Retrato de Jeff Koons, el artista m¨¢s cotizado del mundo
Recorrido por el taller de Koons en compa?¨ªa del artista, donde 160 personas hacen realidad su universo: desde los perritos de acero inoxidable hasta los juguetes hinchables Ahora Koons re¨²ne cuatro d¨¦cadas de carrera en una retrospectiva que llega al Guggenheim de Bilbao tras haber batido marcas a su paso por Nueva York y Par¨ªs
En una esquina del estudio en el que el pintor y escultor Jeff Koons trabaja pegado al r¨ªo Hudson a su paso por el barrio de Chelsea, un cartel advierte sobre una escalera de aluminio, de esas que venden en las ferreter¨ªas: ¡°No tocar. Es una obra de arte¡±. Podr¨ªa ser la broma de un empleado chistoso, de los que hay en cualquier empresa, aunque en esta, una factor¨ªa en la que trabajan ¡°unas 160 personas¡± para hacer realidad los sue?os salvajes del creador vivo m¨¢s cotizado del mercado, el tono pareci¨® un tanto serio el d¨ªa de la visita, primer mi¨¦rcoles del a?o realmente primaveral en Nueva York. Tal vez el objeto se prestara a una de esas crueles iron¨ªas que hacen de cierto arte contempor¨¢neo un asunto m¨¢s bien risible para la gente corriente, si no fuera porque es, en efecto, parte de una de las carism¨¢ticas esculturas de Koons: Caterpillar Ladder (2003). En ella, un insecto hinchable se inclina burl¨®n, encajonado entre los pelda?os tercero y cuarto de la dichosa escalera.
La pieza pertenece a la serie Popeye, con la que a principios de siglo el artista elev¨® a nuevas cotas su amor por la banalidad y lo kitsch, los clich¨¦s del arte pop y la cultura de masas, el viejo truco duchampiano del objeto encontrado y los juguetes inflables para ni?os. Un universo inconfundible y controvertido que el Museo Guggenheim de Bilbao acoger¨¢ a partir del 9 de junio. Ser¨¢ la ¨²ltima parada del triunfante viaje de la retrospectiva (la primera digna de ese nombre consagrada al escultor desde su irrupci¨®n en escena a finales de los setenta) que el Whitney Museum of American Art de Nueva York le dedic¨® el a?o pasado, y que m¨¢s tarde recal¨® en el Centro Pompidou de Par¨ªs.
El d¨ªa de la entrevista, 29 de abril, fue el siguiente al cierre de la escala francesa, que acab¨®, como es habitual en Jeff Koons (York, Pensilvania, 1955), en r¨¦cord: 650.045 entradas vendidas convirtieron la exposici¨®n en la m¨¢s exitosa de un artista vivo en las casi cuatro d¨¦cadas de historia de la instituci¨®n. Al conocer las cifras, Koons, impecablemente vestido con traje a medida y sonrisa de acero inoxidable, material de su predilecci¨®n, quiso saber si hab¨ªa batido al maestro Dal¨ª, a quien conoci¨® en los a?os setenta, cuando su madre convenci¨® al t¨ªmido chaval de que llamara al hotel St. Regis y preguntara por la habitaci¨®n del artista espa?ol. No pudo con ¨¦l: la retrospectiva del genio surrealista convoc¨® hace un par de a?os m¨¢s de 790.000 visitas. Tan inasequible al desaliento como su propia obra, Koons se excus¨®: ¡°Quiz¨¢ [mi exposici¨®n] no se ha celebrado en la ¨¦poca de mayor turismo en la ciudad, aunque los n¨²meros son muy buenos¡±.
Tal y como le van las cosas ¨²ltimamente, y dada la obsesi¨®n de la cultura contempor¨¢nea por medirlo todo y batir marcas, cabr¨ªa entender su adicci¨®n al superlativo. El mismo a?o del hito daliniano, Koons vio c¨®mo uno de sus Balloon Dog, una escultura de tres metros de acero pulido pintado de naranja, inspirada en uno de esos perritos que arman en un santiam¨¦n los animadores de las fiestas de cumplea?os infantiles, se convert¨ªa en la pieza m¨¢s cara de un artista vivo adjudicada en subasta (por 52,3 millones de euros al cambio actual). Poco despu¨¦s, nuestro hombre pas¨® a ser el primer creador al que el Whitney dedic¨® tanto espacio expositivo, cinco de las seis plantas de su vieja y venerable sede en la avenida Madison, construida en 1966 por Marcel Breuer con sequedad modernista.
