp Vartanants. La puerta asemeja a la de cualquier otro edificio de viviendas, pero tras ella se abre un patio en el que se yergue el templo, adem¨¢s de una escuela y una consulta m¨¦dica, todo muy recatado y escondido. No llamar la atenci¨®n ha sido la estrategia de supervivencia para una comunidad como la armenia, de religi¨®n cristiana en un pa¨ªs en el que el 99% de sus ciudadanos son musulmanes y en el que el Estado ha hecho del nacionalismo turco la ideolog¨ªa oficial. ?C¨®mo vivir de otra forma si en los manuales de historia te acusan de ser quien provoc¨® las masacres de la I Guerra Mundial y la televisi¨®n te muestra como enemigo? ¡°Mirando para otro lado¡±, es la lac¨®nica respuesta de Snork Besiktasliyan, uno de los dirigentes de la fundaci¨®n que administra la iglesia.
Cuando en la calle escucha un improperio ¨Cla misma palabra ¡°armenio¡± se usa como tal¨C, el se?or Besiktasliyan agacha la cabeza y, simplemente, hace como que no ha o¨ªdo. Tambi¨¦n sabe que jam¨¢s podr¨¢ optar a ciertas posiciones en la Administraci¨®n o que sus hijos ser¨¢n rechazados en algunos empleos por ser armenios. Pero no le importa, ya se ha acostumbrado, le basta con que no le molesten demasiado, le dejen hacer su vida de peque?o comerciante y rezar en la iglesia los domingos.
Durante d¨¦cadas, los armenios de Turqu¨ªa han vivido de este modo, guardando para s¨ª las historias familiares y el dolor de una herida sin cicatrizar, procurando no levantar la voz siquiera para reclamar las muchas propiedades que les confisc¨® el Estado tras el genocidio, temiendo que la historia se repitiese. Y en algunos momentos dio la impresi¨®n de que la pesadilla no hab¨ªa terminado: por ejemplo, en 1942, cuando el Gobierno aprob¨® un impuesto racista exigido a las minor¨ªas no musulmanas; o en el pogromo de 1955, cuando la turbamulta asalt¨® los negocios y viviendas de los griegos de Estambul ¨Cy tambi¨¦n de algunos armenios¨C; o en 2007, cuando las balas disparadas por un joven ultranacionalista segaron la vida de Hrant Dink, el intelectual turco-armenio m¨¢s influyente; o en 2013, cuando se produjo una cadena de ataques en serie contra varias ancianas armenias, una de las cuales fue apu?alada hasta la muerte, con una cruz grabada en su cuerpo.
Son solo detalles los que diferencian a Ferik?y de cualquier otro barrio de la inmensa urbe a orillas del B¨®sforo. Al acercarse la Pascua, se venden huevos pintados en las pasteler¨ªas; en los estantes de los quioscos se pueden encontrar ejemplares de alguno de los tres peri¨®dicos armenios que se publican en Turqu¨ªa, y ¨²ltimamente algunos partidos pol¨ªticos han comenzado a felicitar las fiestas cristianas a sus habitantes. Pero ah¨ª queda todo, la vida de la comunidad se hace de puertas para dentro, para no llamar la atenci¨®n.
El atrio de Surp Vartanants sirve de lugar de intercambio de noticias: los familiares de un fallecido reparten bollos siguiendo la tradici¨®n de los ritos cristianos orientales, se comenta qui¨¦n se ha casado o ha tenido un hijo. En el interior del templo, el olor del incienso y los cientos de velas encendidas hacen el ambiente pesado, pero los asistentes se agolpan, sentados o de pie, para escuchar la homil¨ªa del p¨¢rroco Tatul Anusyan. Junto a los armenios de Turqu¨ªa rezan tambi¨¦n emigrantes armenios llegados desde la paup¨¦rrima Rep¨²blica de Armenia, en el C¨¢ucaso, que han acudido a Estambul en busca de trabajo. Son f¨¢cilmente distinguibles por sus ropas y el cardado del cabello de las se?oras, similar al de otros lugares de la geograf¨ªa exsovi¨¦tica. O por sus brillantes dientes de oro, una forma segura de acarrear los ahorros de toda una vida.
¡°Hay turcos que nos confunden con inmigrantes de la Rep¨²blica de Armenia, pero nosotros somos hijos de esta tierra de Anatolia, llevamos siglos aqu¨ª¡±, se lamenta Anusyan, enfundado en la t¨²nica tradicional de las dignidades eclesi¨¢sticas armenias, que le otorga el misterioso aspecto de un personaje salido de La guerra de las galaxias.
