Un revuelo de libros en primavera
La Feria de Madrid es un acontecimiento vital y emocional. Porque leer, sobre todo, te hace vivir
En Espa?a, las ferias del libro suelen celebrarse en primavera. Queda de lo m¨¢s l¨ªrico y florido pensar que los libros vienen en bandadas como las golondrinas con los primeros calores, pero me temo que detr¨¢s de esta coincidencia subyace una estrategia comercial, la l¨®gica ambici¨®n de ofrecer un pu?ado de t¨ªtulos para las vacaciones de verano, que es cuando la mayor¨ªa de la gente lee m¨¢s.
Sea como sea, el caso es que cuando se publique este art¨ªculo (que siempre se toma un perezoso tiempo de impresi¨®n hasta llegar a tus ojos) estaremos en plena Feria del Libro de Madrid, tan antigua, tan popular, tan deliciosamente pueblerina. Porque este sistema de modestas casetas en un parque del Retiro abigarrado de gente y polvoriento tiene poco que ver con las grandes ferias modernas internacionales tipo Guadalajara (M¨¦xico) o Fr¨¢ncfort. Eso es lo que m¨¢s me gusta de la de Madrid: su completa falta de pedigr¨ª, su car¨¢cter campechano y verbenero. Los organizadores llevan a?os intentando montar encuentros culturales en la carpa central para darle cierto lustre a la cosa, pero m¨¢s les valdr¨ªa poner unas cuantas casetas de tiro al blanco y unos puestos de churros, porque en general los actos no funcionan en absoluto, salvo para proporcionar a alg¨²n paseante agotado la posibilidad de sentarse cinco minutos al fresquito.
Reconozc¨¢moslo de una vez: la Feria de Madrid no es un acontecimiento intelectual. En realidad es un acontecimiento vital y emocional, y a mucha honra. Porque leer no s¨®lo te hace m¨¢s culto, que es verdad, ni m¨¢s libre, que tambi¨¦n. Leer, sobre todo, te hace vivir mucho m¨¢s. Leer es ganar experiencias, es sentir que no est¨¢s solo, es desarrollar la empat¨ªa con los otros. Y la Feria de Madrid es un perfecto ejemplo de todo eso. Es un ejemplo de comunicaci¨®n y de convivencia, un muestrario de sentimientos vehementes, de pensamientos desordenados, de ni?os con helados goteando sobre los libros que vienen a pedirte pegatinas, de padres arrastrando carritos de beb¨¦s y perros agobiados, de lectores que te reconvienen amorosamente, como lo har¨ªa una madre, porque a lo mejor la novela que m¨¢s les ha gustado de todas las tuyas es la primera, publicada hace m¨¢s de treinta a?os (y aun as¨ª te han seguido leyendo: son unos santos). Hay personas que te cuentan emocionantes intimidades, como si la caseta fuera un confesionario laico, una burbuja de afecto en el tiempo, y lectores que se acercan a regalarte cosas: sus propios libros, un panfleto con alguna causa en la que militan, un manifiesto en el que firmar, una rosa de papel, un caramelo. La vida, ca¨®tica y brillante, intensa y confusa, palpita en la Feria de Madrid de la misma manera que palpita en las novelas. Las casetas son puro intercambio: de miradas, de necesidades, de objetos, de historias, de espejismos. Somos como un mercado medieval. Nunca me he sentido tan vendedora callejera como en esta feria: bueno, bonito y barato, al rico libro, compren enseguida que se acaban, me los est¨¢n quitando de las manos.
?Qu¨¦ es lo m¨¢s importante que le ha pasado en su vida?, le pregunt¨® hace unos meses un periodista a Vargas Llosa. Aprender a leer
En realidad nunca te los quitan de las manos. No hablo ya de mis libros en concreto, sino de los libros en general. La lectura siempre ha sido una actividad minoritaria y, aunque esa minor¨ªa es hoy mayor que nunca en todo el mundo, el libro sigue siendo un objeto de valor dudoso. Son lo ¨²nico que jam¨¢s se llevan los ladrones. Deja un coche abierto lleno de libros en una zona urbana turbulenta y al d¨ªa siguiente puede que le falten las ruedas, pero seguro que a¨²n conserva la panza empapelada.
Y, al mismo tiempo, los libros pueden ser un bien invaluable, el mayor acontecimiento de tu existencia. ?Qu¨¦ es lo m¨¢s importante que le ha pasado en su vida?, le pregunt¨® hace unos meses un periodista a Vargas Llosa. Aprender a leer, contest¨® ¨¦l con la fulminante sencillez de la inteligencia. El pasado mayo fui a la Feria del Libro de Salamanca; una de las organizadoras del evento, Isabel, que tambi¨¦n modera clubes de lectura, me cont¨® una historia conmovedora. Un conductor de autobuses de 40 a?os, que jam¨¢s hab¨ªa le¨ªdo nada, descubri¨® de repente el vasto mundo de la literatura. Desde entonces, enamorado con pasi¨®n adolescente de las novelas, vive sumergido en la lectura; incluso le han llamado la atenci¨®n porque lee en las paradas, sobre el volante, y a veces se le olvida volver a arrancar. ¡°Es que mi vida ha empezado a los 40 a?os gracias a los libros y ahora no quiero perder el tiempo¡±, le explic¨® a Isabel. Ya lo dec¨ªa Fernando Pessoa: la literatura es la prueba evidente de que la vida no basta.
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