Para celebrar que aquella ser¨ªa la ¨²ltima exposici¨®n antes de la mudanza de la instituci¨®n al luminoso edificio que, con mediterr¨¢nea generosidad, ha proyectado Renzo Piano en el antiguo barrio de los mataderos en el bajo Manhattan, no lejos del estudio del escultor, Koons dio por terminada su obra m¨¢s ambiciosa hasta la fecha: Play-Doh (1994-2004), recreaci¨®n de cuatro metros de envergadura de un mont¨®n de plastilina a cuyo perfecto acabado en aluminio ha dedicado 20 a?os. Para el artista, Play-Doh encierra la raz¨®n de ser de su trabajo. La inspiraci¨®n lleg¨® cuando regal¨® a su hijo de cinco a?os, Ludwig, fruto de su primer matrimonio, un bote de plastilina. ¡°El ni?o hizo un mont¨ªculo y dijo: ¡®?Pap¨¢!¡¯. Cuando me di la vuelta, me miraba con los brazos extendidos. Exclam¨® extasiado: ¡®?Uala!¡¯. Y me pareci¨® perfecto, maravilloso. Me di cuenta de que aquello era lo que hab¨ªa perseguido toda la vida. Era un gesto trascendente y no admit¨ªa juicio alguno. Estaba lleno de posibilidades y rebosante de futuro. ¡®Eso es precisamente el arte¡¯, me dije¡±.
Todo pasa por m¨ª. Nunca interviene la subjetividad de mis empleados¡±
La pieza, que requiri¨® el desmontaje de las puertas para entrar en el museo neoyorquino, no viajar¨¢, por razones obvias, a Bilbao (y no es solo una cuesti¨®n log¨ªstica; ya est¨¢ en las pacientes manos del fiel coleccionista de Los ?ngeles Bill Bell, que la compr¨® sobre plano). ¡°Aunque s¨ª lo har¨¢ la pintura del mismo nombre, con la que es posible hacerse una idea bastante aproximada de lo que quer¨ªa expresar¡±, explica Koons, que habla bajo y se muestra tan amable y sin aristas como ¨¦l desear¨ªa que el mundo contemplase su carrera.
Para la entrevista, se sienta en la mesa corrida de formica que es su lugar de trabajo, donde un gigantesco ordenador escoltado por una de sus caracter¨ªsticas bailarinas sustituye a los cl¨¢sicos utensilios de artista; no hay rastro de paletas, mandiles llenos de churretones de pintura o bloques de m¨¢rmol. El jefe comparte el espacio con media docena de asistentes, que contin¨²an con su trabajo en silencio. Parecen algo as¨ª como su guardia pretoriana, cuando no su memoria ex¨®gena. Si fallan los recuerdos (n¨²mero de obras de una exposici¨®n, tal o cual nombre de galerista), el artista recurre a Lauran, una chica llegada desde Dakota del Sur directamente a la c¨²spide del arte contempor¨¢neo, o a Gary, con su aspecto de matem¨¢tico anacoreta. El espacio es un generoso cubo blanco lleno de cacharros inmediatamente reconocibles para cualquiera familiarizado con su trayectoria. Desde hulks y delfines inflables hasta las esferas azules reflectantes que habitualmente sirven de adorno en los jardines del gran suburbio americano, pero que ¨¦l coloca sobre esculturas de corte cl¨¢sico en Gazing Ball, su producci¨®n m¨¢s reciente. La idea surgi¨® de un regalo de su anciana madre, que a¨²n vive.