En cualquier lugar, levantas una piedra y hay un armenio. Siempre hemos huido de las masacres¡±
¡°?Ves?¡±. Hazaros muestra una fotograf¨ªa, de un sepia gastado por el tiempo, en la que un soldado tocado por el t¨ªpico fez otomano sujeta un rifle. ¡°Es mi abuelo materno mientras prestaba el servicio militar en el Imperio Otomano. Nosotros no venimos de ning¨²n sitio, ya est¨¢bamos aqu¨ª antes de que llegasen los turcos¡±. Pero eso no fue ¨®bice para que, en 1915, su abuela paterna fuese enviada al terrible desierto de Deir ez Zor (Siria). Bajo el calor implacable de Anatolia y Mesopotamia, los convoyes de los armenios deportados se tornaron en marchas fantasmales, tal era el estado de sed, hambre y enfermedad que les azotaba. Narran las cr¨®nicas de diplom¨¢ticos y misioneros que fueron testigos de los hechos que quienes alcanzaban los desiertos de Siria se enterraban en la arena para evitar m¨¢s quemaduras solares, pues de su ropa apenas quedaban jirones; o que los hambrientos se lanzaban al suelo para devorar las briznas de hierba que crec¨ªan en las lindes de los senderos, reducidos as¨ª a la bestialidad m¨¢s primitiva por los tormentos padecidos. La abuela de Hazaros sobrevivi¨®, pero pagando el alto precio de ver expirar, uno a uno, a sus cinco hijos. Luego regres¨® a su ciudad natal, volvi¨® a casarse y, como gesto de desaf¨ªo a la muerte, dio a sus descendientes los mismos nombres de los v¨¢stagos fallecidos. Una forma de resistencia silenciosa.
Otros, en cambio, han decidido dejar el miedo atr¨¢s y expresarse libremente, como es el caso de algunos armenios que hab¨ªan mantenido su identidad oculta durante d¨¦cadas.
Pese a crecer como un musulm¨¢n de fe alev¨ª (chi¨ª heterodoxo), Mihran Pirgi? G¨¹ltekin asegura que desde ni?o intu¨ªa que era armenio. Quiz¨¢ porque su madre segu¨ªa manteniendo, inconscientemente, tradiciones cristianas, como pintar huevos de rojo durante la Pascua. ¡°Aunque supiese de mis ra¨ªces, no viv¨ªa como un armenio. Tras el asesinato de Hrant Dink sent¨ª que ten¨ªa que hacer algo por defender mi identidad: acud¨ª a un tribunal y ped¨ª que cambiasen mi nombre (Selahattin, musulm¨¢n) por uno armenio (Mihran Pirgi?)¡±. El paso al frente de G¨¹ltekin ¨Cque anunci¨® en peri¨®dicos y revistas¨C le granje¨® no pocos problemas con su familia, especialmente con algunos de sus primos, que son militantes convencidos del partido ultranacionalista turco MHP: ¡°Les dije que en realidad nuestra familia es armenia y ellos se pusieron rojos de ira. Me llovieron los improperios. Mi t¨ªa, que s¨ª sab¨ªa algo de nuestra historia familiar, se ech¨® a llorar y me cont¨® que sus hijos, cuando estaban enfadados, le insultaban llam¨¢ndola ¡®hija de armenio¡±.
G¨¹ltekin asegura que, como ¨¦l, hay decenas de miles de ¡°criptoarmenios¡± en toda Turqu¨ªa; algunos porque, siendo ni?os durante las deportaciones de 1915, fueron acogidos por familias musulmanas; otros debido a que, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, se convirtieron al islam para evitar las persecuciones o el pago de mayores tributos. Y a¨²n hoy hay quienes desconocen su pasado. O lo ocultan.
Hay muchos ejemplos, asegura G¨¹ltekin al respecto. ¡°Ten¨ªa un amigo del barrio al que durante 30 a?os conoc¨ª como Haci (nombre musulm¨¢n); pero un d¨ªa, por casualidad, vi su carn¨¦ de identidad y resultaba que era armenio. ?Por qu¨¦ me lo ocultaba?¡±. La mayor¨ªa de los armenios siguen estructurando su vida seg¨²n lo que ocurri¨® en el pasado y, pese a tener amigos turcos, esconden sus ra¨ªces por miedo a que los rechacen: ¡°Durante a?os nos hemos puesto una especie de comisar¨ªa de polic¨ªa en el cerebro que nos impide decir abiertamente lo que somos¡±.
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