Diario de un cubano (II): El d¨ªa que el sol no se ocult¨®
Atardecer. (CC) Linda O'Dell
No hay nada nuevo bajo el sol,
pero cuantas cosas viejas hay que no conocemos.
AmbroseBierce
Para los que vivimos en Am¨¦rica central los d¨ªas siempre son m¨¢s o menos iguales, no solo porque la monoton¨ªa tiene mucho que ver con el tiempo que nos sobra, sino porque la latitud hace que, aunque sea invierno o verano, el ciclo solar y su duraci¨®n sean m¨¢s o menos estables y equitativos.
Mi primera noche en Madrid fue blanca. Llegue justo con el solsticio de verano. A medida que el reloj daba su perpetuo giro, el sol parec¨ªa prendido del cielo, como si estuviera resisti¨¦ndose a regalarnos la magia del atardecer.
Fueron las ocho, las nueve, y a las diez empez¨® el espect¨¢culo: el cielo se torno gris¨¢ceo, las nubes escasas y algo esparcidas, mi curiosidad era trepidante y mis pupilas acompa?aron el ultimo halo de luz que roz¨® las colinas.
Los que vivimos murallas adentro solemos fantasear y comparar; fue inevitable pensar en la expresi¨®n ¡°los capitalistas son tan buenos que hasta m¨¢s horas le ponen al d¨ªa¡±.
Lo cierto es que hasta mucho tiempo despu¨¦s no me fue posible asimilar que el mundo era tan grande y que yo estaba tan lejos¡
Para los que acabamos de venir al mundo tan mayores, los cambios nos desconciertan, alguna vez alguien pens¨® que volver a nacer era maravilloso, pero nunca habl¨® de lo confuso, ni de lo intenso.
Me qued¨¦ tranquilo, sentado en un lugar apartado desde donde pod¨ªa ver c¨®mo los neones de la terminal se encend¨ªan emulando casi la luz natural. Mi siguiente vuelo no saldr¨ªa hasta la madrugada, y fue as¨ª que empec¨¦ a observar la diversidad; era cuanto pod¨ªa hacer. Cuando has vivido durante toda tu vida bajo las mismas leyes naturales, supones que tal vez en esta nueva aventura podr¨ªas terminar viviendo en el lado err¨®neo del mundo.
Fue la primera vez que me cuestion¨¦ el pas¨® que d¨ª, que me pregunt¨¦ si podr¨ªa formar parte del caos, si hallar¨ªa los caminos de ida y regreso e incluso ech¨¦ de menos la uniformidad con la que nunca estuve de acuerdo.
Me pase las manos por la cabeza, llegu¨¦ a sentirme, sin querer, como el p¨¢jaro al que le abrieron la jaula y quiso quedarse adentro, pues parte de m¨ª no hab¨ªa traspasado el umbral de mi propio albedr¨ªo.
Una se?ora que estaba distante me pregunt¨® qu¨¦ me pasaba y yo le dije: ¡°ahora soy libre y no s¨¦ qu¨¦ hacer con mi libertad, no s¨¦ siquiera a qu¨¦ hora se pone el sol¡±.
El d¨ªa que el sol no se ocult¨® es el segundo cap¨ªtulo del diario de Ernesto Garc¨ªa Mach¨ªn, migrante cubano que hoy reside en Tenerife.
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