En la habitaci¨®n contigua se trabaja en perfeccionar dise?os en tres dimensiones. Al final del pasillo a la izquierda est¨¢ el taller de pintura, donde 17 personas copian obras maestras para la pr¨®xima exposici¨®n de Koons en la vecina galer¨ªa Gagosian de Chelsea. No es posible, advierten, tomar im¨¢genes o escribir sobre ese cuerpo de trabajo a¨²n en proceso y todav¨ªa secreto. M¨¢s all¨¢ de la cocina para empleados se encuentra uno de los dos talleres de escultura. Para llegar al otro, una nave inmensa con olor a productos qu¨ªmicos en la que reina, esta vez s¨ª, el bullicio que uno asociar¨ªa al estudio de un artista, hay que bajar la Calle 29 hacia el r¨ªo. Koons calcula que en esta peque?a ciudad, que pronto cambiar¨¢ por otra (¡°un estudio que pueda construir de cero y en el que la comunicaci¨®n entre las distintas divisiones sea m¨¢s fluida¡±), trabajan ¡°unas 160 personas¡±.
A estas hay que a?adir las ¡°cerca de 30¡± que tiene empleadas en una factor¨ªa de su propiedad en Pensilvania dedicada a la confecci¨®n de sus esculturas de piedra. ¡°Adem¨¢s hay una empresa, Arnold, con unos 100 trabajadores en Alemania con la que trabajo muy estrechamente¡±, a?ade. A la pregunta de por qu¨¦ clase de jefe se tiene a s¨ª mismo, responde: ¡°Soy bastante exigente, pero al mismo tiempo doy a la gente espacio para que se desarrolle y participe en la mejora del sistema y en el aseguramiento de la realizaci¨®n de mis deseos¡±. Despu¨¦s, una de sus trabajadoras ¨Cen la compa?¨ªa desde hace ¡°una d¨¦cada¡±, cuando ¡°solo¡± eran 40 empleados¨C explicar¨¢ que ¡°la mayor parte¡± lleva muchos a?os con Koons. ¡°Eso te da una idea de c¨®mo es el ambiente y cu¨¢les son las condiciones aqu¨ª¡±.
Esta manera de organizar la tarea, ciertamente m¨¢s fordista que aquella de los lobos esteparios del expresionismo abstracto (Pollock, Kline, Rothko y el resto de los machos alfa del gesto individual), se da con frecuencia en la parte alta del sistema del arte; Damien Hirst u Olafur Eliasson son otros rentables creadores con una legi¨®n de ayudantes. Koons explica que trabaja con toda esta gente ¡°como quien lo hace con los dedos de la mano¡±. ¡°Yo soy responsable de cada detalle del proceso. Todo pasa por m¨ª. Cuando una pintura est¨¢ terminada es exactamente como yo deseaba que fuera. No hay posibilidad de que se mezcle la subjetividad de ninguno de los empleados. Nadie cambia ni una pizca un color o el sentido de una composici¨®n. Vengo a trabajar todos los d¨ªas, necesito estar encima. Tal vez suene muy sofisticado, pero en realidad no ha cambiado en absoluto durante siglos¡±.
El escultor defiende que, pese a las recurrentes comparaciones, su factor¨ªa no tiene mucho que ver con la de Andy Warhol (¡°nunca la visit¨¦, pero he le¨ªdo acerca de ella¡±), sino m¨¢s bien con los talleres de artistas como Tiziano o Rubens (de quienes atesora gruesos cat¨¢logos en la oficina).
Es cierto que la producci¨®n de Koons es menor que la de la leyenda del pop, ap¨®stol del suced¨¢neo y de la producci¨®n en serie. El ritmo de generaci¨®n de obras, que oscila entre 6 y 7 pinturas y entre 15 y 20 esculturas de media por a?o, queda ralentizado por la obsesi¨®n por la perfecci¨®n pulida y la b¨²squeda del material id¨®neo y el equilibrio, concepto que le sirvi¨® para titular la serie con la que a mediados de los ochenta cambi¨® su suerte y en la que cont¨® con la ayuda del Nobel de F¨ªsica Richard P. Feynman para hacer flotar un bal¨®n de baloncesto en la mitad exacta de un tanque con agua dulce y salada.
A la luz de tanto abrumador dato, parece obvio que el sostenimiento del tinglado requiere de ciertas dotes de hombre de negocios y probadas aptitudes comerciales, aunque Koons lo niegue. ¡°Yo me definir¨ªa m¨¢s bien como alguien autosuficiente. No es un negocio, sino la mera responsabilidad de ser el mejor artista que pueda ser. Siempre he sentido que si trabajaba para la sociedad, esta me corresponder¨ªa y me permitir¨ªa conseguir mis objetivos¡±.
Varios hechos biogr¨¢ficos invitan a tomar con escepticismo sus palabras: Koons es uno de los pocos grandes nombres del negocio en trato simult¨¢neo con dos de las galer¨ªas m¨¢s importantes (y enfrentadas) de Nueva York: adem¨¢s de Gagosian, expone con David Zwirner. Tambi¨¦n, por razones sentimentales, sigue unido a la galer¨ªa de la fallecida Ileana Sonnabend, su marchante en los a?os del primer boom, que, ahora en manos de Antonio Homem, mantiene un perfil bajo en el ¨¢mbito privado. Y su capacidad para vender qued¨® probada muy pronto; a finales de los setenta trabajaba para ganarse la vida en el servicio de membres¨ªas del MOMA (¡°de noche y durante el fin de semana era artista¡±, recuerda), aunque, debido a su aspecto exc¨¦ntrico, que adornaban chalecos multicolores y flores, ten¨ªa que dejar su puesto cuando ven¨ªan los peces gordos para evitar ahuyentarlos. (Obviamente, eran los mismos peces gordos que despu¨¦s pagaron millones por sus piezas).
Cuando una pintura est¨¢ terminada es exactamente como la hab¨ªa imaginado¡±
En la gran mitolog¨ªa de Koons destaca aquella temporada en la que ejerci¨® de br¨®ker en Wall Street para recuperarse de su primer fracaso profesional. La exposici¨®n en 1980 de su serie The New, gui?o ef¨ªmero al minimalismo en el que coloc¨® costosas aspiradoras industriales en vitrinas de metacrilato iluminadas desde abajo por fluorescentes, le conden¨® a la ruina. Volvi¨® para lamerse las heridas a casa de sus padres, quienes se hab¨ªan mudado a Florida desde York (Pensilvania), donde el chico creci¨® feliz como el hijo de un decorador y una costurera. ¡°Aquel fue el peor momento de mi carrera; simplemente, no hab¨ªa coleccionistas para lo que yo hac¨ªa¡±, recuerda. De vuelta en Nueva York, Koons acudi¨® al mercado de futuros para financiar sus aventuras en el arte pop.
No fue aquella la ¨²ltima vez en la que el p¨²gil mordi¨® el polvo. A principios de los noventa, el ya cotizado escultor se cas¨® con Ilona Staller, Cicciolina, estrella del porno, cantante y parlamentaria italiana de origen h¨²ngaro. Juntos protagonizaron uno de los proyectos m¨¢s controvertidos de su tiempo: Made in Heaven (1989-1991), serie de pinturas y esculturas de cristal, pl¨¢stico, madera y m¨¢rmol en las que la pareja practicaba sexo con la crudeza, sofisticada e irreal, de una pel¨ªcula X de la ¨¦poca. El resultado recibi¨® las cr¨ªticas m¨¢s duras de una carrera jalonada de despiadados descuartizamientos. Michael Kimmelman defini¨® a Koons en The New York Times como ¡°un oportunista, un traficante de publicidad que fusiona su vida y su obra de un modo que precipitar¨¢ esa autodestrucci¨®n que parece su sino¡±, mientras que Robert Hughes, tal vez el cr¨ªtico m¨¢s popular de su generaci¨®n, escribi¨®: ¡°Dada su sobreexposici¨®n, [su trabajo] no pierde nada cuando se reproduce, pero tampoco gana al contemplarse en la versi¨®n original¡±. La pr¨¢ctica de utilizarlo como el pimpampum favorito del arte as¨ª llamado ¡°serio¡± no ha deca¨ªdo, si bien la recepci¨®n de la retrospectiva fue m¨¢s considerada que tradicionalmente. ¡°No estaba acostumbrado¡±, admite ¨¦l.
Los cr¨ªticos son cr¨ªticos y su trabajo es odiar las cosas¡±, opina con logrado acento de exc¨¦ntrico ingl¨¦s sir Norman Rosenthal (1944), comisario independiente, jefe de exposiciones de la Royal Academy de Londres entre 1977 y 2008 y autor de un libro de conversaciones con Koons publicado en 2013 por Thames & Hudson. Ambos se conocieron en 1982, cuando el primero era un comisario asociado al resurgir de la pintura. ¡°[La galerista] Ileana Sonnabend me dijo: ¡®Norman, hay un nuevo zeitgeist¡¯, me cogi¨® del brazo y me llev¨® a conocer a un nuevo escultor al Lower East Side, que, cr¨¦ame, era un sitio bastante diferente del que es ahora¡±, recuerda. ¡°Jeff, por el contrario, no ha cambiado mucho desde entonces, ¨¦l solo quiere ver a la gente sonre¨ªr. Es una persona incre¨ªblemente positiva y siempre busca la perfecci¨®n, la persigue hasta el l¨ªmite de lo imposible. Todos andan empe?ados ¨²ltimamente en que el arte resuelva los problemas de este mundo, pero ¨¦l no pretende eso. Cuando fui a su exposici¨®n en Versalles [celebrada, entre la pol¨¦mica, en 2008], vi a miles de turistas sonriendo, disfrutando. ?Cu¨¢ntos artistas son capaces de algo as¨ª?¡±.
Tal vez no resulte extra?o que ¡°aceptaci¨®n¡± sea uno de los conceptos m¨¢s recurrentes en el discurso de Koons, que explica que el tema central de su obra es ¡°la filosof¨ªa, las sensaciones y la trascendencia¡±. ?Tambi¨¦n en piezas como Michael Jackson and Bubbles, su c¨¦lebre retrato en porcelana de la estrella del pop y el chimpanc¨¦ que le hac¨ªa compa?¨ªa? ¡°Claro que s¨ª. Tiene la misma estructura triangular que la Piedad de Miguel ?ngel. En ella, ?Jackson est¨¢ tratado como un sujeto de autoridad casi religiosa. Habla sobre c¨®mo el arte puede colmar todas nuestras necesidades f¨ªsicas y espirituales¡±. M¨¢s all¨¢ de las ventas millonarias, de las colaboraciones con Lady Gaga, BMW o el grand cru Mouton Rothschild (cosecha de 2010), el artista cree que todos sus problemas quedar¨ªan resueltos si aparc¨¢ramos nuestra tendencia a emitir veredictos. O en palabras del te¨®rico pop Arthur Danto: ¡°A todo el mundo le gusta el arte de Jeff Koons salvo a aquellos a los que les educaron para que no les gustara¡±. ¡°Me siento parte de un linaje de vanguardia que clama por la muerte de los juicios¡±, explica el escultor. ¡°M¨¢s bien, de los prejuicios negativos. Y cuando pretendes algo as¨ª, es l¨®gico que te enfrentes a los cr¨ªticos. Una mala cr¨ªtica encierra las inseguridades de quien la escribe. Pero yo estoy a favor de aceptar las cosas tal y como vienen; todo me parece perfecto en su propio ser¡±.
Los vituperios de un pu?ado de acad¨¦micos no fueron, con todo, lo peor de su historia con Cicciolina, episodio que es inevitable contemplar como la relaci¨®n de un artista con un objeto encontrado. Aquello multiplic¨® la fama de Koons, carg¨® su obra de connotaciones sexuales y dio como fruto a un hijo, Ludwig, nacido cuando la pareja ya se hab¨ªa separado en 1992. La cosa acab¨® en los tribunales; Staller se llev¨® al ni?o a Italia; ¨¦l la acus¨® de secuestro; litig¨® por recobrar al peque?o, cuya custodia obtuvo, aunque no sirviera de nada, y fund¨® The Koons Family Institute, que a¨²n prosigue su tarea asociado al Centro Internacional para Ni?os Desaparecidos y Explotados. El artista qued¨® en los l¨ªmites de la bancarrota debido a los costes de la batalla legal sumados a los de su ambici¨®n creciente, plasmada en las gigantescas esculturas de acero pulido y formas f¨¢licas (¡°en lo f¨¢lico se funde lo femenino y lo masculino¡±) de Celebration: perritos, huevos y tulipanes con los que pretend¨ªa mandar un mensaje de amor al peque?o Ludwig.
Como corresponde al perfecto cuento moral estadounidense, Koons fue capaz de levantarse y rehacer su vida con la ayuda de sus fieles coleccionistas, entre los que se encuentran los magnates Fran?ois Pinault, Dakis Joannou, Peter Brant y Eli Broad. Se cas¨® con la artista sudafricana Justine ?Wheeler, a quien conoci¨® como trabajadora de su estudio. Tienen seis hijos (Koons es padre de ocho; adem¨¢s de Ludwig, tuvo otra ni?a en sus d¨ªas de estudiante en el Maryland College of Art que fue dada en adopci¨®n). En cierto modo, el artista, que reparte sus d¨ªas entre la casa de Manhattan y la granja en Pensilvania que era de sus abuelos maternos y ¨¦l recompr¨® en 2005, ha logrado reproducir el s¨®lido ambiente familiar que disfrut¨® en su York natal antes de que el chico marchase a estudiar arte, primero en Baltimore y luego en Chicago.
Una mala cr¨ªtica encierra las inseguridades de quien la escribe¡±
En 2010 acept¨® volver a exponer parte de los cuadros de Cicciolina que no destruy¨® durante la separaci¨®n (algunos de ellos viajar¨¢n a Bilbao). ¡°Ludwig tiene ahora 22 a?os y hace poco vino a EE UU a visitarme, y con un poco de suerte se mudar¨¢ en alg¨²n momento a quedarse para vivir con sus hermanos¡±, explica. ?Han visto sus hijos menores las im¨¢genes pornogr¨¢ficas de Made in Heaven? ¡°S¨ª. No dijeron nada, ni pidieron explicaciones, simplemente pasaron de largo. Lo contemplaron como cualquier obra de arte, como quien ve un fragonard, un courbet o un poussin. Todos mis ni?os gozan de una gran sensibilidad art¨ªstica¡±.
El ¨²ltimo ajuste de cuentas con sus horas m¨¢s bajas de los noventa bien podr¨ªa ser la retrospectiva planeada en Bilbao. Una de las mayores frustraciones de su carrera lleg¨® el d¨ªa en el que primero se pospuso y finalmente se cancel¨® el proyecto de exponer en 1996 en la sede neoyorquina del Guggenheim debido al coste excesivo de la operaci¨®n y a severos problemas t¨¦cnicos. Dos fantasmas que sobrevuelan sus proyectos con cierta recurrencia y que fueron invocados con motivo de la reciente cancelaci¨®n de la exposici¨®n de sus esculturas en las galer¨ªas del XIX del Louvre que deb¨ªa redondear su consagraci¨®n parisiense. La fiesta qued¨® tambi¨¦n empa?ada por la retirada de dos obras del Pompidou por sendas acusaciones de plagio: Fait d¡¯Hiver (1988), supuestamente copiada de un anuncio de Naf Naf, y Naked (1988), cuyos derechos de autor reclama la viuda del fot¨®grafo Jean-Fran?ois Bauret. ¡°[La retirada de las obras por parte del museo] no fue muy afortunada¡±, opina Koons, que se ha enfrentado a acusaciones de ese tipo con anterioridad. Aun admitiendo las similitudes, sus defensores recurren al concepto de la apropiaci¨®n, pr¨¢ctica consustancial al arte desde las primeras vanguardias. Ambas obras forman parte de la serie Banality, en la que el artista parti¨® de ¡°im¨¢genes que ve¨ªa en revistas o en postales y que montaba para producir¡± sus ¡°propias creaciones¡±.
Ninguna de esas piezas estar¨¢ en el ?Guggenheim. ¡°Nunca estuvo previsto que vinieran¡±, aclara Lucia Agirre, una de las comisarias de la cita bilba¨ªna, que cuenta con el patrocinio de la Fundaci¨®n BBVA para la exposici¨®n de 96 obras provenientes de 52 prestadores de colecciones (en gran parte privadas) europeas y estadounidenses. Agirre ha trabajado con el comisario de la muestra del Whitney, ?Scott ?Rothkopf, un joven de 38 a?os que, seg¨²n cuenta en un correo electr¨®nico, conoci¨® al artista en 2001 en un ¡°debate sobre Roy Lichtenstein¡±. ¡°Quer¨ªa organizar una gran muestra [en honor al escultor] desde hac¨ªa m¨¢s de una d¨¦cada, cuando a¨²n era un estudiante [de Harvard]. Otros museos de Nueva York lo hab¨ªan intentado, pero les resultaba demasiado complicado, debido a la fragilidad de las piezas y el precio de los seguros. Creo que Jeff tampoco estaba listo¡±.
La escala bilba¨ªna ser¨¢ la m¨¢s generosa en metros cuadrados (3.500, frente a los 2.500 de Nueva York y los 2.000 de Par¨ªs). ¡°Y adem¨¢s somos los ¨²nicos que contaremos con Puppy¡±. Existe una copia de artista en la fundaci¨®n Brant (Connecticut) de la famos¨ªsima escultura de un fiel perrito guardi¨¢n del edificio de Frank Gehry, realizada con una estructura de acero inoxidable y miles de plantas en floraci¨®n, pero el original pertenece a la colecci¨®n del Guggenheim Bilbao (que tambi¨¦n cuenta con unos multicolores tulipanes de acero). Rosenthal recuerda que cuando la obra fue presentada por primera vez como parte de la Documenta de Kassel de 1992, se sinti¨® tan impresionado que le dijo a su autor: ¡°Si fuese Luis XIV, ahora mismo te har¨ªa marqu¨¦s. Pese a las cr¨ªticas, de aquel certamen solo Puppy qued¨® grabado en mi memoria¡±.
Se podr¨ªa decir que la mascota cumpli¨® una curiosa e inesperada funci¨®n al actuar de caballo (perrito) de Troya en cuyo interior viajaba la reconciliaci¨®n entre la ciudad, hasta entonces poco familiarizada con el arte contempor¨¢neo, y el extra?o artefacto de titanio que aterriz¨® un buen d¨ªa junto a la r¨ªa del Nervi¨®n. Y si se obr¨® el milagro, se debi¨® en parte gracias al icono amable de Puppy, obra que, seg¨²n el relato colectivo que la ciudad se cuenta a s¨ª misma, se qued¨® por aclamaci¨®n popular (aunque en realidad su permanencia estuviera prevista desde el principio).
A Koons, la pieza le trae tambi¨¦n recuerdos menos agradables. El 13 de octubre de 1997, el artista se hallaba en Bilbao para supervisar los ¨²ltimos retoques de la instalaci¨®n del perrito, cuando ETA asesin¨® al ertzaina Jos¨¦ Mar¨ªa Aguirre, de 35 a?os, en las inmediaciones del museo. El polic¨ªa recibi¨® varios disparos desde el interior de una furgoneta de jardiner¨ªa que le result¨® sospechosa. Los terroristas formaban parte de un comando que ten¨ªa planeado hacer estallar varios artefactos explosivos en la inauguraci¨®n de la instituci¨®n. En ese instante, Koons estaba en el servicio de una cafeter¨ªa situada en la plaza que despu¨¦s llevar¨ªa el nombre del agente asesinado. ¡°Escuch¨¦ varios ruidos secos y autom¨¢ticamente todo el mundo se ech¨® al suelo. Me impresion¨® much¨ªsimo, yo nunca hab¨ªa escuchado un disparo, y eso que he vivido media vida en Nueva York. Aquella gente estaba extra?amente familiarizada con el horror. Con mi asistente, nos montamos en un taxi, fuimos al aeropuerto y cogimos el primer avi¨®n a Nueva York, sin pensarlo¡±.
El museo se inaugur¨® cinco d¨ªas despu¨¦s sin la presencia de Koons.
Por Puppy, la colecci¨®n Guggenheim Bilbao pag¨® 1,2 millones de d¨®lares (1,07 millones de euros). Se calcula que en el improbable caso de buscar un comprador, la florida escultura lo hallar¨ªa por unos 50 millones de d¨®lares. Koons es uno de los principales protagonistas de esos titulares que hablan del exorbitante boom en el mercado del arte. El artista cree que el fen¨®meno es ¡°fant¨¢stico, maravilloso¡±. ¡°Me educaron para ser ?autosuficiente, as¨ª que nunca pens¨¦ demasiado en el dinero, siempre que tuviese lo suficiente para ocuparme de m¨ª mismo y de los que me rodean. Solo me interesa saber si ser¨¦ capaz de hacer tal o cu¨¢l proyecto, de mantener el estudio como est¨¢¡±. No parece preocuparle la paradoja que encierra el hecho de que mientras el mercado del arte rebosa de millones, los museos sean entes cada vez m¨¢s empobrecidos, sin medios para pagar las fortunas que cuestan sus piezas. ?En qu¨¦ lugar dejar¨¢ eso a su obra para las generaciones venideras? ¡°No creo que hayan cambiado tanto las cosas¡±, responde Koons. ¡°El trabajo de Picasso o Dal¨ª era caro en su ¨¦poca y la mayor parte de las obras las compraban patrones del arte que luego las donaban a los museos. Eso a¨²n sucede hoy. Es innegable que el mercado ha explotado, pero el arte siempre ha sido una mercanc¨ªa interesante para el poder econ¨®mico. Leonardo da Vinci era un hombre muy rico, como Rubens y todos los pintores cortesanos¡±.
Para la exposici¨®n inaugural del nuevo Whitney, que propone un repaso a un siglo de arte estadounidense bajo un t¨ªtulo prestado del poeta Robert Frost, America is Hard to See (Am¨¦rica es dif¨ªcil de ver), la comisaria Donna de Salvo ha escogido una de sus tempranas piezas de aspiradoras. El gesto sirve para subrayar lo mucho que ha cambiado la escena del arte en Nueva York desde los tiempos en los que Koons las expuso por primera vez en un escaparate del New Museum of Contemporary Art (que tambi¨¦n mud¨® recientemente su sede a un reluciente edificio con pedigr¨ª arquitect¨®nico). Un poco m¨¢s all¨¢, en otra de las amplias salas con olor a nuevo cuelga Untitled (Jeff), obra de 2004 en la que el artista Adam McEwen imagina c¨®mo ser¨ªa la necrol¨®gica de Koons en The New York Times. Con el tono entre solemne y emocionado de la prosa elegiaca del venerable rotativo, McEwen escribe: ¡°Predic¨® un arte para las masas (¡) y super¨® las diferencias entre el buen y el mal gusto (¡) con un trabajo que hablaba elocuentemente del deseo, el sentimentalismo y la muerte¡±.
Koons encaj¨® la broma pesada con la misma sonrisa de siempre. Tal vez porque parece perpetuamente convencido de que lo mejor est¨¢ a¨²n por llegar. Cumplidos los 60 en plena forma (gracias a un estricto r¨¦gimen de ejercicio f¨ªsico; asegura que es capaz de levantar 150 kilos de peso muerto), insiste en su rendida admiraci¨®n por el estilo tard¨ªo de Picasso, como quien desea mirarse en el espejo de la madurez del genio. Y conf¨ªa en que m¨¢s all¨¢ de ¡°las limitaciones inherentes al ser humano, le aguarda un estado superior de sabidur¨ªa¡±. Entre sus planes figura culminar su proyecto m¨¢s ambicioso: una estatua p¨²blica formada por un tren en movimiento colgado de una gr¨²a de 49 metros de altura, cuya colocaci¨®n ha estado planeada (y despu¨¦s cancelada) en Los ?ngeles, Nueva York o Par¨ªs.
Cuando, al final de la charla, llegue la pregunta de si se arrepiente de haber sido pionero de muchas de las cosas (el culto a la fama, el abuso de la publicidad, el coqueteo con las marcas de lujo¡) que hoy definen el mundo del arte, la sonrisa quedar¨¢ por primera vez congelada en un rictus de extra?eza. ¡°No, en absoluto. ?Por qu¨¦ iba a estarlo?¡±.
La muestra ¡®Jeff Koons. Retrospectiva¡¯, patrocinada por la Fundaci¨®n BBVA, se inaugura en el Museo Guggenheim de Bilbao el 9 de junio.
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